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‘En Panamá el racismo empieza desde el estado’
Por laestrella.com.pa - Tuesday, May. 22, 2012 at 2:01 PM

Gobernates y maestros ‘chispotean’ comentarios racistas contra pueblos originarios. ‘Son cochinos’, le dijeron a un Ngäbe. La diversidad plantea retos en un país que muestra rasgos de la colonia

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Yadixa del Valle siempre quiso llamarse Niskua, que en lengua Guna significa estrella, pero sus padres decidieron darle un nombre occidental para faciltarle la vida y ahorrarle las burlas que sufrieron sus compañeritos de escuela. Marcos Salinas aún recuerda el día en que una colega dijo en voz alta, sin conocer su origen, que los Ngäbe son cochinos, no se bañan y por eso siempre est án hediondos. Mariano Opua se indigna cada vez que tiene que ir al juzgado de La Palma, Darién, a revisar expedientes y le preguntan si los entiende. ‘¿Por qué lo hacen? ¿No ven que estoy en tercer año de derecho? ¡Claro que entiendo los expedientes!’, dice el estudiante de origen Emberá.

Los tres indígenas viven en la capital por circunstancias ligadas a la falta de oportunidades. En sus comarcas la vida es precaria. Estudiaron, o estudian, en la Universidad de Panamá y ninguno ha escapado a la discriminación étnica.

Sus historias no son increíbles ni constituyen un evento extraordinario. Así es la cotidianidad de los integrantes de las siete etnias indígenas de Panamá, olvidados por las políticas públicas y excluidos en sus entornos cercanos. Desde la asamblea hasta la escuela y el trabajo, el racismo permanece. Se representa en expresiones sutiles, imperceptibles para el común de la gente, y ‘sutilmente’ menoscaba la dignidad e identidad de los grupos originarios.

‘DROGADOS Y BORRACHOS’

La frase en el Twitter de la diputada Marilin Vallarino, que estremeció al país el pasado febrero, fue una muestra de lo que pasa en las profundidades del imaginario colectivo panameño.

‘Los originarios borrachos y drogados no tienen nada que perder y están perjudicando a todo un país’, escribió.

Vallarino y el presidente Ricardo Martinelli -invitando a la cacica Ngäbe, Silvia Carrera, a comer y beber para resolver los problemas-, son la punta del iceberg de una realidad que tiene sus orígenes en la colonia. Justo ‘cuando la tierra fue robada, la cosmovisión borrada y las lenguas trastocadas por imposiciones de los colonizadores’, relata Inatoi, Secretario de la comunidad de Agwanusadub.

La diputada y el presidente muestran perfectamente un rasgo ideológico que viene de atrás, dice el investigador Manuel Zarate Pérez. Un rasgo del que los panameños ‘aún no somos conscientes porque da escozor asumirnos como racistas. Pero lo somos. Y para estirpar el mal hay que reconocerlo’, concluye Zárate.

EL PELIGRO DE UNA HISTORIA

Para Yadiza, Mariano y Marcos, una prueba clara de discriminación es la forma de contar la historia desde una sola perspectiva. Por eso creen que ‘es necesario replantear la educación si se quiere eliminar el racismo desde la base’. Los libros de historia siguen hablando de conquista e invisibilizando los procesos culturales perdidos. Muchos panameños creen que los colonizadores ‘sabían más que nosotros’ y por eso ganaron. Esos mismos panameños replican inconscientemente modelos racistas, concuerdan los tres jóvenes.

En retrospectiva, los españoles llegaron, transformaron a los indígenas en esclavos o domésticos que ‘no dieron la talla’. Trajeron esclavos negros para reemplazar la mano de obra indígena. Allí empezaron los conflictos entre etnias dominadas, pero la cabeza dominante seguía más allá del bien y del mal, mientras robaba la dignidad humana de los otros. Allí nació una cadena de racismo donde ‘el blanco discrimina al mestizo, el mestizo al negro y al indio, y el negro y el indio se discriminan entre sí. Y arrastramos con esto desde la colonia’, dice Inatoi.

Yadixa conoce bien esa historia. Aún hoy recuerda una tarde de infancia, en que le dijo a un grupo de niñas afro que quería jugar. Ellas se enojaron mucho: ‘no jugamos con cholas’. La más grande, ‘se me vino encima, me tiró del culumpio y me dio una paliza’. Cuando llegó a casa, su madre le dijo: ‘nunca más te dejes maltratar por el hecho de ser indígena’. Y así fue.

Pero la cosa se complejiza, dice la muchacha, porque nosotros también discriminamos a los negros.

‘ Si una Guna se casa con un negro y tienen hijos, ¡pobre niño! es excluido hasta en la familia. Si una Guna se casa con un francés, la historia es distinta!’ relata Inatoi.

‘Es que la base de nuestro racismo está en la esclavitud, y mientras se cuente la historia verticalmente, sin reconocer todos los matices y complejidades culturales de cada grupo y mestizaje, seguiremos mirando a Europa como modelo’, afirma Zarate.

LA ESPIRAL SUMA UN ARO

Estados Unidos agregó todos los elementos que faltaban para reforzar la discriminación y durante un siglo se instauró la mentalidad de servidumbre. Sigue el colonialismo y sigue el racismo, ahora establecidos institucionalmente, por norma. La historia de la tajada de sandia es un buen ejemplo.

Hasta la llegada de los gringos, el racismo se había dado en el marco de la hegemonía de clases, ‘era una representación cultural’, explica Zarate. Pero, agrega, ‘en la zona del canal se estableció institucionalmente, a través de una marcada driscriminación que se proyectó hacia el Estado y adoptó la oligarquía para su beneficio en situaciones claves. Luego lo impuso en las escuelas y en la educación y lo usa en situaciones claves’. Así sustenta la cadena de autodiscriminación de la que habla Inatoi: ‘Cada uno, negros, indígenas y mestizos de clases populares, empiezan a luchar lo suyo y ven al otro como un posible enemigo, pero nadie entiende que la cadena nace desde el poder’.

Ese divisionismo, anclado en el desconocimiento, se ha calado en los huesos y refundido en el rincón del olvido porque ‘es un proceso doloroso y nos da escozor pensar que somos un pueblo racista’, dice Zarate.

Pero está tan naturalizado este rasgo cultural, que sale a relucir en situaciones cotidianas. Como en una de las clases de maestría de Yadixa, cuando una profesora indignada dijo:

-Donal Trump nos vio la cara de indígenas con aro en la nariz.

-Profesora, acaba de hacer un comentario racista-, respondió Yadixa.

-Perdón, yo no quería insultarla, estaba tratando de explicar que Donald Trump pensó que éramos unos ignorantes.

-¡Profesora!-.

Es tan fuerte el racismo, que se utilizó como instrumento para desligitimar las luchas indígenas, en medio de las recientes protestas contra la minería.

INSTITUCIONES RACISTAS

Para los especialistas, el racismo institucional penetra en todas los estamentos de un país. Por eso Yadixa, Marcos y Mariano viven en la ciudad de Panamá: en sus comunidades el Estado solo ofrece la posibilidad de una carrera. ‘Y eso es como obligarte a casarte con alguien que no te gusta. Yo no quiero estudiar agro’, dice Marcos. Y agrega: ‘Por eso vine acá y me gradúe como ingeniero’.

Los Emberá Wounnan, además de la falta de oferta educativa, sufren el prejuicio policial. La presencia de SENAFRONT en sus comunidades ‘es un calvario’, según Mariano. En todo momento deben identificarse, aceptar el registro y las restricciones. ‘Para ellos nosotros somos pobres y no podemos acceder a bienes de consumo. Si de repente yo hago un trabajo y llevo dinero o compro cosas para mi familia, soy guerrillero o terrorista’, relata indignado Mariano.

Los hospitales y centros de salud en las áreas indígenas carecen de médicos, medicamentos y equipos de atención. Las viviendas están en condiciones de precariedad, muchas no tienen servicios de agua potable ni electricidad. Los niveles de desnutrición son alarmantes y los índices de pobreza aumentan.

‘Como lo quieras coger, el estado nos ha impuesto una hegemonía racista que involucra todos los estamentos sociales’, indica Zarate, para quien ‘aunque hemos avanzado, no hemos hecho lo suficiente para aceptarnos y afrontar los retos y desafíos que implica la diversidad’.

El incidente del Gobierno racista sirvió para entender que este fenómeno subyace en la cultura panameña y que ‘vivimos en un Estado racista porque lo manejan los hijos del conservadurismo’, dice Inatoi. Pero también sirvió para ‘sumarnos en solidaridad y entender que no es el tipo de Estado que deseamos’, dice Zarate.

Junto a Yadixa, Marcos y Mariano, hay una mayoría panameña que quiere construir un país donde no se eliminen los nombres indígenas, donde el Estado incluya a todos en las políticas públicas. Una mayoría que sabe que una nación con diferencia y matices lingüísticas, espirituales y culturales, abre nuevas posibilidades. Porque la diversidad enriquece la sociedad.

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