La clase trabajadora a diez años de la rebelión popular
Por Aldo Casas - Herramienta -
Thursday, Mar. 31, 2011 at 3:30 AM
Casas, Aldo. Antropólogo, Universidad de Buenos Aires. Miembro del consejo
de redacción de la revista Herramienta y de la Asociación Antonio Gramsci de
la Argentina. Colaborador de revistas extranjeras como Carré rouge, A’lèncontre,
Margem Esquerdo y Venezuela Socialista. Integrante del Frente Popular Darío
Santillán. Entre sus trabajos publicados se encuentra la preparación de la 2ª
edición de Un siglo de luchas. Historia del movimiento obrero argentino, Buenos
Aires, Antídoto, 1988; Después del estalinismo. Los Estados burocráticos y la
revolución socialista, Buenos Aires, Antídoto, 1995; “Drogadicción”, salud y
política, en Cuadernos de Herramienta 2, Buenos Aires, 2002. Compiló y revisó
la traducción del francés de Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una
aventura crítica, de Daniel Bensaïd, Ediciones Herramienta , 2003. En los diferentes
números de Herramienta, se pueden encontrar varios de sus trabajos. Correo electrónico:
aldo@herramienta.com.ar
En el curso del presente año y con pocos meses de diferencia, habrá una
nueva elección presidencial (la tercera desde 2003) y se conmemorarán diez años
de la rebelión popular que puso fin a la presidencia de Fernando de la Rúa.
Acontecimientos tan distintos están sin embargo relacionados. Aquella irrupción
popular “destituyente” conmovió hasta las raíces del régimen y tuvo como respuesta,
tras algunas semanas de total incertidumbre, el transitorio mandato de Eduardo
Duhalde y, algunos meses después, la salida electoral que puso a Néstor Kirchner
en la Casa Rosada, iniciando una gestión que se prolonga en la de Cristina Fernández
de Kirchner.
El levantamiento no revolucionó la estructura socioeconómica del país, pero
transformó sustancialmente el panorama y las reglas del juego político, los
equilibrios internos del establishment y el comportamiento de las clases
subalternas.
Al asumir, Néstor Kirchner anunció un “proyecto nacional y popular” que, según
dicen hoy algunos “progresistas” y gran parte de los dirigentes sindicales,
viene haciendo realidad las aspiraciones de los trabajadores. La oposición patronal,
en el otro extremo, denuncia que el populismo y la permisividad gubernamental
alientan una escalada sindical contra la rentabilidad empresaria y la propiedad
privada. más allá de la retórica de unos y otros, importa examinar el conflicto
social en sus rupturas y continuidades. ¿Qué cosas han cambiado desde el punto
de vista del trabajo? ¿Cuál es el protagonismo de los asalariados? ¿Qué pasa
en/con los sindicatos?
Me aproximaré a estas cuestiones escogiendo tres núcleos problemáticos: lo
ocurrido en el momento de la rebelión popular y lo más álgido de la crisis;
el panorama que resulta de los sucesivos gobiernos kirchneristas (y el revitalizado
rol de los jerarcas sindicales); y la crisis del “modelo sindical argentino”
como el contexto de tradiciones en disputa. Son sintéticas anotaciones referidas
a una lucha de incierto desenlace. Proponen una interpretación, que es indisociable
de un compromiso práctico y una apuesta política. Esto es deliberado: considero
que el análisis contemplativo resulta, especialmente en éste terreno, inadecuado:
“Quien no pueda tomar partido, debe callar” (Benjamin, 1987: 45).
I. Diciembre de 2001 - junio de 2002...
El “Movimiento Obrero Organizado” faltó a la cita
La rebelión popular de diciembre de 2001, como generalmente ocurre con este
tipo de acontecimientos, no obedeció la convocatoria de tal o cual dirigente.
Fue detonada por una aguda crisis económico-social y desatinadas medidas gubernamentales.
Contra la insultante miseria que empujaba a saqueos multiplicados en las imágenes
televisivas, contra “el corralito”, contra el estado de sitio dictado por la
soberbia del poder, inesperadamente, una multitud salió a “cacerolear”, ganó
las calles de varias ciudades y en Buenos Aires se auto-convocó a Plaza de Mayo
para instalar, en el más simbólico espacio público, aquella exigencia que fue
una pesadilla para los de arriba: “Que se vayan todos”. El frontal repudio
a toda una clase política inoperante y corrompida y la súbita irrupción de masas
con vocación protagónica puso en evidencia que no se estaba ante una crisis
económica más, sino en el torbellino de una profunda crisis orgánica
en la cual los mecanismos que expresan y realizan la hegemonía de la clase dominante
estaban radicalmente cuestionados.
Lo espontáneo suele incluir una larga y trabajosa preparación. En este caso,
a lo largo de todo el año 2001 se habían sucedido, potenciándose mutuamente,
ominosas expresiones de la crisis económica y protestas sociales cada vez más
extendidas. A los reclamos de las organizaciones “piqueteras” que venían
gestándose desde los noventa, se sumó una escalada de huelgas, especialmente
de trabajadores públicos nacionales y provinciales. La tensión creció a punto
tal que la Huelga General Nacional convocada por las direcciones sindicales
el 13 de diciembre fue convertida por los activistas de base en un “paro activo”
con acciones de lucha callejera y los acontecimientos se hicieron vertiginosos...
Pero cuando decenas de miles pugnaban por ocupar la Plaza de Mayo y era preciso
poner el cuerpo a la criminal represión policial, la Confederación General del
Trabajo (CGT), el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) y la Central de
Trabajadores de Argentina (CTA) sacaron a sus militantes de la calle y los
mandaron a la casa. La firmeza o inteligencia política con que las cúpulas
sindicales habían acompañado la lucha popular es muy discutible, pero lo que
no admite discusión es que, en el momento decisivo de la rebelión, cuando
la represión tronchó una treintena de vidas, el “Movimiento Obrero Organizado”
faltó a la cita.
Durante los tumultuosos meses que siguieron, la CGT, el MTA e incluso la
CTA aplicaron aquel consejo que Perón había dado al vandorismo tras el
golpe militar de Onganía: desensillar hasta que aclare. Las organizaciones piqueteras
y el movimiento asambleario nacido en las jornadas de diciembre, a despecho
de contradicciones y debilidades, lucharon por sus reivindicaciones y trataron
de plantear alguna salida popular. Las burocracias sindicales, en cambio, activamente
o por omisión, acompañaron las disputas palaciegas que pusieron y sacaron presidentes
de la Casa Rosada hasta imponer a Eduardo Duhalde. Con el argumento de respetar
“el marco de las instituciones y la Constitución”, se impuso a un presidente
que nadie había votado. Lo que importaba era desmovilizar a la gente y arreglar
las cosas por arriba.
La parálisis de la dirigencia sindical cuando el régimen se hundía en el
descrédito y la clase dominante en una total confusión, ilustra la impotencia
y decadencia política a que había llegado la conducción del movimiento obrero.
Pero lo que termina de descalificarla es que aceptaron mansamente el brutal
“ajuste” antiobrero con que Duhalde salió de la “convertibilidad” vía devaluación,
lo que “significó la redistribución del ingreso desde el conjunto del pueblo
trabajador hacia los grandes capitales: en la presente década, los asalariados
se apropian cerca del 38 % de los ingresos totales. La contracara: tasas de
ganancia para el gran capital superiores 50 % a los noventa” (Féliz/López, 2010:
133).
Insisto y subrayo: la CGT –conducida entonces por Daher–, el MTA liderado
por Moyano y en menor grado la CTA, ayudaron a mantener en la pasividad
al movimiento obrero organizado en el momento mismo en que Duhalde buscaba aterrorizar
y disciplinar a la población. Sabemos que solo lo consiguió parcialmente,
porque la reacción popular tras la “Masacre del Puente Pueyrredón” del 26 de
junio llenó nuevamente de manifestantes la Plaza de Mayo, cortó masivamente
calles y puentes y acorraló a Duhalde obligándolo a anticipar el fin de su gestión
y convocar a elecciones. Pero también en aquellas jornadas de junio y julio
de 2002 los burócratas y aparatos sindicales estuvieron ausentes.
Concluyendo: las cúpulas sindicales “se borraron” en momentos decisivos de
la lucha de clases. Minimizaron el posible aporte del movimiento obrero organizado
a la rebelión popular y, al hacerlo, no solo debilitaron la movilización en
general, sino que en particular facilitaron el brutal agravamiento
de la explotación a los trabajadores mismos. Privilegiaron resguardar sus intereses
“corporativos” o más precisamente de “cuerpo social” crecientemente autonomizado
de la clase y los interesas generales del sistema y el Estado al que procuran
integrarse. Rechazo la postura de quienes minimizan la responsabilidad de Moyano
y compañía con la afirmación cínica y arbitraria de que “los trabajadores argentinos
tienen los dirigentes que quieren y se merecen”. No se me escapa que el colaboracionismo
de la conducción burocrática puede y debe ser discutido, también, en el cuadro
más vasto de la crisis general del sindicalismo y, si se quiere, de la clase
obrera misma. Pero esa será, en todo caso, otra discusión.
II. Moyano, los trabajadores y el kirchnerismo:
entre el agradecimiento y la lucha
Hugo Moyano no se cansa de repetir que nadie hizo tanto como Néstor Kirchner
por los trabajadores y que, en agradecimiento por todo lo conseguido, la CGT
de la cual es secretario general, rinde homenaje al desaparecido presidente,
respalda a Cristina Fernández de Kirchner y apuesta a la continuidad del “proyecto”.
Significativamente, el dirigente camionero asumió el cargo que Kirchner dejó
vacante en la conducción del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos
Aires.
Cualquier interpretación crítica de este posicionamiento debe comenzar por
recordar que hasta hace muy poco Moyano no era kirchnerista. En las elecciones
presidenciales de 2003, el líder del MTA enfrentó a Néstor Kirchner y al Frente
para la Victoria apoyando públicamente la candidatura de Adolfo Rodríguez Saá,
y puso a hombres de su confianza
[1]
en las boletas del político puntano. Durante los primeros tiempos del gobierno
de Kirchner, las relaciones se mantuvieron relativamente tensas, al menos hasta
que Moyano logró desplazar a sus competidores y afirmarse en la cúpula de la
CGT con el visto bueno oficial. En la misma jugada, el nuevo “hombre fuerte”
de la CGT logró que el gobierno “olvidara” el semi compromiso de reconocer a
la CTA y que la plana mayor del kirchnerismo pasara a reivindicar la “legitimidad”,
la “prudencia” y la “capacidad” de los dirigentes sindicales (en general) y
de Moyano (en particular).
La reivindicación que de la burocracia hizo Kirchner tiene importancia simbólica
y política, porque la restituyó en el destacado sitial que, dentro del
peronismo, hacía tiempo había perdido. Tiene también una dimensión institucional:
la ratificación del “modelo sindical” con el blindaje del Estado. Y por último,
pero no en importancia, está el costado material: el perfil de “sindicalismo
empresarial” adoptado por la burocracia recibió un formidable impulso cuando
se aseguró ya no solo el discrecional manejo de los fondos sindicales y de las
Obras Sociales con millonarios subsidios, sino también la posibilidad de
meter mano en los fondos del ANSES y del PAMI, obtener partidas extraordinarias,
contactos y “facilidades” para que los aparatos sindicales y sus popes acumularan
recursos y “diversificaran” las fuentes de financiamiento, con sesgos mafiosos.
[2]
Quid pro quo: la burocracia devolvió los favores al gobierno, negociando
“con responsabilidad y moderación” ante las patronales y convirtiéndose en su
principal pilar: contra la oposición burguesa en el momento en que hizo falta,
pero también y sobre todo como
factor orgánico de contención de la clase,
haciendo aceptar los “techos salariales” impuestos por el gobierno y bloqueando
la confluencia de las reivindicaciones y luchas de los asalariados.
Puede decir Moyano le fue muy bien con los Kirchner. Pero a los trabajadores
no les fue tan bien. Es indudable que la situación de los asalariados tuvo un
vuelco positivo a partir de 2004: mayor nivel de empleo, recuperación salarial,
restablecimiento de paritarias y convenios colectivos e incluso cambios en la
legislación y jurisprudencia laboral que morigeran la contrarreforma conservadora
de las últimas décadas. La mejora relativa no se derivó mecánicamente de la
acelerada recuperación de la economía nacional después del colapso sufrido,
pues la gran burguesía de nuestro país, acostumbrada como está a amasar rápidas
y extraordinarias ganancias sobre la base de la superexplotación del trabajo
(y de los bienes comunes), nunca regala nada. Si algo cedieron, fue porque los
trabajadores, pasado lo peor del 2003 y aprovechando un contexto todavía marcado
por cortes de calles, manifestaciones y otras acciones directas, comenzaron
plantear sus reclamos con petitorios, asambleas, suspensión de actividades e
incluso paros. Fueron acciones y luchas parciales e inconexas, pero muy extendidas.
Mastodontes sindicales que hacía décadas no salían a la calle (por ejemplo,
la Unión Obrera Metalúrgica) debieron sacudirse la modorra y combinar la negociación
“por arriba” con alguna huelga y manifestaciones sectoriales, en una gimnasia
que, aun siendo controlada, posibilita alguna expresión de base. No puede ignorarse,
por otra parte, la influencia de los conflictos “duros” (“huelgas salvajes”
según los medios) que más o menos cíclicamente desbordaron el control burocrático,
logrando a veces conquistas significativas y, en todos los casos, ejemplificando
una potencialidad de lucha que las patronales, el gobierno y los burócratas
temen y combaten, pero no pueden erradicar.
El balance del período es complejo y contradictorio. Un problema es que la
dinámica de las mejoras en el nivel de empleo y los salarios parece haberse
estancado desde el 2008.
[3]
Pero lo esencial es que la misma mejoría que un sector de la clase sintió, estuvo
acompañada por el incremento
invisibilizado de la precarización, el trabajo
en negro (que alcanza a casi un 40 % de la fuerza laboral), los tercerizados
y el trabajo esclavo, que no está circunscrito como pretenden hacerlo creer
el Ministerio de Trabajo y la AFIP a unas pocas actividades rurales. Las diferencias
se han incrementado: los trabajadores “no registrados” cobran, en promedio,
la mitad de lo que perciben los que están en blanco. Hay categorías (petroleros,
mineros, aceiteros, camioneros...) que conquistan salarios comparativamente
muy altos, pero los ingresos de una gran franja de la clase se estancan o retroceden.
Un 20 % de los salarios son recortados “por arriba” pues debe tributar impuesto
a las ganancias (!) y en la otra punta se encuentran los nuevos “pobres por
ingreso”–quienes trabajan en blanco por un salario que no cubre el valor de
la canasta familiar–. Y la inflación golpea duramente a los sectores más desprotegidos.
Esta fragmentación objetiva, consentida y alentada por el actual modelo sindical,
tiene consecuencias subjetivas: la conciencia e identidad de clase siguen desarticuladas,
la solidaridad y la defensa de intereses comunes es desacreditada y reemplazada
promoviendo mezquinas prebendas corporativas. Expresión extrema de esto
es la asociación de los burócratas de la Unión Ferroviaria en la superexplotación
de los ferroviarios tercerizados, que llegó al deliberado asesinato de Mariano
Ferreyra por parte de la patota de Pedraza. Y, como si eso fuera poco, las ignominiosas
“medidas de fuerza” dispuestas tanto por la UF como por La Fraternidad contra
el ingreso a planta de los precarizados. En definitiva, junto con la bonanza
económica y los altos índices de crecimiento, han crecido la desigualdad y la
miseria social. Un puñado de empresas transnacionales y amigas del gobierno
está ganado como nunca, mientras gran parte de la población sigue en la indigencia
o la pobreza, el problema habitacional en las grandes ciudades ha devenido explosivo
y las carencias en materia de salud y educación son terribles. Que Moyano diga
lo que quiera. Yo pienso que no es momento de agradecimientos, sino de lucha.
III. El “modelo sindical” en crisis. Tradiciones
en disputa
La CGT y su actual Secretario General se muestran ostensiblemente como un
factor de poder que, encolumnado hoy tras Cristina Kirchner, disputa espacios
en el Partido Justicialista, en las futuras boletas del Frente para la Victoria,
e incluso adelanta que algún futuro presidente debería provenir del movimiento
sindical. Tienen recursos. Han exhibido una capacidad de movilización y encuadramiento
que ningún partido tiene. Presionan y negocian con las organizaciones empresarias
como hacía tiempo no se veía. Prometen por un lado combatir a “la zurda loca”
y por el otro reclaman “participación en las ganancias” provocando reacciones
paranoicas en la gran burguesía.
¿La Patria Sindical recargada? No lo creo. El poder concentrado de Moyano
no basta para convertir a la CGT en lo que dice ser: una gran organización de
masas, con el reconocimiento y adhesión de la totalidad de los trabajadores.
Ni mucho menos. La cúpula de la CGT lo sabe y precisamente por ello insiste
en que el Estado le conceda el monopolio de la representatividad de la clase
trabajadora, argumentando que ese es “el modelo sindical argentino”. Veamos
esto más de cerca.
La CGT exige lo que se denomina “unicidad sindical”: el Estado debe reconocer una
central nacional, un sindicato por industria o rama de actividad y una
representación del personal cada lugar de trabajo. El monopolio de la representatividad
sindical está acompañado por la centralización de la negociación colectiva y
la concentración de la autoridad y los recursos en la cúpula nacional
de cada sindicato: es la dictadura de los cuerpos orgánicos. Pero estas prescripciones
se chocan con la realidad y hacen agua por todos los costados. La misma CGT parece
atada con alambres, bajo una conducción unipersonal impuesta en base al poderío
(y procedimientos que rondan con lo mafioso) del sindicato de camioneros. Es
una CGT en la que no funciona el Congreso, no se reúne el Comité Central Confederal
y el mismo Consejo Directivo evita cualquier deliberación: todo se cocina por
arriba y en secreto. Más allá de la común defensa de sus privilegios y chanchullos
de casta, los campeones de la unicidad están divididos. Los sindicatos manejados
por los llamados “Gordos” se mantienen con un pie adentro y otro afuera, esperando
una oportunidad para desplazar a Moyano. Otros, siguiendo al Gastronómico Barrionuevo
y al ahora doblemente famoso “Momo” Venegas (aliados políticos de Duhalde) hicieron
rancho aparte constituyendo la “CGT Azul y Blanca”. Todos ellos dependen del
favor del Estado.
Asimismo, a despecho de los pretextos dilatorios del Gobierno y el Ministerio
de Trabajo, desde 1992 existe otra entidad sindical nacional, la Central de
los Trabajadores Argentinos (CTA). Más allá de sus méritos y falencias, es indiscutible
que se trata de una organización con existencia real, con afiliados en todo
el país y reconocida como una organización hermana por la mayor parte de las
centrales obreras de nuestra América. Desde hace años, la Organización Internacional
del Trabajo exige el inmediato otorgamiento de la personería gremial a la CTA.
Pero la principal expresión de la crisis del modelo sindical no son las divisiones
de la CGT ni la competencia de otra entidad. La crisis consiste en que más de
la mitad de los trabajadores no tiene filiación sindical y, lo que tal vez sea
peor, en que en la abrumadora mayoría de los lugares de trabajo no existen delegados
ni forma alguna de organización gremial. Se llegó a esta situación por múltiples
factores: los efectos a largo plazo del terrorismo de Estado que se ensañó con
el activismo obrero, las derrotas sufridas cuando la ofensiva neoliberal y los
subsiguientes cambios en la organización del trabajo, las persecuciones y prácticas
antisindicales de las patronales, el impacto subjetivo de la fragmentación conducente
al individualismo y la pérdida de confianza en la acción colectiva. Pero la
burocracia carga también con su propia e inmensa responsabilidad en todo esto:
porque algunos fueron colaboracionistas e incluso delatores de la dictadura
militar sin que al resto de los “compañeros” dirigentes se le moviera un pelo,
porque se adaptaron al neoliberalismo asumiendo el perfil del “sindicalismo
empresarial” y convirtiéndose ellos mismos en empresarios, porque se ponen de
acuerdo con las patronales para detectar y hacer despedir a los compañeros insumisos,
porque la estrechez corporativa de cada sindicato promueve activamente la división
e incluso el enfrentamiento entre los trabajadores. Por todo esto, la realidad
es que hoy la gran mayoría de los trabajadores siente un profundo rechazo ante
estos dirigentes millonarios y el aparato con rasgos mafiosos en que se apoyan.
Son considerados, con sobrados motivos, un cuerpo extraño, motorizado por sus
propios intereses y potencialmente peligroso.
No será sencillo sacarse de encima la loza burocrática peronista y recuperar
la otra tradición de nuestro movimiento obrero, la que justificaba hablar
de “la anomalía argentina” aludiendo al grado de combatividad y politización
que desafiaba desde abajo, desde los cuerpos de delegados, las comisiones internas,
las agrupaciones combativas y clasistas, tanto a las dictaduras militares como
a la dictadura de los cuerpos orgánicos. Todo lo que pueda contribuir o facilitar
ese titánico empeño será bienvenido. Se sabe que existiendo muchos pedidos de
inscripción gremial que el Ministerio de Trabajo cajonea, crecen las demandas
judiciales: para lograr la inscripción y reconocimiento de nuevas organizaciones,
para revertir o condenar casos de discriminación antisindical, para frenar los
burdos mecanismos antidemocráticos a los que recurren los jerarcas sindicales
para bloquear cualquier atisbo de oposición. Algún fallo dispuso el reconocimientos
de delegados que habían sido electos pese a no ser afiliados al sindicato con
personería; otro dictaminó que los fueros gremiales también protegían al directivo
de un sindicato sin personería... Son brechas legales y jurídicas que en determinados
casos pueden ayudar a organizarse. Pero no cabe alentar falsas esperanzas: los
únicos cambios efectivos y duraderos son los que se construyen desde abajo y
se sostienen con la lucha. La unicidad es mala, pero sobran ejemplos de que
la “libertad sindical” puede no ser mejor. Se requieren cambios de fondo y no
parches. Una batalla de conjunto: por libertad sindical, por democracia obrera,
por el clasismo, esto es, organizarse para enfrentar el poder del capital
dentro de las empresas y fuera de ellas, impulsando la autoactividad de
los trabajadores (en toda su diversidad: de género, etaria, de registración,
etcétera). Mucho de esto late en las experiencias de lucha y organización que
rompen la loza burocrática protagonizando lo que ha dado en llamarse sindicalismo
de base. Conforman una corriente muy heterogénea, incipiente y minoritaria,
pero con raíces profundas. La toma de fábricas y el intento de mantener en funcionamiento
a las empresas recuperadas por los trabajadores ya es parte del repertorio de
la lucha de clases, pesa en ello la emblemática victoria lograda por los trabajadores
ceramistas de la ex Zanón. En varias ocasiones las huelgas docentes (en Santa
Cruz, en Neuquén...) fueron ejemplares, por sus métodos asamblearios, combatividad
en la calle e independencia del gobierno. Los reclamos de libertad y democracia
obrera han estado presentes en conflictos de notable envergadura y repercusión.
En la multinacional Kraft, una larga lucha articuló las demandas mínimas con
la defensa de los delegados por sector y una comisión interna antiburocrática.
Se destaca la gesta de los trabajadores de los subterráneos de la Capital Federal,
que desde abajo han organizado e impuesto el nuevo sindicato del subte, quebrando
el triple veto de la Unión Tranviarios de Argentina (UTA), la CGT y el Ministerio
de Trabajo de la Nación. Silenciadas en general por la prensa, en numerosas
luchas han surgido organizaciones ad hoc o autoconvocadas a través de
las cuales las bases desbordan en determinados momentos el boicot de los aparatos
sindicales. Todo esto constituye una plétora de experiencias y luchas diversas,
que plantea el desafío de reconocer esa diversidad para, con ella
y desde ella, construir una común voluntad emancipatoria.
Para asumir este desafío debemos también atrevernos a oponer, a la tradición
que esgrime y cultiva la burocracia, la memoria de las luchas y de los combatientes
que la historia oficial enterró, pero nosotros podemos y debemos rescatar o
redimir. Repasando la historia a contrapelo, podremos saltar sobre un
abismo de sangre y olvido para reencontrarnos con los vencidos de ayer que,
a pesar de la derrota, o precisamente porque fueron derrotados, siguen denunciando
a los traidores, advirtiéndonos sobre el peligro que nos acecha, recordándonos
en definitiva que la única lucha que se pierde es la que se abandona. Aquellas
constelaciones o relámpagos subversivosde la resistencia peronista, del
Cordobazo, de las coordinadoras interfabriles, y mucho más cerca aún, de Darío
Santillán en la estación que bautizó con su gesto solidario y con su sangre,
nos orientan, nos iluminan, nos dan fuerza: “La relación entre el hoy y el ayer
no es unilateral: en un proceso eminentemente dialéctico, el presente aclara
el pasado y el pasado iluminado se convierte en una fuerza en el presente” (Lowy,
2005: 71).
Nuestro combate es aquí y ahora, por el pasado y por el futuro.
Bibliografía
Benjamin, Walter, Dirección única. Alfaguara: Madrid, 1987.
Féliz, Mariano / López, Emiliano: “Políticas sociales y laborales en la Argentina”.
En: Féliz, Mariano et al. (eds.), Pensamiento crítico, organización y cambio
social: de la crítica de la economía política a la economía política de los
trabajadores y las trabajadoras. CECSO, Editorial El Colectivo: Buenos Aires,
2010.
Löwy, Michael, Walter Benjamin, Aviso de Incendio, Fondo de Cultura
Económica: Buenos Aires, 2005.
[1]
Entre otros, Hector Recalde y Julio Piumato.
[2]
Lo de sindicalismo empresarial tiene múltiples connotaciones: en lugar de
organizar la lucha, “ofrecer servicios al afiliado”; gerenciar el sindicato
y la obra social con criterios de rentabilidad, hacer inversiones, al límite
devenir accionistas de empresas capitalistas, etcétera. En el caso argentino,
ha significado también la acelerada conversión personal de los burócratas
y sus familiares en empresarios multimillonarios.
[3]
Se advierten tanto una disminución en el ritmo de creación de nuevos empleos
como el incremento de la inflación, a punto tal que en los dos últimos años
los salarios de los empleados públicos y los trabajadores no registrados
han perdido poder adquisitivo. Artículo del economista Gustavo
Ludmer en
Página 12, 7/2/2011.
www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-46/la-clase-trabajadora-diez-ano...
El presente no aclara nada
Por Lorenzo Cataneo -
Tuesday, Apr. 26, 2011 at 3:58 AM
La verdad es que cada vez que leo algo escrito por este satrapa responsable entre otros del mayor crimen politico de los ultimos cuarenta años, el presente no me aclara nada....