Julio López
está desaparecido
hace 6424 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

Un indígena ayoreo encarna la tragedia del avance de las topadoras en Paraguay
Por Hugo Ruiz Olazar (AFP) - Monday, Dec. 12, 2011 at 10:03 PM

FILADELFIA, Paraguay — Arrancado de la selva de niño por cazadores a caballo que lo enlazaron, rescatado por salesianos y convertido en activista indígena, José Iquebi encarna la tragedia del pueblo ayoreo en el norte de Paraguay y su lucha contra las topadoras de terratenientes y empresas.

Un indígena ayoreo e...
jos__iquebi__nativo_de_la_etnia_ayoreo.jpg, image/jpeg, 186x123

"La gente de otros países tiene que saber que tenemos hermanos en el monte que hay que proteger. Ellos tienen derecho a vivir como viven. Solo conocen los alimentos de la selva", dice Iquebi a la AFP en su aldea Jesudi, ubicada a unos 100 kilómetros de la ciudad de Filadelfia, en el Gran Chaco del noroeste paraguayo, y a unas cinco horas en coche de la capital, Asunción.

Frente a su choza y bajo el manto del eterno "viento norte", una ventisca seca, potente y penetrante, propia de regiones arenosas y desérticas, Iquebi pide a ganaderos y compañías multinacionales parar la deforestación del territorio ayoreo, donde aún viven familias en situación de aislamiento. "Ellos no quieren someterse a los blancos. No quieren perder su territorio", afirma Iquebi en español, resultado de su educación católica salesiana.

Este indígena de unos 67 años vivió ese drama en carne propia. "Cuando me capturaron tenía como 10 años. Estábamos explorando con otro indio de mi edad en busca del tapir (cerdo salvaje) cuando nos sorprendieron. Corrimos y yo me tropecé y caí. Me enlazaron y me llevaron, los blancos a caballo y yo a pie. Fueron muchos kilómetros", cuenta.

Rodeado de sus dos esposas, hábiles artesanas tejedoras de bolsos hechos de hilo de caraguatá, muy cotizados en la urbe, y de criaturas a las que identificó como sus hijos, Iquebi describe el pánico que sintió entonces. "Parecía una pesadilla. Lloraba todo el día. No comía nada. Pensé que me iban a envenenar. Tenía miedo del ladrido de los perros y del canto del gallo. Nunca vi esos animales. Suplicaba a nuestro Dios, el Sol, para que venga mi mamá a salvarme", relata.

Meses después de su violento secuestro y de ser exhibido enjaulado como un animal, el sacerdote español Pedro Dotto, y el miembro de la Asociación de Indigenistas, Luis Albospino, lo rescataron de un cuartel de la Marina, en Asunción.

La fama de Iquebi trascendió los límites de sus evangelizadores salesianos gracias a un libro que recoge su inédita experiencia: 'La captura del ayoreo José Iquebi', de la antropóloga Deisy Amarilla, editado en noviembre por el Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica de Paraguay. "Es una historia increíble, de las que solo veíamos en las películas. Me conmovió profundamente. Eso me impulsó a escribir estos relatos", dijo la investigadora a la AFP.

En su aldea, el "último ayoreo" entra en su choza y busca un ejemplar del libro. En la portada hay un retrato suyo vestido como cacique en guerra, con plumas de buitre envueltas como collar alrededor del cuello y la espalda, coronado por un gorro confeccionado en piel de yaguareté, el tigre del Chaco. Es el símbolo del mandamás de la aldea.

Iquebi hojea sus páginas e indica una foto de su madre. "La busqué mucho y la encontré 20 años después", indica, refregándose los ojos, que se le humedecieron de repente. "Ella murió hace ya bastante tiempo. Yo fui con los curas a buscarle cerca del Chovoreca", relata refiriéndose a una serranía (o quebrada), algo parecido a un oasis, ubicada a unos 200 kilómetros al norte de Filadelfia, cerca de la frontera boliviana, un lugar que los ayoreos consideran el centro del mundo.

"Creí que los paraguayos la mataron. Me emocioné mucho al verla después de tantos años. Mis demás hermanos también quisieron venir y les llevé a Puerto María Auxiliadora", una colonia de nativos de unas 20.000 hectáreas a orillas del río Paraguay, creada por los salesianos, donde se les ofrece educación y entrenamiento para el autosustento.

Compra compulsiva de tierras y supuestos abusos

El avance de terratenientes y grandes empresas en la zona desde la década de 1970, talando e invadiendo tierras de las que los ayoreo dependen para sobrevivir, ha llevado a muchos indígenas a abandonar la selva. "El territorio es cada vez más chico. Hoy mismo las topadoras están avanzando mucho...", dice Iquebi.

El indigenista Miguel Ángel Aquino, de la ONG Iniciativa Amocotodie, con sede en Filadelfia, vigila con modernos equipos con conexión vía satélite el avance de la deforestación, de la que informa a organismos internacionales de defensa de la naturaleza.

"Hay compra compulsiva de tierras por compañías extranjeras que vienen con mucho dinero y que son capaces de comprar conciencias de autoridades políticas y judiciales para seguir echando árboles y construir haciendas", denuncia.

"Tenemos más de 200 señales de presencia de indígenas no contactados, como flechas, lanzas, hachas, zapatos, restos de chozas, tejidos, que los selvícolas dejan cuando salen corriendo de las topadoras", explica.

Un grupo de indigenistas, entre quienes se encontraba Aquino, impidió en noviembre de 2010 que unos 50 científicos financiados por el Museo Británico llegaran a esta región, advirtiendo de que un contacto accidental podría desembocar en consecuencias fatales.

Mateo Chiqueno Sobode, un líder de la aldea conocida como Campo Loro, a 50 kilómetros de Jesudi, apunta que el temor de los ayoreo es la enfermedad después del primer contacto con los blancos. "Casi toda mi familia, mis padres, mis hermanos, mis primos, unas 85 personas murieron después de que fuimos contactados en 1962. Hay un cementerio de ayoreos aquí cerca", asegura.

La organización Survival Internacional ha alertado en reiteradas oportunidades sobre los supuestos abusos en que incurren multinacionales que disputan judicialmente en Paraguay varias miles de hectáreas a los indígenas ayoreo.

Paralelamente, el gobierno de Paraguay fue obligado por la Corte Internacional a adquirir tierras aptas para tres comunidades del Chaco, despojadas de sus propiedades ancestrales, por terratenientes ligados a los gobiernos de turno, catalogados tradicionalmente como muy corruptos.

Monseñor Edmundo Valenzuela, último obispo católico del Chaco, nombrado días atrás por el papa Benedicto XVI como arzobispo coadjutor de Asunción, dice ser partidario de un "acercamiento". Preguntado si inexorablemente van a ser absorbidos, contesta que ese es un planteamiento que se hace en toda América Latina con los selvícolas que restan, los del Amazonas y los ayoreo de Paraguay. "La cuestión es si se quedarán como museo antropológico o si habrá que ayudarlos a insertarse en el contexto histórico de la humanidad", dice.

Con 15 años de misión en Angola, monseñor Valenzuela recuerda que en África los nativos se han insertado y se han modernizado y citó el ejemplo de los nativos del Ecuador. "Se ponen traje en las ciudades como profesionales y se visten otra vez en su forma tradicional cuando regresan a la aldea". "Saben combinar el progreso y la civilización con su cultura y sus costumbres. La pregunta que hay que hacer a los antropólogos es: ¿Hay que ayudarlos a mantenerse aislados o hay que ayudarlos a adaptarse? Finalmente, ellos son los que irán decidiendo de a poco su futuro", reflexiona.

agrega un comentario