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Ushuaia
Por José Ramón Muñiz Álvarez - Saturday, Oct. 29, 2011 at 10:01 PM
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Descripción de paisajes helados

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José Ramón Muñiz Álvarez
“USHUAIA DUERME EL SUEÑO DE LAS NIEVES”
(Elogio de las nieves apartadas que
viven más allá de lo
lejano)

DEDICATORIA
Dedicado a Carlos Emilio González Rimada,
“El Pibiño”, argentino, cantautor
y profesor de Enseñanzas
Medias




SONETO PRELIMINAR

Las noches vio el color de la alborada
Herida por un beso de granizo,
Y, rápida, en el aire se deshizo
La luz de su belleza entre la nada.

Y el hielo hirió en el llano la llamada
Del aire quejumbroso, el raro hechizo,
La magia de esa aurora cuyo rizo
Cegó el blanco color que arde en la helada.

Ushuaia tiene montes que el verano
Ignoran por completo y donde el frío
Sacude con su aliento más lejano.

Las nieves fortaleza y señorío
Mantienen con su guerra, cuando, en vano,
Pretende visitarlas otro estío.

José Ramón Muñiz Álvarez


PRÓLOGO

No importa en qué lugar ni en qué momento: el hielo viste siempre la poesía, la magia y la belleza insospechadas que lucen su belleza con la aurora, si se hace de un destello su dibujo. Por eso he de cantar esa belleza que enciende la alegría de quien mira detrás de transparentes ventanales (si no es que estos se quedan empañados), y siente la hermosura de los hielos. Ushuaia es el lugar más indicado para escribir del hielo y su blancura, que siempre han fascinado a quien escribe, como es normal en alguien cuya vida discurre en un lugar donde no nieva.

BREVE CITA DEL AUTOR

“(…) Los cielos, encendiendo sus colores, enseñan en la altura esos bermejos que llenan de belleza la alta bóveda. No importa, sin embargo, que, a su antojo, desciendan los termómetros, pues siempre se puede caminar por las veredas. Y es bello caminar cuando la helada, tentada por eneros aburridos, regresa, cada noche a estos lugares.
Los lunes suelen ser tan rutinarios como el manjar mezquino que les niegan los campos a las aves migratorias (difícil es amar las horas lánguidas del lunes miserable que condena los sueños del descanso del domingo). Resulta bello, en cambio, por la tarde, si suenan rumorosas las corrientes del Sil, al enlazar con el Cabrera. Y, al tiempo, en su fatal melancolía parece haber un halo de emociones que envuelve a los espíritus nostálgicos.
La noche se ha instalado, impertinente, mientras, buscando la estación, con paso lento, desciendo sin apuro al puente nuevo. Se eleva sobre el Sil, donde los árboles, se lanzan, despechados, a la altura, quién sabe si queriendo saludarme. Aquí, como las aves, soy vecino de sus follajes pardos, malheridos por la maldad callada de otro otoño. Y, ya en Galicia, escucho eso rumores, dejando atrás los puentes que cruzaron en otro tiempo viejos peregrinos (…)”

“Memorias del sendero de Quereño”

o “Carlos Emilio González Rimada en
Puente de
Domingo Flórez”

(FRAGMENTO)
José Ramón Muñiz Álvarez



PRIMERA PARTE

I

No puede ser ingrata la palabra, si a Usuaya ha de cantar, estando lejos, pues vive seducida por su espanto de hielo melancólico y sin vida; por los paisajes blancos y sus nieves. Distinta de la tierra más frondosa, que espera, ilusionada, las nevadas que sólo ve en las cumbres más altivas, nostálgico de nieves, la describo, tejiendo su belleza en mis tapices. Y no podrá faltar en este empeño la inspiración veloz, cuando la pluma se siente emocionada, se divierte, sabiendo que ha de ser interesante volver a dibujar parajes blancos.
II

Ushuaia duerme el sueño de las nieves, rozada por los vientos de la Antártida, que manda sus legiones de granizo, su ejército de escarchas, cuando el alba se inquieta, al ver nacer el nuevo día. El hielo forma allí su extraño imperio, cuajándose en cristales hermosísimos, tornándose en un vidrio inquebrantable que escucha al aire, lleno de tristeza, cantar su soledad por las llanuras. Es tierra inhabitable, donde el frío lo arrastra todo con el fino aliento que quiebra ventanales de alegría, dejando, en cada pecho, el alma asilada, perdida en el olvido de las horas.
III

No pueden las sonrisas argentinas romper esa cortina impenetrable de nieves y de escarchas que amontonan sus sábanas, de un tono blanquecino, sobre unos prados muertos de antemano. Pero hay una belleza en esta tierra que, acaso como un beso, nos pronuncia su magia y el hechizo de su encanto, más triste que los tangos que nos cuentan la historia del amor más miserable. Y el alba, cuando llega, interrumpiendo, con brillos y con luces, esos cánticos del viento que se agolpa y acuchilla, también sugiere paz y habla de gozos en el desierto blanco de la helada.
IV

En el desierto blanco de la helada, la aurora llega lenta y un sol bajo no puede dar más luz a su belleza.
V

Y Ushuaia se repite a cada paso con esa majestad del hielo pétreo que se hace mármol puro a la mirada, al tiempo que, paciente, el viento gime, después de haber pasado su verano. Y, en cambio, hay quien habita en esta tierra, y hay quien espera aquí la luz del día, la aurora, que bendice, cuando llega, las almas que se apiñan, junto al brillo del fuego que se enciende en sus hogares; que no hay rincón alguno en el planeta que no le ofrezca al hombre su cobijo, por más que ese cobijo miserable resulte siempre pobre, triste siempre, recóndito, lejano y olvidado.


SEGUNDA PARTE

I

Ushuaia, triste, duerme en una alcoba de hielos que aprisionan su esperanza de magia, de color, de luz, de vida, si acaso es que esa vida se guarece, sabiendo de la noche y de sus fríos. Los tercos habitantes de estas tierras insisten en quedarse junto al hielo, tal vez como un esclavo enamorado del yugo que lo vuelve más esclavo, quién sabe si más triste o menos libre. Empieza a amanecer, y los colores del alba que despierta sin apuro pudieron ser bostezos apagados, porque la luz es débil y las yeguas del sol encuentran esta tierra inhóspita.
II

No hay nadie que describa lo que sienten los brillos de la aurora cuando nace, mostrándose lejana eternamente, con esa lentitud, sólo posible no lejos de la Antártida callada. El hemisferio norte desconoce los labios de tu boca enamorada del hielo que congela ese silencio que campa por las tierras infinitas donde las nieves llenan lo lejano. Las noches y los días se confunden en juegos desiguales, pues el tiempo jamás tendrá por siervos esos ciclos que el sol dibuja, siempre caprichoso, por las alturas claras de los cielos.

III

La luz del sol, que, a veces, se refleja sobre las nieves blancas, siempre puras, le da color y brillo a los cristales que forman, siempre frágiles, las aguas que viven prisioneras en el hielo. Las gentes viven siempre para dentro, buscando en sus moradas el abrigo que nunca encontrarán, si salen fuera, pero, al mirar la luz de la mañana, descubren la poesía de la zona. Están acostumbrados al silencio y al grito de los vientos, a los golpes del aire que, gallardo, se remonta, cantando sus baladas de fantasma perdido en los desiertos del invierno.
IV

Perdido en los desiertos del invierno veréis ese paisaje moribundo, donde la aurora es sólo una quimera…
V

La escarcha tiene alzados sus bastiones, las torres, las hermosas fortalezas, que dan defensa a todas sus provincias, en las regiones próximas al Polo, un continente falto de habitantes. De allí se extiende siempre, con su aliento, la bruma que congela la mañana y esas praderas bellas que, sin árboles, esperan temblorosas otro invierno, después de que este invierno no termine. Supieron de ese hielo los fueguinos, que no hallaréis jamás en estos lares después de que los crueles españoles les diesen fin, por ser gente pacífica, con ánimo violento y sanguinario.





TERCERA PARTE

I

América es un magno continente que tiene sus dominios infinitos, rozando los casquetes de los polos, cruzando el ecuador con valentía, como un bostezo triste que se agranda: sus tierras son variadas, sus paisajes, sus anchos arenales y sus montes, su selva tropical y las llanuras que otrora conoció el gaucho dichoso que supo del dolor de Martín Fierro. Su embrujo nos cautiva, muchas veces, por esa magnitud que no se agota, pues todo, como un mar inabarcable, enseña su tamaño, su grandeza, con noble presunción y altivo orgullo.

II

No encontraréis jamás, en Buenos Aires, las nieves tan frecuentes en Ushuaia, los hielos infinitos en los llanos, la bruma cuando envuelve los colores del alba que despierta en un bostezo. Es esta capital lugar de vida, de grandes movimientos sin reposo, y el tango hizo su viaje desde lejos, de la lejana Francia, como toda su rica población, gente diversa. La vieja Buenos Aires duerme un sueño distinto del de Ushuaia, delirante, dinámico y, al tiempo, aristocrático, jugando, con sus viejos edificios, a ser la capital de Hispanoamérica.


III

La vida de las gentes bonaerenses no está marcada nunca por los vientos y por el asilamiento más terrible que sufren, en , otros paisanos, que nunca conocieron el estío. El tango suena alegre, pero es trágico, y el clásico argentino callejea por la ciudad hermosa, por sus parques, sus grandes avenidas, sus comercios, hablando su criollo, como siempre. Y siempre el desamor llena las letras del baile cuando llega el estribillo, cuando las notas arden encendidas, y llora de dolor la prostituta, dejada a la deriva por su amante.

IV

Dejada a la deriva por su amante, la nieve se apelmaza por los campos, como un lamento triste, allá en Ushuaia …
V

Más cálidos lugares tiene el mundo que Ushuaia, si la nieve se hace nieve y el viento corre raudo las estancias de la llanura hermosa que recibe los golpes de los meses tormentosos. Suspiro de la helada y el granizo, debieron los indígenas sentirse perdidos en un clima deplorable que no da tregua nunca a los que viven la intensa soledad de estar aislados. Sus cielos, como un óleo sin templanza, se enseñan fuertes, llenos de dureza, envueltos en los negros nubarrones que anuncian esa noche interminable que quiere ser invierno con el alba…


CUARTA PARTE

Ushuaia duerme el sueño de las nieves que juegan en el aire que, dichoso, prefiere ser invierno con el alba…


QUINTA PARTE

I

Después de tantos años en Ushuaia, después de una niñez en Argentina, mi amigo, mi entrañable y buen amigo, regresa hacia la tierra de sus padres, llorando esos lugares que abandona. Ushuaia queda atrás, y Buenos Aires, la pampa que cantaron los poetas, el gaucho en su ranchito, las llanuras, los tangos y los versos rioplatenses se esfuman cuando parte al Viejo Mundo. La patria verdadera está esperando: la tierra en que vivieron sus abuelos (gallegos unos, catalanes otros) lo acoge para nuevas aventuras en este valle triste de la vida.
II

La sangre que recorre cada fibra del cuerpo de mi amigo es española, mas, como buen gallego, siempre hay ecos de triste soledad y de “morriña”, de duelo y de nostalgia por su mundo. Y el mundo de Carliños es América, que queda atrás, perdida (¿para siempre?), dejando una oquedad dentro del pecho donde esconder recuerdos imborrables que nunca contará a quien no conoce. Su acento de muchacho de la pampa, su vena futbolística y violenta, su amor por la Argentina son su entraña. Al tiempo es español y es argentino, cantor de la payada, si se tercia.
III

Y Carlos no olvidó su vieja Ushuaia muy lejos de ese mar gallego suyo, que, en tierras de interior, en esas tierras que lindan con Orense, las nevadas llegaron, como el alba, perezosas. El Puente de Domingo Flórez era como un lugar de cuento, un pueblecito pequeño que, entre el Bierzo y la Cabrera, sintió el azote fuerte del invierno, dejándonos atónitos un día: las nieves descendieron de las cumbres, llenando el pueblo entero con sus besos, estando cerca ya los entrañables festejos navideños y esos días en que cada interino vuelve a casa.
IV

Las nieves descendieron de sus cumbres, llenando el pueblo entero con sus besos helados, pero llenos de alegría
V

Risueños siempre, amigos del granizo, del brillo de la escarcha, si amanece, nos gusta ver las nieves que han tomado los prados, los rincones y arboledas a orillas de ese Sil que nos saluda. Parece un nacimiento navideño, tomado por las nieves más tempranas, el Puente, donde es raro ver las nieves, si no lo es en la altura de las cumbres que, rápido, desciende el otro río. Y el curso del Cabrera nos saluda, feliz en esta tarde de demonios, dejando por su cauce la corriente que, alegre desemboca, pese al frío y el hielo, en ese Sil más imponente.


EPÍLOGO

Ignoro qué dirá mi buen amigo Rimada cuando lea estas palabras; y no sabrá decir si esto es poesía, si es lírica, si, acaso narrativa vanguardista, quién sabe si locura delirante: escribo sobre raras impresiones que tiene un europeo que no ha estado jamás en esa tierra americana que Carlos ha tenido como cuna, por ser hijo de pobres emigrantes; de Ushuaia no conozco más que el nombre, las pocas cosas que éste me ha contado, los hielos y las nieves, cuyos tonos parecen ser iguales en regiones distantes pero hermosas, si hace frío…


José Ramón Muñiz Álvarez
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