Carlos Girard ofreció un emotivo testimonio, en el que relató las circunstancias del secuestro de su compañera Cecilia de Idiarte, desaparecida en diciembre de 1976 durante un operativo que el testigo pudo observar desde la esquina. A su vez declararon ex militantes de la Juventud Universitaria Peronista, quienes hablaron sobre el caso de dos mujeres embarazadas: Silvia Amanda González y Elsa Cicero. La audiencia continúa el 5 de marzo.
Por Secretaría de Prensa y Difusión - APDH La Plata
(15 FEBRERO 2012) -
Luego de una jornada intensa, en la que el ex policía bonaerense imputado
Norberto Cozzani admitió un “pacto de silencio” entre militares y civiles
cómplices, la audiencia se reanudó pasadas las 11, con el testimonio de Elena
Rodas, hija de Norberto Rodas Valenzuela, un pintor de obras desaparecido el 31
de octubre de 1976.
-¡Rodas!
¡Rodas!–llamó un hombre con violencia, dando fuertes golpes contra la
puerta.
La testigo, de
diecisiete años en aquel momento, contó que se encontraba en su habitación,
cuando un grupo de tareas irrumpió en su casa de la calle 144 bis entre 68 y
69, en busca de su padre, a quien se llevaron detenido. También describió cómo
un hombre “encapuchado” la había obligado a quedarse en su cama, apuntándole
con un arma. “Me tapé durante veinte minutos, hasta que todo terminó”, dijo.
La denuncia fue
radicada por la familia Rodas en la Comisaría Tercera de Los Hornos y ante el
Ministerio del Interior. Si bien la testigo no volvió a ver a su padre, pudo
saber que Norberto fue detenido en el mismo operativo que otras dos personas
del barrio, entre ellas, Guillermo Cano, un vecino que vivía a la vuelta de su
casa.
La voz de
una hermana
Marta Susana
Abachián es la hermana de Juan Carlos, quien fue detenido por fuerzas de
seguridad en diciembre de 1976 al salir de su trabajo en un taller de chapa y
pintura, y que continúa desaparecido. Según su relato, la información sobre el
paradero de su hermano la obtuvo meses después, a través de su suegro y de los
vecinos de la calle 7 al 1500, en particular, de un kioskero que había sido
testigo del secuestro.
La mujer destacó
que un año después de la desaparición de Juan Carlos, su abuela consiguió el
contacto de Lidia Corvina, una peluquera del Barrio Villa Macón de Buenos Aires
que decía ser allegada a militares del alto rango, por lo que “podía hacer
aparecer a su hermano”. Si bien en el corto plazo sólo tuvo comentarios acerca
de los centros de detención por lo que habría pasado -la Esma, un penal de
Rawson, e incluso, cárceles de Brasil y Uruguay-, más adelante supo que habría
estado cautivo en el Destacamento de Arana y, posteriormente, en la Comisaría
Quinta, lo que se desprendió de la declaración de Carlos De Francesco en el
Juicio por la Verdad.
Al momento del
secuestro, Juan Carlos estaba casado con Mercedes Layorte, con quien tenía una
hija llamada Rosario. Ambas lograron huir tras la desaparición del hombre,
consiguiendo exiliarse en España.
La víctima había
estudiado derecho en la Universidad Católica de Mar del Plata y había obtenido
el pase a la Universidad Nacional de La Plata, donde militaba en la Juventud
Universitaria Peronista. “Yo sabía que en Mar del Plata (Juan Carlos y
Mercedes) habían trabajado en las villas, porque mamá me contaba que él le
sacaba comida para llevarle a la gente de ahí”, recordó.
Por último, la
testigo hizo mención a una nota que le realizó el Diario La Capital, tras su
declaración en el Juicio por la Verdad. “Una persona que la leyó se entrevistó
conmigo y me dijo que un grupo de tareas lo había sacado a mi hermano de La
Plata, llevado a Mar del Plata para hacer una rueda de reconocimiento, y
devuelto a La Plata”, confesó.
A la
memoria de Cecilia
El recuerdo de
Cecilia de Idiarte le costó algunas lágrimas a su compañero Carlos Girard. Ella
desapareció de su casa de la calle 13 entre 82 y 83 el 15 de diciembre de 1976,
en el marco de un operativo policial que el testigo pudo esquivar. “Yo me sentía
responsable de la situación, pero sé que es absurdo”, sostuvo.
Pero tuvieron que
pasar ocho meses, hasta agosto de 1977, para que Carlos se enterara a través de
la familia de Cecilia –vía telefónica- que su esposa estaba viva. “Hablé con mi
suegra y le pedí por favor que la blanquearan, que la pusieran a disposición
del PEN, pero eso significaba una condena”, afirmó.
Uno de los pocos
datos que se sabe de Cecilia, quien en la actualidad continúa desaparecida, es
que estuvo presa en la Brigada de Investigaciones de La Plata y que compartió
cautiverio con una mujer llamada Mariel.
Sobre el final,
el testigo puntualizó en el día en que se paró en la esquina de la Brigada a
observar a la madre de Cecilia, quien se había acercado a reclamar por su hija.
Era el 4 de noviembre de 1977. Sintió mucho miedo cuando vio a Etchecolatz,
pero finalmente decidió presentarse en Regimiento 7, donde fue apresado durante
dos o tres días, luego trasladado a Villa Martel, y sometido a un Consejo de
Guerra, que le dictaminó una prisión de cinco años.
“Vivos” y
“con asistencia espiritual”
A César Marcos
Mora lo llamó la encargada de la pensión donde vivía su hermano Juan Carlos,
estudiante de medicina y militante de la JUP, para comunicarle que él y su
esposa, Silvia Amanda González, habían sido llevados por “fuerzas paramilitares
o parapoliciales”, el 1° de diciembre de 1976. “Ella me habló de un grupo de
diez a quince personas que se manejaban en tres vehículos”, dijo el testigo.
Los padres de la
víctima, quienes vivían en Tierra del Fuego, se enteraron del secuestro al día
siguiente y, de inmediato, la familia comenzó con la búsqueda a través de un
telegrama enviado al ex gobernador de facto Ibérico Manuel Saint Jean.
“Tuvimos una
comunicación con el cura Piaciaronni, y mi padre un encuentro con Monseñor
Pitch, obispo auxiliar en La Plata, quien le dijo que estaban vivos, con
asistencia espiritual”, declaró el testigo. Y agregó que, según testimonios en
otros juicios, el matrimonio habría estado detenido en el Destacamento de Arana
y la Comisaría Quinta. También aludió al embarazo de Silvia, quien habría dado
a luz entre mayo y junio de 1977.
El cuerpo de
Silvia apareció en 2009 en una fosa común del Cementerio de Avellaneda, gracias
al trabajo del Centro Forense. El de Juan Carlos, por su parte, había sido
hallado en 1983 en el Cementerio de San Martín, aunque recién fue identificado
en 2011.
Sobrevivir
en el exilio
Guillermo,
Pacífico y José Miguel eran peronistas y compartían un estudio de arquitectura
que habían montado en 1974. El último de los tres, de apellido Lanzillota, fue
el anteúltimo testigo de la jornada en contar su historia y la de sus
compañeros, quienes integran la lista de los 30 mil desaparecidos.
“A partir de
marzo del ‘76 había una escalada de violencia por parte de organizaciones de
derecha, como la CNU (Concentración Nacional Universitaria). Y después del
golpe el clima ya fue de terror”, afirmó Lanzillotta, al describir el contexto
que atravesaba a las facultades, y a la de Arquitectura en particular, donde se
desempeñaba como docente.
Según el testigo,
a finales de noviembre de ese año, Guillermo Sobral “nos dice que había salido
la garantía de una casa donde había estado el Ejército”. “El operativo salió a
luz en los diarios y todos quedamos muy preocupados, y yo le dije que nos
teníamos que ir de donde estábamos”, añadió. Sin embargo, Sobral decidió
presentarse ante la Jefatura, a pesar de que conocía los procedimientos que la
dictadura llevaba adelante, entre ellos, los vuelos de la muerte.
-Nos van a
matar a todos si te presentás–le dijo Lanzillotta.
Pero Sobral no
hizo caso. En la Jefatura le dijeron que “continuara con su vida habitual”, por
lo que el estudio siguió funcionando, hasta que fue detenido junto a su mujer
Elsa Cicero, quien estaba embarazada de tres meses, dato que Mariana Sobral,
hija del matrimonio que tenía doce años al momento del secuestro de sus padres,
le confirmó al testigo en 2002.
Por su parte,
Lanzillotta decidió irse del país para salvar su vida. Primero fue a Paraguay y
luego se radicó en San Pablo, Brasil, ciudad donde sabía que vivían algunos ex
compañeros de la facultad, y donde eligió quedarse durante siete años.
Un vecino
que sabe
José Horacio
Perelló vivió toda su vida a diez metros del Destacamento de Arana. Ante el
Tribunal que preside el juez Carlos Rozanski declaró que desde el local
comercial que la familia tenía al lado del centro clandestino se escuchaban
gritos, música y disparos “constantemente”, y que la gente de la zona comentaba
que allí había “gente presa”.
Perelló era
propietario, junto a su familia, de un bar ubicado a metros de la dependencia
policial, en donde funcionó un centro clandestino de detención.
El testigo brindó
información sobre el funcionamiento del lugar, de acuerdo a lo que él y su
familia pudieron observar desde su comercio, ubicado en 131 y 640. Al ser
indagado acerca de la existencia de humo, Perelló dijo no recordar nada al
respecto, aunque luego afirmó que se quemaban neumáticos, tras la lectura en
voz alta del testimonio que brindó en el Juicio por la Verdad en 2000.
El testigo
recordó también que el personal del Destacamento concurría asiduamente al bar
de la familia: “Había personas que venían disfrazadas al bar o que se
disfrazaban ahí, tenían armas, tomaban whisky y andaban en autos particulares”.
Sin embargo, no pudo precisar si el imputado Luis Patrualt frecuentaba el
lugar, pues era vecino del testigo. “A él nunca lo ví entrar ni salir”,
aseguró. Y agregó: “no tengo nada que decir contra él”.
Asimismo,
mencionó al policía Miguel Kearney, luego de que el Tribunal le leyera la lista
de los veintiséis imputados.
Vale destacar que
Perelló aludió varias veces a lo largo de su testimonio al episodio de un
tiroteo “muy grande”, que obligó a él y a su familia a alojarse durante una
semana la casa de un tío, a unas treinta cuadras de distancia.
La audiencia se
reanuda el próximo lunes 5 de marzo a las 12, debido a los feriados de Carnaval
y del Bicentenario de la creación de la bandera argentina.