Julio López
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Con tanto humo el bello fiero fuego no se ve
Por Fuente: Derecho a Leer - Friday, Feb. 10, 2012 at 2:40 AM

Lunes 6 de Febrero de 2012

Con tanto humo el bello fiero fuego no se ve

[...] cuando la Junta de Pinochet quemó millares de libros en las calles de Santiago, estaba quemando mucho más que papel, mucho más que novelas y poemas; a su siniestra manera quemaba a los lectores de esos libros y a quienes los habían escrito Julio Cortázar, en "Argentina. Veinte años de alambradas culturales".

"Censura es que te prohíban comprar"

En Estados Unidos se debate una ley que pretende eliminar algunas molestas moscas utilizando una bazooka, y en Europa, un tratado internacional para promover legislaciones de este estilo en todo el mundo. Las moscas son algunos sitios de internet que atienden —como diría un economista en tono aséptico— una "demanda insatisfecha del mercado", claro que con singular audacia con respecto al marco legal. Nada nuevo, los emprendedores a veces deben arriesgarse a saltarse algunas reglas para tener éxito, es la clase de aforismo que podríamos escucharle a algún ferviente seguidor de épica del american way. Pero a estos emprendedores les llaman simplemente "piratas" y les mandan al FBI. Quienes mueven los hilos por detrás, como era de esperar, quebraron las leyes de su tiempo, para hacerse la américa. Los que acusan de expoliar artistas, han basado su negocio en dicha expoliación, claro que en forma sistemática y sobre todo legal. Ahora siguen forzando las leyes, pero desde la legalidad del soborno institucionalizado, conocido también como "democracia".

El compromiso de los artistas, con respecto a las encrucijadas que les marca su época, es un debate que aflora cada tanto. La aplicación efectiva de SOPA o PIPA —como muchos se han percatado—, provocaría una auténtica catástrofe cultural. Aún sin esas leyes la catástrofe se extiende de todas formas. Un escritor argentino, Marcelo Birmajer, dice en Clarín que está de acuerdo con la catástrofe, y frente a la amenaza de la existencia de una biblioteca universal —sueño ansiado por generaciones de escritores— se pronuncia, sin dudarlo, por quemarla. O ponerle "semáforos rojos" para sonar menos dramático: considero ladrones a quienes diseñan y ejecutan métodos de distribución masiva de canciones y películas ajenas, sin contratos con sus creadores [...]. Curiosamente, ha omitido a los libros. ¿Será por que quienes diseñan los criminales "métodos de distribución y acceso masivo" a los libros ajenos, están mejor caracterizados en el presente? Se los conoce como bibliotecarios. "Nada peor que un burgués asustado", diría otro autor. Es cierto, están dispuestos a desmantelar Internet, que no es otra cosa que un sinónimo de biblioteca.

Birmajer tampoco ahorra mentiras, incluso rudimentarias, para sostener el remanido y quejumbroso alegato: ¿no es evidente que con 10 años de "piratería" digital, cada vez se "crea" menos, y cada vez su sector gana menos? En su cosmovisión los lectores sólo cumplen un rol, comprar los libros. Nunca simplemente leen. Censura es que te prohíban comprarlo (sic), dice. Sin embargo, los lectores 'a secas' visitan las bibliotecas (públicas o de sus amigos), y no las librerías. Por eso "la censura" sólo se aplica, según Birmajer, a los libros una vez comprados, pero nunca a los libros en general; ¿qué otra cosa es un libro, si no una mercancía para el mercader? Sutil diferencia: "acceder al mercado", no es lo mismo que "acceder a la cultura".

Algunas palabras de otro ferviente defensor de le droit d'auteur, quizá ayuden a pensar en lectores y escritores, por fuera de los intercambios monetarios:

El libro, como libro, pertenece al autor, pero como pensamiento el libro pertenece –la palabra no es demasiado abarcativa– al género humano. Todas las inteligencias tienen derecho de acceder a ese pensamiento. Si uno de los dos derechos, el derecho del escritor y el derecho del espíritu humano, debiera ser sacrificado, debería ser el derecho del escritor, pues el interés público es nuestra mayor preocupación, y todos, lo declaro, deben estar antes que nosotros. Víctor Hugo, 1878, en la Apertura del Congreso Literario Internacional.

Leer nos hace rebeldes: de Europa a América...

El PEN es la Asociación Internacional de Escritores, que se fundó en Londres en 1921, y cuya misión es promover la amistad, la solidaridad y la cooperación intelectual entre escritores de todo el mundo. Heredera de la concepción de que la cultura serviría como elemento de armonía entre los pueblos, visión que predominó en el período de entreguerras, tuvo entre sus miembros a numerosos escritores de prestigio como H. G. Wells, Bernard Shaw, Arthur Miller y Elizabeth Craig. También estuvo entre sus miembros cierto acérrimo defensor de la libertad llamado Heinrich Böll, quien alguna vez escribiera que "leer nos hace rebeldes". La Asociación denuncia, entre otras actividades, la censura, la tortura, la persecución y la muerte a los escritores por causas políticas.


Quema de libros en Berlín, 1933 [fuente]

En 1936, la ciudad de Buenos Aires se constituyó como sitio de reunión para el XIV Congreso Internacional de los PEN Clubs. El fascismo entraba en su momento de ascenso que desembocaría en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y los tiempos políticos exigían de los intelectuales que tomaran postura frente a la amenaza inminente de la Segunda Guerra.

La reunión se inicia con un mensaje contradictorio.

[...] las deliberaciones presididas además por otros dos mensajes absolutamente contradictorios, el de H. G. Wells, presidente del PEN Club, que no ha podido viajar a Buenos Aires y recomienda a la asamblea que no se deje perturbar por las urgencias políticas del momento, y el de André Gide, que insta a defender la cultura.

Después de una inauguración que se ha mostrado tan conflictiva, las sesiones ordinarias comienzan con una discusión propuesta por Victoria Ocampo sobre un tema que ya se presentaba como ríspido: «Función posible del escritor en la sociedad; posible acción de los PEN a este respecto». Victoria Ocampo recupera como espacio de enunciación el propuesto por Virginia Woolf, la del «common reader». Se confiesa lectora ávida que ha vivido a la sombra de los libros personificados en sus autores: «Los libros, señoras y señores, son ustedes». Si esta declaración podía parecer un gesto cortés y entusiasta ante la presencia de famosos y admirados autores europeos, recupera su verdadero dramatismo cuando Emil Ludwig tensa las alternativas de la discusión a partir de su denuncia de las cárceles del Tercer Reich, de las persecuciones a judíos, comunistas y «arios» democráticos y sobre todo cuando expresamente identifica los libros quemados por el nazismo con la persona de sus autores:

[...] una tarde del mes de mayo de 1933 he tenido el alto honor de compartir el destino de mis mejores compañeros en cierta hoguera. Ocupé un buen lugar entre Enrique Heine y Espinoza, y me parecía más digno ser quemado entre dos genios de raza que ser laureado por unos profesores racistas. (Extraído de Manzoni, Celina. Cómo se vieron. La autorrepresentación de los intelectuales (Buenos Aires, 1936), en: Jitrik, Noé (coord.) Sesgos, cesuras, métodos. Literatura latinoamericana.)

...y de América a Europa


Soldados quemando libros durante la dictadura de Pinochet en Chile [Fuente]

Cuarenta y dos años más tarde, en 1978, en Estocolmo, le tocará el turno de hacer una analogía parecida a Julio Cortázar, en ocasión de otro congreso del PEN Club. La situación es la inversa: Europa está liberada del influjo del fascismo, mientras que en América Latina las dictaduras son moneda corriente. Cortázar empieza una disertación que lleva de título El lector y el escritor bajo las dictaduras de América Latina, que intentará pensar el rol del escritor en contextos dictatoriales. Allí, luego de mencionar la prohibición de dos de sus cuentos reunidos en una antología, hablará de las ansiedades de los lectores:

El lector de antaño esperaba los libros que la predilección o el azar iban trayendo a sus manos; el lector de hoy, de muchas maneras directas e indirectas, los reclama. Un escritor latinoamericano que alcance un cierto renombre y sea conocido por sus posiciones democráticas, vive asediado por una correspondencia postal que en buena parte va más allá del comentario crítico, puesto que contiene un deseo y una voluntad de diálogo que nada tienen que ver con la pasividad admirativa de otros períodos de la historia y de la literatura. Ese reclamo del lector al autor, que muchos de nosotros conocemos diariamente (a veces con alegría, a veces con temor y temblor) no es ya un reclamo exclusivamente literario; ya no tenemos lectores como aquellos que le escribían a Charles Dickens para que no hiciera morir a una heroína muy querida. El reclamo del lector latinoamericano es, sobre todo, personal; es una demanda y una espera de responsabilidad por parte del escritor.[...] sus cartas, sus preguntas, contienen mucho más que un testimonio de cercanía en un terreno que excede con mucho el de la literatura; esa demanda liga al lector con el escritor en un terreno no sólo de cultura, sino de destino, de avance en común hacia el cumplimiento de un ideal de libertad y de identidad. Como es simple imaginar, esa búsqueda de contacto del lector con escritores de su continente multiplica la desconfianza y la cólera de las dictaduras hacia los unos y los otros; cuando la Junta de Pinochet quemó millares de libros en las calles de Santiago, estaba quemando mucho más que papel, mucho más que novelas y poemas; a su siniestra manera quemaba a los lectores de esos libros y a quienes los habían escrito. Extraído de Cortázar, Julio. Argentina. Veinte años de alambradas culturales.

¿Para qué querés la libertad?


Lucía Etxebarria

Muy lejos en el tiempo, y sobre todo muy lejos en el espíritu, la concepción y las ideas que animaban a todos estos escritores, otra escritora del presente, famosa para España, aunque prácticamente desconocida para el resto del mundo, anunciaba su decisión de "dejar de escribir por culpa de la piratería". La noticia suscitó una seguidilla de posts y comentarios (de los cuales, sin duda, el mejor fue el de Hernán Casciari), pero sin embargo, sus declaraciones no iban a terminar ahí. Silvia Tarragona, la conductora de "Afectos en la noche", decidió entrevistar a Etxbarría y al abogado español David Bravo para que hablaran de la Ley Sinde.

Más allá del impresentable papel jugado por Etxebarría, quien no dejó hablar a Bravo en los quince minutos de la entrevista, la escritora se hacía una pregunta interesante, que suponía retórica: ¿para qué alguien podría querer 1 MB de conexión si no es para piratear?. Por supuesto, a Extebarría jamás se le cruzó por la cabeza que la computadora sirve para algo más que para mandar mails. Podría servir, por ejemplo, para editar artículos de Wikipedia. También, para mantener tu propia revista con un sistema de distribución armado por vos mismo, sin intermediarios. O quizás porque tu banda decidió que la mejor forma de combatir la "piratería" era subiendo por cuenta propia los temas musicales. O porque, por ejemplo, estás ayudando a la construcción de la biblioteca pública digital más grande que la humanidad haya conocido. O porque, harto de tocar puertas con un film que nadie quiere estrenar, decidiste estrenarlo en un circuito alternativo. O porque estás cumpliendo con tu fantasía de chico de ser conductor de radio, y estás haciendo streaming de radio para todos tus amigos. O armando un podcast. O subiendo tus fotos familiares. O programando. O...

El escorpión y la rana

Detenerse en consideraciones legales sobre "las descargas" (de cine, música, series) nos aleja otro problema más importante. El actual esquema de conectividad considera que siempre va a ser mayor la descarga que la subida, y por lo tanto la conexión debe ser asimétrica. Esta "falla" en el diseño, es completamente intencional, la industria sabe que hay miles de personas como Lucía Etxebarría que piensan que Internet sólo sirve para bajar, pero no para subir, aunque "internautas" y "creadores" sean categorías cada vez más vacías. Ambas industrias, contenidos y conexión, enfrentadas circunstancialmente por ahora, desean más o menos lo mismo: un consumidor pasivo.

Ese problema de egocentrismo que aqueja a la industria y a algunos artistas (la creatividad sólo está donde estoy yo, fuera de mí no hay nada creativo1), se está convirtiendo en el árbol que les impide ver el bosque. Si hace veinte o treinta años atrás plantear la pregunta de "¿Qué es un autor?" podía parecer un devaneo intelectual de teóricos posmodernos, hoy se vuelve un imperativo ético. Detrás de estas definiciones (qué es un autor, qué es la creatividad) existe una disputa política sobre el modo de circulación de la cultura en el siglo XXI.

Sin embargo, de manera contradictoria, muchos de estos artistas que han sido explotados largamente por las editoriales, las discográficas o las productoras, han decidido seguir los engañosos cantos de sirena de la industria y pedir más y más criminalización de la tecnología, con el consecuente atropello a ciertos derechos y garantías que han costado sangre y fuego de generaciones pasadas, nimiedades como la presunción de inocencia, la separación de poderes, la libertad de expresión, la lucha contra la censura, o la protección de la privacidad.

Por momentos, la actitud pareciera remitir a aquella vieja fábula del escorpión y la rana: la rana no puede evitar llevar al escorpión hacia la otra orilla, y el escorpión no puede evitar picar a la rana.

Y vos, ¿de qué lado de la mecha te encontrás?

A muchos artistas les gusta ser paladines del progresismo cultural. Se supone que los artistas están siempre para ser vanguardia, para romper el esquema, para innovar en la técnica y revolucionar en su campo de acción. Hoy, muchos artistas parecieran llorar nanas de burgueses acomodados frente a lo que consideran el "robo" de su propiedad intelectual. Tan tristes están por este suceso que son capaces de defender la censura de uno de los medios de comunicación más importantes que haya inventado el hombre: Internet.

Como denunciara en 1978 Julio Cortázar, hay un montón de ironías que desgraciadamente parecen repetirse una y otra vez a lo largo de la historia. Muchos artistas no tienen problema en salir a poner la cara para defender causas indefendibles, y otros, frecuentes paladines proselitistas de cierta cultura de izquierda, simplemente, callan. No se les mueve ni un pelo ideológico, incluso cuando su causa la comparten nada menos que con el FBI y el Departamento de Estado de los Estados Unidos interviniendo en territorio extranjero (todo sea, lo sabemos, para combatir la piratería). Pero correrán raudos a escribir su columna de denuncia contra la concentración de medios y desmontarán lúcidamente el falso discurso de la libertad de prensa, revelándolo como libertad de empresa. Denunciarán los métodos solapados de censura y manipulación de la información. En internet la censura y el control sobre lo que circula y lo que no, también tiene un nombre a desmontar: se le dice "lucha contra la piratería". Y a la bibliocastía, o destrucción masiva de libros y bienes culturales, se le dice "secuestro y destrucción de bienes falsificados". En su última acometida los verdugos borraron un 4% de internet.

Esos autores y ese público que se quemaron en Chile, que se quemaron en Auschwitz, que se quemaron en un descampado de Sarandí, vuelven a quemarse una y otra vez, cada vez que una medida "en defensa de la propiedad intelectual" decide borrar de golpe y plumazo años enteros de cultura.

Algo más que bellas historias


Julio Cortázar

Entonces, de manera sistemática, vuelven las palabras de Julio Cortázar:

Las oportunidades de asumir esa actitud global no le faltan al escritor, yo diría que desgraciadamente, puesto que casi siempre se trata de enfrentar el oprobio, la violencia y hasta el genocidio físico y cultural. En estos días los periódicos anuncian que el embajador de Estados Unidos ha entregado a la Junta Militar argentina una lista de los prisioneros políticos recopilada por sus servicios de información, y que alcanza a un total de 10.000 personas. La ironía, que es uno de los atributos más fecundos de la literatura, encuentra aquí un terreno de elección; irónico es, en efecto, que esa enorme lista sea proporcionada por un país cuyo credo imperialista y cuyos procedimientos de apropiación y de opresión en América Latina son de sobra conocidos. Irónico es que un sistema capaz de contribuir decisivamente a la caída del régimen democrático de la Unidad Popular en Chile busque actualmente esclarecer el monstruoso asesinato de Orlando Letelier, y que después de haber favorecido abiertamente tantas dictaduras militares en Argentina, se indigne ahora del número de presos políticos en el país. Ocurre que el olvido no sólo es una necesidad higiénica en el hombre, sino también un innoble escamoteo de la verdad; por eso quisiera remitir a los olvidadizos a las actas del Tribunal Bertrand Russell II, que durante varios años recogió testimonios aplastantes sobre la intervención norteamericana en los países de América Latina. Lo hago además para mostrar que los escritores pueden, en muchas ocasiones, responder con actos tangibles a esa demanda de sus lectores de que hablé antes. En los trabajos del Tribunal Russell estuvieron presentes como miembros del jurado tres intelectuales latinoamericanos cuya obra literaria nada tiene que ver con el proselitismo o los mensajes políticos que tantas veces se exige a los escritores; me refiero a Armando Uribe, poeta y diplomático chileno; a Gabriel García Márquez, y a mí mismo. Pienso que a muchos de nuestros lectores, ese largo trabajo de denuncia y de testimonio les habrá confirmado lo que esperan de un escritor además de sus libros; en todo caso, sé que puedo seguir escribiendo mis ficciones más literarias sin que aquellos que me leen me acusen de escapista; desde luego, esto no acaba ni acabará con mi mala conciencia, porque lo que podemos hacer los escritores es nimio frente al panorama de horror y de opresión que presenta hoy el Cono Sur; y, sin embargo, debemos hacerlo y buscar infatigablemente nuevos medios de combate intelectual. Este Congreso del Pen Club me permite hoy vehicular un mensaje que será minuciosamente interferido por la censura de mi país y la de los países vecinos, pero que, como ocurre siempre, se abrirá paso hasta llegar a quienes aman la literatura, leen nuestros libros y esperan de nosotros algo más que bellas historias, algo más que estilos depurados, algo más que palabras impresas.


[1]Para muestra basta un botón: Pero ocurre que detrás del romántico ciberespacio circulan miles de millones de dólares que van a parar a los bolsillos de empresarios, gerentes, programadores y técnicos que jamás generaron un hecho creativo. Palabras de Tito Cossa en Página/12

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