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Los Qom, muertos de futuro y sed
Por Silvana Melo - Friday, Feb. 25, 2011 at 7:12 PM

21/02/11 (APe).- Cuando Tanqui se robó el fuego para repartirlo a los suyos creyó que las llamas arderían eternas.

Como el Prometeo griego, el Tanqui de los tobas les arrebató una chispa a los poderosos para iluminar el camino de los mariscadores, para encender las ramas secas del invierno, para cocer la carne que alimenta el cuerpo y pone el alma en alerta para defender la comunidad. Es decir, lo que sostienen ab-origine en común. Desde el principio de todos los tiempos: la tierra, el aire por donde surcan los pájaros, la lengua de sus dioses. Pasado y futuro en un piso de historia construido por todas las sangres cosidas a tientos, a piel de los muertos de 500 años.

Como a Prometeo, a Tanqui no se le perdonó el fuego raptado. La maldición de los poderosos suele caer como lluvia igualadora y persistente en los tiempos sobre la comunidad de las cabezas. El despojo de todo, el acorralamiento en los rincones cada vez más mínimos del bosque, el desmonte brutal que les arrancó el alimento del árbol y el bicho que se caza y se come -todos se fueron, huyendo de la topadora y algunos no volvieron jamás, ya no existen-, los palos para quitarles la tierra pequeña que les queda y que no se puede talar ni unisembrar porque están ellos ocupándola con esas flacas vidas, el exterminio a través del hambre, los niños asesinados por la ausencia de alimentos, el agua podrida, el médico que no viene, el funcionario que no comprende la lengua, el gobernador que les manda la policía y el plomo o los abandona a la muerte del corazón seco sin agua ni pan, allá ellos con su cultura.

Cinco siglos se pasaron cortándoles las piernas, la historia y las raíces. De a millones se cuentan los muertos que dieron de comer a las palmeras y a los montes intratables. Nadie penetraba en la selva verdinegra como ellos.

Si al fin y al cabo era de su sangre. Nadie como ellos se entendió con los carpinchos y los aguará guazús que se dejaron cazar y comer porque sus huesos se mezclaron en el barro de la tierra conquistada.

Los tuyuyú cuarteleros que todavía les sobrevuelan el cielo, aunque sea minúsculo ya, tienen como ellos la memoria genética de la masacre de octubre de 1947. Donde medio millar de pilagás fueron ametrallados por la gendarmería en Rincón Bomba. Era también en Formosa. No gobernaba el Gildo pero está claro que Tanqui quiso robar el mismo fuego y así reaccionan los ladrones universales. Desde Pizarro que la punta de la Argentina no veía tanto muerto toba. Tanto crimen por reclamar lo propio, paradoja loca del despojo. La tierra es nuestra desde que apareció. Desde que K´ ata la desplegó como alfombra a nuestros pies, desde siempre y para siempre.

El 23 de noviembre la policía de Gildo, los brazos armados del Gobernador, los Payak de Insfran, los que como Payak sorben la sangre de los enfermos hasta matarlos -lo hacen con las balas como en Formosa, en Salta con el hambre como cuestión cultural- atacaron a sangre y a fuego a la comunidad La Primavera, dejaron morados y quebrados los cuerpos famélicos de los qom, quemaron sus chozas, su par de frazadas y sus zapatillas de soga, los amontonaron en celdas, les quitaron el agua, los mataron de cuerpo y de alma.

Gildo está en su trono como si nada. Los qom cortaron la ruta, silbaron al cielo y pusieron tres trapos en un hatillo para venirse a la capital. Que es donde atiende Dios y el Poder, en la Oficina de Despojos. Se armaron una carpita en la 9 de Julio, aturdidos por el ruido y el pavimento y la gente y hace tres meses que el Poder no los ve. No los siente. No los recibe. No existen. No son. Sólo fantasmas de hambre que se mueren desnutridos en Formosa, en Chaco, en Misiones, en Salta. Como wichis, como tobas, como qom. Es lo mismo para el Gran Escritorio del Saqueo.

Los diezma el chagas, la tuberculosis, el veneno de los agrotóxicos que protegen la soja y les desgarra los pulmones. Porque se los rocían sin verlos. Porque no existen.
Les matan a sus niños igual que a moscas. De hambre inexplicable. Para que no puedan reverdecer. Para que no retoñen. Que se vuelvan viejos. Acostillados. Famélicos. Muertos de futuro y de sed.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos anduvo preguntándole al Estado argentino cuáles son las medidas que adoptó para proteger a los integrantes de la comunidad del pueblo Toba en Formosa. Después del desalojo de la ruta 86, de la muerte y del saqueo de sus casas por parte de la policía de Insfran, la CIDH fue convocada por la Defensoría General de la Nación y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). La respuesta a la pregunta parece clara. Las medidas no son. El Estado es ciego, sordo, mudo. Los tobas qom son invisibles. No existen. Están muertos –como lo planeó la historia de los siglos- de futuro y de sed.

Las cabezas del poder, los que andan con las orejas sordas y el alma sin sensores, tienen premio. El bello gobernador de Salta es intocable. El Gildo tiene la piel de acero porque es aliado. El Clos de nombre francés que gobierna Misiones -con casi 300 niños muertos por hambre y mil al borde- está en las fiestas de privilegio y será otra vez candidato. Los wichis, los tobas qom, la negritud cachorra, no están en ninguna agenda. No los ve el Poder ni los que aspiran a ejercerlo. Ni los que gobiernan ni los opositores. Todos indiferentes y en disputa por retazos de ese poderío. Por si la CIDH vuelve a averiguar: los tobas qom no existen. Para nadie. Son invisibles. Están muertos de futuro y de sed.

Si no que les pregunten a los aguará guazús. A los pichis. A los carpinchos. Que ya no tienen monte. Que ya no corren de los que vienen a mariscar. Que se consumen en los plantíos sin sombra. Con el único paraguas del tuyuyú que pasa de vez en cuando. Muy de vez en cuando.

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