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El sueño de la Monarquía Incaica
Por Telam - Saturday, Jul. 09, 2011 at 12:06 PM

Buenos Aires, 8 de julio (Télam, especial, por Hugo Chumbita).- En la década revolucionaria de 1810, el Congreso de Tucumán fue un hito fundamental. La convocatoria en aquella ciudad fue un gesto de buena voluntad hacia el interior, donde el compromiso en la guerra por la independencia iba aparejado al reclamo de un cambio en la conducción política de la revolución.

En circunstancias adversas, cuando en Europa triunfaba la reacción y en América eran aplastados otros focos patriotas, los congresales decidieron marchar hacia adelante, proclamando la independencia de "las Provincias Unidas de Sud América". Y para no dejar dudas aclararon que se trataba de la emancipación de España “y de toda otra dominación extranjera”.
La ausencia en el Congreso de las provincias de la Liga Federal artiguista fue una señal de las resistencias que provocaba el centralismo porteño, y un desafío al que no se dio una respuesta satisfactoria.
Los pueblos que reconocían a Artigas como Protector, hay que subrayarlo, habían declarado la independencia en su propio Congreso un año antes.
El otro tema imperioso era la forma de gobierno. Manuel Belgrano, entonces comandante del Ejército del Norte, propuso a la asamblea el plan de la monarquía incaica.
Era la idea que el precursor venezolano Francisco de Miranda volcara en su proyecto de constitución de 1790, que se difundió entre las logias patriotas en Europa y en América.
Belgrano invocó ante los congresales la tendencia predominante en Europa luego de la caída de Napoleón y la importancia de ganar a las masas indias para la causa.
La soberanía del inca sería “atemperada” por una asamblea electiva y una regencia ejecutiva, y la localización de la capital en el Cusco apuntaba a alentar el levantamiento indígena. Se planteaba fundar un reino para unir o confederar a todos los países al sur de Panamá.
San Martín apoyó decididamente la iniciativa: "Ya digo a Laprida lo admirable que me parece el plan de un Inca a la cabeza: las ventajas son geométricas" escribió al diputado Godoy Cruz, recomendando establecer una regencia unipersonal: “al efecto no hay más que variar de nombre a nuestro Director y queda un regente”.
Aunque había otros candidatos, el más calificado para ocupar el trono era Juan Bautista Túpac Amaru, un hombre ilustrado y ecuánime que estuvo cuarenta años prisionero por ser hermano del jefe de la rebelión del Cusco.
En aquel momento se hallaba confinado en Ceuta, aunque luego vino a Buenos Aires, escribió las memorias de su tremenda odisea y murió en 1828, siendo sepultado en el Cementerio de la Recoleta.
En el Congreso, los diputados de la mayoría de las provincias acordaban con el plan.
Belgrano expidió una proclama a las tropas el 27 de julio, en la que celebraba el juramento de la independencia, añadiendo que el Congreso “ha discutido acerca de la forma de gobierno con que se ha de regir la nación, y he oído discurrir sabiamente a favor de la monarquía constitucional, reconociendo la legitimidad de la representación soberana de la Casa de los Incas, y situando el asiento del trono en el Cusco, tanto que me parece se realizará este pensamiento tan racional, tan noble y tan justo”.
El 2 de agosto, dirigiéndose a los pueblos del Perú, su entusiasmo le llevó a afirmar que “ya nuestros padres del Congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de nuestros incas para que nos gobiernen”.
El gobernador salteño Martín Güemes también saludó la declaración de la independencia expresando la decisión de sostenerla, con mayor razón “cuando, restablecida muy en breve la dinastía de los incas, veamos sentado en el trono y antigua corte del Cusco al legítimo sucesor”.
El periódico porteño El Censor publicó estas proclamas e incluso un artículo de Belgrano, firmado con las iniciales JG, propugnando el proyecto.
Claro que hubo otra prensa que lo combatió, esgrimiendo las supuestas calamidades que podía acarrear, y en particular “excitar la ambición” de los indios. Rivadavia, desde París, se manifestó “contra la desventurada idea”.
Los representantes porteños maniobraron para posponer el debate, hasta que el traslado del Congreso a Buenos Aires llevó a abandonar del plan.
El diputado Tomás de Anchorena explicó luego que podían aceptar un sistema monárquico constitucional, pero no un "despreciable" rey indio, y las objeciones que hizo a Belgrano en privado traslucían el temor a lo que precisamente buscaba aquel plan, ampliar la base social de la revolución.
Este era el empeño de los libertadores: un mensaje que aún hoy tiene vigencia en la perspectiva de afirmar una sociedad igualitaria que nos integre a todos, abierta al futuro y a la vez reconciliada con sus propias raíces históricas. (Télam).-

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