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Del menemismo a Moyano: Los límites del sindicalismo plebeyo
Por Maristella Svampa - Wednesday, Jun. 27, 2012 at 7:11 PM

En los años 90, el sindicalismo peronista sufrió una profunda transformación a medida que perdía espesor ideológico. El resultado fue la consolidación de un sindicalismo empresarial, ante el que en su momento Hugo Moyano mantuvo una actitud ambigua, mientras acumulaba poder. Con el kirchnerismo, el camionero encontró el terreno fértil para consolidar la fórmula justa, que combina la disciplina interna, la pulseada distributiva y el afianzamiento del “orgullo sindical” con todas las ventajas del sindicalismo empresarial. Esta guerra de hoy no tiene nada de conflicto ideológico.

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24/06/12 - 03:42

Al igual que el Estado argentino, durante los ‘90, el sindicalismo sufrió grandes transformaciones. El proceso de adaptación y las negociaciones con el poder político y económico condujeron a una profunda ruptura de las lealtades sindicales. En ese marco de desdibujamiento del mundo obrero tradicional y de la pérdida de derechos sociales, el sindicalismo peronista fue perdiendo espesor ideológico, en favor de otras dimensiones. El resultado fue la consolidación de un sindicalismo empresarial, que potenció elementos preexistentes y convirtiendo el pragmatismo ideológico, la ausencia de democracia interna, la acción corporativa y la práctica patoteril en elementos centrales de la actual matriz sindical peronista.

Pero, aunque la noche es oscura, no todos los gatos son pardos. Por fuera de esta inflexión florecería un sindicalismo opositor, de corte renovador, de la mano de la Central de Trabajadores Argentinos y de otras corrientes de izquierda, que buscaron tender puentes con otros sectores, entre ellos, los nuevos movimientos sociales territoriales.

Respecto del sector liderado por Moyano, su accionar fue más ambiguo, ya que los ‘90 no sólo fueron años de reorientación sindical sino de silenciosa acumulación de poder. Así, si bien durante el menemismo, desde el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) éste se opondría al modelo neoliberal, en ese mismo período, varios factores contribuyeron a la expansión del sector liderado por Moyano: entre ellos, el fuerte crecimiento de los servicios, en el marco del desmantelamiento de la red ferroviaria y de la crisis del modelo industrial, así como el desarrollo del comercio regional, que abrió a nuevas oportunidades políticas. Por otra parte, pese a su carácter contestatario, el MTA sólo rompería del todo con la CGT en el año 2000, esto es, bajo un gobierno no peronista, en medio del escándalo por la “ley banelco”, que el propio Moyano denunciaría.

Los avances silenciosos darían sus frutos luego de la devaluación, cuando los sindicatos de transporte, junto con los empresarios del sector, comenzaron a percibir subsidios millonarios de parte de la Secretaría de Transporte de la Nación. Comenzaban los tiempos del kirchnerismo, época en la cual los buenos negocios irían acompañados del resurgimiento de otras dimensiones, olvidadas por el discurso peronista de los ´90. En ese marco, más allá de su estilo patoteril, desde los sectores populares, Moyano se fue ganando una justa fama de “batallador”, hecho confirmado por el conflicto que tuviera con el sindicato de comercio, entre 2003 y 2005, por el reencuadramiento de los trabajadores que realizan la carga y descarga de grandes hipermercados. Por otra parte, desde el discurso oficialista que elogiaba el “retorno a la normalidad”, en contraposición con la Argentina del desempleo y de los cortes piqueteros, Moyano iría erigiéndose en el modelo sindical peronista, de la mano del crecimiento económico y del retorno de la puja redistributiva.

Así, lo novedoso es que durante el kirchnerismo, Moyano encontró el terreno fértil para consolidar la fórmula justa, capaz de combinar la disciplina interna, la pulseada distributiva y el afianzamiento del “orgullo sindical” con todas las ventajas del sindicalismo empresarial. En continuidad con los `90, pero con un particular sello “nacional y popular”, Moyano terminaría por consolidar una nueva figura acorde a la época, con innegables ecos vandoristas: el sindicalismo empresarial plebeyo, con fuerte capacidad de presión. Desde ese entonces, la proyección de Moyano ha sido imparable y su ambición, ilimitada.

Es cierto que el kirchnerismo para sobrevivir y regenerarse necesita, como un ave fénix, reinventarse y crear incesantemente nuevos enemigos. Es cierto también que, históricamente, dentro del peronismo, siempre se sabe cómo comienzan las guerras internas, pero nunca cómo éstas terminan. Así sucedió en los ´70. Pero la historia nunca se repite tal cual. Dicho de otro modo, esta guerra poco tiene de ideológico. Más allá de cómo queramos usar el peronómetro de época, estamos lejos de asistir a una colisión entre un ala derecha y otra izquierda del peronismo, tal como sucedió décadas atrás. Esta es una puja a la vez política y distributiva, en un contexto de crisis que perjudica, una vez más, al conjunto de la clase trabajadora asalariada.

En esta guerra no están ausentes los elementos simbólicos, como por ejemplo, los furiosos reproches “de clase” que enrostra Pablo Moyano a La Cámpora, compuesta por funcionarios de clase media, universitarios y blogueros, poco fogueados en el trabajo manual y el piquete territorial. Pero tras estas acusaciones, el moyanismo no hace más que abrir un frente de alta vulnerabilidad, ya que el mentado “prejuicio antisindical” es extensivo al conjunto de las clases medias, y no solamente a los jóvenes clasemedieros de La Cámpora, hoy encaramados en la cúspide del Estado.

Esta riesgosa pulseada pone de manifiesto también un déficit incontestable del kirchnerismo, que viene sacudiéndolo desde que decidió promover el cambio en la cúpula de la CGT. El kirchnerismo no tiene un sindicalismo “nacional y popular” que ofrecer; una figura que pueda confrontar con el sindicalismo empresarial plebeyo que Moyano encarna, todavía con éxito. Fuera de Moyano, lo que el peronismo ofrece es un sindicalismo empresarial notoriamente reaccionario y noventista (como la CGT de los gordos); un sindicalismo progresista alineado, que no es ni plebeyo ni masivo (como la CTA ilustrada por Yasky), o uno que, además del peronismo y abrevar de otras corrientes populares, es claramente contestatario (la CTA no oficialista).

Por otro lado, la posible articulación entre el sindicalismo contestatario (CTA no oficialista y corrientes de izquierda) y el moyanismo harían aún más ardua la contienda, porque la expulsarían del marco estrictamente peronista que aún parece tener ésta, insertándola en el registro más incontrolable de la pura puja redistributiva, algo que no le conviene al Gobierno. A esto se añade el error de alentar la judicialización y la amenaza de represión como política, algo que el Gobierno viene empleando sobre sectores más invisibilizados y vulnerables.

Santiago Senen González afirmaba que “para un sindicalismo peronista no hay nada peor que un gobierno peronista”. Esta frase que forma parte del breviario justicialista sirve para recordar que, después de todo, el peronismo como sistema interno de poder no implica solamente buenos negocios, lucha plebeya, masividad y capacidad de presión, sino también la habilidad de saber combinar la oportunidad política con muestras explícitas de lealtad y verticalidad en relación al líder. Una fórmula que parece haber extraviado en su marcha ascendente el sindicalismo empresarial plebeyo. Al mismo tiempo, el Gobierno parece haber olvidado que si bien nadie sabe cómo pueden llegar a terminar las guerras dentro del peronismo, loque es claro es que éstas siempre generan numerosos perdedores en el conjunto de la sociedad.

*Socióloga.

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