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El censor Mariano Grondona
Por Oscar Fernández -
Friday, Dec. 02, 2011 at 9:10 AM
Un dato poco conocido u olvidado del ahora paladín de la "libertad de expresion"
El censor Mariano Grondona
En 1962 yo –como simple cronista-- estaba haciendo trabajos de cierre de páginas en el taller gráfico del diario
Clarín. El miércoles 19 de septiembre proseguía la crisis política con reuniones de militares “azules” en Campo
de Mayo mientras el presidente impuesto se debatía bajo las presiones de los militares “colorados”, que en gran
parte lo rodeaban junto con funcionarios del mismo sector, más antiperonistas que los otros.
Al anochecer el diario cerraba su edición del día 20, con guardias organizadas para abrir últimas ediciones hasta
las tres de la madrugada. De pronto, llegó una orden desde el Ministerio del Interior, que estaba a cargo del
doctor Rodolfo Martínez, para que se interrumpiera el proceso de impresión hasta que se hiciera presente un
funcionario encargado de supervisar los textos que se irían a publicar. Esta era una medida insólita, aun dentro
de las insólitas situaciones que se presentaban esos días, con brigadas de tanques y de artillería desplazándose
por zonas del Conurbano, entre la curiosidad y la expectativa de la población.
Ante este anuncio, el propio jefe de la redacción Luis Clur se pronunció a viva voz delante de la mesa de media
docena de prosecretarios que lo secundaban: “¡Esto es censura previa, prohibida por la Constitución!”
Hubo nerviosas consultas y hasta se lo llamó por teléfono al doctor Roberto Noble, director del diario que estaba
ya en su casa, quién dispuso se acatara la orden gubernamental. Pese a sus públicas y permanentes manifestaciones
en pro de la libertad de prensa, siempre eran notorias sus definiciones hacia actitudes prudentes y de no
confrontación con las autoridades de turno, procedimientos que justificaba como “defensas de la fuente de
trabajo” (en su autobiografía) para muchos trabajadores.
A las 21:30 llegó al diario un joven delgado y elegante, que primero entrevistó a los directivos a cargo y luego
fue llevado hasta un recinto anexo al taller, que entonces se encontraba vecino a la gran oficina de redacción (o
“cuadra”, con cierta connotación turfística). El visitante no sabía leer las galeras elaboradas por las linotipos
y menos las páginas armadas dentro de marcos metálicos, llamadas ramas, donde estaba alistado (y como sellos
inversos) el contenido a publicarse, cosa que originó ironías y bromas de parte del personal gráfico.
También entre los redactores y jefes encargados del cierre de la edición hubo alguna resistencia ante el
desconocimiento y la incomodidad del joven funcionario, pues en determinado momento había llegado a argumentar
que poseía cierta experiencia periodística. Finalmente, y amparado en su función, el encargado de censurar la
edición superó sus limitaciones y requirió que se le brindaran pruebas de página de la sección dedicada a
informar sobre la situación política. Uno de los veteranos operarios gráficos procedió entonces a entintar con un
rodillo las páginas de plomo para colocar sobre ellas unas hojas de papel humedecido que presionó inmediatamente
con un chato cepillo para imprimirlas. Eran unas seis o siete páginas que seguidamente le extendieron sobre una
mesa para que el visitante pudiera leerlas y ejercer su supervisión.
Esta tarea le demandó casi una hora, pues no era fácil la lectura sobre cada hoja precariamente impresa, pero
finalmente hubo que abrir varias páginas y retirar el material que este funcionario entendió que no eran
convenientes para el ministerio que representaba. Una vez ejercida esta restricción el joven funcionario autorizó
que prosiguiera el proceso de edición, ante el ceño fruncido de los periodistas y gráficos. Refunfuñando, cuando
el censor se retiró, el jefe de redacción propuso que el diario apareciera dejando en blanco los artículos
censurados e informando a los lectores sobre la situación ocurrida, considerada una grave violación a la libertad
de prensa.
Sin embargo, primó la prudencia del director que desde su domicilio ordenó que se rediagramaran las páginas y se
llenaran los espacios vacíos con avisos de relleno.
Aun en mi precoz aprendizaje del oficio periodístico y cuando me apersoné al rincón del taller en donde todavía
trabajaban algunos operarios del taller, mi curiosidad hizo que levantara unos trozos de las páginas levantadas
por este censor. Todavía hoy guardo esa prueba flagrante de una censura previa, ejercida a un diario argentino,
que en el futuro no sería un prístino ejemplo de buen periodismo.
Para no olvidarme, anoté en ese papel algunos datos, que luego debí corregir (había puesto como fecha la del 20
de septiembre cuando en realidad el trabajo de censura había comenzado el miércoles 19). Ah, el joven funcionario
que ese día ejerció censura previa en un diario se llamaba (y se llama) Mariano Grondona.
Oscar Fernández
Periodista (jubilado) matrícula nacional 3061 - Ciudad de Buenos Aires - 29/11/11