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Paraguay: La plaza de Las Armas quedó vacía
Por Lorena Soler - Monday, Jun. 25, 2012 at 6:31 PM

Lunes, 25 de junio de 2012 | Desde Asunción

Luego de dos días de convulsión política, Asunción despertó cobijada por una normalidad sorpresiva. Acaso no hay rastro alguno que indique que aquí ha sucedido un golpe de Estado. “Hoy por suerte ya estamos tranquilos”, susurró la chola en un extraño guaraní cuando compré mi religioso chipá diario.

Aquí no ha pasado nada. La brutalidad de los acontecimientos es la brutalidad del realismo político explícito. Quien gobierna con tanta normalidad en apenas horas de haber usurpado el poder, es porque lo gobernaba todo antes. En fin, Fernando Lugo no controlará los resortes básicos del Estado nacional, ni siquiera a una policía que hace apenas ocho días asesinó a varios campesinos, lo más querido de su origen y el último eslabón de su apoyo social.

Y así. Los canales locales de televisión, luego de 48 horas de transmisión en vivo, retomaron su programación habitual, una vez asumido el ahora nuevo presidente Federico Franco. El fin de la noticia es el final anunciado de un ciclo político que no deja de sorprender por la exactitud con la que se llevó a cabo, un guión en el que no hubo lugar para la improvisación. Y ahí tal vez radique la eficacia de las nuevas formas de ejercicio de los golpes de Estado en América latina. Un golpe de Estado en tiempos televisivos.

Las corporaciones del agronegocio (que el Estado paraguayo dejó crecer a falta de un proyecto regional de desarrollo económico alternativo) junto con una la clase política alienada borraron de un plumazo “legal” a un presidente constitucional. En aras de legitimidad de la legalidad, los golpistas se preocuparon por articular las tramas del sentido político en la utilización de las herramientas legales habilitadas por la Constitución y, con ellas, presentar una impecable continuidad institucional. En horas, Federico Franco ya tenía su nuevo gabinete y dos o tres medidas desempolvadas, entre ellas una alianza económica explícita con el mundo asiático.

La apelación a la legalidad para conservar el poder (incluso para violarlo) no es una novedad en el mundo occidental, pero mucho menos en estas tierras, donde gran parte del basamento y de la estabilidad stronista deben explicarse por ello. Sin embargo, la legalidad será el principal argumento con el que tendrá que batallar la Unasur, que adeuda al menos decir algo más de lo que implica no reconocer a Franco. Pues hasta hoy, los organismos regionales representan el único escollo a la gobernabilidad del nuevo presidente.

Sin embargo, la posibilidad de apelar a una legalidad abstracta, profundamente ideológica, pero disfrazada de imparcialidad, sólo es posible cuando no hay actores, sectores que disputen ese argumento. Por allí sólo quedan algunos ciudadanos de las redes sociales que son pura incógnita en su capacidad política.

Entonces, la normalidad se hace carne en una cotidianidad social. ¿Qué es lo que ha ocurrido para que los cambios políticos e institucionales, y su actual gravedad, no repercutan en la vida diaria de muchísimos paraguayos? Ahí se devela la gran deuda del luguismo. Por esa brecha amplísima entre dos mundos escindidos, desconectados, la vida política y la reproducción social, Lugo pudo ser presidente. Por la continuidad de esa misma brecha, es decir, una representación política hecha añicos, partió del gobierno, sin que su destitución interpele “la normalidad”.

Y como si no alcanzara, su por ahora último discurso desde el palacio presidencial exhibe precisamente la política en estado de tragedia: sólo se puede gobernar Paraguay si se pertenece a las mafias, la clase política o se pacta con el negocio del narcotráfico. En pocos minutos, la plaza de Las Armas quedó vacía. El sentido último de lo público ya no tenía derecho a existir.

* Socióloga Conicet-Iealc.

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