Julio López
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Historias del más acá: Celeste de presagios
Por La Brújula Cooperativa de Comunicación - Wednesday, Feb. 29, 2012 at 1:44 AM

Esta es una historia flaquita y celeste. Celeste de presagios, que sigue sembrando linos rojos en la memoria y en el corazón. Por las ausencias, que duelen. Y para que otros tiempos vengan, ella sabe. En historias del más acá, la abrazamos.

Desflecada y flaquita se aparece, etérea. Si apenitas se la ve ahí, en la bruma, semblanza de aquél ave surcando en vuelo alto, cuando el cielo se tiñe de presagios. Celeste. Dos angelitos dorados de alas transparentes la escoltan, dicen. Y en rondas de caramelo celebran su llegada cada vez, robándole con el aire un arresto cansado.
Y así anda, de vez en cuando. Ella, que tiene los ojos del color del mar y una vocecita como de lluvia cayendo sobre la tierra, acaso aliviando la sed de los que habitan el desamparo y el olvido. Ella que es maestra, ¿ha visto? Del campo se vino solita nomás, para entregar sus saberes antiguos y así aprender de esas realidades lejanas, que ahora le duelen tanto. Aunque le devuelven el aliento, para seguir remontando ese sueño. De un cielo y una tierra más justa. Claro.
Un día llegó, entonces, a la gran ciudad. Desgarrada por el gris que enanca su pena y sabe, no va a olvidar. No va a perdonar. Ella, chiquita, que sólo conocía el celeste del lino que nace en los pagos agrestes del litoral. Ahora sabe, que son rojos también, aunque eso le duela. Rojos como la sangre derramada, dice. Rojos como la justicia que espera, también. Por eso no olvida, claro. Por el dolor que le sobreviene cada vez. Cuando evoca la ausencia, digo.
Esta es una historia flaquita y celeste. Celeste de presagios, que sigue sembrando linos rojos en la memoria y en el corazón. Por las ausencias, que duelen. Y para que otros tiempos vengan, ella sabe.
anda en mi pueblo una esperanza
Así, suele llegar a los lugares cargada, colmada, de todo eso. Con su bolso de hilo rústico recostado en un hombro y sus hijos de la mano, Simón, el mayorcito y a upa el Severino, que apenitas se está largando a dar los primeros pasitos. Sí, de todo eso. De la ternura que desprende tan sólo con el gesto. Entonces, su cuerpo por más pequeño y menudo, parecería poder abrazar la inmensidad. Como si los contuviese, cada partecita. Así se arrima Celeste, sencilla.
Sólo por el instante en que le pido, nos apartemos del barullo de donde nos encontramos, ella deja solitos a los niños, a la custodia de amigos y tíos allí en ATE. “Ya vengo, es un ratito nomás”, le dice al Simón que permanece sentadito, mientras trata de convencerlo y él la mira con un gesto de añoranza. Sin embargo, se queda tranquilo, alguien seguro lo va a distraer por el momento.
Celeste es una mujer hermosa. Tiene un rostro como esculpido por haditas de cuento, una nariz muy pequeña, de ojos profundos y una mirada que azulea en el misterio. Mira fijo con su ceño serio, la mayoría de las veces. Penetra en atisbos que enseguida devienen sonrisa, esbozándola cada vez llena de gracia e infinita. Así, simplemente. Esa es la sensación que produce cuando se la ve asomar, como ave inmaculada.
Ella, nacida de la fresca alborada a la sombra de los sauces llorones y los aleritos de la vieja casa materna, refugio de la infancia y los amores eternos. Criada junto a sus cinco hermanos en medio de los campos agrestes del litoral, en un paraje llamado Colonia Los Ceibos en la provincia de Entre Ríos; creció y vivió la mayoría de sus años hasta que la vida al fin, la fue arrimando hacia la gran ciudad de Rosario.
Destino lleno de contradicciones, me animo a pensar, por las cosas que va revelando. Entonces, yo sólo voy hilando todos esos pequeños cadejitos de luz y vida en relatos, algunos pedacitos para al fin poder ir trenzando esa historia, esas historias. Quizás.
Celeste es una de las hermanas de Claudio Pocho Lepratti, asesinado por la policía en las fatales jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. En ese entonces Pocho se encontraba trabajando en el comedor de la escuela Serrano de barrio Las Flores y en el momento en que se subió al techo de la misma para frenar a los canas que estaban tirando contra los niños, una bala en la garganta selló el inicio de una historia, que hasta el día de hoy continúa multiplicándose en miles de almas que siguen creyendo y luchando por lo que él solía contagiar con su trabajo de hormiga: esto de “un mundo donde quepan todos los mundos”. Así, desde aquél tiempo, Celeste, con su lucha cotidiana sigue alzando estas banderas, por la dignidad, por la justicia, por el amor y porque otros tiempos vengan, dice.
Una fuerte historia la suya, llena de fortaleza, esa misma que va transmitiendo en su andar, en pisadas fuertes y pensamientos nobles, convencida por las enseñanzas que le fue dejando la vida. Así, la muerte y el dolor, el grito de justicia, fueron pariendo un nuevo rumbo afirmado en un amor que ahora es eterno. El gesto lo dice todo en ella. Y me cuenta que luego del asesinato de Claudio se viene a vivir a Rosario, porque en esa lucha incansable encuentra a quien ahora es su compañero de vida y padre de sus dos hijos, Gustavo.
“Yo no conocía Rosario, nunca había venido cuando Pocho estaba acá. Algunos en mi casa sí, mi viejo por ejemplo había venido un par de veces, recuerdo que una vez había venido a ayudarlo a techar una casillita; mi hermana Laura tenía una relación más estrecha con él, habían compartido la infancia juntos, tenían otro vínculo, entonces ella venía a hacer algunos seminarios o talleres de educación popular que Claudio le avisaba. Y mi hermano Martín, fue el único que dijo “voy a visitarlo” y se quedó unos días compartiendo con él, los demás todos venían por algo.
Y bueno en mi caso y el de mi vieja, que muchas veces nos lamentamos todo esto ¿no? De cómo antes no habíamos estado y después de que lo matan empezamos a venir, para participar de las distintas cosas que se vienen haciendo desde el principio, de reclamar justicia”.
De repente parecería que la voz se le apaga. De a ratos la mirada se le entristece. Y ella relata el recuerdo como si fuera ayer, con ese dolor enquistado en lo profundo del cuerpo que lastima y desgarra, aunque uno casi ni se da cuenta de dónde viene. Pero está ahí, como esperando ser calmado. Yo me pregunto si se aliviaría alguna vez. Algún día. No lo sé. Pero me duele también, aunque apenas un atisbo, pienso, de todo eso que pasa por el cuerpo. Intento compartir el sentimiento, sin embargo se me hace inevitablemente difícil, inimaginable, ¿ha visto? Tanto dolor, digo.
“Nosotros somos seis hermanos, el más grande, el primero que nació fue Pocho, él ahora tendría 45 años, después sigue Osvaldo que cumplió hace poco 44 años y vive en la casa materna. Después sigue Laura, ella es docente y se dedica a eso y a trabajar en el campo, después sigue Martín de 37 años, él ya formó su familia, tiene cuatro hijos y también trabaja en el campo; después sigo yo y luego Camilo de 31 años que estudia para ser ingeniero agrónomo, también él ha formado su familia y vive en Oro Verde, cerca de Paraná y también se dedica a trabajar en el campo. Mi mamá tiene 71 años, vive en Los Ceibos y mi papá falleció hace algún tiempo, justo cuando él muere se cumplían tres años del asesinato de Claudio. Fue bastante inesperado porque si bien tenía problemas cardíacos y estaba medicado, tenía 61 años era muy joven… Nosotros decimos que en realidad, lo que lo mata y le hace tan mal a su corazón es la impunidad que ahora a diez años sigue”.
Una recua oscura de penas, lentamente le marca el paso del tiempo detenido, le sigue el tranco que se hace pesado, pero que a la vez la empuja a seguir dando pelea. Son diez años.

ardo en nostalgias,
se abre mi alma al arcoíris del monte

Despacito, Celeste se va acomodando en la silla que la sostiene, bien erguida. Lleva puesta unas bombachas de gaucho y unas alpargatas negras con el dibujo de la hormiga. Se cruza de piernas y habla ligero, hasta que alguna pregunta mía la hacer detener nuevamente y se queda como tildada, buscando las palabras. Otra vez pensativa.
Regresamos juntas así, al tiempo azul de la infancia, a los juegos en familia y los atardeceres de fuego en el campo, tan lejos ahora. Entonces se ríe, se queda colgada como armando la respuesta o buscando alguna expresión que intente ser exacta, sincera. Una imagen, pues. Alguna emoción. Cómo describirlo, me digo por dentro…
“Y son muchas cosas, es muy distinto comparar la realidad con otros chicos, porque crecer en el campo y vivir en el campo es muy diferente a crecer y vivir en una ciudad, en un poblado. Cambia rotundamente, también desde la niñez, desde los juegos, las posibilidades de cada uno. Yo me acuerdo que éramos bastante creativos, en el campo no hay una plaza en la esquina o no te pueden llevar al cine, no tenés muchas posibilidades como en otros lugares; entonces gira todo mucho más en torno a la creatividad de chicos y grandes. Era compartir mucho de los juegos en familia, con los hermanos fundamentalmente y después una instancia que uno vive con más pertenencia es la escuela primaria, porque es el lugar donde te encontrás con otros. No pasa por ahí en las ciudades, que uno tiene más posibilidades de encontrarse con otros todo el tiempo.
Me acuerdo de la primaria, que nos pasó a todos los hermanos, la escuela nos quedaba bastante lejos eran cinco kilómetros de ida y de vuelta, y el recorrido era casi siempre en bici, hubo un tiempo en que teníamos que ir a caballo también. Compartir los caballos entre los hermanos y con los vecinos, entonces tenemos historias de cuando nos caíamos, de cuando los caballos se empacaban y no querían seguir… nunca me voy a olvidar una vez que me caí en el barro, casi llegando a la escuela me tiraron adentro de un charco y me acuerdo que fue tan frustrante en aquel momento… después nos reíamos ¿no? Pero esas idas y venidas de la escuela, las peleas con los vecinos, éramos tremendos, pero eran peleas sanas y creo que eso era parte del juego. Es eso, lo recuerdo con mucho cariño, la pasábamos bien”.
Otra vez se sonríe y me contagia, con esos aires de ave serena que la devuelven perfecta hacia el cielo en sutil vuelo. Tiene el latiguillo incorporado, el mismo con el que a cada rato busca la complicidad, “¿no?” me dice, como esperando una anuencia y sigue el relato, sin pausa hasta que otra vez el silencio la hace especular.

ellos dibujan el cielo
Y ella es docente. Así, me cuenta que cuando vivían en el campo apenas adolescente, con sus hermanos tuvieron que erradicarse un tiempo en las ciudades cercanas para poder hacer el secundario. Con mucho esfuerzo y siempre acompañada por el cariño incondicional de la familia, de estación en estación, otro tiempo en algún pensionado para mujeres, finalmente terminó de cursar el profesorado, dedicación y labor que eligió para su vida.
Agradecida perpetuamente a su madre Dalis, quien era el motor que los impulsaba a ella y sus hermanos a seguir estudiando, a crecer y a creer; ahora está sorprendida por el camino que anda transitando, por las cosas hermosas que la siguen haciendo crecer, claro. De esas minuciosidades que alcanza aprendiendo y enseñando, conectando así su historia con la de sus alumnos de los EEMPAS, sobre todo. Y eso le enciende el rostro, otra vez. Y se nota que ama lo que hace. Entregando aquellos saberes antiguos y cotidianos, mezclados del campo y de la ciudad, aprendiendo de las pequeñas historias surgidas y encontradas en los arrabales de Rosario, donde ahora empeña con gran esmero su tiempo y su cariño.
“Me gusta la posibilidad de estar con otros, trabajar con adultos. Yo siempre digo que los docentes, más que enseñar, es mucho lo que aprendemos de esta relación con los otros, es una cosa recíproca; y las escuelas para adultos, las EEMPA, dan mucho de esto, relaciones muy ricas con la gente que te encontrás todos los días. Uno a veces quisiera que la escuela sea distinta ¿no? Lo charlamos a diario, que la escuela no está acompañando lo que pasa a diario, lo que es la vida de muchos chicos y chicas, que a veces parece otra realidad.
Y sí, tenemos ganas de que la escuela sea otra cosa pero dependerá mucho de nosotros ¿no? Que eso cambie y que sea un ámbito donde la construcción se haga desde otro lugar y que uno se pueda relacionar desde otro lugar. Me imagino que si hubo otros capaces de organizar cosas, es posible, uno a veces piensa que no se puede pero hay experiencias en otros lugares de bachilleratos populares, de distintos ámbitos donde sucede allí lo que la gente tiene ganas que suceda, cosas que tienen más que ver con sus sueños y sus proyectos. Está eso de ejemplo para tomarlo, eso alienta también para ver que huecos encontramos o que cosas de a poquito se pueden ir haciendo, dentro de esta escuela a la que pertenecemos que está dentro del sistema, que es la formal, la oficial”.
Así, maestra sencilla, permanece en cada instante con un aire de hada que la trasciende. Enaltecida por la labor cotidiana, por aquella paciencia incansable, ternura inagotable. Así, llena de todo eso. Y si es un trabajo honrado el suyo, claro. Blanco y sencillo como los guardapolvos que danzan en los patios techados de las escuelas del barrio. En ese baile que ofrece el alma niña, el que todos solemos bailar de vez en cuando.

ellos encienden tus sueños
Cada anécdota que cuenta, cada pensamiento y sentimiento que hace carne, van cerrando y delineando más aún, sus convicciones, sus creencias, presagios que esperanza y sabe, algún día llegarán: “dependerá mucho de nosotros ¿no?”, otra vez. Me busca, me encuentra. Nos encontramos. Es bello lo que dice y eso me alienta también.
Celeste tiene el cabello enrulado y finito, que despacio se le desparrama y cae por los hombros cubriéndole su pecho ancho y huesudo, como trigal dorado de los campos. La tonada de su voz nos va arropando en melodías dulces, que salen de su boca rosada y así, levemente rebotan con el eco del salón donde nos encontramos compartiendo. De vez en cuando los ruidos de la calle trastocan el compás, aunque enseguida se vuelve a sentir placentero. Su vocecita de lluvia, digo.
Una pausa otra vez, me descompenetra del relato. Como si fuera necesario tal vez, detenernos de a ratos y contemplarnos. No dejo de observarla, ella tampoco deja de mirarme. Como si esperáramos. Eso. Y otra vez nos escabullimos.
“Uno dice: son diez años, una década. Y se cumplen y es así, pero por otro lado está la sensación también de que fue ayer, que no pasó todo este tiempo y lo compartimos mucho con un montón de gente a esta sensación”. Sensación de impotencia quizás, que sigue lastimando y “que hace como que el tiempo de alguna manera se quede ahí”.
Será por la espera, por la justicia que no llega, por la impunidad que se queda. Y entonces suena tremendo lo que me cuenta acerca del tiempo. Alguna vez Mari, la compañera de Rubén Pereyra – otro de los asesinados por la policía en diciembre del 2001- me dijo: “Diez años es todo una vida”. Y sí. Es fuerte. Cada palabra es testimonio de tanta tristeza e incertidumbre, que parecería que uno ya ni sabe de dónde se sacan las fuerzas para seguir. Sin embargo, están allí.


pájaros que vuelan sin mirar atrás
“Como todos los años uno llega a hacer un balance, a diez años sigue la impunidad, no se ha avanzado en las causas, pero por otro lado, al lado de todo esto fueron creciendo otras cosas que le dan pelea. Este espacio que se ha formado de la asamblea creo que es extensión de otros espacios que vienen desde antes; yo el otro día hablaba de un camino que ahora llega a diez años, pero que en realidad es un camino mucho más largo que nosotros empezamos a transitar y que otros lo han hecho antes y que en todo caso continúa, sigue. Y nos aúna de alguna manera a saber que la justicia la hacemos entre todos, que es una construcción, que sí depende de nosotros, de estar y no bajar los brazos. Todo esto ha crecido, es una mirada y es una práctica que ha crecido, que ahora tiene que ver con el primer encuentro de familiares, un encuentro que en lo personal va a ser muy importante, que no sabemos muy bien qué va a pasar en ese momento, pero seguro nos va a hacer mucho bien, se venía necesitando y creo que está bueno que ahora suceda.
Y después para el 19 y 20 seguir recreando estos modos de lucha, esta bicicleteada contra la impunidad, creo que también contribuye a la memoria colectiva y me parece muy valioso. No es lo mismo que otras formas, para reclamar la justicia que no ha llegado, es una bicicleteada que significa muchísimo ¿no? La bicicleteada nos recuerda a la práctica de Pocho pero más allá de eso, recuerda también a las bicicletas de Fernando Traverso… y la bicicleteada como una práctica solidaria, en donde hay que poner el cuerpo, significa entrega, un montón de cosas. A diez años me parece que estamos como más juntos, más hermanados”.


mientras tanto bailaré
Enseguida Celeste se reconforta. Vuelve a sonreir, iluminada. Sabe que no está sola en este largo camino, que parece a veces incierto, aunque sin dudas va dando sus frutos. Va echando sus raíces. La esperanza. Recuerdo, una vez leí que cuando murió Claudio, ella y su familia dijeron: “Tenemos dos caminos: o hacemos algo o no hacemos nada”. Y ahí están. Ese camino doloroso que para algunos comenzó en soledad, ahora esta colmado de almitas que sí creen, que no hay que bajar los brazos, como dice ella. Ahora, camino de esperanzas, de sembrar la alegría y la lucha, de gritar la dignidad y la justicia, camino que ahora es de todos.
Senderos de linos rojos que en Entre Ríos fueron naciendo y ahora brotan por los barrios de todas las ciudades. En el comedor de Lila, la mamá de Yanina García; bajo el árbol de eucaliptos con Mariela, Sara y Claudio, los hermanos de Walter Campos; en las sonrisas anchas de las niñas de José, el hijo de Graciela Acosta; o en las manos ya maduras de Aldana, la hija de Rubén Pereyra. Así van, ¿ha visto? Creciendo y contagiándose los linos. Si hasta por fuera de Santa Fe se han arraigado. En cada una de las personas que escoltamos esta lucha, esta resistencia. Un lino, una huella. Para no olvidar. Para dignificar la vida de Claudio y de todos los asesinados en diciembre del 2001.
destellos de purezas y promesas presagiarán
“Un día mi vieja, Dalis, ya hace varios años, se levanta y le dice a mi hermana Laura que le consiga semillas de lino rojo. Nosotros no lo conocíamos, porque el lino que crece en el campo es el que da la flor celeste. Entonces Laura buscó las semillas sin preguntar mucho para qué y cuando se las consiguió, mi vieja se pasó todo el día haciendo un trabajo en la tierra delante de la casa; terminó haciendo unos canteros muy grandes que forman la palabra VIVE y en ellos había sembrado estas semillitas de lino rojo, que varios meses después crecieron y florecieron. Y un día, un vecino vino y le peguntó si no le faltaba algo, él le quería decir por qué no había puesto el nombre de Pocho, por qué solamente decía VIVE, y me acuerdo que ella le dijo que no hacía falta, que se leía…
Si bien ella nunca dijo mucho al respecto, sólo agarró y lo hizo, sí que por ahí es rojo porque representa la sangre, la sangre de Pocho y de todos los que la dieron esos días ¿no? Y para ella era su forma de recordarlo y de homenajearlo a Claudio. De ahí surge un poquito lo del lino rojo, después Gustavo escribe un texto en donde a partir de eso cuenta las anécdotas de distintos familiares y caídos en el país; y bueno, así se empieza a socializarse esta historia y hoy podemos decir que es uno de los símbolos que nos acompañan, de la lucha, de la pelea a diez años”.
La historia del lino rojo, es uno de los cuentos más francos y hermosos que escuché en mi vida. Así tan simple, con tantas emociones juntas que se van entremezclando en el mismo relato, con el mismo cuerpo. De historias entrañables, de esas que se quedan para siempre en los más profundo de uno. Ahí nomás.

mientras tanto cantaré

Qué será de sus sueños, me pregunto. Y le digo, me atrevo. Todavía esa mirada llega a penetrar hondo. Azulea hasta hurguetear ahí y me regresa como sonrisa ensimismada.
“Uno tiene cosas muy grandes y otras de todos los días… pero yo sueño con eso ¿no? Con un tiempo en que nos podamos relacionar de otra manera, que tiene que ver con esto de diciembre concretamente; con que se vayan resolviendo las causas, con que los responsables que tuvieron que ver con la masacre, tanto materiales como políticos rindan cuenta. De verdad, creo que todos nos merecemos vivir de otra manera, y bueno, que llegue ese tiempo. Parece una cosa muy lejana, pero creo por otro lado que el trabajo de tantos y de tantas no es en vano y que en ese camino vamos ¿no?”
mientras tanto soñaré
Con el semblante pálido y la piel lisita, muñeca de porcelana. Una expresión indecible trasunta el rostro perfecto. Se queda, pensativa. Con sus sueños de porcelana también y sus dos angelitos dorados que suelen velar su descanso. Y celebrar sus alegrías, claro. Ella sueña con que sus hijitos puedan vivir esas realidades distintas, donde todo sea un poco más justo. Más digno.
En ese instante ya no quedan más palabras. Nos quedamos las dos ahí, ensayando una coda, tal vez. Embelesadas en la magia. Entonces, nos abrazamos hondamente. Eso. Nada más. Como si ya nos conociéramos de otros tiempos, de otros mundos infinitos.
Ella es Celeste de presagios. Por las chispitas y luciérnagas que enciende cuando cuenta, cuando llora, cuando ríe. Por los mensajes de esperanza que trae, que anda labrando en la tierra. Por los linos rojos que florecen, con su grito de justicia. Nuestro grito de justicia. Para no olvidar, claro. Ella es Celeste de presagios, que tiñe el cielo y azulea en el misterio. Para permanecer en esos otros tiempos que espera. Que esperamos.


* Los subtítulos en negrita son fragmentos de la canción “Brillante era” de Horacio Banegas, del disco “Inmediaciones”

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