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Los últimos piratas del Caribe
Por Prensa Latina - Tuesday, May. 31, 2011 at 12:09 AM

El español Hernando de Soto partió a la conquista de la Florida después de participar en la expedición que descubrió Nicaragua y de ejercer brevemente como gobernador de Cuba entre 1538 y 1539.

En busca de oro y otras riquezas, este personaje y sus soldados macheteaban su camino a través de la densa foresta norteamericana cuando de pronto descubrieron, casi sin quererlo, un esplendoroso río, según detalla David Swing Duncan en su libro: Una Búsqueda Salvaje en las Américas.

Así encontraron el Mississippi, que tiene una longitud de tres mil 770 kilómetros y conjuntamente con el Missouri, conforman una amplia cuenca hidrográfica que hace del primero uno de los más importantes ríos del mundo.

Su cuenca es la mayor de toda Norteamérica y la tercera del mundo y su superficie es un tercio del territorio total de Estados Unidos.

Durante la época precolombina, ya constituía una importante vía de navegación para los pueblos originarios que lo llamaban "Meschacebé", que significa "padre de las aguas", según escribió el Inca Gracilazo de la Vega en su Historia del adelantado Hernando de Soto.

Otros colonizadores siguieron las huellas de aquellos españoles hacia ese fértil valle durante los 200 años siguientes y ya en 1682 el francés René Robert Cavelier de La Salle descendió hasta su desembocadura, donde reclamó las tierras que estuvieran bañadas por el mismo para la corona francesa.

En 1699 el también francés Bautista le Moyne, Señor de Iberville, dirigió una partida desde la desembocadura hacia el territorio indio conocido por Natchez y para 1716 ya los franceses establecieron Fort Rosalie, la primera colonia blanca en esa región mientras que la ciudad de Nueva Orleans era fundada dos años más tarde.

El Tratado de París en 1763 pone fin a la Guerra de los Siete Años y establece la cesión al Reino de Gran Bretaña de toda la parte del valle al este del Mississippi y a España las tierras occidentales.

El misterioso río convivía en silencio con indígenas rebeldes, piratas, traficantes negreros, corrientes impredecibles y sus traicioneros bancos de arena todo lo cual hacía de cualquier viaje por el mismo una verdadera odisea.

En el siglo XIX, el Mississippi es famoso por los peligrosos bandidos que proliferaban en sus márgenes e islotes, los que eran refugios ideales para cometer todo tipo de fechorías y llevar sus licenciosas vidas en secreto.

Entre los más notorios se encontraba el asesino John Murrell, ladrón de caballos y traficante de esclavos, quien tenía su cuartel en una de las islas de esa vía fluvial.

Su notoriedad era tal que el escritor estadounidense Mark Twain le consagró un extenso capítulo en su famoso libro Vida en el Mississippi.

Los hermanos Lafitte.

Famosos como pocos entre los bandidos del entonces turbulento Caribe en los inicios del siglo XIX, los hermanos Jean y Pierre Lafitte fueron corsarios, piratas, traficantes negreros y espías a sueldo del que mejor les pagara.

Retoños de vascos emigrados a Francia, hijos y nietos de paradigmáticos marinos, hicieron desde muy temprano una atrevida carrera en el mar según revelan varios historiadores.

En Nueva Orleáns, según el historiador Francisco M. Mota en su libro Piratas y Corsarios en las costas de Cuba, los hermanos Lafitte construyeron toda una serie de enclaves secretos escondidos a lo largo del delta del Mississippi.

De todos ellos el lugar que se hizo más famoso fue el nombrado de manera quijotesca como Barataria, en honor a la Ínsula imaginaria concebida en su principal obra por el genio de la lengua castellana, Miguel de Cervantes y Saavedra.

Multitudes de poderosos hacendados acudían a esa isla sin ni siquiera molestarse en encubrir el objetivo real de su viaje, el cual no era otro que comprar los numerosos lotes de esclavos capturados por los Lafitte.

Tanto era el contrabando que en noviembre de 1813, el gobernador de Luisiana William Claiborne, enfurecido por el creciente poder de estos piratas, hizo publicar un bando donde ofrecía una recompensa de 500 dólares a quien los capturara vivos.

Los piratas a su vez elevaron la recompensa a mil 500 dólares por la entrega en Barataria del que en lo adelante sería el más perseguido gobernador de Estados Unidos.

El poder de los Lafitte en lo referente a su accionar en el Delta y en el Mar Caribe duró cerca de tres lustros durante los cuales en muchas oportunidad las costas cubanas fueron atacadas por ellos sin ningún tipo de misericordia.

Cuando trabas legales afectaron el comercio de esclavos y Barataria fue destruida por buques de guerra de Estados Unidos, ellos traicionaron a los independentistas cubanos como ya lo habían hecho anteriormente con los insurgentes mexicanos.

Los temibles delincuentes le informaron a las autoridades coloniales españolas sobre una expedición que se organizaba en Filadelfia para liberar a los esclavos en Cuba.

De esta forma vil lograron el perdón de los delitos cometidos contra España y recibieron además el pago de una gran suma de dinero por sus servicios de espionaje.

Adicionalmente obtuvieron una patente de traficantes de esclavos que les permitiría abastecer legalmente a los ingenios cubanos durante un largo tiempo.

Los piratas devenidos ahora en hacendados compraron una finca en la habanera Calzada de Jesús del Monte y allí se trasladaron con el botín adquirido en sus andanzas por el Mississippi según revela la revista cultural cubana La Jiribilla.

Aquella finca también creó su propia leyenda, la cual perdura hasta nuestros días, según la cual muchos lugareños aseguran que allí esta aún enterrado el tesoro de los que hoy son considerados por los expertos como los últimos piratas del Caribe.

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