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Cable a Tierra
Por Fuente: Soledad Barruti - Página/12 - Monday, Apr. 23, 2012 at 4:51 PM

Tierras verdes desertificadas, crecimiento de los mares, fenómenos climáticos inesperados, enfrentamientos por escasez de alimentos y de agua, guerras territoriales y genocidios en marcha: el ser humano enfrenta un siglo crucial para su supervivencia. Sin embargo, ninguna solución parcial será suficiente: sólo un cambio de conciencia filosófica de la relación del ser humano con el planeta podría revertir una catástrofe que ya parece en marcha. Encontrando una luz de esperanza en la sabiduría de los pueblos originarios americanos recientemente incorporada a las constituciones de Bolivia y Ecuador, el juez de la Corte Suprema Eugenio Raúl Zaffaroni aborda el tema en un libro inesperado por el que muchos colegas lo miran raro: La Pachamama y el humano. Pero más que mirarlo, deberían oírlo.

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¿Qué pasaría si la naturaleza fuera de pronto considerada un ser vivo y sensible al daño? Algo común a todos y con derecho a ser defendida. Incluso si se fuera más allá y se pensara que la Tierra es Gaia, un sistema que se autorregula pudiendo expulsar aquello que la lastima. O si se universalizara el concepto de Pachamama por sobre el de Tierra, devolviéndole al planeta su categoría de divinidad protectora que todo lo da exigiendo a cambio sólo reciprocidad en el cuidado. Si no sólo los animales sino las montañas, los ríos, el suelo dejaran de ser tratados como cosas al servicio de la necesidad del ser humano y pasaran a ser entes con derechos propios, sin dudas el cambio sería más que revolucionario. Un salto cuántico que uno podría pensar utópico de no ser porque ya hay países que integraron esos conceptos a sus constituciones nacionales –Bolivia y Ecuador– y hay una persona con la inteligencia, la profundidad y la seriedad necesarias para tomar esos textos, analizarlos cuidadosamente y originar desde un libro tan breve como agudo un eco más que poderoso. La Pachamama y el humano es el último libro del ministro Eugenio Raúl Zaffaroni: un título a primera vista alejado de su temática más recurrente, y con el que sorprendió incluso a sus colegas que por momentos, reconoce entre risas, “lo miran un poco raro”.

“El tema de la pretendida exclusividad del humano como titular de derechos nos llamó siempre la atención”, dispara Zaffaroni en la primera línea. E inmediatamente se lanza a recorrer la relación de los humanos con el medio para hacernos ver cómo desde el Derecho fuimos cambiando la percepción de lo que nos rodea, la responsabilidad ética que teníamos con otros seres vivos, los derechos que les dábamos y, al mismo tiempo, cómo eso se reflejaba en la relación que entablábamos entre nosotros mismos como especie. Finalmente, el libro plantea una recuperación de los saberes de las culturas originarias como el camino más inteligente para tomar ante el caos ecológico imperante y terminal.

BESTIARIO HUMANO

La Pachamama comienza con Aristóteles y los estoicos de un lado, y los epicúreos del otro, pensando si la naturaleza estaba ahí esperándonos o no, y enseguida lo que aparece es la relación que entablamos con los otros seres indiscutiblemente vivos: los animales. “Es interesante observar que pese al presupuesto de que los animales son inferiores, el humano les atribuyó virtudes y defectos propios y exclusivos de él.” Y no sólo eso: hasta el Iluminismo los animales eran vistos como seres con responsabilidad. Se excomulgaba a las ratas ante las plagas. Se penaba con la muerte a los burros. Si una cerda mataba a un chico, iba a juicio, se la hacía confesar y se la condenaba (liberando, ya que estaban, a la madre del chico de cualquier cargo). Luego, los animales perdieron ese carácter y ese lugar de chivos expiatorios, explica Zaffaroni, “porque al mismo tiempo que se le reconocieron derechos al humano, en el sentido moderno del término, se le negaron rotundamente al animal”.

Fue Descartes quien pretendió despojar a los animales de derecho: “Consideró que los animales eran máquinas desposeídas de toda alma”. En ese imaginario los animales pasaron a ser “objetos de dominio humano”. “El humano es el señor absoluto de la naturaleza no humana y su misión progresista y racional consiste en dominarla.” La respuesta social inmediata de ese nuevo paradigma fue que los chivos expiatorios pasaron a ser otros seres humanos: “Los animales eran animales, los herejes, las mujeres y los colonizados, como humanos inferiores, eran medio animales”.

Esa mirada cosificadora y utilitaria con respecto a los seres vivos –que todavía en muchísimos casos sobrevive en las industrias que experimentan con animales o en las que los utilizan para producción–, fue suavizándose (aunque nunca desapareció) con la intervención de otros pensadores como Bentham, que entendía que los animales tienen “sensibilidad para el dolor” y Kant, que si bien dejaba afuera a los animales del contrato social admitía obligaciones con respecto a ellos. Para completar el cuadro, Zaffaroni retoma a Herbert Spencer, inventor de la justicia subhumana que volvió a discutir sobre personas medio animales, o gente sin alma que debían ser eliminados por los superiores.

Así, en esa recorrida histórica de avances y retrocesos –en esta nota apenas esbozada– es evidente que hay una estrecha relación sensible entre el reconocimiento del derecho entre personas y de los animales, y viceversa. Porque si bien la ecología “no suma una partida de nacimiento moderna muy prestigiosa desde el punto de vista político”, lejos está del mito que asegura que históricamente quienes se ocuparon de preservarla fueron los más despreocupados por las personas. Por ejemplo, Zaffaroni explica que la primera asociación contra la crueldad a los animales era inglesa (1829) y estaba compuesta por “filántropos que también fueron abolicionistas de la esclavitud e instaron a la protección de los niños contra la explotación laboral”. También expone cómo se le adjudica incorrectamente al nazismo las raíces de la ley federal de protección de la naturaleza, que en verdad viene de la constitución de la República de Weimar, y que terminó de completarse en 2003.

En los últimos años, las corrientes filosóficas y los debates jurídicos en torno de este tema se han vuelto tan vastos como ricos, nutriéndose en algunos casos de creencias ancestrales cuyo saber parece venir a nuestra ayuda cuando más lo necesitamos. Así, Zaffaroni retoma en primer lugar la hipótesis Gaia del científico inglés James Lovelock que desde una concepción biológica y espiritual toma al planeta como un ente viviente que se autorregula en un sistema integrado de evolución donde todos los seres que lo habitan se desarrollan no desde la competencia, sino desde la cooperación. Desde ese punto de vista los humanos quedamos posicionados como “parte del planeta” y no como centro, cúspide de una pirámide o punta de lanza. De hecho, dice Zaffaroni, “si pensás a la raza humana en términos de vida planetaria y la hipótesis Gaia, el planeta tiene muchos millones de años por delante y nosotros aparecimos hace un rato. Si molestamos el sistema de autorregulación, la Tierra puede estornudar como sacándose de encima bichos raros que le irritan la piel y fabricar otro”.

Fenómenos ambientales desproporcionados, elevación del nivel de los mares, escasez de comida en algunas partes del mundo, cambios geográficos que afectan poblaciones enteras. “Para ir a un ejemplo exacto de lo que está provocando la catástrofe ecológica: el conflicto actual en Sudán. Producto de la desertificación se originó una migración trágica que devino en el genocidio que está actualmente en marcha”, argumenta Zaffaroni. Por más que haya quienes quieran ignorarla, la situación actual no hace más que darnos señales de que mientras la naturaleza es tomada como algo que hay que dominar, o partes escindidas que pueden ser vendidas, explotadas, destruidas sin restricción, el trágico fin se avecina. “El Apocalipsis está al final de la sordera actual y de la acumulación indefinida”, dice. “Esta es la primera vez que tenemos la capacidad de destruir la habitabilidad nuestra en el planeta. En mi generación, con Hiroshima y Nagasaki, nos hemos criado bajo la amenaza de la extinción por un ataque nuclear. Pero hoy no se trata de eso. Hoy la amenaza está puesta en el sistema de producción, en un sistema de producción irresponsable que nos ha llevado a una situación límite.”

¿Cómo salimos de la encrucijada?

–Hay voces importantes que aparecen. Algunas vienen de Estados Unidos o de Europa, y se topan con las de culturas originarias que los miran y les dicen: “Ya lo sabíamos. Y por más de que ustedes a lo largo de cuatro siglos de colonialismo y neocolonialismo no han querido escuchar, nosotros ya lo sabíamos”.

LA VOZ AMERICANA

Según las constituciones de Bolivia y Ecuador, la naturaleza no es un bien común de todos los humanos, sino “de todos los vivientes”. La utilización de las palabras Pacha Mama incorporadas recientemente a sus textos devuelve desde el lenguaje a esa percepción ignorada y bastardeada hace siglos por las culturas dominantes. Si hay Pachamama, la Pachamama es y tiene derecho, no podría ser explotada sino utilizada responsablemente. Por eso, junto a esa palabra aparecen otras igual de valiosas como Sumak kausay, que refieren a una convivencia armoniosa. La Pachamama “puede ser usada para vivir, pero no suntuariamente para lo que no es necesario”, escribe Zaffaroni. Relacionarse desde el buen vivir es la clave. “La teoría de la Pachamama, por ejemplo, no es animalista. Dice: estoy usando lo necesario para vivir. Pero una cosa es usar y otra caer en un abuso organizado de esa naturaleza. Yo no puedo destruir la naturaleza. Comer un animal no tiene que ver con encerrarlo para que tenga más gordura, por ejemplo”, explica Zaffaroni.

Si bien la incorporación del concepto es muy reciente y no ha generado todavía un efecto bisagra, el cambio que se plantea a partir de considerar a la Pachamama como ente de derecho es tan radical que aplicado íntegramente barrería con mucho de lo volcado en los códigos civiles y penales del mundo. En primer lugar si la Pachamama se viera agredida, “se habilitaría el ejercicio de la legítima defensa en su favor”. Además “la propiedad animal necesariamente sufrirá restricciones”. “También sufrirá limitaciones la propiedad fundaria, cuando la conducta del propietario altere los finos procesos regulativos (deforestación, pesticidas, etc.). En el plano de la propiedad intelectual será menester replantear el patentamiento de animales y plantas, porque éstos no pertenecen a ningún humano, sino a la naturaleza.”

¿Es optimista o positivo con respecto a lo que va a venir?

–Soy absolutamente positivo. Creo en ese dicho de que el ser humano no es racional pero puede llegar a serlo si se esfuerza un poco. Si me preguntan las razones quizá no tenga muchas. Es más bien un acto de fe. Y en ese sentido no es raro que quienes estén más preocupados por esto parecen ser algunos teólogos.

Es que lo que plantea es una revolución espiritual, de cambio radical de conciencia.

–Creo que quien tiene una concepción teísta o creacionista en este momento se planta frente a la idea de un dios creador medio raro, que nos crea para que nos destruyamos. Y este siglo puede dar lugar a una enorme revolución civilizatoria o a la destrucción de la especie.

Cuando hace referencia a revolución civilizatoria, ¿qué tipos de cambios imagina?

–Lo que se requiere es un cambio estructural, un cambio incluso del concepto del tiempo.

¿Cómo sería eso?

–Nosotros tenemos un concepto lineal del tiempo, el tiempo tiene para nosotros forma de flecha. Y eso nos hace creer en un progreso permanente, en una acumulación indefinida de bienes, de saber, mientras nos movemos en una pretendida línea ascendente. Hay otras civilizaciones que tienen otro concepto de tiempo, ondulante, circular. Las civilizaciones industriales tienen este tiempo lineal que fue marcando con relojes. Por el contrario, las civilizaciones agrarias tienen conceptos cíclicos. Hasta el primer concepto de tiempo cristiano, el tiempo fue cíclico. Hay quien dice que la mujer conserva en su interior ese tiempo cíclico. Nuestra civilización machista dominante tiene ese concepto lineal que alimenta la venganza, entre otras cosas. Como decía Nietzsche, la venganza es venganza contra el tiempo. Viajamos en un subte que no para más. Sobre esa base se estructura un concepto de poder vertical que jerarquiza todas las sociedades. Y toda sociedad jerarquizada es, finalmente, una sociedad colonialista que se jerarquiza en forma de ejército y se larga contra la que tiene al lado. Eso es lo que habrá que cambiar. Por eso creo que no se trata de rectificaciones pequeñas.

Usted habla en su libro de ir hacia un socialismo cooperativo.

–Yo creo que va a haber una catástrofe antes, no sé a dónde. Creo que es inevitable, que vamos camino a que algo pase. Lo que pasa actualmente en Sudán es un ejemplo de eso. Espero que lo que ocurra provoque la toma de conciencia.

Hay quienes no creen en esas hipótesis.

–Claro que también hay quienes dicen que no va a pasar nada. Las grandes corporaciones sobre todo. Hoy en la concentración inmensa de capital productivo y financiero hay mucho interés en manejar y retener la información. Hay una construcción de realidad que nos oculta incluso esto. Pero la única verdad es la realidad, decía Perón. Y la realidad un día nos va a voltear. Cultivos transgénicos crecidos con cantidades siderales de agrotóxicos que diezman la biodiversidad acorralando y enfermando a pequeños productores, campesinos y pueblos originarios. Sistemas de cría de animales que emulan campos de concentración. Pesca irrestricta que en quince años dejará sin comida a países enteros de Africa. Energías sucias que horadan el equilibrio natural con la fuerza de una cascada. Basura que crece de a millones de toneladas y con la que nadie parece saber bien qué hacer. El tema está en todos lados y en todos los temas. La posibilidad de una transformación parcial parece al menos insensata y hay veces que dan ganas de gritarle al mundo como Mafalda, que se detenga, que nos queremos bajar. Sin embargo las decisiones políticas no parecen encolumnadas en la necesidad de hacer algo. Estados Unidos no da muestras de detener su consumo. Europa parece prudente puertas adentro, pero no deja de alimentarse con el mismo sistema de producción nocivo que ocurre de sus fronteras para afuera. Asia avanza con el ímpetu de haber estado relegada por tantos años del derrame. Y Latinoamérica está ubicada en un lugar ambivalente.

En Latinoamérica estamos frente a una disyuntiva. Por un lado se presentan constituciones como las de Bolivia y Ecuador que dan a la naturaleza un lugar central, y por el otro somos un continente en pleno desarrollo que se avanzó bajo el clásico modelo productivo industrial.

–Nosotros como región actualmente no somos los que estamos contaminando, todavía somos países del Sur. Pero lo que nos está mostrando el planeta es que si Asia, Africa, América latina pretenden desarrollarse al nivel de los países centrales con esa producción, con estos combustibles sucios, el planeta no aguanta. O mejor dicho, el planeta sí aguanta, lo que no va a aguantar es a nosotros. Ese es el gran dilema de este momento.

¿No cree que más fácil estar en contacto con la Pachamama para países como Ecuador o Bolivia que están en contacto con sus raíces, que nosotros que hemos invisibilizado y marginado a nuestros pueblos originarios?

–Más o menos. Yo diría que América latina tiene tres ejes que son en definitiva tres límites metafísicos. Hay un eje cordillerano que tiene un pedazo de México y que mantiene un extraño juego con la muerte; hay un pedazo atlántico más afro que tiene un extraño juego con el ser, y estamos nosotros acá, que tenemos un extraño juego con la nada. América latina es una síntesis en donde se sincretizan todas las culturas que el colonialismo fue marginando a lo largo de los siglos. Somos lo que ellos nos hicieron, y lo que ellos nos hicieron fue someter a nuestros pueblos originarios usando para eso marginados, fundamentalmente andaluces que habían sido cristianizados a garrotazos, judíos que fueron perseguidos por toda Europa hasta que los trajeron los portugueses; africanos, más marginados todavía. Después vinieron asiáticos cuando Inglaterra se convirtió en la policía marítima contra el tráfico esclavista. Cada pueblo trajo su cultura, pero en América latina esas culturas no se aislaron, sino que entraron en contacto con las otras, incorporando elementos y dando elementos. Somos resultado de esa sincretización de marginaciones mundiales. Creo que ese mosaico intercultural y sincrético tiene un mensaje propio que le puede dar al mundo. Es el mensaje de los despreciados. En ese sentido podemos ser para el mundo central la contracara del colonialismo.

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