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La decadencia total de EEUU en un mundo nuevo
Por Tom Engelhardt * / TomDispatch.com - Sunday, Feb. 27, 2011 at 6:45 AM

Guerras, vampiros, niños calcinados y desequilibrios disparatados

Este es un momento global como no recuerdo ningún otro aunque los haya habido en la historia. Sí, pueden hacerse comparaciones con la oleada de poder popular que barrió Europa Oriental cuando la Unión Soviética se vino abajo entre 1989 y 1991. Para los que tienen recuerdos más antiguos, quizá les venga a la mente 1968, ese momento abortado cuando en EEUU, Francia, Alemania, Japón, México, Brasil y algunos lugares más, incluida Europa Oriental, masas de gentes misteriosamente inspiradas las unas en las otras tomaron las calles de las ciudades del planeta para proclamar que el cambio estaba en camino.

Quienes están buscando en los libros de historia, quizá se detengan en el año 1848 cuando, en una época en la que también se mezclaban las tinieblas económicas con los nuevos medios de difusión de noticias, los vientos de la libertad parecieron barrer brevemente Europa. Y, desde luego, si siguen cayendo más regímenes y el torbellino se profundiza aún más, siempre nos queda por considerar 1776, la Revolución de EEUU, o 1789, la Revolución Francesa. Ambas sacudieron el mundo a lo largo de bastantes décadas.

Pero la verdad es que hay que esforzarse mucho para poder encajar el momento actual en Oriente Medio en algún paradigma anterior, incluso aunque –desde Wisconsin a China- esté ya amenazando con sobrepasar el mundo árabe y extenderse como una fiebre por todo el planeta. No recuerdo nunca que tantos gobernantes injustos, o sencillamente despreciables, se hayan puesto tan nerviosos –o, posiblemente, se hayan sentido tan indefensos (a pesar de estar armados hasta los dientes)- en presencia de una humanidad desarmada. Y sólo eso es ya motivo de esperanza y de alegría.

Incluso ahora, aún sin entender qué es a lo que nos enfrentamos, es una gran fuente de inspiración observar cómo cantidades asombrosas de seres humanos, muchos de ellos jóvenes e insatisfechos, toman las calles en Marruecos, Mauritania, Djibuti, Omán, Argelia, Jordania, Iraq, Irán, Sudán, Yemen y Libia, por no mencionar Bahrein, Túnez y Egipto. Ver cómo se enfrentan a las fuerzas de seguridad que utilizan porras, gases lacrimógenos, balas de caucho y, en demasiados casos, balas de verdad (en Libia, incluso helicópteros y aviones) y cómo van haciéndose cada vez más fuertes es poco menos que increíble. Ver a los árabes exigiendo algo que estábamos convencidos era un derecho de nacimiento y propiedad de Occidente, en particular de EEUU, pone la carne de gallina a cualquiera.

La naturaleza de este fenómeno que potencialmente sacude al mundo sigue siendo desconocido y, probablemente, en el momento actual, incognoscible. ¿Están a punto de estallar por doquier la libertad y la democracia? Y si es así, ¿qué implicará ese cambio? ¿Qué bombilla es ésa que se ha encendido inesperadamente en millones de cerebros con ayuda de Facebook y Twitter? ¿Por qué ahora? Dudo que quienes estén protestando, y en algunos casos muriendo, lo sepan ellos mismos. Y eso son buenas noticias. Que el futuro siga siendo –siempre- la tierra de lo desconocido debería inundarnos de esperanza, especialmente porque ésa es la cruz de las elites gobernantes que quieren, pero no pueden, apropiarse de él.

Sin embargo, debería esperarse que una elite gobernante, al observar los desarrollos que sacuden el planeta, pudiera volver replantearse su situación, al igual que deberíamos hacer todos nosotros. Después de todo, si la humanidad puede alzarse de repente de esta forma frente al poder armado de un estado tras otro, entonces, ¿hasta dónde podemos realmente llegar en este planeta nuestro?

Al ver cómo esas escenas se repiten constantemente, ¿quién no volvería a replantearse los conceptos más básicos? ¿Quién no sentiría la necesidad de reinventar nuestro mundo?

Permítanme ofrecer como candidato no a los diversos y variopintos regímenes desesperados o moribundos del Oriente Medio, sino a Washington.

La vida en la caja de resonancia

Ha quedado claro ya que gran parte de lo que Washington ha imaginado todos estos últimos años no eran sino estupideces, incluso antes de que el momento presente arramblara con todo. Sólo tienen que coger alguna vieja frase de los años de Bush. Esa de “¿Estáis con nosotros o contra nosotros?” Lo que resulta impactante es lo poco que eso significa ya. Al rememorar las suposiciones desesperadamente equivocadas de Washington sobre cómo funciona nuestro planeta, este parece ser el momento perfecto para mostrar un poco de humildad frente a lo que nadie podría haber predicho.

Sería también un buen momento para que Washington -que, desde el 12 de septiembre de 2001, no capta ni media de los desarrollos reales del planeta y en diversas ocasiones ha calculado mal la naturaleza del poder global- diera un paso atrás y volviera a considerar las cosas.

Pues resulta que no vemos prueba alguna de que así se apreste a hacerlo. En realidad, eso está más allá de las actuales posibilidades de Washington, sin que importe cuantos miles de millones de dólares derrame en “inteligencia”. Y, por “Washington”, no sólo quiero referirme a la administración Obama, o al Pentágono, o a nuestros comandantes del ejército, o a la inmensa burocracia de la inteligencia, sino a todos esos expertos y habitantes de los think tanks que pululan por la capital y a los medios de comunicación que nos informan de lo que a ellos se les ocurre contarnos. Es como si el elenco de personajes que componen “Washington” viviera ahora en algún tipo de cámara de resonancia en la que sólo son capaces de escucharse a sí mismos.

Como consecuencia, Washington parece aún notablemente determinado a esperar a ver qué pasa en una era que quedará rápidamente incorporada a los libros de historia. Aunque muchos se han dado cuenta de la desventurada lucha de la administración Obama para ponerse al día de lo que acontece en Oriente mientras sigue aferrada a un círculo familiar de nefastos autócratas y jeques del petróleo, permítanme que ilustre enteramente este punto en otra zona: la guerra, en gran parte olvidada, en Afganistán. Después de todo, esa guerra, que casi pasa desapercibida y enterrada bajo las noticias que durante veinticuatro horas siete días a la semana nos llegan de Egipto, Bahrein, Libia y otros lugares del Oriente Medio, prosigue su curso destructivo y costoso sin un parpadeo.

Cinco pruebas del mal oído de Washington

Vds. pueden pensar que mientras franjas inmensas del Gran Oriente Medio están en llamas, alguien en Washington debería echar un vistazo a nuestra Guerra en AF/Pak y preguntarse, sencillamente, si ya no tendrá mucho sentido. Pues no tenemos suerte, como indican los siguientes cinco diminutos aunque elocuentes ejemplos que captaron mi atención. Considérenlos como una prueba del buen funcionamiento de la cámara de resonancia estadounidense y una muestra de la forma en la que Washington está demostrando ser incapaz de volver a considerar su guerra más larga, más inútil y más estrambótica.

Empecemos con un reciente editorial del New York Times: “The ‘Long War’ May Be Getting Shorter” [Es posible que la ‘Larga Guerra’ se acorte]. Se publicó el pasado martes mientras Libia traspasaba “las puertas del infierno”, se trataba de un relato optimista acerca de las operaciones de contrainsurgencia en el sur de Afganistán lanzadas por el comandante de la guerra afgana, el General David Petraeus. Sus autores son Nathaniel Fick y John Nagl, miembros de la cada vez más militarizada intelligentsia de Washington, que dirigen conjuntamente el Center for a New American Security en Washington. Nagl formó parte del equipo que escribió en 2006 el manual revisado de contrainsurgencia del ejército al que Petraeus dio tanto crédito, convirtiéndose en asesor del general para Iraq. Fick, un ex oficial de la Marina que dirigió tropas en Afganistán e Iraq, y que después fue instructor de civiles en la Academia de Contrainsurgencia de Afganistán en Kabul, realizó recientemente una visita de primera mano al país (desconocemos bajo qué auspicios).
Los dos son los típicos expertos, entre otros muchos, en temas bélicos de Washington que tienden a desarrollar relaciones incestuosas con el ejército, y también están pluriempleados como facilitadores o animadores de nuestros comandantes de guerra, y es a ellos ante quienes siguen acudiendo los medios de comunicación en búsqueda de fuentes de información.

En otra clase de sociedad, su editorial se habría considerado sencillamente un panfleto propagandístico. Este es el párrafo más sustancioso:

“Es difícil decir cuándo se produce un momento de cambio en una campaña de contrainsurgencia, pero cada vez hay más evidencias de que Afganistán se mueve en una dirección más positiva de lo que muchos analistas piensan. Ahora parece mucho más probable que el país pueda conseguir el nivel modesto de estabilidad y confianza en sí mismo necesarios para permitir que EEUU reduzca responsablemente sus fuerzas de 100.000 a 25.000 soldados a lo largo de los próximos cuatro años.”

Este es un ejemplo clásico de cómo Washington mueve los postes de la portería. Lo que realmente están anunciando nuestros dos expertos es que, incluso si todo fuera bien en nuestra Guerra afgana, el año de 2014 no será la fecha final. Ni por asomo.

Por supuesto que esta es una posición que Petraeus ha apoyado. Cuatro años a partir de ahora para que nuestros planes de “retirada”, según Nagl y Fick, dejen aún 25.000 soldados en el lugar. Si su artículo persiguiera decir la verdad o la exactitud, debería haberse titulado: “The ‘Long War’ Grows Longer” [La ‘Larga Guerra’ se alarga aún más].

Mientras Oriente Medio estalla y EEUU se hunde en un “debate” presupuestario significativamente propulsado por nuestras escandalosamente caras e inacabables guerras, estos dos expertos proponen de forma explícita que el General Petraeus y sus sucesores sigan combatiendo en Afganistán a un coste de más de 100.000 millones de dólares al año durante un tiempo ilimitado, como si en el mundo no estuviera cambiando nada. Esto parece ya la definición del colmo de la inconsciencia y un día, indudablemente, nos parecerá algo delirante, pero lo único que sucede es que Washington se enfrenta a un nuevo mundo con la típica mentalidad de siempre.

O bien consideren dos sorprendentes observaciones que el mismo General Petraeus hizo en ese paréntesis de nuestro nuevo momento histórico. En una reunión informativa ofrecida en la mañana del 19 de enero, según el periodista del New York Times Rod Nordland, el General se mostraba exultante, incluso triunfalista acerca de su guerra. Fue pocos días antes de que los primeros manifestantes egipcios tomaran las calles, y sólo días después de que autócrata tunecino Zine Ben Ali se hubiera enfrentado al poder conseguido por los pacíficos manifestantes y huyera de su país. Y aquí está lo que Petraeus dijo de forma tan exuberante a su equipo: “Tenemos cogido ya al enemigo por la yugular, y no vamos a dejar que escape”.
Es verdad que el general había estado durante meses no sólo enviando hacia el sur a las nuevas tropas estadounidenses, sino aumentando también el uso del poder aéreo, incrementando los ataques nocturnos de las Operaciones Especiales y, en general, intensificando la guerra en el territorio-hogar de los talibanes. Sin embargo, en el mejor de los casos, su imagen no era precisamente exultante. Obviamente, evocaba la idea de un depredador hundiendo sus dientes en la garganta de su presa, pero, seguramente, en algún lugar del inconsciente militar acechaba una imagen cultural popular estadounidense más clásica: la del hombre-lobo o vampiro. Es evidente que la idea que el general tiene del futuro estadounidense implica un extendido festín sangriento en la versión afgana de Transilvania y, al igual que Nagl y Fick, planea claramente clavar esos dientes en esa yugular durante un tiempo muy, muy largo.

Un mes más tarde, el 19 de febrero, justo cuando desataba todo un infierno en Bahrein y Libia, el general visitaba el palacio presidencial afgano en Kabul y, despreciando las reclamaciones afganas de que los últimos ataques aéreos estadounidenses en el noreste del país habían asesinado a decenas de civiles, incluidos niños, hizo un comentario que dejó estupefactos a los ayudantes del Presidente Hamid Karzai. No tenemos tal comentario al pie de la letra, pero el Washington Post informa que, según los “participantes”, Petraeus sugirió que “los afganos atrapados en un ataque de la coalición al noroeste de Afganistán podían haber quemado a sus propios niños para exagerar las reclamaciones por las víctimas civiles”.

Un afgano presente en la reunión comentó: “Me quedé pasmado al escuchar eso. La cabeza me daba vueltas. Era alucinante. ¿Qué padre haría eso a sus niños? Era realmente asqueroso escucharle decir eso”.

En la cámara de resonancia estadounidense, los comentarios del general pueden sonar, si no razonables, sí comprensiblemente exuberantes y categóricos: ¡Tenemos al enemigo cogido por la yugular! Nosotros no causamos víctimas afganas; ¡se lo hacen ellos mismos! En otras partes, seguramente aparecerían como obtusamente faltos de sentido musical o simplemente vampíricos, prueba de que quienes están dentro de la caja de resonancia no tienen ni idea de lo que parecen en un mundo en transformación.

Ahora, vayamos a través de la mal definida frontera afgano-pakistaní hacia otro escenario de la estupidez estadounidense. El 15 de febrero, sólo cuatro días después del derrocamiento de Hosni Mubarak como presidente de Egipto, Barack Obama decidió abordar un problema que cada vez se complica más en Pakistán. Raymond Davis, un antiguo soldado de las Fuerzas Especiales de EEUU armado con una pistola semiautomática Glock, cuando iba solo en un vehículo cruzando una barriada pobre de la segunda mayor ciudad de Pakistán, Lahore, disparó y mató a dos pakistaníes que, según afirmó, le habían amenazado a punta de pistola. (Resultó evidente que a uno le habían disparado por la espalda.)
Al parecer, Davis salió del vehículo disparando su pistola, después fotografió los cadáveres y pidió refuerzos. El vehículo que acudía hacia allí, a una velocidad exagerada y saltándose las normas de tráfico, atropelló a un motociclista, matándole antes de huir. (Posteriormente, la esposa de uno de los pakistaníes a los que Davis asesinó se suicidó ingiriendo matarratas.)

El policía pakistaní detuvo a Davis con un cargamento extraño. Nadie debería sorprenderse de que todas esas circunstancias no le granjearan precisamente las simpatías de una población ya alienada de sus supuestos aliados estadounidenses. De hecho, hubo una explosión de furor popular mientras los pakistaníes reaccionaban a lo que parecía ser la definición de la impunidad imperial, especialmente cuando el gobierno de EEUU, al afirmar que Davis era un “funcionario técnico y administrativo” agregado a su consulado en Lahore, exigió que se le liberara sobre la base de la inmunidad diplomática y empezó a presionar con prontitud a un gobierno ya débil e impopular con la pérdida de ayuda y apoyo.

El Senador Kerry realizó una visita apresurada, se hicieron llamamientos y por los pasillos del Congreso se oyeron una serie de amenazas de cortarle los fondos estadounidenses a ese país. A pesar de lo que ocurría en otros lugares y en un tumultuoso Pakistán, las autoridades estadounidenses no acertaban a imaginar que esos pobres pakistaníes que tanto les deben no fueran a doblegarse.

El 15 de febrero, con Oriente Medio en llamas, el Presidente Obama intervino, sin duda para estropear aún más las cosas: “Con respecto al Sr. Davis, nuestro diplomático en Pakistán”, dijo, “hemos llegado a un principio muy simple, que cualquier país del mundo que sea parte de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas ha mantenido siempre en el pasado, y debería defender en el futuro, que si nuestros diplomáticos están en otro país, no están sujetos a ningún procesamiento local en tal país”.

Los pakistaníes se negaron a ceder ante ese “tan simple principio” y no mucho después, el británico Guardian identificaba a “nuestro diplomático en Pakistán” como un antiguo empleado de Blackwater y actual empleado de la CIA. Estaba implicado, como informaba la publicación, en la guerra secreta de la Agencia en Pakistán. Esa guerra, especialmente los tan cacareados y costosos ataques “secretos” de los aviones no tripulados en las zonas fronterizas tribales pakistaníes, cuyos resultados Washington valora excesivamente, continúa generando unas consecuencias que los estadounidenses prefieren no entender.

Desde luego que el presidente sabía que Davis era un agente de la CIA, incluso cuando le llamó “nuestro diplomático”. Como era de esperar, el New York Times y otras publicaciones dijeron lo mismo, absteniéndose de escribir acerca de su puesto real a petición de la administración Obama, incluso cuando continuaron informando (evasivamente cuando no faltando sencillamente a la verdad) sobre el caso.

Teniendo en cuenta lo que está aconteciendo en la región, esto no representa precisamente una forma razonable de hacer política ni tampoco un periodismo razonable. Si sucediera que el difunto Chalmers Johnson, que introdujo en nuestro lenguaje de cada día la palabra “represalia”, estuviera observando desde algún nicho en el cielo la política estadounidense, tiene que sentirse lúgubremente divertido por la forma estúpida de hacer política de nuestras altas autoridades en su despreocupado intento de continuar arrasando a los pakistaníes.

Mientras tanto, el 18 de febrero, de nuevo en Afganistán, el Departamento del Tesoro de EEUU impuso sanciones a una de las “mayores casas de cambio de moneda” de ese país, acusándola de “haber utilizado miles de millones de dólares en transferencias dentro y fuera del país para ayudar a ocultar las recaudaciones procedentes de las ilegales ventas de drogas”.
Aquí va la forma en que Ginger Thompson y Alissa J. Rubin, del New York Times, contextualizaron ese hecho: “La medida es parte de un delicado acto de equilibrio de la administración Obama para acabar con la corrupción, que llega hasta los niveles más altos del gobierno afgano, sin que descarrilen los esfuerzos de contrainsurgencia que dependen de la cooperación del Sr. Karzai”.

En un mundo en el que la palabra de Washington se propaga cada vez con menos autoridad, la respuesta a esta descripción estilo cámara de resonancia, y especialmente su imagen central –“un acto delicado de equilibrio”- sería: No, no es así, ni mucho menos.

En relación con un país que es el principal narco-estado del planeta, ¿qué es lo que podría ser realmente “delicado”? Si Vds. querían describir el extraño galimatías de la relación de la administración Obama con el presidente Karzai y su gente, habría que echar mano de palabras como “retorcida”, “confusa” e “hipócrita”. Si prevaleciera el realismo, la frase más apropiada sería “desatinado desequilibrio”.

Finalmente, el periodista Dexter Filkins escribió hace poco un artículo sorprendente: “The Afghan Bank Heist” [El atraco del banco afgano], en la revista New Yorker, acerca de los chanchullos que pusieron al Banco Kabul, una de las altas instituciones financieras de Afganistán, al borde del colapso. Mientras se dedicaba a financiar a Hamid Karzai y a sus compinches deslizándoles asombrosas sumas de dinero en efectivo, los directivos del banco se escapaban con los depósitos de sus clientes. (Piensen en el Banco Kabul como el Bernie Madoff institucional de Afganistán). En su artículo, Filkins cita a un anónimo funcionario estadounidense que describió de esta forma los deshonestos tejemanejes que observó: “Si esto fuera EEUU, estarían ya arrestadas al menos cincuenta personas”.
Consideren esa línea como una versión de la cámara de resonancia de un monólogo cómico, así como un recordatorio de que sólo los perros locos y los estadounidenses pueden quedarse en la sombra afgana. Como muchos de los estadounidenses que están ahora en Afganistán, hay que traer a ese pobre diplomático a casa, y pronto. Ha perdido el contacto con la naturaleza cambiante de su propio país. Mientras proclamamos nuestro deber de llevar “la construcción de la nación” y “la buena gobernanza” a los ignorantes afganos, en casa, los EEUU se están derrumbando, a la democracia se la llevó el viento, los oligarcas se han ido de campo, el Tribunal Supremo ha asegurado que la afluencia masiva de dinero será lo que determine cualquier futura elección, y los mayores estafadores han conseguido, cuando se lo han propuesto, que los tribunales les libren de la cárcel. En realidad, el fraude del Banco Kabul –un gran problema en una sociedad enormemente depauperada- es un espectáculo de feria de importancia menor si se compara con lo que los bancos, agentes de valores, compañías de seguros e hipotecarias estadounidenses, y otras instituciones financieras hicieron a través de sus “esquemas Ponzi de titularización” cuando, en 2008, llevaron a la debacle a EEUU y a la la economías global.

Y ninguno de los individuos responsables ha ido a prisión, sólo algún intrigante tipo Ponzi a la antigua como Madoff. A ninguno se le ha sometido siquiera a juicio.

Justo el otro día, los fiscales federales soltaron a uno de los posibles últimos casos de la debacle de 2008. Angelo R. Mozilo, el ex presidente de Countrywide Financial Corp., en otro tiempo la compañía hipotecaria más importante de la nación, tuvo que enfrentar una demanda civil acerca de sus “irregulares ganancias” obtenidas en la debacle hipotecaria de las subprime por valor de 67,7 millones de dólares, pero, al igual que en el caso de sus colegas, no se va a presentar ninguna acusación penal.

Nosotros no somos los buenos

Imagínense esto: por primera vez en la historia, un movimiento de árabes está inspirando a los estadounidenses en Wisconsin y posiblemente en más lugares. En este preciso momento, es decir, hay algo nuevo bajo el sol y no lo hemos inventado nosotros. No es nuestro. Ni siquiera somos –recuperen el aliento aquí- los buenos. Los buenos eran los que pedían libertad y democracia por las calles de las ciudades del Oriente Medio mientras EEUU perpetraba otro de esos desatinados desequilibrios a favor de los matones a los que tanto tiempo llevamos apoyando en el Oriente Medio.

Se va a remodelar ahora la historia en modo tal que los anteriores importantes acontecimientos de los últimos años del empequeñecido siglo estadounidense –la Guerra de Vietnam, el fin de la Guerra Fría, incluso el 11/S- pueden quedarse eclipsados por este nuevo momento. Y sin embargo, en el interior de la cámara de resonancia de Washington apenas se van alumbrando nuevos pensamientos acerca de esos desarrollos. Mientras tanto, nuestro atribulado, confundido y perturbado país, con su vieja y desintegradora infraestructura, es cada vez menos un modelo a seguir para nadie en parte alguna (aunque de nuevo aquí no se enteren de nada).

Ajeno a los acontecimientos, Washington intenta claramente seguir con sus perpetuas guerras y aprovisionar sus perpetuas bases, creando aún más represalias y desestabilización en más lugares, hasta que se lo coman vivo. Esta es la definición de la total decadencia de EEUU en un mundo inesperadamente nuevo. Sí, puede que tenga puestos los dientes en las yugulares, pero queda abierto a la especulación de quién son los dientes y de quién son las yugulares, piense lo que quiera el General Petraeus.

Mientras el sol asoma por el horizonte del mundo árabe, la oscuridad se cierne sobre EEUU. En la penumbra, Washington juega a las cartas tratando de hacerse trampas a sí mismo a la vez que el resto de los jugadores va levantándose de la mesa. Mientras tanto, en algún lugar de la tierra de allá afuera se escuchan débiles aullidos. Es la hora de comer y el olor de la sangre está en el aire. ¡Tengan cuidado!

* Tom Engelhardt, es co-fundador del American Empire Project, dirige el Nation Institute’s TomDispatch.com. Es autor de “The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una novela: “The Last Days of Publishing”. Su último libro publicado es: “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books).

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175359/tomgram%3A_engelhardt%2C_washington%27s_echo_chamber/#more

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