Julio López
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La catástrofe capitalista
Por Rosa Luxemburg / Espacio Rosa Luxemburg - Sunday, Feb. 05, 2012 at 3:58 PM
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• Catástrofe capitalista ESTE TEXTO ES UN FRAGMENTO DE LAS ÚLTIMAS PÁGINAS DE "LA ACUMULACIÓN DEL CAPITAL", EDICIÓN COMPLETA, DONDE CONTESTA A LAS CRÍTICAS REALIZADAS A SU OBRA HOMÓNIMA.

ver en:
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Seguramente la táctica y el comportamiento prácticos en la lucha no dependen inmediatamente de que se considere el segundo tomo de El Capital de Marx como obra terminada, o como mero fragmento; de que se crea, o no, en la posibilidad de la acumulación en una sociedad capitalista “aislada”; de que se interprete de un modo o de otro los esquemas marxistas de la reproducción. Miles de proletarios son bravos y firmes luchadores por los fines del socialismo, sin saber nada de sus problemas teóricos, sólo con la base del conocimiento fundamental de la lucha de clases, y sobre la base de un insobornable instinto de clase, así como de las tradiciones revolucionarias del movimiento. Pero entre la manera de comprender y tratar los problemas teóricos y la práctica de los partidos políticos, existe siempre la más estrecha relación. En el decenio que antecedió al estallido de la guerra mundial, la socialdemocracia alemana, como metrópolis internacional de la vida internacional proletaria, ofrecía perfecta armonía en el campo teórico y el práctico: en uno y otro reinaban el mismo desconcierto y la misma fosilización, y era el mismo imperialismo, como fenómeno dominante de la vida pública, el que había paralizado tanto al estado mayor teórico como al político de la socialdemocracia. De la misma manera que la orgullosa construcción de la socialdemocracia alemana oficial, en la primera prueba histórica, resultó ser algo figurado como el pueblo de Potemkin, así el aparente “expertismo” teórico y la infalibilidad del marxismo oficial, que daba su bendición a la práctica, ha resultado ser simplemente un pomposo bastidor, detrás del cual se escondían una severidad dogmática intolerante y pretenciosa, la inseguridad interior y la incapacidad para la acción. A la rutina seca que sólo sabía moverse por los carriles de la “vieja táctica probada”, es decir, de la acción exclusivamente parlamentaria, correspondían cumplidamente los epígonos teóricos que se aferran a las fórmulas del maestro, al paso que niegan el espíritu vivo de su doctrina. En lo anterior hemos visto algunas pruebas de este desconcierto reinante en el areópago de los “expertos”.

Pero el nexo con la práctica es, en nuestro caso, aun más tangible de lo que a primera vista puede parecer. Se trata en último extremo de dos términos distintos para combatir el imperialismo.

El análisis marxista de la acumulación surgió en una época en que el imperialismo no había aparecido aún en la escena del mundo, y el supuesto sobre el que fundamenta Marx su análisis, el predominio definitivo absoluto del capital en el mundo, excluye justamente, de antemano, el proceso del imperialismo. Pero —y en esto está la diferencia entre los errores de un Marx y las vulgares equivocaciones de sus epígonos— hasta el error es, en este caso, fecundo y animador. El problema planteado en el segundo tomo de El Capital y que queda sin resolver: la verificación de la acumulación bajo el dominio exclusivo del capitalismo y su demostración, es insoluble. La acumulación es imposible en estas condiciones. Pero basta traducir la contradicción teórica aparentemente rígida, a la dialéctica histórica, como corresponde a toda la doctrina y manera de pensar de Marx, y la contradicción del esquema marxista se trueca en un espejo vivo del curso mundial del capitalismo [, de su prosperidad y de su derrumbe](*).

La acumulación es imposible en un medio exclusivamente capitalista. De aquí nace, desde el primer momento de la evolución capitalista, el impulso hacia la expansión a capas y países no capitalistas, la ruina de artesanos y campesinos, la proletarización de las clases medias, la política colonial, la apertura de mercados, la exportación de capitales. Sólo por la expansión constante a nuevos dominios de la producción y nuevos países ha sido posible la existencia y desarrollo del capitalismo. Pero la expansión, en su impulso mundial, conduce a choques entre el capital y las formas sociales precapitalistas. De aquí que violencia, guerra, revolución, catástrofe, sean en suma el elemento vital del capitalismo desde su principio hasta su fin.

La acumulación del capital prosigue y se extiende a costa de capas y países no capitalistas, destruyendo y eliminando a aquéllos con un ritmo cada vez más apresurado. Dominio extensivo: tal es la tendencia general y el resultado del proceso de producción capitalista. Conseguido esto, entra en vigor el esquema marxista: la acumulación, es decir, la ulterior expansión del capital resulta imposible, el capitalismo entra en un callejón sin salida; no puede seguir actuando como vehículo histórico del desarrollo de las fuerzas de producción; alcanza su límite objetivo económico. La contradicción que se ofrece en el esquema marxista de la acumulación, dialécticamente considerada, no es más que la contradicción viva entre el impulso ilimitado de expansión del capital y el límite que se pone a sí mismo por el aniquilamiento continuo de las demás formas de producción; entre las enormes fuerzas productivas, que su proceso de acumulación despierta en toda la Tierra, y la estrecha base que se construye a sí mismo por las leyes de la acumulación. El sistema marxista de la acumulación —bien entendido—, precisamente por ser insoluble, es la prognosis exacta de la caída económica inevitable del capitalismo como resultado del proceso de expansión imperialista, cuya misión especial es realizar el supuesto marxista: el dominio absoluto e indivisible del capital.

¿Podrá producirse en la realidad, alguna vez, ese momento? Cierto que no es más que una ficción teórica, justamente porque la acumulación del capital es un proceso no sólo económico, sino político.



«El imperialismo, al mismo tiempo que un método histórico para la prolongación de la existencia del capital, es el medio más seguro para señalar objetivamente el camino más corto del fin de su existencia. Esto no quiere decir que tal objetivo final haya de ser alcanzado. Ya la tendencia hacia este objetivo último de la evolución capitalista se expresa en forma que convierte, en un periodo de catástrofes, la fase final del capitalismo.» (La acumulación del capital, página 361 [¿de la edición alemana?])



«Cuanto más violentamente acabe el capitalismo con la existencia de capas no capitalistas, fuera y dentro de casa, y cuanto más rebaje las condiciones de vida de todas las capas trabajadoras, tanto más se transformará la historia de la acumulación del capital en el mundo en una cadena ininterrumpida de catástrofes y convulsiones políticas y sociales, que, junto con las catástrofes periódicas económicas que se presentan en forma de crisis, harán imposible la prosecución de la acumulación y harán imprescindible la rebelión de la clase obrera internacional contra el régimen capitalista, aun antes de que tropiece económicamente con el límite natural que se ha puesto a sí mismo.» (lugar citado, página 389 [de la ed. alemana])



Aquí, como en el resto de la historia, la teoría presta un servicio completo mostrándonos el término lógico a que se encamina objetivamente. Este estado final no podrá ser alcanzado, del mismo modo que ninguno de los periodos anteriores de la evolución histórica pudo realizarse hasta sus últimas consecuencias. Y menos necesidad tiene de realizarse a medida que la conciencia social, encarnada, esta vez, en el proletariado socialista, intervenga como factor activo en el juego ciego de las fuerzas. Las sugestiones más fecundas y el mejor acicate para esta conciencia nos son dadas por la exacta concepción de la teoría marxista.

El imperialismo actual no es, como en el esquema de Bauer, el preludio de la expansión del capital, sino el último capitulo de su proceso histórico de expansión: es el periodo de la concurrencia general mundial de los Estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra. En esta fase última, la catástrofe económica y política es un elemento vital, una forma normal de existencia del capital, lo mismo que lo era en la “misma acumulación primitiva” de su fase inicial. De la misma manera que el descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia la India no sólo significaron un avance prometeico del espíritu y de la civilización humanos, tal como aparece en la leyenda liberal, sino también, inseparablemente, una serie incontable de matanzas en los pueblos primitivos del Nuevo Mundo, y una interminable trata de esclavos en los pueblos de África y Asia. En la última fase imperialista, la expansión económica del capital es inseparable de la serie de conquistas coloniales y guerras mundiales que tenemos ante nosotros. La característica del imperialismo, última lucha por el dominio capitalista del mundo, no es sólo la particular energía y omnilateralidad de la expansión, sino —y éste es el síntoma específico de que el círculo de la evolución comienza a cerrarse— el rebote de la lucha decisiva por la expansión de los territorios que constituyen su objeto, a los países de origen. De esta manera el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, África, América y Australia a incesantes convulsiones y a aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista. A la luz de esta concepción, la posición del proletariado frente al imperialismo adquiere el carácter de una lucha general con el régimen capitalista. La dirección táctica de su comportamiento se halla dada por aquella alternativa histórica.

Muy otra es la dirección del marxismo oficial de los “expertos”. La creencia en la posibilidad de la acumulación en una “sociedad capitalista aislada”, la creencia de que el capitalismo es imaginable también sin expansión, es la forma teórica de una tendencia táctica perfectamente determinada. Esta concepción se encamina a no considerar la fase del imperialismo como necesidad histórica, como lucha decisiva por el socialismo, sino como invención perversa de un puñado de interesados. Esta concepción trata de persuadir a la burguesía de que el imperialismo y el militarismo son peligrosos para ella desde el punto de vista de sus propios intereses capitalistas, aislando así al supuesto puñado de los que se aprovechan de este imperialismo, y formando un bloque del proletariado con amplias capas de la burguesía para “atenuar” el imperialismo, para hacerlo imposible por un “desarme parcial”, para “quitarle el aguijón”. Del mismo modo que el liberalismo en su época de decadencia apelaba de la monarquía mal informada a la mejor informada, el “centro marxista” pretende apelar de la burguesía mal aconsejada a la que necesita adoctrinamiento, de la tendencia imperialista a la catástrofe, a los tratados internacionales de desarme; de la pugna de las grandes potencias para imponer la dictadura mundial del sable, a la federación pacífica de estados nacionales democráticos. La contienda general para resolver la oposición histórica entre el proletariado y el capital se trueca en la utopía de un compromiso histórico entre proletariado y burguesía para “atenuar” las oposiciones imperialistas entre Estados capitalistas. (1)

Otto Bauer termina la crítica de mi libro con las siguientes palabras: “El capitalismo no fracasará por la imposibilidad mecánica de realizar la plusvalía. Sucumbirá por la indignación a que impulsa a las masas populares. El capitalismo no esperará, para caer, a que el último campesino y el último pequeño burgués de la Tierra entera se hayan transformado en obreros asalariados y, por tanto, no llegará hasta el momento en que no quede ningún mercado adicional; será derribado mucho antes, por la indignación creciente de la clase obrera en aumento constante, y, por otra parte, cada vez más entrenada, unida y organizada por el propio mecanismo del proceso de producción capitalista”. Para adoctrinarme de este modo, Bauer, como maestro de la abstracción, tuvo que abstraerse, no sólo del sentido completo y la tendencia de mi concepción, sino también de la clara significación literal de mis manifestaciones. Pero que sus propias valerosas palabras sólo han de considerarse como típica abstracción del marxismo “experto”, es decir, como inofensiva especulación del “pensamiento puro”, lo prueba la actitud de este grupo de teóricos al estallar la guerra mundial. La indignación de la clase obrera en constante aumento, entrenada y organizada, se transformó de pronto en la política de la abstención del voto en las decisiones transcendentales de la historia universal y en un silencio vergonzoso hasta que sonaron las campanas de la paz. El “camino hacia el poder”, que durante la paz, cuando había sosiego en todas las cimas, se pintaba con virtuosidad en todos sus detalles, al primer soplo de tempestad de la realidad se transformó, de pronto, en un “camino hacia la impotencia”. Los epígonos que en el último decenio tenían en sus manos la dirección teórica oficial del movimiento obrero en Alemania, se declararon en quiebra al primer estallido de la crisis mundial, y entregaron la dirección al imperialismo. La clara visión de esto es una de las condiciones más necesarias para restablecer una política proletaria que se halle a la altura de su misión histórica en el periodo del imperialismo.

Temperamentos sensibles lamentarán, una vez más, que “los marxistas se combatan entre sí”, que se ataque a “autoridades” prestigiosas. Pero el marxismo no es una docena de personas que se conceden unas a otras el derecho a actuar de “expertos”, y ante los cuales la masa de los creyentes haya de morir con ciega confianza.

El marxismo es una concepción revolucionaria que pugna constantemente por alcanzar nuevos conocimientos, que odia, sobre todas las cosas, el estancamiento de las fórmulas fijas, que conserva su fuerza viva y creadora, en el chocar espiritual de armas de la propia crítica y en los rayos y truenos históricos. Por eso estoy de acuerdo con Lessing, que escribía a Reimarus: «¡Pero qué se ha de hacer! Que cada cual diga lo que se le antoje verdad, y que la verdad misma sea recomendada a Dios».



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Notas:

(1) Eckstein, que en su recensión del Vorwärts de febrero de 1913 me denunciaba por la “teoría de la catástrofe” empleando simplemente la terminología de los Kolb-Heine-David (“Con los supuestos teóricos se vienen abajo las consecuencias prácticas, y, ante todo, la teoría de la catástrofe, que la camarada Luxemburgo ha levantado sobre su doctrina de la necesidad de consumidores no capitalistas”), me denuncia ahora, desde que los teóricos del pantano han vuelto a “orientarse” hacia la izquierda, por el delito opuesto de haber ayudado al ala derecha de la socialdemocracia. Hace constar con regocijo que a Lensch, el mismo Lensch que durante la guerra mundial se pasó al campo de los Kolb-Heine-David, lo ha encontrado bien orientado, y habla de él mostrándose de acuerdo en el Leipziger Volkszeitung. ¿No está clara la relación? ¡Sospechoso, altamente sospechoso! Justamente por eso Eckstein se ha creído en el deber de aniquilar tan concienzudamente mi libro en el Vorwärts. Pero el mismo Lensch encontraba todavía, antes de la guerra, de agrado El Capital de Marx. Más aun: un Max Grundwald fue, durante años, un intérprete entusiasta de El Capital de Marx, en la Escuela de formación de los trabajadores de Berlín. ¿No es ésta una prueba concluyente de que El Capital de Marx induce a desear ardientemente el aniquilamiento de Inglaterra y a escribir artículos laudatorios en el cumpleaños de Hindenburg? Pero estas cosas les ocurren a los Eckstein, quienes con su manera torpe echan a perder aquello de que se han encargado. Ya Bismarck se lamentaba, como es sabido, del exceso de celo de sus reptiles periodísticos. [Nota de Rosa L.]

(*) En la edición digital de Edicions Internacionals Sedov (Germinal) no figura el resto de la frase: “de su prosperidad y de su derrumbe” (en la ed. en papel consultada dice erróneamente “derrumbamiento”), acotación que sí aparece en la misma edición en castellano. La edición inglesa del MIA en internet dice: “... of the global career of capitalism, of its fortune and fall”. [Nota del ERL]

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[R.L.: de “La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Crítica de las Críticas”, Leipzig, 1915.]

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[Texto tomado de: “La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Crítica de las Críticas”, de Rosa Luxemburg, Edicions internacionals Sedov, s/f.]



[Cotejado con la edición en papel: La acumulación del Capital (1913), de 1968.]


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LA "FECHA" DE LA CAÍDA DEL CAPITALISMO
Por Rosa L. / ERL - Sunday, Feb. 05, 2012 at 4:04 PM

• Catástrofe capitalista



“Casi no es necesario que diga que a ningún pensador serio se le ha ocurrido jamás ponerle fecha a la caída del capitalismo; pero después de las derrotas de 1848 esa caída parecía estar en un futuro distante. Esa creencia se desprende también de cada frase del prefacio que Engels escribió en 1895. Estamos ahora en condiciones de hacer el balance y podemos ver que el lapso ha sido breve si lo comparamos con el curso de la lucha de clases a través de la historia. El desarrollo capitalista en gran escala ha llegado tan lejos en setenta años, que hoy nos podemos proponer seriamente liquidar al capitalismo de una vez por todas. No sólo estamos en condiciones de cumplir esta tarea, no sólo es un deber para con el proletariado, sino que nuestra solución le ofrece a la humanidad la única vía para escapar a la destrucción. [Fuertes aplausos.]”

[R.L.: de "Discurso en el Congreso de fundación del Partido Comunista de Alemania - Nuestro programa y la situación política", diciembre 1918.]

ver:
http://www.rosaluxemburg.com.ar/fundamentos-erl/catastrofecapitalista.htm

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