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El frente gremial, entre la política, las paritarias y el peso del ajuste
Por Fuente: Economía - La Capital - Sunday, Apr. 03, 2011 at 9:22 PM

03-04-2011 | Economía

Soldados de Salamina, del escritor español Javier Cercas, es un relato periodístico hilado a partir de un hecho sucedido sobre el fin de la guerra civil española. Fue cuando, en plena retirada del ejército republicano, uno de los máximos referentes intelectuales falangistas fuga de un intento de fusilamiento merced a que un soldado de las derrotadas tropas legales le perdona la vida.

El libro es brillante, merece ser leído y cruza historias y reflexiones políticas y filosóficas suculentas. Entre ellas, un brillante intercambio entre escritores sobre el significado del heroísmo. A los efectos de la presente, interesa convocar el momento en el que Cercas extrae del romancero fascista del escritor Rafael Sánchez Maza, el falangista en cuestión, y su jefe político José Antonio Primo de Rivera, un latiguillo que pretende que, en última instancia, “el destino de la civilización siempre depende de un pelotón de soldados”.

El autor de la obra que nos ocupa no es, por cierto, amable con esta gente. Transita en cambio un periplo narrativo que lo lleva de esos oscuros personajes a un grupo de militantes republicanos que, exiliados en Francia, terminan uniéndose a una facción gaullista de la legión extranjera, recorren todo el Magreb luchando contra los nazis y terminan desfilando con el ejército multinacional en la liberación de París.

Cercas redondea: “Entonces recordé a Sánchez Mazas y a José Antonio y se me ocurrió que quizás no andaban equivocados y que a última hora siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización. Pensé: lo que no podían imaginar es que ni ellos ni nadie como ellos podría jamás integrar ese pelotón extremo, y en cambio iban a hacerlo cuatro moros y un negro y un tornero catalán que estaba allí por casualidad o mala suerte, y que se hubiera muerto de risa si alguien le hubiera dicho que estaba salvándonos a todos en aquel tiempo de oscuridad”.

Hace poco menos de una semana, los obreros de la industria láctea que luchaban contra el ajuste económico y disciplinamiento sindical en la empresa Sancor levantaron la carpa instalada durante siete meses frente al centro de distribución de la empresa en Rosario. Ese depósito está cerrado y probablemente seguirá cerrado al término de la victoriosa ofensiva del capital y sus socios gremiales contra un pelotón de trabajadores que cometió el error de tomarse en serio la democracia sindical y sostener sus decisiones aún en escenarios con clara posibilidad de derrota. Una forma de heroísmo que no paga en el actual escenario gremial, donde se truecan paritarias por investigaciones judiciales, salarios por despidos y movilizaciones obreras por cargos electorales.

Con el conflicto de Sancor se cierra la última de las pujas emblemáticas de la región en los últimos dos años, junto con las de Mahle y Paraná Metal. Peleas que se sostuvieron en el tiempo por la voluntad de sus actores pero que fueron condenados por un contexto político que en el más compasivo de los momentos sólo atinó a tolerarlos.

Casos expulsados del cuadrante del movimiento sindical institucionalizado, que tras revivir en la posconvertibilidad, se ve en un pico de gloria de negociación paritaria y competencia por el poder político. Y hasta asume el conflicto —de hoy y de hace un año— de defender los derechos laborales en el escabroso mundo empresarial de las comunicaciones. Pero que en contadas veces, dentro de los contados casos en que hay voluntad, logra resistir los despidos.

Como si al capital se le pudiera pelear salarios pero no su derecho a disponer de los trabajadores, en esa frontera más profunda entre las clases, conviven en Rosario y su región discusiones salariales que perforan el piso de impuesto a las ganancias con despidos masivos en muchos sectores.

Y a veces, en algunos de ellos, aparecen locos que cavan trincheras en las peores condiciones, con pronósticos adversos, errores propios e indiferencias ajenas. No para regodearse en la derrota sino para ganarse su respeto. Para sumar experiencias y organización al polvorín de futuras luchas, a través de una forma de heroísmo: la que convierte la voluntad en la esperanza de que, en el momento más oscuro, habrá un piquete obrero para salvar a la civilización.

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nota
Por ricardo - Monday, Apr. 04, 2011 at 12:03 AM

excelente nota!! me gustaria saber la firma del que la escribió

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