Imagen: Latuff

A poco de empezar, la ofensiva recibió numerosas críticas, entre ellas de parte de la Liga Árabe, cuyo apoyo había sido crucial para la aprobación de la resolución. Amro Musa, secretario general de la Liga, se dijo sorprendido por la intensidad de los bombardeos. “Lo que está ocurriendo en Libia es muy distinto a la misión de imponer una zona de exclusión aérea, y lo que queremos es la  protección de civiles, no que se bombardee a más” manifestó Musa en declaraciones a la agencia egipcia MENA.

Gobiernos latinoamericanos como Venezuela, Uruguay, Paraguay, Cuba, Nicaragua y Bolivia, y la Unión Africana han rechazado fuertemente la intervención militar; en tanto que en Asia y Europa fueron China, Rusia y Alemania quienes han marcado las más importantes diferencias. El presidente chileno Sebastián Piñera, en cambio, apoyó los ataques. En nuestro país, el ministro argentino de Relaciones Exteriores Héctor Timerman consideró que “no se habían agotado los medios diplomáticos disponibles”. Brasil, por su parte y pocas horas después de que el presidente estadounidense la abandonara, reclamó el cese del fuego de los potencias y del gobierno libio.

En tanto, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, reconoció en parte los intereses que su gobierno tiene en el conflicto, al declarar que busca "sacar a Gadafi del poder". 

En Estados Unidos también se han escuchado voces divergentes. Desde el interior del oficialismo, el diputado Michael Honda, del Partido Demócrata, resaltó que las grandes reservas de petróleo de Libia eran la verdadera razón tras la ofensiva y no la defensa de los derechos humanos, y criticó al Presidente por saltarse la aprobación del Congreso.

Al propio interior de la coalición atacante, las diferencias de intereses y criterios han trascendido públicamente en las últimas horas. Parte no menor de la discusión pasa por el rol que jugará la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Manipulación mediática

Las grandes corporaciones mediáticas, siempre benevolentes con las potencias occidentales, sus intereses y sus valores, han jugado un papel clave en construir un relato donde se demonizó a Gadafi -no sin que el mismo les brindara ayuda en esta tarea- y se beatificó a sus opositores, planteando un escenario bipolar de buenos y malos, sencillo, fílmico y ficticio. Pero la realidad es siempre un poco más compleja que los guiones de Hollywood.

Francisco Veiga, de Eurasian Hub/Rebelión, lo relata así: “Todo esto de la intervención militar en Libia se está perfilando como algo menos auténtico que un euro de madera. De un lado tenemos ese lenguaje artificioso que habla de proteger a la  población civil libia de Gadafi, cuando de hecho allí hay dos bandos armados y lo que persigue la acción extranjera es apoyar a uno para que pierda el otro, y caiga el régimen”.

Agrega que “este dramático viraje tiene lugar al mismo tiempo en que se constata que la apuesta por la energía nuclear en  tiempos de crisis ha quedado ampliamente cuestionada con la catástrofe de la central japonesa de Fuksuhima. Por si no quedaba clara la intención de echar mano al petróleo y gas libios, o evitar que Gadafi se lo venda en exclusiva a chinos e indios, ahí queda la abstención de las potencias emergentes en el Consejo de Seguridad, en contra del ataque”.

Además de los intereses energéticos, Juan Gelman señala otro gran negocio de la guerra: las armas. “El complejo militar-industrial estadounidense es un gobierno aparte y el mandatario estadounidense ha decidido ser su presidente. No se trata sólo de continuar guerras, preparar otras, crear constantemente armamento más avanzado para reemplazar al “viejo”: Obama es su gran vendedor”.

Por su parte, el profesor universitario Hugo Kofman, de Santa Fe, recuerda que "ningún periodista internacional pudo comprobar los supuestos bombardeos de la aviación del gobierno Libio a la población civil, pero eso, al igual que las supuestas “armas de destrucción masiva” en Irak, se utilizó como excusa para un brutal ataque misilístico y aéreo a ese país. Todo en nombre de la Democracia y los Derechos Humanos. Los que no se tienen en cuenta en Arabia Saudita, Qatar, Paquistán y  otros aliados del Imperio con regímenes tan o más autocráticos que el de Libia".

No se trata de que Gadafi sea particularmente peor que otros gobernantes de la región, se trata de los intereses en juego. Otros pueblos árabes sufren represión y violencia sin que a los gobiernos ni corporaciones mediáticas occidentales se les  mueva un pelo.

“La extraordinaria experiencia de movilización democrática de Bahrein ha sido ahogada en sangre con la intervención de las fuerzas armadas saudíes” narra un ciudadano de ese lugar, y detalla “ahora tenemos en Bahrein una ocupación militar con tanques en las calles. Tenemos las fuerzas especiales que cada noche rastrillan con métodos nazis pueblos y barrios, entrando en las casas y secuestrando a opositores, la suerte de los cuales nos es ignota”.

En Palestina, en enero del 2009, durante tres semanas el gobierno israelí masacró a la población de Gaza, con más de 1300 muertos, entre ellos 500 menores. Al decretarse el alto el fuego, se describía así a las fuerzas israelíes “con sus F16, sus misiles inteligentes, sus tanques y baterías de última generación, sus helicópteros Apache, sus bombas de racimo y su fósforo blanco para despellejar pieles palestinas. No fueron parados ni condenados por nadie: Ni por las potencias, ni por los gobiernos (salvo Cuba, Venezuela y Bolivia), ni por la "opinión pública mundial", se cansaron de matar en soledad”.

Hace días, Counterpunch publicó una lista de casi 1.500 niños palestinos asesinados por los ataques de Israel.

En tanto que Afganistán e Irak, vale recordar, sufren el yugo de prolongadas ocupaciones militares que han destruido sus estados, saqueado sus riquezas y asesinado a decenas de miles de personas.

Las corporaciones mediáticas, que en cualquier artículo publicado estos días denominan a Gadafi como “sanguinario”, “desquiciado”, “paranoico”, “dictador” y “autócrata”, por citar algunos adjetivos de uso más regular, no dedican los mismos calificativos ni a los presidentes de las potencias ocupantes, ni a los dictadores de la región que les son útiles, sin importar cuánto masacren a sus propios pueblos.

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