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La trama de negocios detrás de la Tragedia de Once: Que parezca un accidente
Por Fuente: Malditas W - Friday, Feb. 24, 2012 at 11:03 PM

Viernes 24 de febrero de 2012, por Mariano D'Arrigo

La República Cromañón suma una nueva efeméride. La precariedad y la argentinidad al palo. Grupos económicos y funcionarios rápidos para el “¿Yo señor? No señor”. La tercera pata: el sindicalismo empresario. De vuelta, el debate sobre “el modelo”.

La masacre ferroviaria tantas veces anunciada finalmente sucedió. El miércoles 23 de febrero un tren de la línea Sarmiento chocó contra un paragolpes de la estación de Once, en Capital. Hasta ahora las causas son desconocidas, pero sí se sabe que murieron 50 personas y 703 resultaron heridas. Hombres y mujeres de trabajo, que viajaban para ir a ganarse el mango.

Mientras los familiares buscaban desesperadamente a sus seres queridos en los hospitales y la morgue judicial, desde la empresa concesionaria Trenes de Buenos Aires (TBA) y el estado nacional deslindaban sus responsabilidades y sugerían que la culpa era del conductor de la formación. Incluso, el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, fue más allá y, en un insostenible intento de excusa, se lamentó de que si el siniestro hubiera sido un feriado, la cantidad de muertos habría sido menor. A poco más de diez años de diciembre de 2001, pareció un revival de la Alianza.

La troika

Más que un acontecimiento, la Masacre de Once es un síntoma, si se permite la figura médica. Remite a causas profundas, a la estructura. El “modelo” sostiene y alimenta mucho más monstruos neoliberales de los que está dispuesto a reconocer.

Todo comenzó a principios de los ’90: eran años de remate de lo público. Un fallido del ministro de Obras y Servicios Públicos, Roberto Dromi, sintetiza el clima de época: “Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del estado”.

A diferencia de otras empresas que fueron directamente privatizadas –como YPF o Aerolíneas Argentinas- en el caso de los ferrocarriles el menemismo montó un sistema de concesiones y reparto de ramales a distintos grupos empresarios cercanos al poder. La línea Sarmiento le tocó al grupo Cometrans, encabezado por la familia Cirigliano. Fueron años prósperos: se quedaron con la mayoría de las líneas de colectivos del Área Metropolitana de Buenos Aires, y sumaron a su holding a la empresa de carrocerías Tatsa SA y Emfersa SA, productora de material ferroviario.

A pesar del sostenido incumplimiento de inversiones y la sucesión de accidentes, el grupo se benefició durante el gobierno de la Alianza con la prórroga de la concesión por diez años, y, ya con el kirchnerismo, a través del pago de subsidios millonarios. En 2011, la empresa recibió 133 millones de pesos del estado nacional.

Según Juan Carlos Cena, ex Secretario General del Personal Técnico de Dirección de Ferrocarriles Argentinos, las unidades de transporte de pasajeros “no reciben el adecuado, por no decir ningún, mantenimiento preventivo en los depósitos. Revisación de ejes, rodamientos (llantas y sus perfiles), suspensión, frenos, sistema eléctrico; y en las vías: señales, semáforos, conservación y renovación”.

Rubén Sobrero, delegado opositor de la Unión Ferroviaria, ha venido realizando denuncias similares sobre la desinversión empresaria y la falta de controles por parte de la autoridad de aplicación estatal, la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT). El 30 de septiembre de 2011 Sobrero fue detenido y acusado de los delitos de "asociación ilícita y estrago doloso", por la quema de 11 vagones y el ataque a tres estaciones del oeste del Conurbano bonaerense en mayo pasado. El entonces jefe de gabinete, Aníbal Fernández, aseguró que el juez Yalj tenía “elementos contundentes” y “semiplena prueba” para detener a Sobrero. Sin embargo, el 11 de noviembre el mismo magistrado le dictó la falta de mérito, al sospechar de las pruebas y testimonios, basados en aportes de la policía y de la misma empresa TBA.

El “Pollo” Sobrero es una de las pocas voces disidentes en el campo gremial del sector ferroviario. Allí, como en otros lugares, prima un tipo de sindicalismo empresario, un oxímoron ya reconocido. A principios de los ’90 el ex titular de la Unión Ferroviaria, José Pedraza, archivó su pasado combativo y tejió relaciones con el poder económico y político. En 1998 obtuvo la concesión del Belgrano Cargas y luego creó distintas cooperativas –una de ellas, Unión del MERCOSUR, gerenciada por su hijo- que las empresas utilizan para contratar personal y abaratar costos, al encuadrarlos en convenios que no les corresponden por el trabajo que realizan. Hoy Pedraza está preso, acusado de ser el principal responsable del asesinato de Mariano Ferreyra, el joven militante del Partido Obrero baleado el 20 de octubre de 2010 por una patota de la UF cuando acompañaba el reclamo de trabajadores precarizados del Roca.

En pampa y la vía

Luego de la Masacre de Once, desde amplios sectores sindicales y políticos, incluso el ala izquierda del kirchnerismo, se plantea una revisión del esquema de concesiones y la reestatización del servicio de transporte ferroviario, tanto de carga como de pasajeros.

Sin embargo, el gobierno nacional, a través del ministro de Planificación, Julio De Vido, adelantó que no tomará “ninguna decisión administrativa” hasta que no finalice la investigación judicial. Subordinar esa eventual decisión a los tiempos y modos kafkianos de la justicia argentina, es ya tomar una decisión.

Ante hechos de este tipo, cabe preguntarse si puede surgir algo positivo de una tragedia, si una muerte absurda e injusta puede tener algún tipo de utilidad. Si el caso Carrasco fue el detonante para abolir el servicio militar obligatorio, la Tragedia de Once podría servir para terminar con un negocio multimillonario, sostenido a costa de la salud y la vida de los trabajadores y usuarios.

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Indignaciones
Por (reenvio) Hernún - Saturday, Feb. 25, 2012 at 5:05 AM

23 de febrero de 2012

Choca un tren contra la punta del andén. Centenares de heridos, medio centenar de muertos. Todavía no sabemos más. Es esperable que aumente la cifra de muertos, aunque todos deseamos que no. Las empresas periodísticas acuden todas a juntarla con pala cubriendo el desastre con información compulsiva. Se traen las tragedias anteriores para coleccionar y contabilizar, para aumentar la dimensión de la tragedia y para establecer récords. Un récord vale más que mil palabras.

Cada quien toma posición frente a la escena desgarradora de las víctimas, de las personas intentando tener noticias acerca de parientes o amigos. Se descubren secretos a voces como el mal estado de los sistemas de transporte, las implicancias de la política en la gestión de los negocios, las implicancias de los negocios en la gestión política. Azorados, miramos y padecemos. Nos indignamos.

Pronto la tragedia pasa. La noticia pasa. Pasa la novedad y todo vuelve al ruedo. Personas volviendo del trabajo, trenes hacinados; personas yendo a trabajar, trenes hacinados. Un sistema de transportes saturado en una ciudad saturada que concentra el tercio de la población de un país con aproximadamente 15 personas por kilómetro cuadrado. 15 personas por kilómetro cuadrado y 700 heridos y 50 muertos en un tren urbano. Pero la tragedia pasa. Nos indignamos.

Pronto todo vuelve al ruedo.

¿Qué es lo que estamos haciendo? ¿Qué es lo que hacemos cuando la tormenta pasa? Demandas al Estado, aserciones morales acerca de la falta de escrúpulos de los empresarios, de la desidia de los controladores, de la corrupción de los funcionarios. Los indignados protestan. Pero la tormenta pasa. Entonces los indignados se dignan. Se dignan a seguir sus vidas ordenadas en la continuidad de una humanidad autodestructiva, retoman la ruta de la cuenta bancaria y del televisor de mil pulgadas, de teléfonos biónicos y de alquileres imposibles. Reactivación del mercado interno a base de consumo, importación, exportación y producción. Crecimientos porcentuales, márgenes de ganancia, confianza para inversores. Autos como naves espaciales que aceleran cada vez más, con mayor estabilidad a mayores velocidades, asfaltos mejorados, autopistas y rutas. Lomas de burro, barreras y multas. Concesiones, subsidios, tarifas.

Crisis financiera, caída de los mercados, inestabilidad social. Nos indignamos. ¿Y qué es lo que hacemos? “Ha vuelto la política”, nos dicen. Votamos y volvemos. Dignos como nunca, recuperamos la nación después del cataclismo. Confianza, esperanza, dignidad. Malvinas argentinas, mineras canadienses, sindicatos peronistas y paritarias anuales. ¿Qué es lo que hacemos? Recuperar la fe. Como si no hubiera otro camino que rezarle a fantasías, retomamos el camino de que alguien haga bien las cosas, alguien otro, algún otro que nos represente y nos proteja, que administre bien, que ya no robe, que por fin se entere de las cosas que hay que hacer por la gente. Y que las haga.

“La gente”, dicen. “la gente necesita protección”. Toda la estructura social está montada sobre la espalda de trabajadores que no logramos organizarnos como para tomar la iniciativa. ¿Buscamos culpables? Ahí estamos: culpables de no hacernos cargo de la administración y de la responsabilidad sobre nuestra vida colectiva. Indignados por arranque, soltamos rapidito para que los responsables sean los demás. Sin organización desde abajo no habrá sino culpables desde arriba y muertos en la calle.

Aceptamos que la vida social sea una miserable agregación de negocios, legitimamos la comercialización de la vida en nombre de la competencia y de la propiedad. Y, de vez en cuando, nos indignamos.

La indignación es una purga: es una forma de enajenación de las culpas en busca de víctimas propiciatorias. Como en un ritual, todo el mundo acusa a los demás, busca responsables para no hacerse cargo de responder. ¿Nos acordamos de las privatizaciones? Ahora parece que el demonio neoliberal tiene rostro, cuando ese monstruo somos nosotros hace veinte años. El tiempo pasa, y, en vez de cambiar la ruta, echamos culpas a diestra y siniestra.

Somos los responsables de no comprometernos en nuestra propia realidad, responsables de no sostener las organizaciones barriales y obreras que puedan confrontar contra el modelo de negocios que establece que el seguro es más rentable que los frenos. ¿Dónde están los pasajeros del sarmiento cuando no chocan los trenes? ¿Dónde están los habitantes de la región andina cuando no reprimen los mulos y la policía? ¿Dónde están los trabajadores cuando no asesinan a nadie?

Vivimos pateando para adelante, e indignándonos cada tanto. Vivimos delegando decisiones y responsabilidades cotidianas en figuras útiles para recriminar después. “Negligentes militantes”, decía Enrique Piñeyro. No nos sirve de nada echarle culpas al Estado y a los empresarios. Eso es fácil y es obvio. El punto es que no somos capaces de accionar antes de que ocurra la tragedia. Subimos a los trenes como ganado, subimos a los colectivos colgándonos de las puertas, aplastados unos contra otros. Repartimos codazos para treparnos a un vagón y llegar a casa menos tarde. Arremetemos contra el que discute. Preferimos volver temprano antes de sostener una asamblea.

Los trabajadores tenemos la capacidad y la responsabilidad de intervenir en la gestión social de recursos y servicios de una manera definitoria y efectiva. No nos organizamos para mejorar nuestro salario y dejar que los demás decidan el resto. Matarnos en los trenes y vivir hacinados, empobrecidos y expoliados, es parte de lo mismo. Vivir alienados por la tarea y la explotación y padecer las decisiones de los otros, es parte de lo mismo. La ciudad (las ciudades) tienen una estructura y un funcionamiento sostenido sobre la división social del trabajo. Es un diagrama gestionado por quienes no viajan en tren, por quienes no comen chipá en las estaciones, por quienes no cruzan las vías saltándose el tercer riel. Hay un espacio de circulación para los pobres y otro para los que deciden. Y nosotros, desde abajo, preferimos victimizarnos antes que asumir la responsabilidad de confrontar su poder con nuestra organización. Preferimos putear al presidente, putear al patrón, putear al rico, antes que hacernos cargo de meterles el boleo en el orto que merecen, antes que hacernos cargo de asumir la responsabilidad de cambiar nuestra situación.

Nos indignamos. Miramos Crónica TV y nos indignamos. “Los que viajan en el tren son laburantes”, dicen por la tele, como si fuera normal que haya laburantes (es decir, que haya no-laburantes). Nos indignamos hoy. ¿Qué pasará mañana? El trabajo dignifica, decía Perón. Sí que dignifica. Nos vuelve dignos de la continuidad, dignos de una vida de mierda de la que no nos hacemos cargo. Ahora, desgarrándose las vestiduras, todos los monjes salen a la plaza a llorar verdades y lamentar los muertos. Y nosotros obedecemos eso también. Lloramos con los monjes, con los sabios, con los comunicadores y con los políticos. Lloramos un luto de dos días como religiosamente, dignos por obedecer, validados en tanto ciudadanos donde la libertad consiste en acomodarse de alguna manera a las decisiones de los otros. Nos acomodamos, sí. Surfeamos la milonga, hasta que nos damos el palo.

Mientras sigamos prefiriendo la obediencia con culpables a la organización colectiva, seguiremos viviendo para el orto y muriendo cada tanto.

fuente http://entornoalaanarquia.com.ar/2012/02/23/indignaciones

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