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A 10 años del 19 y 20 de diciembre del 2001
Por Línea Roja - Sunday, Dec. 18, 2011 at 7:18 PM

Editorial Linea Roja diciembre 2011

A 10 años de las jornadas de rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001

RECUPERAR LA POLITICA
EN LAS MANOS DEL PUEBLO

El 19 y el 20 de diciembre de 2001 marcan la eclosión y punto máximo de un avance de masas que se había ido gestando desde la segunda mitad de la década de 1990, ante una clara crisis económico-social del modelo neoliberal que se desplegaba como una profunda crisis política de las instituciones burguesas.
Esos días se convirtieron en jornadas de lucha y rebelión popular que obligaron al entonces presidente Fernando De La Rúa a renunciar a su cargo, no sin antes instrumentar una cruenta represión que se cobró las vidas de muchos compañeros y compañeras en todo el país. Se dejó al gobierno nacional en un estado de acefalía que recién con la designación del nefasto Eduardo Duhalde como presidente provisional logró empezar a estabilizarse.
El Argentinazo evidenció y aceleró un proceso de flujo popular, masificando y desarrollando las luchas de la clase que se organizaba en asambleas populares, movimientos de trabajadores desocupados, etc. Flujo que, sin embargo, prontamente se invertiría debido al contraataque de la burguesía, comandado por el kirchnerismo, en el marco de la falta de consolidación de dicho avance de masas por parte de las organizaciones populares, debido a la ausencia de una vanguardia revolucionaria y la inmadurez de los sectores de la clase en lucha.
Desde 2003, con la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia, se inicia un claro proceso de reflujo popular y revolucionario. En este sentido, el kirchnerismo vino a cumplir cuatro tareas centrales ante la crisis económica y política del capitalismo dependiente argentino.
En primer lugar, se encargó de contener y desviar el ascenso de masas, a través de diferentes medidas que apuntaron a la cooptación o a la marginación de las organizaciones populares –aprovechando debilidades políticas propias del movimiento piquetero, reconvirtiendo los planes sociales en los que se basaba su dinamismo. En este sentido, el gobierno ha construido un discurso en torno a la figura de Néstor Kirchner que lo identifica como “el que devolvió la política al pueblo”, lo cual no es ni más ni menos que una burda mentira, basada en el entendimiento de “la política” en los términos de la representatividad y hegemonía burguesas y no como la posibilidad de transformación revolucionaria de la sociedad. Néstor Kirchner, por el contrario, arrebató la política de las manos del pueblo. El hecho de que aquella mentira sea compartida por grandes sectores de las masas demuestra el nivel de hegemonía que ha logrado construir el kirchnerismo.
Esto nos lleva a la segunda tarea cumplida por el kirchnerismo en estos 8 años de gobierno: la recomposición de la institucionalidad y representatividad burguesas. Del “que se vayan todos” que reinaba en las jornadas de 2001, hoy no parecen quedar rastros, cuando el porcentaje de electores que asistieron a votar en las últimas elecciones fue un récord histórico, consagrando por el 54% de los votos la reelección de Cristina Fernández de Kirchner. Esto confirma el éxito del kirchnerismo en la reconstrucción de la hegemonía burguesa en la sociedad, a través de las instituciones de su “democracia”.
En este marco, la tercer tarea alcanzada hábilmente por el kirchnerismo ha sido la –casi desapercibida– recomposición de la relación de las Fuerzas Armadas y de Seguridad con el Estado como “fuerzas democráticas”, reconciliándolas con la sociedad. En un mismo movimiento, el gobierno ha aprovechado hábilmente los necesarios pero altamente insuficientes juicios a militares represores de la dictadura del ’76 (así como múltiples “depuraciones” de las policías, entre otras medidas) para instalar en las masas (y en algunas organizaciones cooptadas) la imagen de unas fuerzas represivas “limpias”, “depuradas”. Sólo así pudo instrumentar fácilmente medidas represivas –como la saturación de gendarmes y prefectos en los barrios populares del conurbano bonaerense así como en el sur de la ciudad de Buenos Aires– que a cualquier gobierno explícitamente de derecha le hubiese costado un alto precio político.
Por último, todo esto no hubiese sido posible si al mismo tiempo el kirchnerismo no atendía a la crisis específicamente económica del neoliberalismo. A pesar de que el gobierno ha desarrollado desde el mismo 2003 un discurso fuertemente anti-neoliberal, lo que ha hecho no ha sido sino reconvertir el neoliberalismo en la reorganización de sus bases económicas desde el mismo Estado. Este neoliberalismo reconvertido ha aprovechado la coyuntura favorable ligada al alto precio internacional de la soja (y otros productos primarios), propulsado por la demanda de potencias emergentes como China, manteniendo y promoviendo las bases agroexportadoras del capitalismo dependiente argentino. Asimismo, el kirchnerismo ha logrado reducir –relativa y coyunturalmente– la crisis de empleo a través de la extensión de diferentes formas de trabajo precarizado e improductivo, desde el trabajo público en el Estado hasta el trabajo tercerizado en diferentes sectores, pasando por los planes de asistencia social como “Argentina Trabaja”.
Ahora bien, el tercer mandato kirchnerista que se avecina no parece tener las mismas posibilidades que sus versiones previas. Al mismo tiempo que en las últimas elecciones el gobierno ha demostrado su máxima hegemonía, también ha alcanzado su techo político. Ante los próximos e inevitables efectos de la crisis capitalista mundial sobre la Argentina, el ajuste fiscal ya está en marcha. Las luchas del proletariado no tardarán en extenderse, así como la respuesta represiva del gobierno que ya se viene profundizando.
El kirchnerismo en el poder ha cumplido un papel fundamental para el reacomodamiento de la burguesía ante la crisis del modelo neoliberal, institucionalizando o cooptando distintas experiencias populares, desmovilizando a las masas y desviando sus demandas hacia la recomposición del aparato estatal burgués, convirtiéndose en un gran amortiguador de la conflictividad social, en vez de un profundizador del proceso popular ascendente. Así como en los 80´ las burguesías latinoamericanas vieron la “salida democrática” para la profundización “consensuada” del neoliberalismo, después de haber visto en los 70´ la “salida dictatorial” para la instalación de ese modelo, a comienzos del 2000 las burguesías locales latinoamericanas tuvieron que tolerar (no sin contradicciones) las “salidas progresistas” para el reacomodamiento de sus negocios, de la continuidad de su condición de clase. Es decir, que las burguesías locales latinoamericanas dieron lugar controladamente a medidas progresistas y populistas que nunca abandonaron realmente el neoliberalismo ni tocaron seriamente los intereses del imperialismo, sino que reconvirtieron al mismo neoliberalismo reorganizando sus bases económicas desde el mismo Estado. De esta manera han demostrado en la práctica que el Estado burgués y el libre mercado no solo no son enemigos acérrimos, sino que pueden acomodarse bajo distintos formatos para que los resortes fundamentales del capitalismo dependiente puedan perpetuarse, aunque discursivamente se odien o sean supuestamente incompatibles, como si la regulación burguesa de las economías locales fuera totalmente independiente de la regulación imperialista de la división internacional del trabajo. De hecho, desde los mismos “gobiernos progresistas” se vienen llevando adelante medidas que la propia “derecha ortodoxa” no podría realizar desde un duro discurso conservador y reaccionario. En el caso de la argentina, por ejemplo, la extensión de la entrega del petróleo, el arrasamiento sobre las tierras para el cultivo de la soja, o la militarización permanente de la sociedad.
En este marco de profundización de la ofensiva burguesa ante la crisis capitalista, es imperioso para el proletariado y sus organizaciones articular la lucha económica con la lucha política e ideológica contra el enemigo de clase. La unidad de acción que muchas organizaciones del proletariado están logrando debe ser aún desarrollada, buscando una efectiva unidad político-programática, lo cual nos exige avanzar decididamente en la construcción de una estrategia de poder para la emancipación de la clase y de la humanidad toda. La política debe volver a manos del pueblo; esta vez, consolidada. Es nuestra tarea del momento: avanzar en la construcción de una verdadera organización revolucionaria en el marco del desarrollo de una estrategia de poder obrero y popular por la Revolución Socialista.

edicioneslinearoja@gmail.com

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