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Auge del habla en torno a el Otro e interculturalidad, en la Antropología de dominación
Por Tamer Sarkis Fernández - Friday, Feb. 18, 2011 at 7:56 AM
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Las re-colocaciones poblacionales producidas por el desarrollo de la Economía Política y su generalización correlativa de la escasez, significan también una re-colocación política y de control que se hace insatisfactoriamente inteligible desde nociones como “aculturación”, “invalidación de identidades”, “asimilación”… Quizás ya el acto mismo de pensar a “un Otro” en “manos políticas” forme parte consciente o inconsciente de la política real en curso. Pues esta última va en el sentido de poner a orbitar auto-calificaciones y auto-asunciones alrededor del globo de la “alteridad”, que la política misma se ocupa en hinchar a través de las definiciones portadas por la mediación antropológica “intercultural” en barrios, por la etnografía al servicio de políticas sociales institucionales, por la intervención asistencial, de animación participativa y de recolecta dialógica de “las voces otras”, etc. La ideología dominante puede así acometer su labor de desviar las precariedades de existencia y las prácticas de oposición consecuentes, a través del carril señalado por una cuestión pendiente de: A. “Reconocimiento institucional”, y B. “Dotación de infraestructuras para las autonomizaciones culturales de funcionamiento localizado y para sus necesidades específicas de atención”. Este es el nuevo paradigma de “inter-integración”, que jubila a la rancia y ya hiper-exprimida “integración” de connotaciones unilaterales. Ello mientras esta ideología pone a desfilar, ante un proletariado “restante” previamente separado de aquellas dinámicas de respuesta por su misma “culturalización” mediática, un conjunto de imágenes que inhiben la visión de la diversidad de circunstancias como multiplicidad que obedece al fin y al cabo a una condición social común. Y por eso diversidad de carencias –particulares o no- superables únicamente en el encuentro de una perspectiva común. Palabras clave: política, cultura, intercultural, ideología, endogenización.

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EN LA FOTO: Termitero de banlieu (área de París) democráticamente diseñado para población "afro-francesa" por los urbanistas. Diseño muy folk, evocativo de las casas-granero ancestrales construidas por distintas Gens africanas.


I. Inexistencia de la Antropología separada idealmente de su genética política: intervención antropológica en la cosificación segmentaria “cultural” del sujeto de clase

A primera vista, puede pensarse en aplicar a la relación Antropología-política un esquema fundamentado en la instrumentalización, colonización, corrupción, falsificación política de ese particular modo de conocer. En realidad, su sujeto productor mismo pertenece a la política, y los cambios morfológicos, funcionales, presenciales, etc., experimentados por la Antropología son el correlato de desafíos políticos mutantes. Las sociedades cuyos Estados se hallaban volcados hacia el Otro más o menos silenciosamente, y que manifestaban indiferencia o curiosidad, han pasado a ser sociedades receptoras del ruido incesante que sobre el Otro arman, pensando en ellas, las estancias emisoras de imagen. No carece de importancia en este encerrar con palabras a la sociedad entera en la cuestión de el Otro1, el hecho de que esas gentes, lejos de continuar siendo solamente una figura externa a dominar, a vender, a explotar, a contraponer a la Virtud moral o social “propia”, a emplear militarmente, deben ahora ser también la materia con que dominar, en el interior –social y de cada sujeto-, la vivencia de los procesos en que esta sociedad está actualmente atrapada.
Dominación al nivel de la representación y de la experiencia subjetiva de la realidad social, pero que está cargada de efectos objetivos porque incide sobre las tolerancias, sobre las relaciones, sobre las prácticas, que los sujetos afirman, imprimiendo a esas representaciones y a esas experiencias en esos procesos reales mismos. Por tanto, la creación de falsa consciencia es creación de principios defensivos de los procesos tal y como son encauzados por los aparatos políticos de la burguesía, y es también disuasión/canalización rentable de la intervención colectiva en estos.

Por ejemplo, respecto de un proceso social dramático como es la migración masiva forzosa porque el capitalismo no es capaz de asegurar la subsistencia a gran parte de la población mundial ni siquiera en el plano elemental biológico, la ideología dominante basa su ofensiva en pintar el proceso como si se tratara del “ejercicio de un derecho a buscar una vida mejor”2, bello ejercicio democrático “que debemos reivindicar, defender, practicar, celebrar que otros puedan practicar”. La ideología dominante disfraza así la verdad del proceso, que estriba en ser necesidad sin más para millones de personas. Esta tergiversación que representa a la migración como una opción, o como una decisión de búsqueda de utilidades comparativamente mayores, es, en su éxito sobre la consciencia de masas, una colosal apología asumida a propósito de las condiciones de existencia de las propias masas. Porque su vida se les aparece así como una cuestión cualitativamente valorable –o valorada- aunque sea en términos comparativos; cuando en realidad la persona migrante usa sencillamente la única puerta de salida que tiene o que cree tener frente a la encerrona segura que constata, directamente para ella o para los seres vinculados a ella, desde la lógica de la necesidad de supervivencia, y no desde lógica alguna de “calidad de vida”3.

Los aparatos burgueses se permiten estas frivolités –y hablo especialmente de cierta lírica en torno a la dicha “existencia nómada”, extrapolada a tutti- porque apenas han de explicitarlas discursivamente, ejercicio que desvelaría la banalidad de los enunciados. Pueden ahorrárselo, no teniendo más que proyectar bien alto sus insinuaciones con el extraordinario trampolín que les resulta nuestra propia conciencia colectiva cosmopolita, aplaudidora de un individualismo versátil y adaptativo, y acorde a grandes rasgos con el aforismo de los cínicos: Sentirse en la tierra de uno allá donde se esté a placer. Estas ideas son del todo legítimas e interesantes sin duda, pero desde luego no sirven para designar el proceso vivido por millones de personas cuyo desarraigo del entorno próximo de cotidianeidad les reporta una “pequeña muerte”. Y ese sentimiento no está separado de sus condiciones materiales de vida: no pueden seguir siendo con integridad tratándose de sujetos muy tenuemente individualizados, y quienes solamente llegan a ser a partir del vínculo en que se insieren, y que tiene lugar en la región: vínculo de parentesco y su polifuncionalidad para la reproducción social; vínculo de economía marcadamente local en lo que se refiere a las líneas de cooperación y mecanismos de distribución establecidas –lo que no significa economía exenta de determinación por procesos internacionales-; vínculo de alianza como uno de los momentos centrales y en cualquier caso subyacente al “enfoque existencial” que hacen los sujetos cuando preparan o recorren otros muchos momentos y actividades; vínculo de valoración respecto a la actividad y prácticas compartidas, que se enuncia mediante la ritualización de las formas, las pausaciones de tiempo, la preponderancia de la calidad del proceso sobre la pragmática de su finalidad, vínculo que queda pulverizado por las nuevas condiciones de existencia de los sujetos en el país “de destino”; etc. No se trata de idealizar nada o de sustraerlo a su propia crítica, sino sencillamente de intentar investigar y transmitir lo que es. Y, por supuesto, eso que pueden ver en las migraciones nuestras subjetividades muy escasamente territorializadas, asociativas más que comunitarias, funcionales más que identificativas, regidas por el principio del contrato más que por el del contacto con lo inmediato4, no es correspondiente a la realidad de disrupción devastadora entre los sujetos migrantes y su ser social, por más miserias y extremos de imposibilidad subsistencial que éste entrañe5.

Una segunda muestra de la reciente puesta espectacular de el Otro en consumo y conversación públicos:
Cuando las capas más depauperadas del proletariado se rebelan en el extrarradio, a los medios les es relativamente fácil mistificar a la “opinión pública” enumerando –o exhibiendo con imágenes- un conjunto de características fenoménicas seleccionadas como materia prima de fabricación informativa: “negros”, “faltos de integración”, “lumpen”, “lumpenizados”, “víctimas del racismo institucional o social”, “excluidos de oportunidades”, “desempleados”, etc. Como si el fondo genético del proceso social notificado y “debatido” por radio y televisión tuviera que ver sin más con una condición “particular” de ciertos sujetos sociales. Es así escondido el hecho de que las Relaciones de Producción, en su definir las condiciones de existencia de las dos clases principales en relación, tienden en última instancia a irradiar atravesando las varias capas que segmentan al proletariado, en un proceso –reitero, en última instancia- de homogeneización relativa “a la baja”. De este modo, los intentos de respuesta –acertados o tácticamente equivocados- que se sucedan son explicables únicamente asumiendo la Variable condición de clase. Y eso por más “ciegas” o contraproducentes que sean estas tácticas de lucha, o por más que consistan en puro cebarse contra la clase misma –incendiando los barrios propios, los coches, las infraestructuras de alumbrado o de telefonía; impidiendo el desplazamiento hacia el medio de subsistencia a sabiendas de que el empresario lo tiene fácil para sustituir por otro al obrero o al empleado que no llega; etc. En estos casos, la hipocresía burguesa clama contra las acciones y recuerda sus consecuencias a los espectadores, mientras se frota las manos pensando en las rentabilidades que ingresa con su continuidad –rentabilidades represivas, de reforma jurídica para un control poblacional más estrecho, de división dentro de la clase a la que pertenecen las capas en movimiento, de nihilismo y desorientación de clase respecto de sus propias posibilidades de ser portadora de alternativa socio-económica, etc.6 Y la validez única de esa perspectiva explicativa se debe a que son las relaciones entre las clases aquello que produce una multitud de situaciones “de grupo”, “específicas” o “particulares”, así como su nivelación material a medida que se extiende y se acentúa la escasez nuclear que la Economía Política estructurando las sociedades significa.
Esconder esta realidad substancial detrás del discurso que consiste en citar “un Otro y sus déficits de encaje, de comprensión, de atención, de asistencia social, de libertad para la afirmación cultural, de sociabilidad en el barrio e ideación de soluciones locales y participativas a escaseces y conflictos, etc.”, presenta para la clase dominante también la rentabilidad funcional de inducir al resto del proletariado “simpatías”, “antipatías”, “aversiones”, e incluso “apoyos” ante un panorama de supuesta “lucha de ellos, de el Otro” por conseguir “otras condiciones de existencia, de respeto o de participación”. Con esa operación mediática –en la que los antropólogos del campo burgués hablan en primera línea-, la burguesía mete de lleno a esas luchas en el callejón sin salida de “el rumbo propio”, al tiempo que el resto de la clase no se ve incumbida en esa acción colectiva por ella en sí como totalidad. Así, las capas aisladas en movimiento, carentes de perspectiva de conjunto, son incapaces de tender en su praxis hacia la realización de una alternativa socio-económica integral a la totalidad socio-económica que define su existencia “de grupo”. Igualmente, la clase, que contempla el proceso desde un “afuera” espectacularmente articulado para ella en debates, películas, informativos, reportajes y artículos de prensa, oscila entre alinearse, implicarse o rechazar tanto el movimiento en marcha como la perspectiva, los métodos, los discursos, los sistemas de comunicación, “internos de éste”; pero no desarrolla su perspectiva, porque se auto-identifica como “solidaria”, y no como sujeto total en identidad con uno y otro sector en su seno.

Así mismo, y para citar otro ejemplo de centralidad asumida por la categoría de “el Otro” a la hora de sernos re-presentado, aquello que nos ocurre, de la mano de los canales productivos y distributivos de ideología dominante, multitud de cuestiones en declive relacionadas con la depauperación de las condiciones de vida del proletariado –pensiones, Seguridad Social, salarios reales, política de contratos laborales, inflación, despidos y desempleo, cierre de industrias de sectores diversos, carestía de la vivienda-, son “explicadas” aludiendo a los desequilibrios presupuestarios originados por el “plus de atención” requerido por este “cambio paulatino de circunstancias socio-demográficas”. Intenta ser ocultada así la Economía Política misma que determina con su dinámica, tanto las insuficiencias de Estado para el mantenimiento de su tejido asistencial, como la sucesión misma de procesos demográficos que –a decir de periodistas, de contertulios, de políticos populistas y demás ideólogos a sueldo- subyacería a -o agravaría- ese suministro organizado de empobrecimiento.



II. La Variable “intercultural” y sus funciones en la “explicación” de conflictos sociales y en su gestión

A la vez, esta sociedad es penetrada por el Otro en una índole que llama a gestionar los riesgos supuestos por estas nuevas condiciones para la convivencia intercultural (complicidades sobre la percepción recíproca de pertenencia a una misma condición de clase). En este contexto, “el debate” da una voz antes inédita a una Antropología que acuña identidades para los venidos. Estas identidades “halladas” serían supuestamente la clave orientadora para la intervención estatal y la clave explicativa de las reacciones de estos a un medio que no sabría integrarlos respetando su especificidad. La Variable “intercultural” entra en escena de este modo, y sus funciones en la gestión de conflictos son claras: desplaza, la consciencia en relación a las condiciones materiales en que viven millones de sujetos, en dirección a cuestiones culturales. Con ello es velada la impotencia real de las instituciones para tratar con “las problemáticas” derivadas de un abanico de miserias, de insalubridades, de consciencia fatalista en relación al propio “porvenir en sociedad” –porque el sujeto se sabe desprovisto de margen de incertidumbre-, de ausencia de libertad para actividad alguna porque no se posee la gestión de recurso material alguno, así como de aislamientos y de déficits en la socialidad, en los vínculos humanos, en la empatía intersubjetiva, etc., todos componentes intrínsecos a la existencia atomizada y utilitaria que sobrevivir en el capitalismo exige7. Estas características tienen que ser así a fortiori en aquellas capas del proletariado para las que, esa alienación de toda humanidad en la existencia concreta, que es ya de por sí el ser social de la clase, se encuentra más desarrollada y realizada8. Mediante una operación de estafa que reemplaza, al ser social, por la característica, lo circunstancial, el accidente, el discurso social de la burguesía tilda a esos procesos característicos mismos de responsables sobre los comportamientos, las abstinencias, las desvinculaciones, las autodestrucciones, las desutilidades, los ilegalismos, que se plantea liquidar, paliar, regular, contender o rentabilizar. Por ende, tilda a aquellos procesos característicos de ser el terreno objetivable y susceptible para la intervención, figurándose que, encauzados o compensados según la fórmula mágica etnológica, de trabajo social, asistencial, sociológica, urbanística, psicosocial, de cooperación, lúdico-infantil, pedagógica, físico-educativa, por hallar, será capaz de regenerar el tejido social nacido ya amenazante o de nulo provecho.

Con esta Antropología, deslizada en el discurso periodístico “comprometido” y verbalizada por determinados “expertos”, se consigue surcar una discontinuidad en el espacio social, que separa a los “autóctonos” de los identitarizados como “inmigrantes”, “población de origen inmigrante”, “hijos de inmigrantes”, “población de antiguas colonias”, etc. Los primeros se convierten así en espectadores –partidarios, comprensivos o reacios- de los movimientos e insurgencias “de los segundos”. La identificación posible queda así obstruida por una Antropología que se encarga de que el Otro no deje de ser considerado como tal. A la vez, esta Antropología ejerce de mala conciencia crítica sermoneando a la política y a “la población nacional” sobre la necesidad de comprensión hacia esas categorías en que ha fijado previamente a las personas.

En una cuestión como la exclusión, gran parte de la gama ideológica dominante vertida halla su común denominador en presentar a ésta en dicotomía con la integración. En realidad, las mismas estancias y grupos políticos, empresariales, financieros, burocráticos, etc., que asignan “cuotas de recepción” a las migraciones calculadas por el rasero de la rentabilidad laboral y productiva, son los mismos actores promotores de racismo y exclusión poblacionales. Para consumar la única integración concreta real que les es deparada bajo el capitalismo a los nuevos contingentes grupales incorporados –florituras, Días Oficiales varios decretados por tal o cual bello cuadro social, y ensoñaciones aparte-, sus importadores económicos y jurídicos tienen que bloquear en lo posible el afloramiento de lazos de sociabilidad, de empatía, de comprensión profunda, de compañerismo, con el resto de la clase y demás “población de acogida”. Y sabemos que los modos de conciencia, de identificación recíproca, de incorporación de un Otro que deja de serlo, dependen del establecimiento de relaciones sociales objetivas.
De lo que se sigue que la burguesía, sus medios periodísticos y sus mediadores científicos deban completar la dicotomía inventada exclusión/integración asociándola a un marco de “reto de interculturalidad”, “reto a la capacidad de convivencia”, etc. Así, “transformando” a la integración concreta que acondiciona -con las exclusiones múltiples que son su asidero y la biga sobre la que esta integración tiene que sustentarse e impulsarse- en una cuestión de “consonancia multi o intercultural” (según versiones), los gestores de migraciones lo tienen fácil para desplazar al terreno de la clase obrera –de “su cultura”, de su “incultura”, de su “embrutecimiento”, de su “insolidaridad”, etc.- el conjunto de procesos exclusionistas y de aislamiento en que consiste la particular inmersión funcional pre-asignada a la población migrante9, con determinados sectores laborales, determinados salarios y determinadas condiciones de trabajo “correspondientes”.

Si tenemos en cuenta lo dicho, el doble juego de la ideología dominante se desvela claro: la prensa reparte las sesiones informativas, las imágenes, los artículos alternantes en su calendario. A ciertas horas, el menú se compone de documentales de sensibilización, galas “por la tolerancia”, noticias sobre países de origen para el fomento de cierta comprensión y “fraternidad”, datos intercalados por un constante y machacón goteo “informativo” de asociaciones entre “población de origen extranjero” y un largo listado de estereotipos negativos, hecho al que ha dado un fuerte giro de tuerca la conversión de ciertos canales televisivos en auténticas “páginas de sucesos”. A otras horas la priorización se invierte momentáneamente. Con este penduléo, se alcanza finalmente cierto equilibrio actitudinal en el proletariado, de signo utilitario óptimo para los empleadores de los ideólogos:
La “nueva” Fuerza de Trabajo –o “vieja”; de varias generaciones después de la llegada- recibe distante compadecimiento, indiferencia, aversión o frontal oposición por parte de amplias capas de su misma clase, con lo que queda sola frente a la regulación a la baja de sus salarios y sin poder encender redes sociales amplias de resistencia.

El miedo, el recelo o por lo menos el desprecio, dependiendo de si el discurso desplegado en torno al grupo es más de demonización o más de “barbarización identitaria”, barran la comunicación y la mera coexistencia física en el espacio, la frecuentación común de lugares de reunión, de encuentro en el ocio y la diversión, etc. Ese desencuentro garantiza que ni experiencias y ni lecciones de lucha sean transmitidas desde estos grupos hacia la clase en su conjunto, siendo bloqueadas la toma de consciencia, el aprendizaje táctico, el balance y la discusión entre capas de clase en torno al pasado de consciencia, de enfrentamiento y de reivindicaciones que las capas “venidas” portan consigo como equipaje.
El bloqueo de revulsivo a la toma de conciencia y al arranque de procesos de acción colectiva tiene un funcionamiento bilateral: rota la comunicación de clase, estas capas no tendrán más remedio que agarrarse a un clavo ardiendo y arrimarse a los sindicatos supuestamente “fuertes”. Quienes, contra-prestando la ganancia de cifras de afiliación –porque a los proletarios con más tiempo de experiencia y padecimientos “sindicales” ya no los cazan-, re-presentarán la oposición a la precariedad con desfiles multiculti anuales.

Los mismos poderes que inventan la ideología racista y la inyectan tienen que neutralizar la sobredosificación peligrosa a la que inercialmente tienden, por medio de antídotos mediáticos calculados “en su justa medida” que impidan una reacción exacerbada del mismo cuerpo social intoxicado. Porque tales espasmos serían obstrucción a una importación sostenida de Fuerza de Trabajo de que la “competitividad” económica nacional o supranacional –en su pugna con otros Estados y bloques- depende.
“A pesar de todo” –o, mejor dicho, de modo inextricable justamente a estos mecanismos de signo dual y complementario-, las capas “inmigrantes” quedan integradas “en su lugar” material real. Y ese lugar queda blindado y tornado opaco, además de por aquellos dispositivos ideológicos, también y básicamente por mecanismos puramente materiales:

Concentración en el espacio urbano segregada de la población “autóctona”.

Concentración por trabajos y por funciones laborales, que los relacionan poco con la población “autóctona”.

Lógica tendencia a ir en busca de las relaciones ya generadas en el trabajo, en el barrio, en el parentesco congregado en espacios urbanos próximos, cuando se trata del tiempo llamado “libre”, de modo que desconocimiento mutuo en el seno de la clase y fortificación de mitos negativos son polos que se alimentan recíprocamente en el círculo vicioso de la separación social organizada.

En obediencia a ello y por supuesto a la discriminación por origen tanto en la entrada a espacios de ocio como en el trato recibido, los propios lugares materiales de ocio se distribuyen segregados ya de entrada.

Condición especialmente efímera de los contratos –cuando los hay- y por tanto elevado Indice de frecuencia de movilidad laboral. Este régimen de trabajo constantemente liquida, antes de su inicio mismo, la comunicación extensa entre compañeros y el planteamiento de análisis comúnmente asumidos –esbozos de emergencia de la clase para sí- sobre la propia condición material compartida –clase en sí-, así como la apertura correlativa de perspectivas de acción o en la exportación de esa comunicación a contextos de encuentro más amplios.

Aprendizaje educativo notablemente segregado (distribución por centros de estudio fuertemente estratificada con arreglo a la Variable dicotómica “Autoctonía/foraneidad10”). Puede parecer a primera vista que esta estratificación sea la mera transposición “obvia” de la concentración en unos barrios concretos en tanto que proceso material:

Económico –el mercado inmobiliario determinando las zonas de alojamiento; elusión de la confluencia clasista/racista/fundamentalista cultural que, como actitud recibida, vuelve la vida impracticable por atomizada.

De sociabilidad –orientación del lugar de residencia hacia la reunión de la parentela; recreación de redes sociales, afinidades idiomáticas, práctica cultual.

Pero, observando el proceso más en detalle, se comprende cómo el ejercicio político acaba de consolidar y re-afirmar esa tendencia que es en gran medida correlato escolar de condiciones materiales distintivas. Pues incluso en aquellos casos formados por centros de enseñanza donde hay confluencia de escolarizados, los estudiantes pueden ser sometidos con respaldo normativo a una separación secundaria “interna” invocándose cuestiones de idioma, tránsito intermedio adaptativo, mayor fluidez del aprendizaje en dinámicas grupales “culturales” y mejor interacción y entendimiento entre los elementos del grupo, etc. En relación a estas prácticas, es importante puntualizar que, 1º: la Dirección de un centro concreto y los responsables de su funcionamiento tienen discrecionalidad para llevarlas a cabo previa puesta en marcha de los mecanismos de consenso, de planificación o de procedimiento que consideren convenientes: juntas de padres, consejos escolares, etc. Y 2º: nuevas “políticas educativas”, como sin ir más lejos la aprobada recientemente en Cataluña a partir de una Propuesta de Ley redactada por la Conselleria d’ Educació, suponen una auténtica centralización política de este proceso de reagrupamientos selectivos en el interior del centro:

A. Se establece como idea normativa misma y como terapéutica del “fracaso escolar” que los centros trabajen en esa línea; B. Se tipifican y regularizan los apoyos, asesoramientos pedagógicos y didácticos, financiación de infraestructuras, dotación de equipamientos, suministro de “información” a profesorado y a padres; C. La discrecionalidad implementadora de la Dirección y la administración del centro se acaba en el punto donde empieza su “disidencia” ante estas tácticas convertidas en un “asunto de poder Ejecutivo”, quien ha propuesto, y “de poder Legislativo”, quien ha aprobado. Ocurre aquí como en la ironía que Durkheim formulara en relación a “la libertad individual de atenerse o no a la norma social”, que se sucede admirablemente y hasta parece real, hasta que la libertad ejercida deja de ser la de atenerse.

Esta “culturalización” del “estar” del alumno a su paso por los aparatos de educación formal ha sido favorecida contingentemente11 por la deriva de estos mismos aparatos –sobre todo en Enseñanza Primaria- hacia dinámicas interactivas de trabajo, de entrega de ejercicios, de evaluación, de “delegación descendente” del aprendizaje por transferencias situativas del rol docente –refuerzo, repaso, transmisión, dudas- hacia determinados elementos del grupo de trabajo en el aula.
En otros casos, las “deficiencias” de inserción debidas a disonancia entre habitus del alumno y carácter no universal de contenidos y de procedimientos, son “deficiencias” que aparecen como el dato bruto –“el Hecho positivo”- que torna “obvia” la “necesidad” de “adaptar la enseñanza a la realidad del alumno en lugar de cuadrar al alumno en una enseñanza inflexible”. Es decir, “necesidad” de culturización que lo cosifica a éste en su “especificidad”, lo invalida progresivamente para el nivel de respuesta “normal”12 exigido en niveles posteriores del proceso formativo, y lo ata, por esa lógica retro-alimentaria, cada vez más perfectamente al “destino social” al que fue asociado a priori por su “desventaja natural” (o dígase “cultural”, poco importa). Toda esta sujeción –ironía del artilugio- en ese aparato con técnicas, procedimientos y contenidos indiscutidos en su generalidad funcional definitoria de la institución, por pretendidamente “imparciales”. Y que sólo son culturalizados como dispositivo de especificación, de separación y así de respaldo a la selección académica con arreglo a niveles de “progresión, rendimientos, capacidades, aptitudes diferenciales, aplicación metodológica de conocimientos, etc.”.


III. Historia, racionalidades políticas y cambios de paradigma en Antropología: endogenización política y democratización discursiva en relación a el Otro

Mi texto parte, pues, de una epistemología concreta: pienso la Antropología como una actividad definida en función de unos u otros destinos políticos. Es decir, las realidades que el poder toma como objetos suyos –las cualidades de estos objetos políticos- dan forma a unas u otras antropologías mediante el acto mismo de determinar una u otra racionalidad política (determinación de los medios en consideración a los fines).
Así, hace un siglo la política se conducía con la Antropología a la conquista y al mantenimiento de un “espacio exterior”. El colonialismo buscaba justificación en el supuesto propósito de ofrecer conocimientos –ciencia y tecnología- a pueblos incapaces, sin ellas, de explicar fenómenos y dominar el medio, y que recurrirían, para suplirlas, a “recursos inefectivos” (magia). Ello explica la Antropología dominante en la época; una Antropología que habla de una unicidad estructural interna del “Ser humano”: unos mismos afanes, unos mismos objetivos de la actividad social, cuya realización se haya obstaculizada en los “pueblos rudos” por carencias evolutivas en la generación de instituciones e instrumental funcionales, pero que sí poseen los “pueblos civilizados”.
Paralelamente, el ordenamiento del “espacio interior” corre a cargo de otras ciencias (Psicología, Sociología, Estadística, Pedagogía, Psiquiatría), si bien participa de ello una rama de la Antropología que, no casualmente, ha merecido posteriormente escasa consideración: la Antropología Criminal.

Esta división del trabajo científico no se corresponde con la actual: la actuación política expresándose desde un medio cognitivo antropológico ha venido desplazándose hacia el interior social durante los últimos treinta años. Un motivo evidente es que el Otro se ha instalado en este espacio. Otra razón de la incorporación de la Antropología a la “política interior” son los cambios de sensibilidad en la valoración e interpretación comunes del considerado “infame” o “peligroso” o “marginal”: en este sentido, resulta ahora increíble para franjas extendidas de la ciudadanía, que determinados comportamientos sean cuestión de “enfermedad”, “alteración psicológica” o simple “falta de educación”. En este reemplazamiento de asignaciones (por otras quizás no menos superficiales), juegan un papel no poco importante unos mass-media que unifican una pluralidad de sentires, causas y motivaciones, en fenómenos de espectáculo como “Los maltratadores”, “Los okupas”, “Las bandas callejeras”, “El inmigrante” o “El adolescente”. Al destacar factores como “la inadaptación”, “la crisis de valores”, “la cultura sexista”, “la procuración de sentido e identidad mediante la integración en una subcultura enfrentada” o “la escasa salud de la democracia”, los medios bombean a la agenda política cuestiones cifradas de tal modo que precisan de antropólogos para su conocimiento y tratamiento.

Junto a lo que llamo la endogenización política de la Antropología, querría destacar otro proceso que resume el cambio drástico de su comportamiento político en los últimos treinta años: llamo, a este proceso, democratización del discurso en torno a el Otro. A la luz de este concepto, podemos caracterizar por periodos la política que respira y se realiza en forma de Antropología entre el imperialismo decimonónico y la actualidad.

Primer periodo:
A. Discursos producidos por especialistas (profesionales consagrados al estudio de un área geográfica o incluso un solo “pueblo”).

B. Pretensiones sinceras de conocer para dominar. Prejuicios y determinantes ideológicos que formaban ese conocimiento.

C. Consumo cognoscitivo elitista y hermético: burocracia, militares, políticos. Estado.

D. Nivel débil de filtración y vulgarización discursiva.

E. Producción in situ del conocimiento: etnografía.



Segundo periodo:

A. Discursos producidos por “expertos” (su aparición en los medios en tanto que tales les inviste de autoridad): profesionales de los medios, con habilidad dialéctica en el uso de materiales no producidos por ellos, y periodísticos en su mayoría.

B. Dualización: representaciones con función puramente ideológica, paralelas y complementarias a estudios económicos y geo-estratégicos realizados por servicios de inteligencia, asesores estatales, etc.

C. Dualización en su consumo: ideología para las masas y parámetros orientativos de la estrategia política para el Capital (inversiones, desplazamiento de Fuerzas Productivas) y el Estado (tratados mercantiles, acción bélica, formación poblacional habilitadora de su inclusión en ciertas fases de los procesos productivos).

D. No es que el nivel de filtración sea elevado, sino que el objetivo de parte de esta producción es el consumo de masas.

E. Producción cognoscitiva a distancia de la situación de origen, e in situ cuando se estudian las presencias de el Otro aquí, marcada por la imagen que se tiene de tal situación en el medio de origen.

Si ha podido transformarse a el Otro en un asunto de masas, que opinan sobre él, consumen su exposición mediática, desean distanciarlo, salvarle, ayudarle, desarrollarle, democratizarle, aprender de él, hacer lo que él hace, etc. (esa peculiar democratización a la que hemos aludido), es gracias, obviamente, al desarrollo de los canales (audiovisuales, masificación de la prensa y la literatura, montaje de exposiciones) transmisores de espectáculo. El espectáculo procura dotarse de su propio medio de expresión, que, siendo condición de posibilidad, no explica nada de esta democratización. Por tanto, no es en la esfera del consumo de masas donde hay que buscar las raíces de esta inflación de espectáculo –como si ella partiera de una autonomía mediática ávida de satisfacer cierta “iconofagia” voraz y generalizada, o diestra en reproducir al nivel de la ideología la vieja ley de Say según la que (parafraseándola) con su oferta, movilización y puesta en circulación de imagen las industrias del audio-visual y periodística estarían produciendo su propia demanda integral.

Más bien hay que detectar una avidez extra-periodística en entretener, distraer, moralizar con el ejemplo que habría de ser aportado por la reconstrucción y recontextualización de la existencia distante de el Otro; o ávida de mostrar al espectador cuánto “estoicismo” y “sonrisas a la vida” habría en su padecimiento de pobreza contra el “malsano inconformismo” y las “insatisfacciones eternas” de “el occidental”; o, profundizando en esa misma lógica, una avidez burguesa en, primero, mostrar y categorizar como “pobreza” a esos modos de vida que parecen serles gratos y relativamente plenos a aquellos sujetos sociales. Con lo que acto seguido remata la operación ideológica por medio de un curioso giro: habiendo asimilado a la satisfacción vital de esa alteridad mostrada con “satisfacción en la pobreza”, le es fácil remitir la pobreza al terreno de la pura experiencia y sensación subjetivas13. O lo que es lo mismo, negar su existencia material y relativizar su existencia a “la riqueza o pobreza interior o espiritual”, que habría de ser nuestro Problema remitido a nuestras propias culpas, afanes e insensibilidad para “valorar lo que tenemos”… Cito en el próximo punto del artículo esos y otros usos político-ideológicos de la imagen.




IV. La “puesta en discurso” y el consumo de el Otro vistos como ideología y como incentivación de la cooperación ciudadana en su “puesta en economía”

Si la Antropología es el saber que –directamente- habla, escribe, filma y organiza muestras, o –indirectamente- asesora, desde su protagonismo presencial en esos canales, las causas de este proceso se instalan en las rentabilidades políticas del mismo:

A. Son difundidas una serie de imágenes que contienen cada una su particular lección edificante para el espectador: el Otro feliz “a pesar de su pobreza”, el Otro violento, el Otro austero y esclavo de su “subdesarrollo”, el Otro sabio en su relación con el medio y víctima de los destrozos ocasionados por la voracidad del “Hombre occidental” (se presentan aquí como verdugos los sujetos en realidad atrapados ellos mismos en un sistema económico causante de tales estragos, que queda así libre de cuestionamiento), etc.

B. Se pone en funcionamiento a el Otro en tanto que válvula de escape a una “insatisfacción existencial”, modo intuitivo concreto en que se expresa la relación entre el sujeto y lo inhumano de su “vida”, cuando éste no reconoce conscientemente cuáles son sus carencias ni el por qué de ellas. Es entonces cuando el Otro encarna una posibilidad de escapar –viajando, reinstalándose o por apropiación mediante el consumo de fragmentos de su cultura-, que se traduce en un boom del interés en sus modos, sobre todo en lo que se refiere a un uso de estos en una empresa de encontrar sentido a la propia existencia.

C. La pedagogía de masas como dispositivo de control, al haberse pasado de una sociedad donde la parte buena disciplinaba al proletariado –nuevo sujeto salvaje que aparece en las ciudades-, a una sociedad donde todos participan del control cuando les es suministrado un chivo expiatorio y se induce la presión social sobre el diferente. El poder es legitimado en su supuesta función protectora, mientras la contraposición con el Otro sirve para distraer la atención de un contexto en la economía que se manifiesta en la aceleración del deterioro cualitativo de la vida.

D. El tránsito de una operación de “civilizar” otros pueblos mediante la exportación de ciencia para que, con “conocimiento” –una vez descalificados o menospreciados sus propios modos de conocer-, estas gentes reemplazaran sus mecanismos de adaptación al medio y de estructuración de la vida social, a una nueva política basada en la exportación de “recursos para el desarrollo” (alfabetización). Este otro modo de intervención en la vida de el Otro exige poner a las masas al corriente de estas “necesidades de desarrollo”, a efectos de lograr su indispensable compromiso (voluntariado, financiación de ONGs, opinión favorable a esta empresa). El trasfondo de esta modificación es el paso de una División del Trabajo Social en sectores geográficos extractivos y sectores de producción (en un marco de concentración territorial de todo el proceso productivo), a una División del Trabajo Social en innumerables etapas que se reparten por todo el Planeta y cuya territorialización es móvil, de modo que exige FT provista de cierta versatilidad.




V. Premisas ideológicas dominantes en Antropología vistas como directrices de trabajo ajustadas a los productos encargados: la producción universitaria de antropólogos

Quienes despliegan la política mediante el ejercicio de Antropología son, qué duda cabe, los antropólogos –entre otros, como los periodistas y los “expertos” que toman esta antropología prestada. Las clases de Antropología en las universidades, como momentos fundamentales en el proceso de producción de estos productores de realidad, suministran unos elementos formativos de un modo u otro conectados con el abanico de papeles destinados al antropólogo en la política que lo contendrá. Sin ignorar que unas u otras universidades, unos u otros docentes, priman unos elementos mientras omiten o denuncian otros, mi intención de fondo es la de desarrollar una crítica de estas falacias constitutivas del antropólogo como particular sujeto de conocimiento, pero me conformo en este artículo con enumerarlas:

1.La Antropología entendida como una narración del mundo interior de los sujetos.

2.La sentencia de que no puede jerarquizarse entre culturas (recurso ideal para dar una imagen de veracidad usando el sentido común –el nihilismo ha avanzado de manera que ya nada parece mejor que cualquier otra cosa). En realidad, lo que se logra con esta premisa es no comparar abiertamente el valor de unas u otras dimensiones de culturas distintas, salvando así a un substrato cultural común a “occidente” que
llevaría las de perder.

3.Valoración de la desimplicación afectiva como condición epistemológica.

4.Identificación de la objetividad con la ausencia de crítica.

5.Confusión entre el hecho de que la interpretación externa no dé cuenta de la producción autóctona de representaciones, y la suposición de imposibilidad explicativa de esas representaciones.

6.Estudio de los sujetos partiendo de las categorías en que se hayan cosificados (en parte ideológicas, en parte reales –producto del uso de disciplinas-), en lugar de proceder a la deconstrucción de esas categorías.

7.Oscilación entre el idealismo cultural y el mecanicismo cultural adaptativo.

8.Alienación teoría-práctica: representación de la teoría como algo que no puede practicarse e identificación de la práctica demandada políticamente con “lo posible”.

9.Omisión de la multiplicidad de ideologías en otras sociedades y unificación, en “la Cultura”, de ese pluralismo de fuerzas contrapuestas.

10.Fomento del miedo a interpretar y a valorar la actividad social y las realidades culturales.




VI. En conclusión

Re-presentar, falsificar y distorsionar no están automáticamente en función de la posición material, en sociedad, del hablante, o de su procedencia de clase. Tampoco se derivan inextricablemente a su “exterioridad cultural” o a su “especialización profesional” fuera de la centralidad existencial del sujeto de estudio y las ocupaciones cotidianas a que el último se dedica. Nos corresponde a nosotros mismos insubordinarnos al silencio que imponen estas falsas asociaciones con su estruendo de pensamiento único “actual y de nuevas antropologías”. No existe tal correlación esencial, contra lo que asegura una curiosa trasplantación, al debate antropológico, del prejuicio obrerista respecto del factor “clase de pertenencia” y del dogma materialista mecanicista en relación a “la toma de conciencia o apresamiento en la mistificación según lugar económico”. Llega a la Antropología precisamente de la mano de esos postmodernismos de la “evocación” mecánica del hecho referido, para quienes el investigador teórico está, ya desde el inicio de su proceso etnográfico, configurando un “simulacro” del grupo de estudio. Este simulacro no se restringiría jamás al plano de lo textual –de la “falsa recogida” o la “falsa captación”-, sino que, a través del “intercambio simbólico”, de la comunicación, de la actitud del etnógrafo y de su relación “de campo”, le sería reportado al grupo de estudio. Con ello, el “especialista” productor de simulacro estaría reemplazando realmente a la realidad grupal etnografiada, antes del inicio de un ejercicio de auto-subjetivación consciente por parte de la última. Al leer y oír por doquier las incontables huellas que deja este pseudobaudrillardianismo –subrayo pseudo-, no puedo más que sonreírme pensando en que, al grupo de estudio, ese supuesto “simulacro” puede estar importándole “un pimiento”. Esta actitud última, en caso de haber realizado aquella “auto-subjetivación consciente” en términos de una identidad de fondo con el antropólogo y de una clarificación compartida por ambos en lo que se refiere a problematizar, tanto las relaciones de clases, como los usos neo-culturalistas que trabajan por la reproducción de éstas. ¿A quién interesa entonces el postulado de cierto postmodernismo antropológico según el que, trascender las funciones de “retratar la vida intersubjetiva”, “contar la experiencia propia y/o la del sujeto de estudio” y “ser catalizador discursivo” de la auto-emergencia, auto-constitución, auto-afirmación de la identidad fenoménica, “comunalización de la auto-experiencia de cada sujeto como ejercicio productivo de grupo”…, sería en sí deportar a la etnografía a una relación de “exterioridad” con el sujeto de estudio?.

Quizás el modo más sofisticado y prepotente de re-presentar sea hoy aquél que, arropándose suntuosa y frívolamente en anunciar “el fin de la verdad más allá de dar cuenta etnográficamente de las subjetividades, su inquietud, y sus intentos y movimientos auto-afirmativos (práctica) y de auto-postulación (voz)”, prescribe la reproducción mecánica, a nivel de la Antropología y sus materiales, de la realidad fenoménica. Esto es, la re-transmisión14 textual del auto-pensarse, por parte de los sujetos de estudio, nada más que como identidades “particulares” en permanente auto-búsqueda y búsqueda de “su lugar bajo el sol”; de su “zona intersticial” para el libre desarrollo sea en el espacio físico o en el social (por decirlo a la postmoderna). Revelaciones fenoménicas, caracterizaciones, a las que el postmodernismo llamado “dialógico” sueña en un paroxismo inflacionista de circulación opulenta y de generación y aleación multiplicadoras, a salvo del alcance de una garra política que imagina asfixiante, desoxigenante, reductiva.
Y a las que, sin embargo, para el orden es prioritario aislar en su realidad múltiple y sus luchas de reconocimiento, de integración diferencial, de “disentimiento”, por buscar “sus propios” no-lugares y puntos y aparte sociales. Cada una atada a la consecución de su Yo ideal o normativo, o a su auto-práctica, y todas de vidas transcurriendo por igual sin interseccionarse en el cruce radicalmente crítico de su Ser común de clase.

Mientras la propia decadencia capitalista alimenta la delimitación “estratégico-adaptativa” de prácticas, y de planteamientos y comportamientos subjetivos dentro de unos u otros ámbitos mismos de socialidad no-instrumental, el poder vive de una tendencia social a la huída hacia adelante en búsqueda desesperada de un estado paradisíaco de la diferenciación –Mito salvífico de la diferencia en cuyo calor y amparo el grupo social podría descansar intocado por el desastre y la precariedad existencial generalizados-; porque el Mito de la salida, de la salvación, de la escapada, de la micro-construcción de “comunidad” que rehace “la vida” en el subterfugio, es una portentosa ideología de desgaste del propio grupo, de consumo de sus energías y en fin una apología indirecta de un capitalismo que así reaparece ilusoriamente como si fuera un sistema que pese a todo no es totalitario; que pese a todo dejaría vivir sin afectar necesariamente la Totalidad de lo social y consumir en última instancia todo rasgo de vida aflorada que se plantee su preservación en blindaje. Es por eso que todo planteamiento de “micro-alternativa”, si no se deshace, con el propio aprendizaje práctico y político, de esos postulados de partida y avanza hacia la unidad de acción superando las delimitaciones de capa, origen, desempleo, generación, condición de “sin techo”… en cuanto a la perspectiva enmarcadora y rectora de la práctica (aunque conservando en cada caso las luchas en torno a aquello que selectivamente las afecta a una u otra), acaba tarde o temprano rompiendo con una armonía que no resiste las condiciones económicas generales que llevan a la tensión, y ante cuya fuerza acaba cediendo el dique de la ideología. El “buen rollo” acaba por transformarse en pantomima, los referentes de proyecto se disuelven cediendo paso a prioridades más inmediatas y que los sujetos viven como “de resolución individual” acuciante, y de esto, la clase dominante sabe: de que la “entropía negativa” es cuestión de tiempo allí donde creyeron que podían alzarse por encima del “sálvese quien pueda” que impera en la sociedad capitalista, sin destruir sus bases generales de funcionamiento y sencillamente coexistiendo con él pero “en el piso de al lado”. Por eso deja hacer mientras con sus profesionales a sueldo se dedica a saber de demandas y de potencialidades, preventivamente a desbordes. Y es que, en definitiva, ese proceso, aparentemente corrupto en su transcurso mismo –corrupción que viene a ser lamentada, en su momento de explicitud, por todo el arco de analistas e intérpretes que no ven más que hechos, sean hechos “objetivos” o los “subjetivos” tan al gusto de los postmodernos-, en realidad es un proceso cuyo sentido ha permanecido invariante, y no ha hecho más que revelar su latencia con lo que es su práctica social. La inversión manifiesta será atribuída a factores psicológicos, psicosociales o Morales nihilistas (“El ser humano no tiene arreglo”, y discursos por el estilo), pero el hecho de que el desenlace presenta una regularidad de ocurrencia en un mismo marco de realidad material, nos hace pensar en la noción durkheimiana de Hecho social15.


















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