Julio López
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El mate, leyenda y más
Por AIM - Tuesday, Nov. 15, 2011 at 1:22 AM

Gonzalo Abella, historiador uruguayo, narra en “Nuestra Raíz Charrúa” el significado que tiene la infusión ritual del mate para los pueblos originarios, como vehículo de influencias que han hecho de la yerba mate un arbusto sagrado.

El mate, leyenda y m...
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“Según los ancianos, a través de las raíces de esta planta penetra y después sube por su tallo leñoso la sabiduría de los abuelos enterrados-sembrados, la memoria de los muertos sabios de las antiguas generaciones.
La savia, sangre del vegetal, eleva esta memoria de los muertos desde el suelo a las hojas altas de la planta. Por eso cada hoja desmenuzada para hacerse yerba mate es portadora de la memoria subterránea.
Esta memoria, al ser convocada por el agua vertida sobre ella, al ser succionada por los seres humanos en torno a una hoguera, brinda al grupo la iluminación espiritual que la comunidad necesita.
Por ello de mano en mano circula el recipiente con la infusión sagrada. Porque si las raíces de la planta hurgaron en la memoria dormida, si la yerba mate ahora la ofrece para ser bebida, el agua vertida es principio y renovación de vida. El agua acorrala a la muerte, resucita la palabra que los muertos soñaron.
El consumo ritual de la yerba mate tuvo y tiene muchas variantes. La más común es el consumo en la rueda de la comunidad, y para ello se calienta el agua sobre el fuego en una olla hecha de cueros cosidos y previamente humedecidos en el arroyo.
El agua ya entibiada se vierte en pequeñas cantidades sobre la calabaza llena de yerba, y a partir de la segunda vertida (la primera desparece, “la beben los espíritus”) la calabaza con la cañita ahuecada para sorber va de mano en mano y todos van bebiendo de la infusión sagrada.
La yerba mate fue domesticada por los pueblos de la selva húmeda subtropical, hace más de diez mil años. Hace más de cuatro mil llegó a los pueblos de la pradera. En nuestra tierra, en la Sierra del Yerbal, por el arroyo del mismo nombre, y en zonas cercanas a la Quebrada de los Cuervos, existen relictos de milenarios cultivos de yerba mate adaptada a las heladas del clima templado de pradera, cultivos que hoy se han vuelto silvestres.
Todos los dibujos del siglo XVIII y del siglo XIX muestran a los charrúas tomando mate. El sentido ritual (y el contenido sagrado de la práctica de beberlo en colectivo) pasó al gaucho y a los afrodescendientes prófugos que se refugiaron entre los charrúas.
Los descendientes charrúas, aunque ya viven fuera de sus comunidades originarias, toman el mate de una manera particular, encorvándose sobre él, de cara al fogón, atrapando entre sus dos manos el recipiente, los ojos entrecerrados, en oración. Jamás toman mate a la manera “urbana”, con termo bajo el brazo, desplazándose”.
Los negros también
Esta circulación por un vegetal de una influencia intensamente significativa es propia también de los africanos, de modo que el rito indígena no debió serles incomprensible, sobre todo en su valor religioso.
Por consiguiente, cuando adoptaron el mate como costumbre no habrá sido del mismo modo enteramente profano que las clases urbanas, que en el mejor de los casos lo encomian como propiciador de la amistad, de las “tradiciones” o del “criollismo”.
En África, y luego en América, los negros adoran los árboles, se ha dicho. Pero no es exactamente así. Para los africanos solo ” Muntu” tiene inteligencia y puede ser objeto de adoración. Los árboles pueden ser una excepción aparente, pero porque son las vías por donde se expresan los antepasados, que tienen la palabra (“mommo”) que deben recibir los vivos. No se trata de adoración de los árboles sino de la influencia que puede circular por algunos de ellos.
Los antepasados no viven pero existen. No son progenitores, lo que solo puede caber a los vivos, pero pueden infundir su poder creador. Los africanos conocen un universo de esencias puras, sintético, uno en sí mismo pero que puede diferenciarse en apariencia, que llaman Ntu. No es un dios ni recibe adoración. En él están contenidos de manera indiferenciada pero cognoscible para nosotros sus aspectos fundamentales, los “dioses”.
Ni Olorum ni Bon Dieu pueden ser objetos de culto. La “religión” de los africanos se dirige a otras personificaciones, a los antepasados fundamentalmente en la medida en que se puede apelar a su poder. Rogar a Ntu no tendría sentido, sería como pretender que para sacar adelante mi propósito reclamara una alteración de las leyes naturales.
Estos antepasados tienen una fuerza que puede crecer si muchas personas vivas la alimentan. Cuando llegaron los cristianos al África, cuando intentaron inculcarles el cristianismo en América a los negros, éstos advirtieron que Jesús, por ejemplo, era reconocido por muchísimas personas. Debía tener entonces mucha fuerza, y lo incorporaron sin dudar junto a los demás orichas. Se “convirtieron” para satisfacción de los misioneros, hasta que éstos cayeron en la cuenta de lo que había pasado.
La unidad de la multiplicidad
Esta certeza de una realidad inmanente – transcendente con la que podemos identificarnos y que nos puede “despertar” desde el lugar donde están sembrados los muertos, los antepasados, es lo que explica el rito.
En todos los casos, más allá de la gran diversidad aparente que puede perdernos en un laberinto de casos particulares, de “mitos y leyendas”, “sabiduría ancestral” (si no “popular”), hay una idea central que les confiere unidad, que es en realidad su unidad subyacente: el ser tiene muchos estados, de los que los antepasados son uno, nosotros somos otros, nuestra posteridad otro, la naturaleza otro, etc. Todos estos estados están comunicados, en realidad no son sino Uno que para nosotros es multiplicidad pero que en sí mismo es unidad sintética.
Por eso quien con la seriedad que merece el asunto, que no es cuestión de fomentar la amistad ni de buscar conjuros, bebe con el agua caliente del mate la influencia de los antepasados, que ha pasado desde las raíces enterradas y oscuras de la planta a sus hojas en contacto con la luz.
Entonces es capaz de pasar de su estado actual de ser a otro, de romper el encierro individualista para entrever la totalidad de que forma parte, de manera totalmente equivalente a la “adoración” de árboles en los ritos negros del vudú.
El animismo no sabe nadar el gran océano de la Palabra
El animismo, considerado como una animación de la naturaleza con el fin de explicarse fenómenos naturales, es una idea del antropólogo inglés Edward Tylor. Guarda alguna relación con el credo positivista de Augusto Comte, que supone que la única cosa que buscan los seres humanos en el terreno del conocimiento es explicarse la naturaleza. Para el animismo así concebido, en todos los seres y todos los fenómenos está presente un espíritu al que se debe adorar, adular o aplacar, ganarse para sí o dirigir contra otros.
En el caso del vudú y la “adoración” de árboles que se creyó ver en él, tras las primeras impresiones se advierte que no se trata de un espíritu del árbol, sino de una modalidad de existencia diferente, que permite al árbol enraizar en el gran océano de la palabra esencial y comunicar a través de él con los antepasados muertos pero existentes como esencias. No hay ninguna adoración del árbol mismo ni del supuesto espíritu que lo animaría.
El árbol como eje y unión de los mundos
El símbolo del árbol como medio de comunicación entre los distintos “niveles” del ser ha sido expuesto en la tradición hindú con suma claridad. Pero está en todas las tradiciones: desde los “postes” de los chamanes, hasta la escala de Jacob, para poner un ejemplo mejor conocido por los occidentales.
En muchos casos el árbol simbólico está invertido de modo que sus raíces, de donde toma el alimento, están en los estados superiores del ser; pero en otros casos son dos árboles, que se continúan uno en otro porque comparten el tronco.
Para resumir el símbolo, ampliamente conocido en todo el mundo, y que en anda de boca en boca en el mate entre nosotros, vamos a citar brevemente la doctrina perenne en varias formulaciones diferentes, pero en esencia concordantes.
El hindú Ananda k. Coomaraswamy se refiere al “árbol invertido”. Está invertido con las raíces hacia arriba y las ramas hacia abajo porque las raíces representan los principios en que todo se origina y que deben provenir de lo superior. Dante, recuerda Coomaraswamy, cita dos árboles próximos a la cima de la montaña, inmediatamente debajo del plano del Paraíso terrestre, de modo que tienen una parte “supracósmica” y otra “cósmica” lo que indica claramente su misión de reunir en sí dos niveles diferentes de la existencia universal.
Otra manera de expresar la misma idea es el árbol reflejado en la superficie del agua:
Hay entonces una superficie de reflexión, a modo de espejo, que permite ver un árbol en posición normal y otro con las ramas hacia abajo, pero por debajo de la superficie. Este árbol reflejado está sumido en el mundo contingente en tanto el otro se interna en el mundo supracósmico.
Para establecer las relaciones con la función ritual del mate como bebida, se puede recordar que en la tradición de Zaratustra, la avéstica, los dos árboles mencionados antes, uno blanco y otro amarillo, se llaman “haoma” que también es el nombre de un néctar equivalente al “soma” hindú o a la ambrosía griega. Esta ambrosía, cuando se debilitó la idea inicial de su significado, fue sustituido por el vino, por ejemplo en los cultos dionisíacos. (¿Quién no ha escuchado que en las uvas se cuaja el sol de las laderas?)
Y luego, no hay que mencionarlo, fue adoptado por el cristianismo que hizo del vino una figuración de la sangre de Cristo, incluso la sustancia divina misma, una manera en que los creyentes podían pasar ritualmente a otro plano.
No sabemos si estas consideraciones habrán sido tenidas en cuenta por el gobierno argentino cuando hizo del vino la bebida nacional, dejando de lado al mate.
El nyagroda, el árbol que los hindúes tomaron como símbolo axial, tiene frondosas raíces aéras. Su nombre mismo significa en sánscrito “árbol invertido”.
Platón sostiene que el hombre es una planta celeste, como un árbol invertido cuyas raíces tienen hacia al cielo y las ramas hacia la tierra. Los occidentales actuales, de acuerdo con su modo de ver propio, que los ha llevado a un “desarrollo” que los ha colocado al borde de la catástrofe, han vulgarizado el símbolo hasta hacer las comparaciones anatómicas y morfológicas más pueriles, en total olvido de lo que se trata.
En el Zohar, suma del saber rabínico medieval, el “árbol de la vida” se representa también como extendido hacia abajo y se lo denomina entonces “árbol de luz”. Esta alusión a la luz conduce a otro símbolo muy conocido en el judaísmo, mencionado en la Biblia: la zarza ardiente que no se consumía, y que como tal era sostén de una influencia superior.
No hay acá bebidas para incorporarse esa influencia, pero recordemos que el mate se bebe en rueda frente al fuego y que son las hojas que reciben la luz del sol las que contienen las influencias provenientes de los antepasados.
El Corán, en la sura En Nur, “La Luz”, habla de un árbol bendito, lo que significa cargado de influjos que no es oriental ni occidental, es decir, es “central”. Al aceite que se obtiene de este árbol, un olivo, alimenta la luz de una lámpara y esa luz es Alá. Otra vez, es un árbol de luz, concepción que no es ajena a los indígenas ni a los negros ni a ninguna cultura tradicional, salvo la occidental desde el Renacimiento, única excepción en peligro de colapso.
El gran océano de la Palabra
Nos hemos referido a la palabra entre los pueblos originarios, y quizá sea oportuno brindar algunas aclaraciones sobre el valor que le asignan, muy diferente del que le concedemos nosotros y del que podemos encontrar en gramáticas, textos de linguistica o de análisis filosóficos del lenguaje.
Justamente recuperar la “palabra soñada por los antepasados”, la palabra sagrada, la palabra constituyente de nuestro ser, es el propósito original pero casi ignorado de las ruedas de mate y por eso alguna “palabra sobre la palabra” puede ser ilustrativa.
El Verbo, que para el gnóstico Juan era “en el principio” y no solo de los tiempos, es a la vez Pensamiento y Palabra. Pensamiento en lo interior y Palabra en lo exterior. Si el mundo es efecto de la Palabra pronunciada el principio, puede considerarse como símbolo de otra realidad distinta de él.
Todo lo que es, en cualquier plano del ser, es consecuencia de la Conciencia Universal que guarda una relación analógica con la conciencia humana sin confundirse con ella. Aquello que está más allá del Ser es “Sat -Cit- Ananda”, de acuerdo con la designación del Vedanta, es decir: Ser, conciencia (suprema) beatitud absoluta.
En virtud de su origen, todas las cosas se encadenan y corresponden en la armonía universal que supera infinitamente el nivel individual de cada uno de nosotros, que no somos sino una de las formas en que se expresa el Pensamiento original, el aspecto interior de la Palabra.
No perderla ni olvidarla, tenerla siempre presente, vivir en ella y con ella es esencial para los pueblos tradicionales, entre ellos los de Abya Yala.
Leyendas de la yerba mate
La bella y joven Yarí – i vivía cerca de la selva, donde cuidaba a su viejo padre, casi ciego, que no había querido seguir a la tribu en sus viajes por no tener ya fuerzas. Les dijo a sus compañeros que lo dejaron solo y que se llevaran a su hija para que tuvieron compañía de otros jóvenes y no quedara en soledad con él.
Pero Yarí = i se negó a seguir la tribu para acompañar a su padre: “Estaré donde tu estés; seré tu hija y tu hijo a la vez: aprenderé a cazar como hombre y a guisar como mujer”.
Yarí – i aprendió a pescar, cazar y a recoger los frutos en la selva. Su padre, agradecido, rogaba a Tupá que recompensara a la joven por tantos desvelos.
Así pasaban solos sus días cuando apareció un hombre que no era sino el mismo Tupá. Yarí – i lo recibió generosamente, cazó y cocinó para él y le preparó una confortable cama.
Al partir al día siguiente el peregrino dijo: “No me iré sin recompensarte. Haré brotar una nueva planta que llevará tu nombre, y tú serás, desde ahora, la Caa – Yarí inmortal”.
Tupá, el dios creador, hizo nacer entonces la yerba mate e instauro la bebida desde entonces
Otra leyenda sobre el origen de la yerba dice que de noche, Yací, la luna, alumbra las copas de los árboles y platea el agua de las cataratas. Pero apenas podía conocer los torrentes porque el tupido follaje casi no dejaba pasar su luz. Apenas si podía espiar en algún claro las orquídeas dormidas o el trabajo silencioso de las arañas. Por relatos del sol y las nubes sabía de picaflores, los helechos y tucanes y llevada por la curiosidad, quiso verlos.
Bajó a la tierra acompañado de Araí, la nube, convertidas en muchachas, para recorrer la selva. No pudieron advertir los pasos silenciosos del yaguareté que se acercaba para sorprenderlas. En ese instante una flecha disparada por un viejo cazador guaraní que venía siguiendo al felino se clavó en su costado. La bestia rugió y se acercó al tirador, que se acercaba. Enfurecida, saltó sobre él abriendo su boca y sangrando por la herida pero, ante las muchachas paralizadas, una nueva flecha le atravesó el pecho.
En medio de la agonía del yaguareté, el indio creyó haber advertido a dos mujeres que escapaban, pero cuando finalmente el animal se quedó quieto no vio más que los árboles y más allá la oscuridad de la espesura.
Esa noche, acostado en su hamaca, el viejo tuvo un sueño extraordinario. Volvía a ver al yaguareté agazapado, volvía a verse a sí mismo tensando el arco, volvía a ver el pequeño claro y en él a dos mujeres de piel blanquísima y larguísima cabellera. Ellas parecían estar esperándolo y cuando estuvo a su lado Yací lo llamo por su nombre y le dijo:
- Yo soy Yací y ella es mi amiga Araí. Queremos darte las gracias por salvar nuestras vidas. Fuiste muy valiente, por eso voy a entregarte un premio y un secreto. Mañana, cuando despiertes, vas a encontrar ante tu puerta una planta nueva: llamada caá. Con sus hojas, tostadas y molidas, se prepara una infusión que acerca los corazones y ahuyenta la soledad. Es mi regalo para vos, tus hijos y los hijos de tus hijos…
Al día siguiente, al salir de la gran casa común que alberga a las familias guaraníes, lo primero que vieron el viejo y los demás miembros de su tevy fue una planta nueva de hojas brillantes y ovaladas que se erguía aquí y allá. El cazador siguió las instrucciones de Yací: no se olvidó de tostar las hojas y, una vez molidas, las colocó dentro de una calabacita hueca. Buscó una caña fina, vertió agua y probó la nueva bebida. El recipiente fue pasando de mano en mano: había nacido el mate.

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