Julio López
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Lo que he visto en Libia
Por (reenvio) Paolo Sensini - Thursday, Nov. 03, 2011 at 1:32 PM

Mayo de 2011 / «La guerra es paz. La libertad es esclavitud. La ignorancia es fuerza» George Orwell, La teoría y la práctica del colectivismo oligárquico, en 1984.

Han transcurrido ya más de dos meses desde que estallara la llamada «revuelta de las poblaciones líbicas». Poco antes, el 14 de enero, como consecuencia de amplias sublevaciones populares en el vecino Túnez, era depuesto el presidente Zine El-Abidine Ben Ali, en el poder desde 1987.

Después le tocó el turno al Egipto de Hosni Mubarak, también destronado el 11 de febrero después de haber sido durante treinta años el dueño absoluto de su país, hasta el punto de ganarse el apelativo, no precisamente agradable, de «faraón». Acontecimiento que la prensa occidental ha definido de inmediato, con la consiguiente dosis de sensacionalismo espectacular, como «la revolución de los jazmines» y «la revolución del loto».

La revuelta pasa sucesivamente de Jordania al Yemen, de Argelia a Siria. E inesperadamente se extiende como mancha de aceite también en Omán y Barhein, donde los respectivos regímenes, ayudado en este último caso por la intervención, más allá de sus fronteras, de una sección del ejército de Arabia Saudita, reaccionaron con extremada violencia contra la población disidente sin que en este caso, al menos por ahora, se tradujese en una firme condena de los gobiernos occidentales frente a esta represión. Únicamente el rey de Marruecos parece querer prevenir lo peor y el 10 de marzo propuso la reforma de la constitución.

Dos meses en los que, una vez puestas en suspenso las vicisitudes de Túnez y Egipto, todos los grandes medios internacionales han concentrado sus focos sobre la «evidente y sistemática violación de los derechos humanos» (Resolución de 1970 adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 26 de febrero de 2011) y sobre los «crímenes contra la humanidad» (Resolución 1973 adoptada por el Consejo de Seguridad el 7 de marzo de 2011) perpetrados por Gadafi contra «su propio pueblo».

Esta última resolución está exenta de cualquier fundamento jurídico y viola de forma patente la Carta de la ONU. En suma, se trata de un auténtico ajuste de jurisprudencia en el que una violación llama a otra: la «delegación» a los Estados miembros de las funciones del Consejo de Seguridad está a su vez ligada a la «zona de exclusión aérea», que es también ilegítima, más allá de cómo está siendo aplicada, porque la ONU puede intervenir, según el artículo 2 y del mismo Capítulo VII de la Carta de San Francisco, sólo en conflictos entre Estados y no en conflictos internos de los Estados miembros, que pertenecen a su «dominio reservado».

Pero esto es ya viejo: la primera zona de exclusión aérea (también ilegal) se remonta a 1991, después de la primera guerra de Irak, desde la cual se puede empezar a contar la crisis vertical del viejo Derecho Internacional, sustancialmente garantizado por el bipolarismo Este-Oeste desaparecido a caballo entre la década de los ochenta y la de los noventa del siglo pasado.

Pero volvamos a los momentos cruciales de la llamada «primavera árabe». Si en el caso tunecino y egipcio las cancillerías occidentales demostraron mucha prudencia acerca de los posibles desarrollos políticos, económicos y militares de estos países, al agudizarse el antagonismo histórico entre la Cirenaica por un lado, donde se concentra la mayor riqueza petrolífera de Libia y la Tripolitania y el Fezzan por el otro, potencias como Francia, Estado Unidos y el Reino Unido se encuentran de pronto de acuerdo en sostener «sin peros» a los revoltosos compuestos en buena parte por islamistas radicales (particularmente numerosos serían los «hermanos musulmanes» provenientes de Egipto, los jihadistas argelinos y los afganos capitaneados por dos altos dignatarios del anterior gobierno líbico como el ex ministro de Justicia Mustafá Mohamed Abud Al Jeleil y el ex ministro del Interior, el general Abdul Fatah Younis, además de nostálgicos del rey Idris I, depuesto militarmente por Gadafi y los oficiales de Nasser el 1 de septiembre de 1969.

O, para ser todavía más precisos, como continúa repitiendo sistemáticamente el coronel desde el principio en sus acaloradas alocuciones a la nación, una revuelta monopolizada en gran parte por integrantes de «Al-Qaeda». Antes de que la insurrección incendiase la Cirenaica, grupos escogidos de tropas occidentales, capitaneados por ingleses del SAS, operaban secretamente sobre el lugar, con el objetivo de adiestrar y organizar militarmente a los efectivos rebeldes. Simultáneamente, de manera no oficial, algunos países occidentales, Francia y Gran Bretaña en primer lugar, abastecían a los insurgentes de armas y medios de locomoción que deberían haber permitido avanzar victoriosamente hasta Trípoli.

De este modo, inmediatamente después de los primeros momentos en el que se filtraban noticias más bien confusas y contradictorias acerca del desarrollo de los acontecimientos en el terreno, Francia a las 17,45 del sábado 19 de marzo, dos días después de la promulgación de la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, 1973, supera los titubeos y anticipa la puesta en marcha de la «Coalición de los voluntariosos», de acuerdo con USA y Gran Bretaña, a los cuales se sumaron enseguida España, Qatar, Emiratos, Jordania, Bélgica, Noruega, Dinamarca y Canadá.

Para «proteger a la población civil» de Bengasi y Trípoli de los «estragos del loco sanguinario Gadafi», el presidente francés Nicolás Sarkozy impone una zona de exclusión aérea, pero –por favor, esto no–, sin ninguna intención de destronar al «dictador», colocándose de ese modo como el caudillo en la operación «Odisea al Alba», que hasta el momento ha llevado a cabo más de ochocientas misiones de ataque.

Es cuanto afirma también el almirante americano William Gortney, según el cual el coronel no se encuentra en la lista de los objetivos de la coalición, aunque no se excluye la posibilidad de que pueda ser alcanzado «sin nosotros saberlo». También el jefe de Estado Mayor británico, sir David Richards, niega que la muerte de Gadafi sea un objetivo de la coalición porque la resolución de la ONU «no lo consiente».

Evidentemente, la elección de los aliados no podía ser otra que los «rebeldes», tan fotogénicos en las tomas, mientras disparan al aire con sus ametralladoras pesadas montadas sobre su base para provecho de las cámaras de televisión. No obstante, su entidad se ha mostrado ridícula de inmediato y de poco peso en el país.

Incluso adiestrada y armada hasta los dientes, la de los insurgente corre el riesgo de ser un ejército abigarrado que continuará quebrándose contra los escollos representados por el ejército fiel a Gadafi, sin que por otro lado gocen del apoyo de una buena parte de la población. Y llevar a cabo una «revuelta popular», sin estar flanqueado por el apoyo del pueblo, resulta una empresa bastante áspera, al tiempo que original.

Además, la institución a su demanda de un fantasmagórico gobierno en la sombra denominado pomposamente Consejo Nacional de Transición (CNT) e inmediatamente reconocido como legítimo por el ministro de asuntos exteriores italiano Franco Frattini, ha permitido que algunos Estados occidentales enviasen oficialmente elementos de relieve de sus propios ejércitos con la tarea de «adiestrar a los insurgentes». Por otro lado, se ha hecho también oficial el abastecimiento de armas y medios a cambio de petróleo, que antes se hacía en secreto.

Su fuerza, como han escrito periodistas ingleses, «reside por completo en el sostenimiento político y militar de que gozan en el plano internacional». En cuanto a formar un gobierno que funcione, y sobre todo a alcanzar alguna apariencia de victoria –incluso bajo la cobertura de la zona de exclusión aérea– son totalmente incapaces.

En suma, una operación con sabor épico y romántico únicamente en el nombre, pero en sustancia un ataque militar en toda regla a la soberanía de la Gran Jamarihiya Árabe Libia Popular Socialista.
 
Los motivos de la guerra relatados por los grandes medios de comunicación
Pero, ¿qué es lo que realmente ha podido justificar, más allá de los enredos mediáticos que han sido volcados en grandes dosis sobre la opinión pública, la pretensión de tal injerencia armada contra el gobierno de Trípoli travestida de «intervención humanitaria»?

Como siempre sucede en casos similares, todo comenzó con el arranque de una potente campaña mediática en la cual sin ninguna evidencia probatoria, sino únicamente en virtud de una repetición incesante del mismo mensaje, se estableció desde el principio que «Gadafi había hecho bombardear a los insurgentes en Trípoli» masacrando «a más de 10.000 personas».

Una «noticia» de la que inicialmente se hicieron portavoces los dos más importantes medios del mundo árabe: Al Jazeera y Al Arabiya, considerados como una especie de CNN del Próximo y Medio Oriente. Hablamos pues de informaciones procedentes directamente de aquel mundo árabe controlado respectivamente por las aristocracias de Qatar y de Dubai.

Después del inicial ímpetu informativo, el número de «10.000 personas bombardeadas por Gadafi» es inmediatamente remachado por todos los medios internacionales hasta convertirse en un «hecho» indiscutible, casi un postulado, aunque no hubiera ninguna imagen o prueba tangible que pudiera certificar una tal carnicería. En apoyo de tan onírica información se presentaron las imágenes de supuestas «fosas comunes» en las cuales habrían sido sepultados durante la noche, siempre según los corifeos de la desinformación de masas, aquellos que habían perecido bajo los bombardeos ordenados por el «dictador loco y sanguinario».

No obstante, como se descubrió casi enseguida, se trataba de imágenes engañosas y descontextualizadas, ya que aquello que se mostraba al público occidental eran las imágenes de un cementerio de Trípoli donde se realizaban las normales operaciones de inhumación de los fallecidos.

Pero, como todo experto manipulador sabe muy bien, lo que cuenta para plasmar la opinión pública es la primera impresión que se recibe, y que imprime el mensaje en el cerebro de manera indeleble. Ha sido elaborado en las narraciones de los acontecimientos históricos más importantes, el último de los cuales ha sido, sin ningún género de dudas, la obra maestra espectacular que ha pasado a la historia como los «atentados terroristas de Al-Qaeda del 11 de septiembre de 2001».

No podía ser de otra manera también en este caso, donde la primera versión mediática, propalada con diligencia al estilo de Goebbels, ha repetido insistentemente la fábula de los «10.000 muertos» y del «genocidio» llevado a cabo por el «dictador loco y sanguinario» sin ninguna evidencia, apoyándose únicamente en la pura e ininterrumpida circulación del mismo mensaje.

Desde el primer momento, el mantra recitado infinidad de veces en las redacciones del Gran Hermano ha sido sólo éste, convirtiéndose súbitamente en la Versión Oficial. Así pues, ya no había espacio alguno para la duda, al menos en los grandes circuitos de la información, ya que el hecho proclamado se imponía por sí mismo, casi motu proprio. El resto era sólo ir contracorriente o, horribile dictu, nada menos que «complotismo».

Otro elemento que ha jugado un papel decisivo, incluso en términos de aval de los conflictos de años anteriores, ha sido la casi total adhesión de la «izquierda» en casi todas sus vertientes –desde la moderada hasta los sectores más extremos– a la Versión Mediática Oficial, que en el caso italiano incluía también el rumor infundado de hipotéticos «campos de concentración» o «campos de trabajo» destinados a los inmigrantes negros procedentes de las zonas subsaharianas.

Una especie de reflejo pavloviano que ha llevado, sin ningún tipo de filtro o discernimiento crítico y, lo que es aún más grave, sin ni siquiera plantearse la cuestión de quiénes fueran los insurrectos de Bengasi, a suministrar una especie de aval tácito a las operaciones de los manipuladores. Lo cual ha facilitado de hecho la labor de aquellos poderes internacionales que desde hace tiempo trabajaban para provocar una intervención militar contra Libia.
 
Salida hacia Libia

Por todas estas razones, o quizás sería mejor decir por la falta de ellas, cuando el tenor José Fallisi me ofreció la posibilidad de viajar a Trípoli para verificar, junto a un grupo de auténticos «voluntariosos» denominado The Non-Gouvernmental Fact Finding Commission on the Current Events in Libya, cómo estaban las cosas en realidad, no lo he pensado dos veces y de inmediato decidí tomar parte en la expedición.

Tras haber llegado al anochecer del 15 de abril a Djerba con un vuelo de Roma y un retraso de tres horas sobre el horario previsto, el viaje en territorio líbico nos ha presentado de inmediato la dura realidad de un escenario militar salpicado de centenares de puestos de control que cubrían por completo el territorio, desde la frontera con Túnez hasta Trípoli. Pero una vez llegados a las puertas de la capital el ambiente que se perfilaba angustioso en aquellas primeras largas horas de viaje se transforma de repente en un escenario de total normalidad.

Más bien nos encontramos con una metrópoli perfectamente en orden, hermosa, muy cuidada y sin ningún signo típico de un estado de guerra incipiente. Este primer impacto ya contradecía de raíz los relatos de los periodistas amordazados que habían descrito con sosiego los escenarios caóticos, oscuros y sangrientos de los «estragos» provocados por el rais.

La primera sensación que tuve en la mañana del 16 de abril, mientras atravesábamos las calles de Trípoli directos hacia el sudeste del país, fue la de un gran apoyo popular hacia Gadafi, un apoyo pleno, apasionado e incondicional, y no desde luego de «resentimiento y hostilidad de la población» hacia él, como vociferaban desde hacía semanas los medios. Por otra, como muy bien pone de relieve el analista político Mustafà Fetouri, «una de las consecuencias imprevistas de la intervención militar en Libia ha sido la de haber reforzado la credibilidad del régimen confiriéndole aún más fuerza y legitimidad en las zonas que están bajo su control. Además, después de la agresión, ha vuelto a pulsar repetidamente la vieja tecla del antiimperialismo».

Llegados a la ciudad de Bani Waled, a unos 125 kilómetros al sur de Trípoli, en el interior de una vasta comarca montañosa, nuestra delegación fue recibida calurosamente por los responsables de la Facultad de ingeniería electrónica. Este territorio alberga a la mayor Tribu de Libia, los Warfalla o Warfella, que con sus 52 clanes y alrededor de millón y medio de efectivos representa la Tribu más grande de la Tripolitania, donde se encuentra el 66% de la población líbica (en la Cirenaica vive el 26-27% y el resto en el Fezzan), extendiéndose también por el distrito de Misratah (Misurata) y, en parte, por el de Sawfajin.

Nos dirigimos después a la plaza central de la ciudad, donde se estaba desarrollando una manifestación contra la agresión de la Coalición occidental hacia Libia. Aquí la sensación que habíamos advertido unas horas antes al atravesar la capital se convierte en realidad palpable, y las demostraciones de apoyo incondicional a favor del líder líbico no dejan lugar a ningún posible malentendido.

El eslogan que nos acompañó a los largo de todo nuestro recorrido fue Allah Muamar ua Libia ua bas! (¡Allá, Gadafi, Libia y basta!), que se ha convertido en una especie de estribillo repetido un poco por todas partes. Mientras, entre los enemigos de Libia, Sarkozy es sin duda el que más está en el punto de mira y contra el cual se dirigen la mayor parte de las mofas («¡Down, down, Sarkozy!»). Le siguen a continuación los demás líderes occidentales que se han distinguido en la agresión «humanitaria», como el surrealista Premio Nobel Barack Obama, al que ocasionalmente le han puesto el epíteto de U-Bomba, y así sucesivamente todos los demás.

Después fuimos conducidos a un amplio complejo de viviendas circundado por un muro, donde fuimos recibidos por los jefes de las Tribus de los Warfalla, todos ellos vestidos con sus trajes tradicionales. Ayudados por intérpretes, pero también por un jefe de clan anciano que habla un buen italiano, se nos confirma la estrecha alianza de la tribu con Gadafi y su total determinación a luchar, en el desgraciado caso de que fueran invadidos militarmente, «hasta el fin».

«Si decidieran invadir Libia, sabremos cómo responder, nos dice uno de los jefes de la tribu blandiendo en alto con sus nudosas manos un flamante kalashnikov. No hay ninguna arrogancia en sus palabras, únicamente la firme determinación de no permitir que su país se vea inmerso en el caos, tal como sucedió en Kosovo, Afganistán e Irak, que desde la ocupación militar anglo-americana se han convertido quizá en los lugares más peligrosos de la tierra y en los cuales se puede morir yendo simplemente al mercado, en un restaurante, en un banco o simplemente andando por la calle. Estos son los «resultados» después de casi un decenio desde las primeras intervenciones humanitarias y de las consiguientes operaciones de mantenimiento de la paz, que ahora cualquier celoso «exportador de democracia» querría repetir en Libia…

Por cualquier parte que uno se mueva, sea por Trípoli o por sus inmediatas periferias, la pregunta que continuamente nos formulan las personas con las que entramos en contacto es la siguiente: «¿Por qué Francia, Inglaterra y los Estados Unidos nos bombardean? ¿Qué les hemos hecho? ¿Por qué Italia, después de haber estipulado con nuestro país un tratado de amistad y de no agresión, nos ha hecho esto?». Preguntas sacrosantas, a las que las agresiones militares anglo-americanas de los años precedentes suministran una respuesta demasiado evidente.

En los siguientes días continuamos nuestras exploraciones visitando escuelas de diverso orden y grado en Trípoli y sus alrededores donde nos encontramos con las mismas manifestaciones de apoyo y participación. Lo que sorprende en estos muchachos que la prensa occidental querría presentar como escasamente «emancipados» respecto a nuestros salvajes con teléfono móvil, es la plena comprensión de lo que está sucediendo en perjuicio de su país y el peligro que representaría para la suerte de Libia, si por cualquier causa fuese invadida militarmente: pero en su cara no hay ningún rastro de sumisión o resignación ante estos hechos, sino más bien una firme voluntad de resistir «con cualquier medio». Es también el deseo de transmutar la pesadez de las circunstancias, en la medida de lo posible, por momentos de pasión compartida.

Desde los suburbios de Trípoli, donde nos encontramos con la gente por la calle, en sus casas o en sus lugares de trabajo, pasando por los médicos heridos durante los bombardeos y actualmente hospitalizados, hasta las concentraciones en el corazón batiente de la ciudad, siempre vemos la misma disposición de ánimo hacia la jefatura de su país y hacia la situación que, día tras día, viene angustiosamente perfilada por los boletines radio-televisados.

El único elemento realmente anómalo y en muchos sentidos sorprendente, sobre todo porque estamos hablando de uno de los grandes países productores de petróleo del mundo, son las largas filas de kilómetros y kilómetros de automóviles parados a un lado de las calles, y que comienzan ya a formarse en las primeras horas de la noche, esperando el turno para abastecerse en las estaciones de servicio. También esto es una paradoja, una de tantas paradojas en la que es pródiga cualquier guerra.

Moviéndonos a lo largo y ancho de la capital no nos encontramos con ninguna señal de bombardeos contra la población líbica por parte de Gadafi, que fue el motivo desencadenante por el cual fueron promulgadas las Resoluciones de la ONU y que de hecho dieron vía libre a la agresión militar. Y, no obstante, para provocar más de «10.000 muertes», sobre todo cuando se habla de bombardeos en una gran ciudad como Trípoli, necesariamente se habrían producido grandes daños urbanísticos y habrían dejado grandes cantidades de indicios diseminados por las calles. Pero este es un detalle que poco les importa a los señores de la información: lo que cuenta es el pánico virtual creado con oficio, que, sin embargo, está ya produciendo efectos muy concretos.

Las únicas señales tangibles de bombardeos las encontramos, por el contrario, en algunas localidades cercanas a los suburbios de Trípoli, en Tajoura, Suk Jamal y Fajlum, donde después de repetidos bombardeos de la OTAN, encontraron la muerte más de cuarenta civiles. Lo verificamos directamente sobre el terreno, cuando nos trasladamos a la factoría sobre la que se lanzaron algunas bombas que han causado daños en los edificios adyacentes, y en los cuales son aún bien visibles los fragmentos de los ingenios explosivos.

Tendríamos confirmación en el hospital civil de Tajoura, donde las autoridades médicas nos mostraron los documentos oficiales que atestiguan las muertes causadas por las bombas lanzadas por la Coalición.

La confirmación oficial de la situación que hemos comprobado sobre el terreno no es suministrada también por Moussa Ibrahim, portavoz del gobierno líbico, en un encuentro en el Hospital Rixos, el cual nos ilustra sobre la posición del gobierno a este respecto. Después de haber trazado un cuadro de los acontecimientos bélicos y diplomáticos en los dos últimos meses, Ibrahim se pregunta por qué los organismos internacionales responsables no consintieron, antes de iniciar los bombardeos, el envío a Libia de una misión de investigación para verificar los hechos, como había pedido Gadafi en varias ocasiones, y confirmar personalmente los siguientes puntos: 1) la dinámica real de los hechos sobre cómo se desencadenó la rebelión, que fue pertrechada inmediatamente; 2) cuáles son sus verdaderos objetivos, si se trata de secesionistas, más allá de la bandera elegida y de su aparente líder, el ex ministro de Justicia líbico Jelil; 3) quién y qué ha bombardeado; 4) hasta qué punto y a través de qué canales los rebeldes se han armado; 5) cuántas son las víctimas civiles de los presuntos bombardeos de Gadafi y de los llamados «voluntariosos», y así sucesivamente.

«Además –insiste Ibrahim– el envío a Libia de una tal delegación para verificar cómo están realmente las cosas habría tenido un coste inferior al de un único misil de crucero Tomahawk, y de estos misiles se han lanzado más de 250 en estos días. ¿A qué es debida esta hipocresía de Occidente hacia nosotros? ¿Por qué no fue impuesta una zona de exclusión aérea también en Israel cuando bombardeó Gaza durante más de un mes sin que ningún país tuviese nada que objetar? ¿Por qué dos países y dos varas de medir, cuando ya ha sido verificado que nunca hemos bombardeado, y lo repito con toda firmeza, a nuestra población?

Pero una comisión internacional de observadores, a pesar de las insistentes peticiones por parte de las autoridades líbicas, no ha sido enviada nunca y se ha continuado salmodiando la ya vulgar versión del «dictador sanguinario Gadafi» que bombardea y oprime a «su propio pueblo». Occidente, o ese discreto número de países que se ha arrogado abusivamente el derecho de hablar en nombre del mundo entero, ha rechazado también la oferta de Chávez de actuar como mediador para Libia, a pesar de estar apoyada por numerosos países latinoamericanos y por la misma Unión Africana.

Pudimos verificar personalmente al anochecer del 17 de abril en Bäb al ‘Azïzïyah, la residencia-bunker de Gadafi, cuán engañosas son las informaciones que circulan por los grandes medios occidentales a propósito de la popularidad de Gadafi entre la gente de Trípoli y en general de Libia; a pesar de los estrechos controles de las fuerzas de seguridad, fuimos los únicos occidentales que tuvimos acceso al parque situado delante del bunker del rais. El espectáculo que se ofrece a nuestros ojos al entrar en el parque donde se encuentra la antigua residencia de Gadafi bombardeada por los americanos el 15 de abril de 1986 –en la cual, por lo demás, perdió la vida su hija adoptiva Hana– y dejada voluntariamente en aquel estado a modo de testimonio histórico, contradice al primer golpe de vista la versión propagandista que circula por Occidente. Aquí, cada anochecer, desde que se iniciaron los «bombardeos humanitarios» contra la Jamahiriya Árabe Líbica, se celebra un gran encuentro animado por millares de personas, desde recién nacidos para los cuales se ha habilitado una amplia guardería hasta los ancianos que se emplazan con sus narguilé bajo una tienda repleta de cojines y alfombras.

Una gran plataforma montada ante la vieja casa del coronel es el escenario sobre el que se alternan música, palabras, proclamas y entretenimientos para atemperar una atmósfera que cada día que pasa se hace más pesada.
El verdadero sentido de esta concentración, de la cual los medios de comunicación occidental se guardan de informar, «es la cercanía y el afecto de los libios hacia el hermano Gadafi», como me explica un joven y culto ingeniero electrónico que nos guía a lo largo de nuestra visita; un «hermano y un padre» hacia el cual es perceptible el afecto tributado por su gente. Por eso se encuentran allí todas las noches, para hacerle sentir con su presencia todo su calor y hacer de escudo con sus propios cuerpos a nuevas posibles incursiones tras la del 21 de marzo de 2011, incursiones que se repitieron en la noche del 25 de abril, cuando un edificio destinado a oficinas situado en el complejo de Bäb al ‘Azïzïyah fue destruido por un misil  Tomahawk lanzado desde un submarino de la Royal Navy siguiendo coordenadas suministradas por las fuerzas especiales de Londres infiltradas también en la capital.

La última cita con miembros del gobierno fue con el viceministro de asuntos exteriores, Khaled Kaim, que con gran abundancia de detalles recorre instante a instante los desarrollos de la crisis, de la presencia entre los «revoltosos de Bengasi» de varios elementos de los «hermanos musulmanes» y otros jihadistas extranjeros, que ya desde el inicio fue detectada por las autoridades líbicas, de la extraña sincronía que hizo que, el 26 de febrero, el personal de diversas embajadas presentes en Trípoli partiera sin ninguna explicación plausible, hasta de las razones geopolíticas que han hecho que Libia se volviese un objetivo apetecible para los intereses occidentales ya desde hace muchos años.

Kaim pone a nuestra disposición todo el material de vídeo y las informaciones de prensa internacionales que cubren por completo la secuencia temporal puesta a examen, a fin de estudiarla a fondo en toda su amplitud para poder emitir un juicio objetivo sobre los hechos. Su esperanza, dirigida idealmente a la opinión pública occidental, es la de que no se dejen hipnotizar por informaciones ad usum delphini difundida en estos meses por los grandes medios, sino que dirijan su mirada al contencioso entre el gobierno y los «rebeldes» que de todos modos, según su valoración a raíz de la intervención militar de la OTAN en las cuestiones líbicas internas, ha vuelto mucho más complicado y ha dilatado en el tiempo un posible proceso de pacificación nacional.

Sólo nos queda, antes de despedirnos, encontrarnos con la última personalidad de relieve en el programa de nuestra agenda, Monseñor Giovanni Martinelli, el obispo de Trípoli, uno de los últimos italianos que se quedaron en la ciudad después del estallido de la crisis que, junto a la combativa representante de importaciones-exportaciones italo-líbica Tiziana Gamannossi, nos confirma en el curso del coloquio todo lo que ya habíamos descubierto durante nuestra misión de investigación: es decir, que el gobierno líbico no ha bombardeado a su población, sino que los únicos muertos a causa de los bombardeos han sido provocados por la OTAN en Tajoura; que la única posible solución del contencioso es el diálogo, no las bombas; que «los ‘rebeldes de Bengasi’ se han hecho reos de graves crímenes hundiendo al país en el caos».

Martinelli añade que el ataque militar aliado a Libia es injusto y erróneo, tanto desde un punto de vista táctico como estratégico, porque las bombas reforzarán a Gadafi y le permitirán vencer. El suyo es un juicio ponderado y pleno de sufrimiento, expresado además por un hombre que no nutre ninguna inclinación apriorística hacia el coronel, pero que reconoce en él con mucho equilibrio los errores y aciertos en la conducción del país. «Un hombre con mucho carácter y muy decidido –añade el padre Martinelli– que ha favorecido, desde que tomó el poder, la libertad de movimiento y la libertad política, religiosa, y que ha permitido que en Libia conviviesen pacíficamente cinco confesiones religiosas». «En más de cuarenta años –concluye el obispo de Trípoli despidiéndose de nosotros– no he sufrido ninguna provocación de nadie, y nuestra comunidad convive serenamente con todas las demás. Encontrarme cualquier otro lugar en el que todo esto sea posible».

Y cómo contradecirle, viendo el panorama actual del Próximo Oriente.
Si de verdad queremos dirigir nuestra mirada a la sustancia y no a la propaganda bélica que arraiga con fuerza en los medios con graves daños para Libia, la expectativa de vida de sus habitantes se sitúa en torno a los 75 años de edad, un verdadero record si consideramos que en algunos países del continente africano la media se sitúa en torno a los 40 años. Cuando Gadafi tomó el poder, el nivel de analfabetismo en Libia era del 94%, mientras que hoy más del 76% de los libios están alfabetizados y son muchos los jóvenes que estudian en universidades extranjeras.

La población del país, al contrario de lo que sucede en Egipto o Túnez, no carece de alimentos y servicios sociales indispensables. Además, antes del ataque franco-británico el gobierno de Libia había lanzado un programa de edificaciones populares económicas en el cual se habían invertido más de dos mil millones de denarios, que debía consentir la construcción de alrededor de 647.000 casas en todo el país para una población de unos seis millones de habitantes. Un proyecto que naturalmente esta ahora parado, y que será retomado –si alguna vez lo es– quién sabe cuándo.

En este punto, el cuadro que tenemos ante nuestros ojos ha tomado contornos perfectamente delineados; sería muy interesante proseguir hacia la parte oriental del país, donde se llevan a cabo los enfrentamientos más graves, pero por razones de seguridad nos desaconsejan emprender un viaje de esa naturaleza. Aunque, no obstante, tenemos los elementos necesarios para entender que las Resoluciones 1970 y 1973 promulgadas por el Consejo de Seguridad carecen de todo fundamento. Y por tanto las razones de esta intervención armada deben buscarse en otra parte.

El encargo de referir minuciosamente todo lo que hemos podido reunir en el curso de la misión se confió a David Roberts, portavoz del British Civilians For Peace in Libya, durante la conferencia de prensa abierta a todos los medios internacionales presentes en Trípoli que tiene lugar en el lujoso Hotel Rixos; en la que incluso se proyectó un documental montado en tiempo record por el extraordinario reportero gráfico y activista inglés Ishmahil Blagrove; la conferencia de prensa es también la ocasión para dar cuenta a los medios de todos los documentos, la verificación probatoria y las evidencias recogidas por la «Fact Finding Commission» durante sus investigaciones. Después de la exposición de los resultados a los que la comisión había llegado, se procedió a evidenciar todas las omisiones y manipulaciones llevadas a cabo por los medios desde el inicio de la guerra.

Esto no les gustó en absoluto a algunos periodistas y mediobustos[1] de las grandes cabeceras inglesas y americanas presentes en la sala, los cuales sintiéndose acusados por las evidentes distorsiones a las que se prestaron durante sus servicios informativos y que nuestras indagaciones sobre el terreno habían sacado a la luz, reaccionaron furiosos y con rabia, negando haber llevado a cabo un «trabajo sucio» y asegurando que más bien habían suministrado todas las informaciones que estaban en su poder.

Una evidente patraña, considerando que con los pocos medios puestos a nuestra disposición habíamos desmantelado casi por completo su castillo construido sobre la arena, nunca mejor dicho, en los meses precedentes. Y que por un instante, todavía enfervorecido por lo que había visto y oído, pensé en comunicárselo a la diligente bombardera de Libia Anna Finocchiaro, jefa de grupo del PD en el Senado, que estaba sentada detrás de mí en el avión que me traslada de Túnez a Roma. Pero habría sido una molestia inútil, me dije enseguida, a la vista de la determinación asumida en primera persona por la «izquierda» etimológica para conducir a un punto de no retorno a esta sucia guerra.

Como advertía el gran escritor Mario Mariani, «los periodistas y los políticos no deben entender de nada, pero deben hacer como si entendieran de todo». Lo único que realmente cuenta para ellos, es poseer un buen olfato para saber en qué dirección is Blowing the Wind…
 
Las verdaderas razones de la guerra contra Libia

De este modo, poco a poco, después de haber verificado en primera persona cómo estaban realmente las cosas sobre el terreno, y gracias a la red de páginas web o blog interesados en dar auténtica información y no propaganda, se comenzaban a hacer amplios análisis serios y documentados sobre la etiología de los hechos líbicos.

Y cada vez se abría paso con más fuerza lo que, verosímilmente, parecían ser los motivos reales de la intervención de occidente contra Libia, planificada desde mucho tiempo antes. En primer lugar, apoderarse de los enormes yacimientos de petróleo líbico, estimados en cerca de 60 mil millones de barriles y cuyos costes de extracción son de los más bajos del mundo, sin contar las enormes reservas de gas natural valoradas en 1,5 billones de metros cúbicos.

Pero eso no es todo. Desde el momento en que Washington borró a Libia de la lista de proscripción de los «Estados canallas», Gadafi ha tratado de hacerse un espacio diplomático internacional con repetidos encuentros en la patria y en las mayores capitales europeas. En 2004, por ejemplo, Tony Blair, entonces Primer Ministro británico, fue el primer líder occidental en viajar a Libia, que de ese modo se convirtió en un país al que rendir visitas frecuentes.

Y en diciembre de 2007, París se tomó la molestia de extender la alfombra roja en el parque del Hotel Marigny, donde el coronel había plantado su tienda. ¿Qué ha cambiado desde entonces que justifique el encarnizamiento de Gran Bretaña y Francia contra el régimen de Trípoli cuando antes eran tan amigos?

La respuesta nos la ha proporcionado el diario estadounidense The Washington Times. Este periódico puso de relieve el pasado marzo que son los 200 mil millones de dólares de los fondos soberanos líbicos lo que hace que los occidentales tiemblen. Porque ese es el dinero que circula en los bancos centrales, en particular en los británicos, estadounidenses y franceses. Víctimas de una crisis financiera sin precedentes, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos quieren a toda costa apoderarse de estos fondos soberanos.

«Estas son las auténticas razones de la intervención de la OTAN en Libia», afirma Nouredine Leghiel, analista bursátil argelino transferido a Suecia que fue uno de los primeros expertos en plantear la cuestión. Estos 200 mil millones de dólares, de los cuales los occidentales sólo hablan a media voz, están por el momento «congelados» en los bancos centrales europeos. ¿El motivo? Que esta inmensa montaña de dinero se ha asociado con la familia Gadafi, «lo que es completamente falso», como subraya Leghliel, pero que sin embargo autoriza a los tiburones de las maltrechas finanzas internacionales a meter la hucha en sus arcas.

«Cuanto más dure el caos, más durará la guerra y más provecho sacarán los occidentales de esta situación que les es ventajosa», aclara aún Leighliel. El caos en la región beneficiaría a todo occidente. Los británicos, sofocados por la crisis financiera, encontrarían de ese modo los recursos necesarios. Los estadounidenses con objetivos meramente militares, se instalarían de forma definitiva en la franja del Sahel y Francia podría recuperar el papel de subarrendatario en esta región a la que considera como una especie de apéndice suyo.

El asalto a los fondos soberanos libios, como es fácilmente previsible, tendrá un impacto particularmente fuerte en África. Aquí la Libyan Arab African Investment Company ha hecho inversiones en más de 25 países, 22 de los cuales en el África subsahariana, programando de acrecentarlos en los próximos cinco años, sobre todo en el sector minero, manufacturero, turístico y en el de las telecomunicaciones. Las inversiones líbicas han sido decisivas en la realización del primer satélite de la Rascom (Regional African Satellite Communications Organization) que, habiendo entrado en órbita en agosto de 2010, permite a los países africanos empezar a independizarse de las redes de satélites estadounidenses y europeas, con un ahorro al año de centenares de millones de dólares.

Todavía más importantes han sido las inversiones libias en la realización de los tres organismos financieros puestos en marcha por la Unión Africana: el Banco africano de inversiones, con sede en Trípoli; el Fondo monetario africano (FMA), con sede en Yaoundé, la capital de Camerún y el Banco central africano en Abuja, la capital nigeriana. El Fondo será financiado principalmente por los países africanos y, por cuanto se sabe, Argelia dará 14,8 mil millones de dólares USA, Libia 9,33, Nigeria, 5,35, Egipto, 3,43 y Sudáfrica 3,4.

La creación del nuevo organismo es (o era) considerada una etapa crucial hacia la autonomía monetaria del continente. En efecto, según las Naciones Unidas, en África el peso de la balanza comercial mundial se ha contraído notablemente en los últimos veinticinco años, pasando del 6 al 2%; efecto debido, siempre según las Naciones Unidas, a la presencia de unas cincuenta monedas nacionales no convertibles entre sí.

Esto representaría un freno a los intercambios comerciales entre los Estados africanos, por ello la principal tarea del FMA es promover los intercambios comerciales creando el mercado común africano. Un paso necesario para la estabilidad financiera y el progreso de la economía del continente, que además decretaría el fin del franco CFA, la moneda que se ven obligados a usar 14 países, ex-colonias francesas.

Lo que hemos apenas expuesto podría ser la verdadera razón, o uno de los motivos principales que ha provocado la intervención militar, primero oculta, declarada y explícita después, de las viejas potencias coloniales del Continente Negro: Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Sea como fuere, la congelación de los fondos líbicos y la consiguiente guerra asestan un durísimo golpe al proyecto en su conjunto.

Pero si Occidente quiere realmente anular a Gadafi para apropiarse de Libia y de sus recursos, deberá resignarse enseguida a cambiar de estrategia. Dicho de otro modo, deberá hacer que sus heroicos soldados desciendan de los aviones y de las naves, desde donde bombardean cómodamente sentados teniendo en la mano el joystick de la playstation y mandarlos a tierras líbicas, a combatir, matar y ser a su vez muertos.

En este punto será absolutamente necesario quitarse la careta, evitar esconderse tras el pretexto de «intervenciones humanitarias», manifestar abiertamente sus ambiciones y aceptar la fila de ataúdes que volverían a casa cada semana. ¿Pero serán capaces, después de que el mundo asiste consternado al empantanamiento en el que se hallan inmersas las mayores potencias militares de la historia tras un conflicto que dura ya más de diez años en Afganistán e Irak?
                                                                                                              
nota
[1] ‘Mezzobusto’, expresión italiana intraducible en castellano. Hace referencia, en modo irónico, a los analistas políticos que aparecen en televisión y que por regla general sólo se muestran de cintura para arriba.

fuente: revista Etcétera nº48 http://sindominio.net/etcetera/REVISTAS/NUMERO_48/libia48.htm
 

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