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La Primavera murió en Libia
Por Maurizio Matteuzzi - Il Manifesto - Saturday, Oct. 22, 2011 at 7:55 PM

Por Maurizio Matteuzzi * - Con la muerte del tirano –o con su linchamiento–, la guerra civil en Libia y la “guerra humanitaria” de la OTAN se terminaron (aun si la OTAN o sus jefes: Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, con Italia, quisieran volverse atrás, ya aseguraron que permanecerán para velar sobre la victoria y sobre los vencedores). El de Khadafi era un fin anunciado. Y fue un fin, brutal y ultrajoso, indecente, del beduino que no se escapó ni se entregó, tal como había pronosticado al inicio el obispo de Trípoli, monseñor Giovanni Martinelli, que lo conocía bien.

Pero el fin de Khadafi, inevitable después de 42 años de poder, no es, como dirán muchos, otro eslabón de la Primavera Arabe comenzada en Túnez y continuada en Egipto. Al contrario, aquella cadena en Libia se rompió, quizá definitivamente.

Porque la insurrección libia no era, desde el comienzo, el 17 de febrero en Benghazi, nada similar a la tunecina de diciembre o la egipcia de enero. En Túnez y en Egipto hubo una revuelta en masa del pueblo, sobre todo una revuelta desarmada y pacífica. La “Revolución del 17 de febrero” en Libia, en el comienzo, fue una insurrección armada, muy armada, destinada inevitablemente a transformarse en una sangrienta y salvaje guerra civil (otra que “mercenarios africanos”...).

Con la intervención de la ONU y de aquella que aparece siempre, la “agencia militar” –la OTAN–, disfrazada de operación “humanitaria y protección civil”, el conflicto libio asumió inmediatamente la característica clarísima de una intervención de sello neocolonial. Con otros objetivos, políticos y económicos, que la protección de los civiles libios: un cambio de régimen, por cuanto el viejo “perro loco” de Trípoli, no obstante su reconversión al Occidente, no era considerado confiable para gobernar un país clave en la intersección de Medio Oriente, el Mediterráneo y Africa subsahariana, bendecida por el petróleo, de óptima calidad y fácil extracción.

Más que una operación de la Cruz Roja Internacional, la desenfrenada y sospechosa actividad de Francia e Inglaterra ha devuelto, para aquellos que tienen un poco de memoria, la aventura anglo-francesa del ’56 contra el Canal de Suez y el Egipto de Nasser. La gran ola democrática que se levantó del Maghreb a Mashreq fue tomada como pretexto por la OTAN y por Occidente para liberarse de un personaje incómodo, no en cuanto a presencia (se deberían organizar “operaciones humanitarias” en medio mundo), sino en cuanto a confiabilidad en un país “estratégico”. Y aquella Libia no fue un nuevo capítulo del drama todavía inconcluso del final incierto de la Primavera Arabe, sino una insurrección no solo armada sino heterogéneamente dirigida sin ningún cuidado por la participación generosa y en muchos casos heroica de tantos jóvenes “revolucionarios” libios. Los que parecen emerger del humo de la victoria son los viejos remanentes del khadafismo, que cambiaron de caballo en medio de la carrera, o personajes unidos con doble o triple hilo a los sponsors estadounidenses y franceses. O aquellos islamistas, o ex, ex jihadistas, ex qaedistas, que el laico Khadafi asesinaba con la bendición de Occidente.

No es el caso que la “guerra humanitaria” se inició la noche del 19 de marzo, pocas horas después de que la resolución 1973 del Consejo de Seguridad hubiera autorizado “la protección de los civiles”, con los cazas franceses lanzando misiles sobre el complejo de Bab al Aziziya en Trípoli, donde se esperaba matar a Khadafi con el primer golpe. Tampoco es el caso que haya terminado anteayer a la mañana con miles de ataques aéreos de la OTAN sobre el convoy en fuga de Sirte. A propósito: ¿Dónde estaba la ONU, que protegía a la población civil de la ciudad bajo el asedio y bombardeos continuos de los insurgentes durante un mes infernal? Hasta que se demuestre lo contrario, fue la OTAN la que al final capturó al coronel.

Mejor que haya terminado así. Para todos. Para los insurgentes, que decían que querían un proceso democrático en la “nueva Libia” pero se hubieran encontrado un poco molestos por el hecho de ser –muchos de ellos– ex khadafistas. Para los sponsors occidentales, que decían que querían mandarlo a la Corte Penal Internacional pero se hubieran encontrado ligeramente avergonzados en el momento en que el imputado Khadafi hubiese recordado los besamanos y las genuflexiones con que hasta unos meses atrás lo trataban y lo recibían los mismos que ahora lo acusaban en nombre de los derechos humanos. Para la Corte Penal Internacional de La Haya, que en pocos años perdió la credibilidad al transformarse en una Corte Penal de Occidente volcada sólo contra los “malos” de Africa o de la ex Yugoslavia, un tribunal de vencedores para juzgar a los vencidos de poco peso.

Con la muerte del tirano Khadafi se murió también la Primavera Arabe, aun si se hubiese respetado el cronograma presentado por los vencedores –el gobierno transitorio en un mes, la asamblea constituyente en 8 meses, una Constitución y elecciones “libres” al comienzo de 2013– y así al final “la nueva Libia” deviene un país “democrático” sin el temido espectro islamista pesando sobre su futuro.

Parece una contradicción, pero no lo es. Era evidente que después de haber “pasado” en Túnez y Egipto, después de la caída de los tiranos Ben Ali y Mubarak, si la ola liberadora y democrática hubiese pasado también en la Libia de Khadafi, nadie hubiese podido pararla. Después de Libia, Siria, y después derecho al corazón de la península arábiga: Yemen, Bahrein, Qatar y las otras petromonarquías del Golfo, hasta el fondo: Arabia Saudita, el verdadero objetivo de cualquier movimiento de liberación digno de ese nombre. Todos los países llenos de petróleo y de dólares, casi siempre inventados por las viejas potencias coloniales –Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos– son regalados a los sheiks, emires y reyes, ligados contemporáneamente al Islam, luego retornando al Occidente más democrático, con el petróleo por garantía.

La Primavera Arabe murió en Libia, en la unión perversa entre las petromonarquías feudales del Golfo y un Occidente que se precipita para salvar los valores de la democracia y de la unidad, para salvar los valores del petróleo.

* De Il Manifesto de Italia. Especial para Página/12.

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