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Fecha fundamental, por Evita y el Moncada
Por Atilio Borón - Thursday, Jul. 26, 2012 at 5:37 PM

Hoy 26 de Julio, es una fecha muy especial. Se cumplen sesenta años de la muerte de Evita, una figura política excepcional de la historia argentina y latinoamericana y cincuenta y nueve años del asalto al Cuartel Moncada, que iniciaría una etapa decisiva en las luchas de nuestros pueblos por su liberación.

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En esta ocasión hablaré de Evita, dejando lo del Moncada para un ulterior comentario. Una mujer que aportó al impulso plebeyo fundamental en la primera etapa del peronismo, y sin el cual Perón no hubiera sido Perón. Que supo granjearse la animosidad y el visceral odio de sus enemigos de clase, principalmente la oligarquía, el imperialismo y amplios sectores de la burguesía y las clases medias acomodadas. Un odio que certificaba que Evita sabía muy bien quienes eran los enemigos a vencer: por eso fue antagonizada por los grupos y clases que cualquier gobierno revolucionario coherente tiene que tener en la oposición. Que supo contactar con su pueblo como ninguna lo hizo antes ni lo haría después. Una jovencita que a los 26 años ya puso en ascuas al país oligárquico, y a la que la vida le jugó una mala pasada. Pero su recuerdo permanece intacto aunque su proyecto revolucionario –barruntado en su piel más que elaborado intelectualmente- quedase inconcluso. Su iconoclastia, su irreverencia ante el orden establecido, su voluntad de lucha siguen iluminando el camino de millones de jóvenes argentinos y alimentando la esperanza de construir un país como ella quería: socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano. Un proyecto que se ha demorado sesenta años y que, si la muerte no se la hubiera llevado tan prematuramente, probablemente estaría hoy mucho más avanzado de lo que está. Más allá de ciertas ambigüedades de su pensamiento político -¿quién está a salvo de ello?- que incomodan a los custodios de la revolución químicamente pura, Evita tenía una profunda convicción anti-imperialista y anti-oligárquica, que no sólo se expresaba en su retórica sino en gestos e iniciativas concretas. Hería con su discurso, pero más lo hacía con las políticas que impulsaba desde el estado y que recortaban el poder de los explotadores de afuera y de adentro. Hoy su discurso renace de las cenizas; ojalá que venga acompañado por políticas que permitan efectuar el tránsito, que ella sorteó con fiereza, de las palabras a los hechos. En un país que asiste a una hiperinflación de palabras altisonantes, la pasión de Evita por los hechos debería obrar como un saludable recordatorio de que mejor que decir es hacer, y que mejor que prometer es realizar, sabiendo que a la hora de realizar los poderes establecidos de una sociedad profundamente injusta como la Argentina van a utilizar todos sus recursos para frustrar cualquier proyecto transformador. Y sabiendo también que nada, absolutamente nada, podrá lograrse sin luchar denodadamente contra el imperialismo y sus lugartenientes locales, que jamás van a admitir la legitimidad de una sola medida que afecte sus más mezquinos intereses, por más que se empeñen en disimular sus intenciones y juren, de labios para afuera, lealtad al sistema democrático y el mandato de las urnas.

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