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“Nunca más sin los pueblos indígenas”
Por Leonardo Rossi / Pg 12 - Wednesday, Jan. 11, 2012 at 12:23 PM

Cosechero, cazador, filósofo y lingüista, Timoteo Francia recogió en sus textos elementos de la cultura oral toba-qom, antes de morir de tuberculosis, hace tres años. La antropóloga Florencia Tola los plasmó en un libro.

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Filósofo, historiador, lingüista, analista político, antropólogo. A todo esto y en simultáneo remite el nombre de Timoteo Francia, quien dedicó más de tres décadas a reflexionar sobre cuestiones centrales que hacen a la raíz de su pueblo qom: el territorio, la lengua, la identidad, la interculturalidad, las leyes consuetudinarias, la memoria colectiva, entre otros temas. “Nunca más sin los pueblos indígenas”, exclama la voz del filósofo qom a una sociedad que aún mira a las comunidades originarias como exponentes de realidades ajenas. A través del recién editado libro Reflexiones Dislocadas, la antropóloga Florencia Tola (UBA-Conicet) rescata los escritos de Timoteo que contienen sus relatos y análisis, y los hace dialogar con un grupo de científicos sociales occidentales. “El no concibe el saber compartimentado como nosotros, en su manera de ver el mundo todo se integra”, expresa la antropóloga para explicar la amplitud y profundidad del pensamiento de Timoteo. El libro fue presentado en diciembre en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en el marco del Congreso Argentino de Antropología Social.

No vivió en la polis griega ni en París de los años ’60. Este intelectual residía en las afueras de la capital formoseña, en el barrio toba Namqom. Timoteo nació en 1965, fue cosechero de algodón cuando niño, cazador de ñandúes de adulto y murió en 2008 de tuberculosis, enfermedad de la pobreza que todavía cobra vidas en la Argentina.

Se animó a escribir numerosos apuntes donde recopila elementos de la cultura oral y, quince días antes de morir, el pensador qom le propuso a Florencia Tola realizar un libro que reuniera y sistematizara sus años de reflexiones. Esta tarea, que no pudo ser realizada en conjunto por ambos, logró ser concluida de todas formas. La filosofía de Timoteo, y de todo un pueblo, está hoy impresa, tal como él deseaba. A pesar de que, como dice en las primeras páginas del libro, el mundo blanco les ha creado “conciencia de ser menos”, Timoteo muestra que la voz toba-qom tiene mucho que aportar a un proyecto de país multicultural.

“La visión del Estado es que somos atrasados, improductivos, que no generamos rentabilidad”, expresa Timoteo en sus escritos. Tanto es así que “procuran nuestro traslado forzoso”, señala en torno del modelo extractivo –ganadería, agricultura a gran escala, minería–, que devora tierras indígenas. Con sólo tres conceptos, esenciales para los pueblos indígenas, Timoteo responde a los valores de la cultura hegemónica: “territorio, vida común y espiritualidad”.

Para comprender qué dimensión tiene esta tríada en la vida qom hay que oír y leer la voz de Timoteo. La comunidad –explica– “organizaba su vida en base a las estaciones frutales y épocas de pesca y caza”, dentro de las tierras arrebatadas a los qom. “Ya no desandamos el territorio”, “somos extraños en nuestra propia tierra”, lamenta.

Para los qom, el ambiente natural tiene imperceptibles implicancias a los ojos de Occidente. Cada resquicio del monte, visible y no visible, está en vínculo directo con una “memoria colectiva”, “una historia que es larga y milenaria”. Plantas, cursos de agua, sitios sagrados, todo tiene su nombre y su significado, que excede largamente la definición del diccionario. El pensador qom comparte: “El idioma es la sangre”. Entonces, el exterminio de la naturaleza acaba también con la lengua y socava lo más humano del ser: la identidad (en este caso, colectiva). La lingüista Cristina Messineo completa: “La palabra qom tiene más sentido que el comunicativo, tiene poder, voluntad, cuestiones no estudiadas por la lingüística clásica”. Relatos, medicinas, alimentos y saberes también desaparecen mientras las topadoras avanzan sobre el monte.

Buena parte del libro está dedicada a exponer las interpretaciones de Timoteo sobre las políticas del Estado para con los pueblos originarios. Un lugar significativo merece la reflexión sobre la educación formal, a la que el escritor denuncia por atentar “contra los símbolos, formas de organización temporal, sistema organizativo en general” del pueblo qom. A pesar de que se desarrollan programas de educación bilingüe, la simple traducción de palabras no garantiza multiculturalidad, señala.

Refiere entonces a una “educación colonizadora”, en la que los indígenas son “folclorizados”, mientras se los prepara para ser “obreros mal pagos o desocupados”. Este modelo pedagógico es el que Timoteo retruca: “No queremos pagar el precio de nuestra identidad por ganar ciudadanía incompleta e inferior”. Y afirma que mantener su cultura ancestral no implica negar los avances de la ciencia: “También tenemos derecho a acceder a la tecnología, la informática y la comunicación”.

En ese sentido, el pensador no rechaza la interrelación con el mundo blanco, más bien plantea otro tipo de vínculo: ya no violencia física, ya no asimilación. “La identidad que se crea a lo largo de la historia se resignifica y se renueva continuamente”, asume Timoteo.

Tola recuerda que su compañero de charlas bregaba por “la inserción dentro de Estado, sin perder la especificidad indígena”. Por el contrario, hoy “el Estado busca crear trabajo para enfrentar la pobreza mediante la explotación del hombre por el hombre, que en paralelo atenta contra la naturaleza, viola todos los derechos humanos y despoja a los indígenas de sus tierras”, describe Timoteo.

Ese despojo lleva a las comunidades a confinarse en las urbes dejando atrás, muchas veces, toda una cultura ancestral. “El moverse es natural en nosotros, los tobas del Gran Chaco”, explica ante esta realidad que se agudiza. Y comparte la advertencia de toda una comunidad: “Los pueblos vivos tienen movimiento, si no se mueren”.

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