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Aquellos días que nos marcaron a fuego
Por María Petraccaro ((i)) - Monday, Dec. 19, 2011 at 2:39 AM

Veníamos de un año lleno de militancia. En muchos casos eran nuestros primeros años, estábamos haciendo nuestras primeras armas, aprendiendo, equivocándonos, ensayando, experimentando, pero todo en la calle. Corte de ruta en la facultad, corte de ruta en el barrio. Marchas y más marchas: desocupados, educación, ajustes, salarios.

Los últimos tiempos del menemato y aquellos dos años de la Alianza fueron un frenesí de actividades para muchísimos jóvenes, muy jóvenes, que estábamos despertando a la militancia. La mayoría sueltos, sin organización. Algunos encontrando su lugar, su espacio, su identidad.

Aquella última semana la vida se nos llenó de imágenes que no hubiéramos querido ver. Y llegó el 19, tarde a la noche, mirando la tele con ganas de estar ahí. Hasta que se vieron y escucharon los primeros gases en la plaza.

El 20 fue jueves. Y a pesar de, y sobre todo por, la represión en la plaza, las Madres fueron a hacer su ronda. La famosa imagen de los caballos policiales sobre ellas nos empujó, sin más remedio, a subirnos a un tren conurbuano para llegar al centro y querer salvarlas. Y con ellas salvarnos todos, gritando que ya no queríamos más ajuste, hambre y desocupación.

A esa altura muchos no pudimos llegar ni de lejos a la plaza, pero allí estábamos, en los alrededores, tratando de avanzar y ganarle algún paso al cerco policial. La "caballería del pueblo", como se llamó a la gran cantidad de motoqueros que ese día se la jugaron en la primera línea de batalla, era la que intentaba encabezar el avance.

Pero ante cada nuevo intento, salían de todos lados más policías, cebados, como en una cacería, disparando casi sin mirar, con ganas de matar, fusilando. Y si no eran los uniformados, venían también los de civil: autos sin patentes y armas largas.

En esa anárquica jornada, sobre aquella 9 de julio que se había convertido en un campo de batalla, se mezclaban las señoras con las cacerolas, los pibes quemando carteles publicitarios que decían que "todo argentino tiene derecho a tener un e-mail", las motos de los cumpas que luego fundaron el SIMECA y cientos de chicos y chicas (alguno con un par más de años seguro que también había) con pañuelos o remeras que les cubrían las caras, sudados, corriendo, buscando la sombra, pero seguros de que allí era donde debían estar ese día, como lo habían estado buena parte de los últimos años: en la calle.

La batalla duró largas horas, por la noche todavía había fuego y gente en las calles. Quienes volvíamos para el conurbano nos encontrábamos con otra cara del momento: los centros comerciales estaban atestados de gente, pero no prendiendo fuego a nada, sino haciendo largas colas en los cajeros. A la hora en que renunció De la Rúa, ninguno de ellos pareció inmutarse.

Al día siguiente nos enteramos de cuántos compañeros habían caído en la represión. Muchos, en todo el país, habían recibido las balas sólo por hambre, en algún saqueo. Otros sólo se encontraron con la muerte por estar en el lugar equivocado en el momento incorrecto. Varios, poniéndole el pecho decididamente y enfrentando a las bestias. La mayoría jóvenes, incluso niños. No se contentaron sólo con robarnos durante años. Cuando dijimos basta salieron a cazarnos.

A diez años de aquellos días que nos marcaron a fuego, son poquísimos los condenados por los asesinatos y la mayoría ya recuperó su libertad. No hay un sólo responsable político que haya pagado por sus decisiones. La impunidad sigue campeando en el país.

Sin embargo, hay cuestiones de fondo que nos legó el 2001. A la conclusión que llegamos muchos era que, definitivamente, teníamos que organizarnos. Porque sino, éramos nosotros los que le poníamos el pecho a las balas, pero era Duhalde el que venía a gobernarnos después. Nosotros, el pueblo trabajador y los jóvenes, que fueron quienes cayeron asesinados en aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre.

2001 nos dice hoy, casi a gritos, que tenemos que volver a pensar que el problema no es un gobierno sino el sistema deshumanizado y deshumanizante que nos oprime desde hace siglos y que viene afilando sus modos de opresión, aunque se vista con traje progresista.

Nos asegura que es necesario recordar a aquellos que perdimos hace 30 años. Hoy sabemos que levantar las banderas de los 30 mil no es un simple acto de memoria y justicia, sino reconocer que en esas banderas está la única salida posible para las mayorías populares.

Hace 10 años muchos de nosotros comenzamos a organizarnos. Movimientos sociales y culturales, partidos políticos, medios alternativos, han visto engrosar sus filas con aquellos que comenzamos la militancia en aquel tiempo. El 2001 nos marcó no sólo lo que no queríamos, sino aquello por lo que era necesario luchar. Dejamos de ser sólo "antis" para pasar a tener objetivos propios. Y en eso andamos, desde estos humildes espacios: buscando el camino hacia un mundo mejor para todos y todas.


Fotos del 19 y 20 de diciembre de 2001 publicadas en Indymedia Argentina durante esos días por integrantes y lectores.

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