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Una "increíble" reivindicación de la Conquista española en América
Por Telomián Noticias - Friday, Mar. 30, 2012 at 11:44 AM

Un portal de internet de España, reprodujo el texto de un catedrático quien, a lo largo de sus líneas, se propone demostrar la "bonanza" de los colonos para con los y las originarias, basada en el supuesto bien intencionado plan educativo impartido por los extranjeros sobre los indígenas. Éste surgía de la "preocupación" de la Corona española por evangelizarlos y "brindarles una verdadera cultura".

Una leyenda no tan negra: La Obra Educativa de España en América.

Pocas veces una difamación organizada ha alcanzado tanto éxito como la 'leyenda negra' española. Creada principalmente por los protestantes en el siglo XVI, en el marco de las guerras europeas de religión en las que el Imperio de los Habsburgo, ligado dinásticamente a España, aparecía como el campeón del catolicismo, la leyenda rodó y creció como bola de nieve, ganando alcance y calidad, hasta el punto de que los propios españoles la hemos interiorizado en buena parte hasta hoy, tomándola como cierta.

Uno de los componentes fundamentales de la leyenda negra consiste en atribuir a la conquista y colonización de América por los españoles un rasgo especialmente despiadado y feroz, que busca distinguir ese proceso histórico del resto de aventuras similares emprendidas por otros pueblos, y en particular por nuestros vecinos europeos, que como todo el mundo sabe gracias a Hollywood, se caracterizan por su benevolencia y altruismo.

Partiendo de Bartolomé de las Casas, que criticó con tino y valor los excesos que son comunes a todo proceso de conquista, nuestros queridos vecinos montaron la falacia que nos convertía, como pueblo, en 'los destructores de América'. Montesquieu, por ejemplo, afirmó que los españoles decidieron exterminar a la población americana indígena, ante la imposibilidad de dominarla por la fuerza. Y así, mezclando malintencionadamente la noble autocrítica surgida del humanismo hispánico con los no tan nobles prejuicios y bulos propios de la política internacional de la época, se consiguió que cundiera la idea, a todas luces incierta, de que nunca antes se había llevado a cabo con tanta precisión un proyecto de exterminio tan horroroso.

Pues bien, como toda leyenda, la nuestra puede tener partes de verdad: quizás hemos sido como pueblo demasiado indolentes, obsesivos con la pureza de sangre e intolerantes con las religiones y culturas ajenas. Para todo ello puede encontrarse explicación en la específica dinámica de nuestra historia. Pero si hay un punto donde la leyenda negra es particularmente infundada e injusta con nuestros antepasados es en lo relativo a la cuestión americana.

La injusticia es patente porque la realidad fue justo la contraria: en la Historia de la colonización de unos pueblos sobre otros no existe precente de mayor y más temprana preocupación por el estatuto jurídico y los derechos de los conquistados, contemplados no sólo en su conjunto, como pueblos, sino individualmente, como personas. Sobre este asunto existe una abundantísima bibliografía que, al parecer, sigue siendo poco leída, y tratarlo en extenso requeriría otro espacio. Pero podemos hacernos buena idea tomando como ejemplo el esfuerzo que hizo la corona española por promover la educación en América.

En muchos aspectos, el fenómeno cultural hispanoamericano fue un transplante de vida española a América. Entre las potencias coloniales, España constituye una notable excepción en lo que se refiere a la fundación de universidades fuera de la metrópoli. Como señala Steger, ya el hecho mismo de fundar universidades es significativo de una determinada actitud frente al Nuevo Mundo. Sin incurrir en exageración alguna, puede afirmarse que la obra educativa de España en América no tiene parangón en la Historia, y éste es un hecho comprobado que se manifiesta en todos los niveles, pero especialmente en el ámbito universitario.
El Reino de España imprimió desde el primer momento a su impulso colonizador una preocupación constante por educar y evangelizar a la población indígena. Éste es un hecho que destaca porque se produce en muy breve plazo, estando aún en curso las acciones militares de la conquista. Después de los primeros ensayos, al otro lado del océano empiezan a proliferar escuelas, colegios, seminarios y universidades que representan un esfuerzo innegable en el contexto de la época, cuando todavía no se habían fundado muchas de las universidades europeas
Este empeño por expandir la enseñanza, que es continuo a lo largo de la Historia indiana, produce su último fruto en 1812, cuando las Cortes de Cádiz crean la universidad de León de Nicaragua. Con ella, fueron unas treinta las universidades fundadas por los españoles en las colonias americanas, entre 1538 y 1812.

En el ámbito jurídico, filosófico y teológico, el humanismo renacentista hispano tuvo también su reflejo en América y con él, la inquietud por reconocer a todos los súbditos del rey condiciones de libertad (entendida como libre albedrío) y de igual dignidad de su naturaleza humana. Y en el terreno de lo político, la Monarquía española, por su parte, se constituyó en garante de esos derechos 'naturales' (la vida, la libertad, la propiedad) y los extendió a las poblaciones aborígenes. Es decir, la 'razón de Estado' o el 'poder del principe' fue de inmediato limitada en la América Hispana por controles jurídicos, más o menos eficaces, pero que no tenían comparación en la época. La corona no buscó una explotación industrial a secas del nuevo mundo, sino que se preocupó por sus habitantes, por 'españolizarlos' en todos los sentidos, también en los derechos.

Claro que es cierto que fueron muchas las ocasiones en que los conquistadores se saltaron lo dispuesto y cometieron abusos, como ha ocurrido siempre y, salvando las distancias, como sigue ocurriendo hoy. Una cosa es declarar un derecho y otra aplicarlo (en la terminología de nuestro refranero 'una cosa es predicar y otra dar trigo'). Pero la comparación debe hacerse en los correspondientes planos. Es un hecho histórico incontestable que nuestros antepasados reconocieron legalmente tales derechos ya en el siglo XVI, mientras que las otras naciones nunca llegaron a hacerlo, o lo hicieron muy tardíamente. Respecto a la aplicación de las normas, también es cierto que tanto unos como otros saquearon, robaron, violaron y mataron a discreción, sí, pero el comportamiento individual de los españoles durante la conquista no cabe, honestamente, juzgarlo ahora, con los valores que la evolución del hombre ha dado a nuestro tiempo. Si queremos comprenderla, cada época tiene que ser explicada desde su propio orden de valores y desde la contribución que hizo respecto a su propio momento histórico.

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