Julio López
está desaparecido
hace 6423 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

Libia, el caos y nosotros
Por Santiago Alba Rico -Gara / Rebelión - Sunday, Nov. 06, 2011 at 12:31 PM

La izquierda (a la Chavez) enemiga de la primavera árabe.

La última semana de agosto, tras la entrada de los rebeldes en Trípoli, el mundo árabe estalló en un grito de alivio y júbilo. En Yemen y Siria las manifestaciones populares contra las dictaduras de Ali Saleh y Bachar Al-Assad multiplicaron su número e intensidad al calor de esta victoria que todos los pueblos de la región vivieron como propia.

En Túnez, los días 22 y 23 de agosto, refugiados libios y ciudadanos tunecinos celebraron en las calles de la capital, pero también en Sfax, Gabes y Jerba, la caída de Gadafi. Los propios partidos de izquierda se sumaron a la celebración. Así el Partido Comunista Obrero de Túnez, de Hama Hamami, uno de los opositores más perseguidos por el régimen de Ben Ali, difundía el 24 de agosto un comunicado en el que felicitaba “al hermano pueblo de Libia por su victoria sobre el despótico y corrupto régimen de Gadafi, confiando en que ahora el pueblo libio pueda decidir su propio destino, recuperar sus libertades y derechos y construir un sistema político basado en la soberanía que le permita regenerar su país, movilizar sus riquezas en favor de todos los ciudadanos y establecer profundas relaciones de hermandad con los pueblos vecinos”.

Durante los últimos seis meses, en todas las capitales árabes donde la gente protestaba contra los dictadores locales, a menudo jugándose la vida, se han celebrado manifestaciones de solidaridad con el pueblo libio; nos guste o no, aún tratándose de una de las zonas más anti-imperialistas del mundo, no ha habido ninguna protesta contra la intervención de la OTAN.

Durante estos últimos meses he tenido a veces la impresión de que mientras la derecha coloniza y bombardea el mundo árabe, la izquierda (una parte de la izquierda europea y latinoamericana) le indica cuándo, cómo y de quién debe liberarse. No voy a entrar en una polémica muy pugnaz que ha fracturado el campo anti-imperialista; sólo quiero dejar constancia de que el único lugar donde esa polémica no ha existido ha sido curiosamente el lugar donde se producían los acontecimientos.

Mientras la izquierda occidental se intercambiaba bofetadas en torno a la intervención de la OTAN, los pueblos árabes, acompañados por una izquierda regional a la que ni Europa ni América Latina han escuchado, se dedicaban y se dedican a combatir las dictaduras con medios y en condiciones que ningún análisis marxista habría previsto y probablemente tampoco deseado. El caso es que tampoco las potencias occidentales habían previsto ni deseado lo ocurrido y el resultado de su improvisación chapucera, tan hipócrita como diligente, es aún una incógnita.

Uno de los errores del esquemático análisis de un sector de la izquierda occidental (tan occidental en esto como occidentales son las bombas de la Alianza Atlántica) es el de llamar la atención sobre los intereses euro-estadounidenses en Libia, como si esos intereses no hubieran estado asegurados bajo Gadafi y como si, en cualquier caso, de una enumeración de intereses se desprendiese necesariamente una intervención. No se interviene donde y cuando se quiere sino donde y cuando se puede. Los intereses interesan, sin duda, pero no hacen posible una intervención militar. En el caso de Libia, a mi juicio, son dos los factores que la han hecho posible.

El primero es que se trataba, como reconocieron enseguida los pueblos y las izquierdas árabes, de una causa justa. La rebelión popular comenzada en Bengasi y abortada en el barrio de Fashlum de Trípoli el 17 de febrero prolongaba, con igual legitimidad y espontaneidad, las revoluciones de Túnez y Egipto. Escribía Jean-Paul Sartre en 1972 que “el poder utiliza la verdad cuando no hay una mentira mejor”. En este caso ninguna mentira era mejor que la verdad misma: “el monstruoso tirano” Gadafi era un monstruoso tirano y los “rebeldes libios” eran realmente rebeldes libios. Al convertir occidente la verdad en propaganda, la izquierda esquemática -muy alejada o con poco conocimiento de la zona- cayó en la trampa y se puso a repetir ingenuamente, frente a ella, un montón de mentiras o medias verdades, regalando a los bombardeadores una causa justa y asumiendo la ignominia de defender una injusticia.

El segundo factor tiene que ver con el aislamiento del régimen de Gadafi. Aparte de Nicaragua y Venezuela, muy alejados del escenario, los únicos amigos que tenía Gadafi en el mundo eran unos cuantos dictadores africanos y unos cuantos imperialistas occidentales. Abandonado por estos últimos, ningún Estado con autoridad geoestratégica -ni la Liga Arabe ni China ni Rusia- iban a oponer resistencia a la intervención de la OTAN. Al contrario de lo que ocurre en Siria, un avispero de equilibrios muy sensibles en el que Bachar Al-Assad vende en todas direcciones la carta de la “estabilidad” mientras mata impunemente a miles de revolucionarios, Gadafi y su régimen no representaba nada en la región. Al contrario, todos los intereses, también los políticos, lo volvían vulnerable: más que el petróleo, entre los factores desencadenantes de la intervención de la OTAN hay que incluir las presiones de Arabia Saudí sobre unos EEUU muy renuentes y la oportunidad para Francia de "represtigiarse" en su “patio trasero” natural, el norte de Africa, tras el batacazo sufrido en Túnez y Egipto, donde el apoyo a Ben Alí y a Moubarak (con el escándalo de las vacaciones pagadas de sus ministros) habían dejado a Sarkozy completamente fuera de juego.

El otro error en el que ha incurrido un cierto sector de la izquierda tiene que ver precisamente con su esquematismo o, mejor dicho, con su monismo. Los pueblos y las izquierdas árabes, jugándose la vida sobre el terreno, han comprendido enseguida la imposibilidad de escapar a la incomodidad analítica si querían derrocar a sus dictadores. Han sabido que había que afirmar muchos hechos al mismo tiempo, algunos contradictorios entre sí. En el caso de Libia, esos cinco o seis hechos son los que siguen: Gadafi es un dictador; la revuelta libia es popular, legítima y espontánea; la revuelta es enseguida infiltrada por oportunistas, liberales pro-occidentales e islamistas; la intervención de la OTAN nunca tuvo vocación humanitaria; la intervención de la OTAN salvó vidas; la intervención de la OTAN provocó muertes de civiles; la intervención de la OTAN amenaza con convertir Libia en un protectorado occidental. ¿Qué hacemos con todo esto? Podemos dejar a un lado la realpolitik, acudir al realismo y tratar de analizar la nueva relación de fuerzas en el contexto de un mundo árabe en pleno proceso de transformación. O podemos afirmar Un Solo Hecho -monismo- y someter todos los demás a sus latigazos negacionistas.

Así, si sólo afirmamos la intervención de la OTAN, con sus crímenes y amenazas, nos vemos enseguida obligados, por una pendiente lógica que nos aleja cada vez más de la realidad, a negar el carácter dictatorial de Gadafi y afirmar, aún más, su potencial emancipatorio y anti-imperialista; a negar el derecho y espontaneidad de la revuelta libia y afirmar, aún más, su dependencia mercenaria de una conspiración occidental. Lo malo de este ejercicio de monismo es que deja fuera precisamente los datos que más importan a los pueblos árabes y a las izquierdas árabes y los que más deberían importar a los anti-imperialistas de todo el mundo: la injusticia de un tirano y la reclamación de justicia del pueblo libio.

El monismo simplifica las cosas allí donde son muy -muy- complicadas. La OTAN misma es consciente de esta complejidad, como lo demuestra el hecho de que -tal y como recuerda Gilbert Achcar- ha bombardeado muy poco Libia con el propósito de alargar la guerra y tratar de gestionar una derrota del régimen sin verdadera ruptura con él; lo contrario, es decir, de lo que demanda el pueblo libio. El conflicto entre la OTAN y una parte de los rebeldes es manifiesto, como lo es entre los rebeldes y la cúpula dirigente del CNT.

Hemos escuchado en los últimos días las denuncias muy agresivas -dirigidas tanto a EEUU e Inglaterra como a Mustafá Abdul Jalil y Mahmud Jibril- de Abdelhakim Belhaj e Ismail Salabi, comandantes rebeldes vinculados al islamismo militante. Como en Túnez y en Egipto, los islamistas están bien organizados y tienen fuerza, pero no son ellos los que comenzaron las revueltas. Es muy triste ver de pronto a un cierto sector de la izquierda unirse al coro de la “guerra contra el terrorismo” y la “amenaza de Al-Qaeda”, precisamente cuando las revoluciones árabes demuestran su escasísimo ascendiente sobre la juventud árabe.

Cualquiera que sea o haya sido la relación entre Al-Qaeda y el Grupo Combatiente Musulmán Libio, las declaraciones públicas de sus líderes en favor de “un Estado civil” y una “verdadera democracia”, muy poco creíbles, demuestran un gran conocimiento de la corriente que empuja en estos momentos la región. Desde la izquierda tenemos quizás que aceptar la idea de que el mundo árabe inevitablemente será gobernado por el islamismo en los próximos años -si se le hubiese dejado gobernar hace veinte hoy se habrían librado ya de ellos-, pero la triunfal visita de Erdogan a Egipto, Túnez y Libia indica que ese islamismo ya no será el de la yihad y el atentado suicida, como interesaba a la UE y EEUU, sino un “islamismo democrático” cuyos límites, en todo caso, se revelarán también enseguida a los ojos de una población juvenil excedentaria crecientemente integrada en las redes de información global.

Como quiera que sea, la izquierda, que carece de armas y dinero, sólo debería atreverse hablar después de haber imaginado qué haría con ellas -armas y dinero- si las tuviera. ¿Se las habría dado a Gadafi? ¿Se las habría dado a los rebeldes anticipándose a la OTAN? Lo que debe saber la izquierda occidental es que apoyando a Gadafi, no apoya a Chávez (contrapunto democrático del tirano libio, no obstante sus absurdas declaraciones) sino a Aznar y a Berlusconi y, aún peor, a Ben Ali y Moubarak. La izquierda árabe, muy realista, sabe lo que habría significado una victoria de Gadafi para la Primavera Arabe aún en curso. No hay que olvidar que Gadafi apoyó al dictador tunecino tras su salida del país, amenazó a su pueblo y trató de desestabilizar sus nuevas instituciones para restablecer a la familia Trabelsi en el poder hasta que -precisamente- la rebelión popular libia del 17 de febrero frustró todos sus planes.

El sofocamiento a sangre y fuego de la revuelta libia hubiera puesto en peligro los logros revolucionarios de Túnez y Egipto, alentado una represión aún mayor en Yemen y Siria y congelado todas las protestas que retoñan de nuevo en Marruecos, Jordania y Bahrein. No se puede -no se puede, no- estar a favor de las revoluciones árabes y de Gadafi al mismo tiempo. Paradójicamente, los que apoyan a Gadafi apoyan sin darse cuenta la ofensiva contrarrevolucionaria de la OTAN en el norte de Africa.

Quizás prefiramos un orden malo, con tal de que sea invencible, mejor que un desorden ambiguo en el que existe alguna posibilidad de vencer, aunque sea a largo plazo; quizás hubiéramos preferido que el metepatas de Mohamed Bouazizi no se hubiera inmolado incendiando toda la región (con lo tranquilos que estábamos); quizás hubiéramos preferido que los pueblos árabes no se hubieran levantado si no podían ser marxistas y si al final no va a servir para nada o sólo para que gobierne el islam o para que un puñado de humillados y ofendidos respiren un poco.

Pero no somos nosotros quienes decidimos. Lo cierto es que los pueblos árabes, incluido el libio, han decidido desembarazarse de las dictaduras más largas del planeta, “descongelando” una región del mundo petrificada desde la primera guerra mundial y condenada a servir una y otra vez intereses ajenos; y con esa decisión la han devuelto a “la corriente central de la historia”.

Podemos dejarnos llevar por nostalgias de guerra fría; podemos ver tranquilizadoras conspiraciones de los mismos malos de siempre, ahorrándonos así el esfuerzo de acercarnos a nuestros afines sobre el terreno y de analizar con cuidado los nuevos actores que intervienen en el escenario global; podemos hacer discursos en lugar de hacer política; y regañar a los árabes en lugar de aprender de ellos. O podemos solidarizarnos con los pueblos que en estos momentos están tratando de terminar una historia o de empezar una nueva; con los que, como Siria, Yemen, Bahrein, tratan de sacudirse el yugo de sus dictadores y con los que, como Túnez, Egipto y Libia, tienen que intentar librarse, a partir de ahora, de distintas modalidades de intervención extranjera.

http://www.gara.net/paperezkoa/20110919/291607/es/Libia-caos-nosotros

agrega un comentario


Libia : fariseos y la destrucción de un pueblo
Por rebelde way - Sunday, Nov. 06, 2011 at 1:43 PM

quien es el autor de esta nota?
A Santiago Alba Rico lo podríamos definir rápidamente como un chico de la nobleza europea con inquietudes intelectuales izquierdistas, un curioso play-boy progresista...
Esta es una de las respuesta que recibió por su articulo.

Libia : fariseos y la destrucción de un pueblo
por Jorge Capelán y toni solo, 22 de septiembre 2011

La clase gerencial-intelectual de la izquierda neocolonial se hunde cada vez más en sus contradicciones con cada nuevo artículo que sus representantes publican sobre Libia. Ahora el turno le toca a Santiago Alba Rico en “Libia, el caos y nosotros” publicado en Acomodación este 20 de septiembre. Es uno de varios artículos que han aparecido apoyando la irrisoria idea de que ha habido una revolución popular en Libia.

Es más que evidente que una mayoría del pueblo libio apoyó a la Jamahiriya y pelea ferozmente contra una minoría de libios sobornados y chantajeados por los gobiernos occidentales, apoyados por un gran número de mercenarios extranjeros y por las fuerzas de la OTAN. Es absurdo designar como revolución este golpe-insurrección por contrato. Como lo ha expresado muy bien el partido Tudeh de Irán, que se opone al sistema de la Jamahiriya libia:

“Consideramos que la política de 'cambio de régimen' de las fuerzas afiliadas a los imperialistas contrasta completamente con los supremos intereses del pueblo libio y de los pueblos del Medio Oriente y lo condenamos. De hecho, aun si las fuerzas opositoras al régimen dictatorial de Ghaddafi lograsen controlar el país o una parte significativa del mismo con el apoyo militar y bajo la cobertura de los aviones bombarderos y los misiles cruceros destructivos de los países imperialistas ¿cómo podría su poder y autoridad tener alguna legitimidad popular?” (http://www.solidnet.org/iran-tudeh-party-of-iran/1389-tudeh-party-of-iran-stop-bombing-libya)

Los hermanos de Tudeh comparten la falsa idea que la Jamahiriya libia fue una dictadura y que el dictador fue Muammar Al Ghaddafi. Ninguna dictadura habría sobrevivido a la agresión despiadada de la fuerza militar de la OTAN durante tantos meses. A pesar de ese error analítico, los hermanos de Tudeh entienden el concepto de la legitimidad. Y ven que una minoría oportunista y mercenaria no puede constituir un gobierno legítimo si llegan al poder en base del poderío militar de los países imperialistas de Norte América y Europa.

El artículo de Alba Rico afirma, “No voy a entrar en una polémica muy pugnaz que ha fracturado el campo anti-imperialista; sólo quiero dejar constancia de que el único lugar donde esa polémica no ha existido ha sido curiosamente el lugar donde se producían los acontecimientos.” Sin embargo, se mete de lleno en la polémica y lo hace mintiendo de manera descarada.

El sentido y significado de los acontecimientos en Libia han dado lugar a fuertes y vigorosas discusiones en toda la región desde Argel hasta Ciudad del Cabo. Alba Rico da prueba de un dudosamente ingenuo sesgo hacia el mundo árabe en su perspectiva hacia el país agredido por la OTAN. Sin embargo, el significado fundamental de la agresión y el golpe-insurrección contrarrevolucionaria en Libia tienen que ver más que todo con su carácter de país africano.

Pero aún sin tomar en cuenta la dimensión africana del conflicto, Alba Rico está equivocado al sugerir que la mayoría de la izquierda en los países árabes o del Oriente Medio apoya al CNT. El partido Argelino por la Democracia y el Socialismo, partidos de izquierda de Iran como Tudeh, los partidos comunistas del Líbano y de Turquía, han adoptado posiciones que claramente cuestionan la legitimidad de esa banda de contrarevolucionarios, mercenarios y peones de los poderes extranjeros.

En África es notorio el apoyo de movimientos a favor de la Jamahiriya libia y Muammar al Ghaddafi en todo el continente. Cuando Alba Rico habla del aislamiento de la Jamahiriya toma una posición totalmente eurocéntrica, ignora el amplio apoyo a ésta en África, Asía y América Latina, entre otras cosas, por la posición política de la Jamahiriya a favor del diálogo y una paz negociada, pero también por experiencias históricas y recientes de la solidaridad libia. Sobre América Latina, Alba Rico se refiere desdeñosamente acerca de las posiciones de Nicaragua y Venezuela, ignorando de manera insidiosa la posición contundente del bloque conformado por todos los países del ALBA.

Ignorando al movimiento de solidaridad en los Estados Unidos, Alba Rico elige también ignorar olímpicamente el incómodo hecho de que la izquierda negra en pleno se ha volcado a condenar la invasión imperialista de la OTAN desde el primer momento. En una operación de evidente mala fe, el autor llama a todos estos grupos, y a los demás grupos en todo el mundo, aún en el centro imperialista, que se han levantado en solidaridad con Libia, “occidentales”. En fin, Alba Rico, igual que los escritores que comparten sus criterios, deliberadamente, deshonestamente y de una manera racista ignora los masivos crímenes de lesa humanidad cometidos por los asesinos, torturadores y violadores del CNT.

Por otro lado, esta es la lista de países que rechazaron, se abstuvieron o no se presentaron a la votación para reconocer al CNT en la ONU. La rechazaron: Angola, Bolivia, Cuba, República Democrática del Congo, Ecuador, Guinea Ecuatorial, Kenia, Lesotho, Malawi, Namibia, Nicaragua, Sudáfrica, Suazilandia, Tanzania, Venezuela, Zambia y Zimbabue. Se abstuvieron: Arabia Saudí, Argelia, Antigua y Barbuda, Camerún, República Dominicana, El Salvador, Indonesia, Malí, Mauritania, Nepal, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Trinidad y Tobago, Uganda y Uruguay. No participaron: Albania, Bielorrusia, Burundi, Camboya, Corea del Norte, Eritrea, Guinea, Guinea-Bissau, Haití, Guyana, Mozambique, Myanmar, Nigeria, Pakistán, República Centroafricana, Ruanda, Somalia, y toda la antigua Asia Central soviética.

Es irrisorio entonces hablar como si existiese un consenso contundente en contra de la Jamahiriya libia y Muammar al Ghaddafi. Lo que existe es un Bloque Occidental dominado por sus élites fascistas – la alianza militarista de la clase dominante política con la clase capitalista corporativa - que han ejercido enorme presión diplomática y económica sobre sus aliados para lograr el resultado deseado. Como Neville Chamberlain y Eduardo Daladier en Munich, Dmitri Medvedev de Rusia y Hu Jintao de China han sacrificado Libia como aquellos sacrificaron lo que fue Checoslovaquia para apaciguar la bestia militarista de la época, la Alemania Nazi.

Ya estamos en una guerra mundial declarada abiertamente por sucesivos administraciones de los Estados Unidos apoyados por sus aliados del Pacífico y de Europa. Y es natural para Alba Rico y los demás colaboradores acomodados de la guerra psicológica de la OTAN, la bestia militarista de nuestra época, sugerir que la ola de protestas en el norte de África constituye un fenómeno nuevo y exitoso. Al contrario, las revueltas populares en esos países no son nada nuevo. Han tenido protestas populares desde los tiempos coloniales. Todavía está por verse si de ellas resulta algo positivo en beneficio de los pueblos.

La situación en Libia ha sido muy diferente de la de Egipto, Túnez y los demás países de la denominada (hasta por Barack Obama y John McCain) “primavera árabe”. Y es muy falso de parte de Alba Rico el pretender que él sabe qué fue lo que pasó en febrero en Libia. No lo sabe. La información disponible ha sido totalmente confundida y sesgada. Lo único que sabemos es que hubo algún tipo de protesta mezclado con algún tipo de acción armada. De allí no sabemos nada con seguridad. Lo que sí sabemos es que casi inmediatamente se pasó a una fase de insurrección armada e intento de golpe de Estado que fue aprovechado desde su inicio por los gobiernos de la OTAN.

Todo indica que tuvo lugar un golpe-insurrección por contrato apoyado desde mucho antes por la OTAN y sus aliados en los gobiernos árabes represivos de la región. Gente como Alba Rico se contradice de plano al hablar de una insurrección popular que misteriosamente estaría necesitada del apoyo “democrático” de la OTAN. Ahora, hipócritamente, gente como Alba Rico y el palestino Ramzy Baroud plantean que no estaría mal si el CNT se liberara de la intervención extranjera para volver a ser verdaderamente libres (o independientes, como tal vez sí lo eran durante la Yamahiriya) y así poder completar la “revolución popular”. Es difícil encontrar algo que iguale semejante falta de seriedad.

De hecho, sería bueno que Alba Rico escarbase un poco en la historia de las revoluciones populares, para que se diese cuenta de que ninguna de ellas se llevó a cabo con la ayuda del colaboracionismo con las invasiones imperiales. Claro, que como el mismo autor lo explica, los “pueblos árabes” (como si la situación de Libia se pudiese reducir a la de un “pueblo árabe”) se encuentran ante desarrollos históricos que ni el mismo Marx pudo prever - tiempos orwellianos en los que, según Alba Rico, el imperio significa la independencia.

Es una lástima que esta novísima teoría no sea en realidad tan nueva como Alba Rico se lo imagina: Ya ha sido esgrimida por incontables camadas de personalidades “progresistas” desde que el imperialismo en su sentido moderno de la palabra ha existido. Fue, en el fondo, la misma argumentación que hizo a los socialdemócratas europeos alabar los dones benéficos del colonialismo a inicios del siglo XX, y es la misma argumentación con la que se justificaron las dos guerras de Yugoslavia, la ocupación de Afganistán, la invasión a Irak, la fracasada misión de la ONU en el Congo, el golpe e “intervención humanitaria” de la MINUSTAH en Haití y, al mismo tiempo que en Libia, la colonialista intervención de Francia en Costa de Marfil.

Para estos bombardeos de Libia, para estas masacres, para estos pogromos contra inmigrantes africanos, intelectuales como Alba Rico, para estas condiciones que “Marx jamás previó”, echan mano de los mismos argumentos de los “marxistas” iraquíes que en su día bendijeron las bombas de la OTAN y que hoy se encuentran nadando en alguna letrina recóndita de la historia. De poco o nada les sirve, como lo hace Alba Rico, el invocar a Sartre (debería darles vergüenza hacerlo), o llamar “occidentales” a los que se alzan contra el imperio. Cada ideología justificante del atropello imperial echa mano a su variante particular del diversionismo. No hay nada nuevo tras esas viejas mañas.

Es de un cinismo inmoral evidente el acusar a los que nos opusimos y nos oponemos consecuentemente a la intervención en Libia de proveer de argumentos a la OTAN, cuando fueron partidos como el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista), el PCF (Partido Comunista Francés), el PG (Partido de la Izquierda, una escisión del PS) y Los Verdes en Francia, los que a coro se sumaron al apoyo de la intervención humanitaria. No fuimos nosotros sino los representantes de los dos principales sindicatos españoles CGT y CCOO los que calificaron la intervención como un "mal menor". No fuimos nosotros sino el Partido de Izquierda sueco el que votó a favor de permitir el envío de cazas de combate a Libia. En fin, la lista de los que dieron su apoyo a ese crimen y a los crímenes que de él se derivan es larga, y en ella se encuentran los intelectuales que permitieron y permiten racionalizarlos.

La bajeza moral y la plena colaboración con la OTAN de este tipo de argumentación de parte de los narcisistas de la izquierda neocolonial llega al colmo cuando minimizan la agresión de la Alianza Atlántica contra el pueblo libio. Alba Rico alerta que la situación es muy compleja: “La OTAN misma es consciente de esta complejidad, como lo demuestra el hecho de que -tal y como recuerda Gilbert Achcar- ha bombardeado muy poco Libia con el propósito de alargar la guerra y tratar de gestionar una derrota del régimen sin verdadera ruptura con él”, escribe.

Pero miente. Libia ha sido bombardeada sin merced para destruir toda su infraestructura. Es como decir que los sionistas solo bombardearon “un poquito” Gaza o Beirut. Las grandes ciudades de Libia han sido destruidas. Alba Rico sugiere que esto fue a propósito para alargar la guerra. Es obvio que argumenta así porque no puede reconocer que el motivo de los bombardeos constantes durante estos siete meses ha sido la resistencia de la mayoría del pueblo libio que rechaza el CNT.

Primero (en las primeras horas) bombardearon los aeropuertos y lo que hubiese de fuerzas aéreas. Muy pronto bombardearon las unidades e instalaciones del ejército libio – algo para lo que ni siquiera tenían mandato. Luego, ante la firmeza de la gran mayoría del pueblo libio, llevaron adelante una campaña estilo sionista de eliminación “selectiva” de los dirigentes tribales defensores de la Jamahiriya, sin siquiera pararse a pensar que al bombardear sus viviendas también estaban asesinando niños, ancianos y mujeres.

Como eso no dio resultado, pasaron a los bombardeos indiscriminados, igual que como lo hizo el ejército de ocupación italiano en Libia a inicios del siglo pasado. Mientras tanto, gente como Santiago Alba Rico estaba aplaudiendo esta invasión y esta intervención, erigiendo fachadas ideológicas para la desmovilización y hasta para el aplauso a los crímenes de los gobiernos occidentales.

Otro tema tergiversado por los colaboradores de la guerra psicológica de la OTAN contra los pueblos del mundo es lo de los fondos soberanos del pueblo libio. Los propagandistas de los medios corporativos de la OTAN hablan del dinero de “Ghaddafi” para acentuar la caricatura de un dictador-payaso sangriento y corrupto – y encuentran eco en los representantes de la izquierda neocolonial.

Estos hablan como si una dictadura pudiese acumular un fondo de más de US$200 mil millones e invertirlo en claro beneficio del pueblo libio y de los pueblos africanos. Aplican un hipócrita doble rasero. Para ellos son democracias los estados que toleran el criminal sistema financiero norteamericano y europeo que chupa la riqueza de los pueblos para alimentar mejor a las élites. En cambio, tergiversan el manejo claramente a favor del pueblo libio y sus hermanos pueblos africanos por las instituciones de la Jamahiriya, por más imperfectas que sean, y lo llaman dictadura. Es importante señalar esta patética y estúpida contradicción de los intelectuales del Bloque Occidental.

Antiimperialismo es luchar contra el imperio occidental-sionista y atlantista que en nuestro tiempo histórico expresa la concentración última del poder militar, político y económico del sistema de privilegios y de opresión del capitalismo. Es luchar contra el obstáculo principal para la realización de todos los demás derechos de la humanidad y contra la principal amenaza para la existencia de la vida en el planeta.

Antiimperialismo también es defender a los estados nacionales en la medida en que sean espacios en los que palabras como democracia, socialismo, e independencia tengan un sentido y en la medida en que, por ser obstáculos a la libre expansión del saqueo imperial, sean objeto de agresiones. Antiimperialismo es defender y por encima de todo respetar los liderazgos que los pueblos han designado para sí mismos y dejar a estos pueblos la última palabra sobre la interpretación de sus experiencias históricas.

El dilema que plantean intelectuales como Alba Rico, entre defender un proyecto democrático, socialista o anticapitalista en abstracto, y la liberación del imperialismo, es un dilema falso ya que la legitimidad popular de un proyecto y la lucha por la independencia nacional se condicionan mutuamente. Poco y nada avanzan las aspiraciones revolucionarias de los pueblos del Oriente Medio con una Libia invadida y con un Mahgreb en llamas. Por el contrario, la guerra contra Libia ha significado el último clavo en el ataúd del orden del derecho internacional establecido en la Carta de las Naciones Unidas.

Con la resolución 1973 del Consejo de Seguridad – una razón que sólo movimientos totalmente carentes de visión política pueden aplaudir – se sancionó por decreto la doctrina de la Responsabilidad de Proteger y con ello se impuso el orden de la barbarie. Las Naciones Unidas ya se encontraban en crisis, es cierto, pero ese orden ya caduco no se hará más fácil de transformar con el asesinato del derecho internacional, especialmente en un mundo ya prácticamente multipolar pero controlado por la dictadura anacrónica de unas pocas potencias, la mayoría de ellas miembros de la OTAN.

Entre los dudosos avances aplaudidos por la izquierda neocolonial se encuentra la ampliación de la discrecionalidad del ilegal Tribunal Penal Internacional a niveles con los que la administración Bush sólo llegó a soñar. El mensaje de la resolución 1973 es muy claro: de ahora en adelante, todo vale. Y lo que vendrá son más guerras que los falsos progresistas y los falsos radicales de siempre, una y otra vez azuzarán mostrando, al mismo tiempo, caras de inocencia y lamentación.

La reciente resolución 2009 demuestra contundentemente que la ONU está sujeta a una ingeniería virtual generada por la guerra psicológica de los países de la OTAN y sus aliados. El contenido de la resolución no tiene la más mínima conexión con la realidad en Libia. Esta situación se ha facilitado por el fracaso moral e intelectual de los fariseos de la izquierda neocolonial narcisista. Efectivamente, éstos se han aliado con los enemigos de la humanidad.

La agresión colonial contra Libia constituye una profunda ruptura que tendrá muchas secuelas previsibles e imprevisibles. Una de ellas será la marginación de viejos esquemas de producción intelectual y el desarrollo de diferentes expresiones de resistencia cultural, de producción intelectual basadas en la realidad de los pueblos. Algo positivo que el pueblo libio nos ha demostrado es el imperativo de respetar la sabiduría y la soberanía de las decisiones políticas de los pueblos.

El pueblo libio y su Jamahiriya luchan para resistir la re-colonialización de África por los grandes poderes globales. En este momento, la persona que simboliza esa lucha al lado de su pueblo es Muammar al Ghaddafi. Lo que nos toca hacer ahora es demostrar nuestra solidaridad y apoyar sin reservas la lucha del heroico pueblo libio.

agrega un comentario


Un intelectual sionista
Por Oxadio - Sunday, Nov. 06, 2011 at 9:00 PM



El sionista autor intelectual de la guerra en Libia
Hubo un jefe de guerra, Nicolás Sarkozy, personaje de la misma talla intelectual que física. Seguramente, en sus cálculos más pérfidos, pensó que la agresión le daría dividendos políticos internos. La izquierda francesa, la de gobierno y también la extrema izquierda, compartieron y avalaron la agresión, lo que demuestra una vez más el valor concreto y específico de esa izquierda -dicho sea de paso, administra socialmente el capitalismo desde tiempos memorables-, lo mismo en España, Italia o Alemania, breve, toda la “izquierda” europea.

Dentro de esos personajes de izquierda se encuentra un pretendido filósofo, BHL, Bernard Henri Levi, el autor intelectual de la masacre del pueblo libio. Es de todos conocidos las aproximaciones, falsedades y embustes de este mercader de “ideas”. Importador-exportador (el nombre más preciso es explotador) de bosques nativos del África, alcanzó notoriedad en lo que han llamado “intervencionismo humanitario”, ya hemos visto el resultado en Libia. Este deleznable personaje posee la facultad de mentir, manipular e inducir a crímenes atroces, todo para satisfacer su ego de filósofo “comprometido”, es lo único cierto de este personaje, está cien por ciento comprometido, en su condición de sionista, a los crímenes perpetrados por el Estado fundamentalista de Israel. Está comprometido en todas las causas “justas” que casualmente son las causas "justas" de los EEUU e Israel.

Un florilegio de mentiras y manipulaciones verificadas son de su autoría, algunas de ellas:

Su viaje en Georgia para ver los “crímenes” de los rusos
http://www.rue89.com/2008/08/22/bhl-na-pas-vu-toutes-ses-choses-vues-en-georgie

Desde Israel dando cuenta de la ciudad “mártir” de Sderot
http://www.acrimed.org/article2418.html

La impostura afgana
http://www.monde-diplomatique.fr/2003/12/DORRONSORO/10583

La dudosa historia de la muerte de Daniel Pearl escrita por BHL
http://www.monde-diplomatique.fr/2003/12/DALRYMPLE/10866

La última pacotillada de este impostor de letras, el asunto Botul
http://bibliobs.nouvelobs.com/essais/20100208.BIB4886/bhl-en-flagrant-delire-l-039-affaire-botul.html

Todas estas faltas de honestidad intelectual muestran claramente el sentimiento de subestimación que siente este individuo, que cree que mentir y hacer creer que algo que no es real en algo verdadero, por la gente que lo lee, ve o escuchan, y lo que es peor, por los hombres de poder que le escuchan. BHL fue uno de los artífices en el reconocimiento de los renegados de Bengazi por parte de Francia, “como único representante legítimo del pueblo de Libia”.

Hoy ha manifestado su regocijo por la muerte del líder libio, Muamar Al-Gadafi, pero lo que no entiende este funesto personaje, y al parecer no lo ha entendido jamás, que sus causas siempre han sido un fracaso ante los ojos de los pueblos. Su apoyo irrestricto a la guerra de agresión contra Serbia, su apoyo a los terroristas chechenos, a los terroristas libios. Por sobre todo a la justificación sin límites de los crímenes cometidos por Israel en los territorios ocupados.

La complicidad es tipificada en cualquier código penal de cualquier país, ni qué decir de la autoría, también lo es el encubrimiento. Jamás un crimen pudo ser cometido por un autor, cómplice y encubridor al mismo tiempo. Bernard Henri Levy es sin duda una excepción.



agrega un comentario