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Des-unidos y des-organizados
Por Fuente: Marcha - Thursday, Jul. 26, 2012 at 6:04 PM

Análisis Político, Viernes, 20 Julio 2012 | Por Colectivo Editorial. ¿Acaso un gobierno popular no se caracteriza por dotar al pueblo y a sus organizaciones de un mayor poder de acción y de influencia? ¿Es posible el fortalecimiento del Estado sin el fortalecimiento de las organizaciones populares? Una lectura de las divisiones en el campo popular durante los años kirchneristas.

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La reciente formalización de la división en la Confederación General del Trabajo (CGT), en los hechos generó que el movimiento obrero organizado esté nucleado en cinco centrales sindicales: la CGT Azul y Blanca liderada por el gastronómico Luis Barrionuevo, la CGT conducida por Hugo Moyano, la CGT bendecida por el gobierno nacional que se presume que va a ser dirigida por el metalúrgico Antonio Caló, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) identificada también con el kirchnerismo en la figura del docente Hugo Yaski y finalmente la CTA opositora liderada por el estatal Pablo Micheli. Cinco centrales sindicales que conforman una paradoja en un país cuyo sistema legal establece el sindicato único por rama y una única central sindical reconocida por el Estado.

Independientemente de los episodios anecdóticos que derivaron en cada uno de los conflictos, es necesario profundizar la mirada para intentar encontrar una explicación a esta situación. Tras nueve años de crecimiento económico, de mejora en las condiciones de vida y de trabajo de una parte importante de la clase trabajadora e incluso de fortalecimiento de la institucionalidad sindical, por ejemplo con la realización de paritarias anuales, el movimiento obrero organizado ha pasado de estar dividido en dos centrales a estar fragmentado en cinco, con la consiguiente debilidad que eso genera. Por otro lado, tampoco es descabellado pensar que estos nueve años podrían haber dado lugar a una integración en el interior de las organizaciones de la clase trabajadora, trasvasando los límites de quienes trabajan en blanco para que la acción sindical se desarrolle en los amplios contextos de trabajo tercerizado, precario y en negro. Hubiera significado un fortalecimiento enorme del movimiento obrero y, sin duda, una mejora de las condiciones de vida concretas de la clase trabajadora, que hubiera expresado un avance en las relaciones de fuerza con nuestras clases dominantes. Algo que fue ajeno a la política de las conducciones sindicales, con la relativa excepción de algunos sectores que provienen de la CTA.

Más allá de las dinámicas endógenas y de las ambiciones personales de los distintos líderes sindicales, y contrariando la retórica unitaria de la presidenta, es evidente que la política del kirchnerismo promovió las divisiones. La imposibilidad de disciplinar a sectores díscolos, aun en el caso extremo de dirigentes como Moyano aliados durante largos años, alentó esta determinación. De otro modo no puede entenderse la rápida bendición de la presidenta a los gremios de la CGT antimoyanista, en una reunión que repetidas veces se negó a otorgar al líder camionero. Ante la imposibilidad de conducir, la política es dividir y apuntalar al sector que se mantenga férreamente alineado.

Pero no se trata de un fenómeno exclusivo del mundo sindical. También los organismos de derechos humanos se dividieron durante el gobierno de Néstor Kirchner, lo mismo que múltiples movimientos de trabajadores desocupados. Es posible pensar que se trata de un fenómeno normal ante el impacto de nuevas políticas públicas que transformaron las formas de pensar la acción política y la relación de las organizaciones sociales con el Estado. Sin embargo, si sólo así fuera, sería esperable que tras una primera etapa donde primen las fuerzas centrífugas, más adelante se hubiera dado una dinámica centrípeta en el seno de los movimientos populares. Pero el proceso de fragmentación siguió su curso. El último de los casos, aunque de menor significación y sin perspectivas de concreción real, es la división en la Federación Universitaria Argentina (FUA), promovida por el kirchnerismo. Se trató de la decisión de crear una nueva federación estudiantil denunciando a la conducción radical de la Franja Morada, con el apoyo explícito de funcionarios de primera línea del gobierno nacional.

El masivo acto en el estadio de Vélez en el mes de abril estuvo convocado bajo la consigna “Unidos y organizados”, promovida por los sectores del kirchnerismo que se consideran la “tropa propia”, y la misma presidenta la retomó en distintos actos y discursos. El problema queda planteado entonces. Es indudable que a través de estos nueve años el gobierno nacional apuntó a fortalecer la presencia del Estado en la vida económica, política y social de nuestro país, tanto en el plano discursivo enfrentando la prédica neoliberal como en el terreno material. Recuperando, por ejemplo, herramientas como la mayoría accionaria de YPF o reformando la Carta Orgánica del Banco Central. El tema es que este fortalecimiento del Estado convivió con el debilitamiento de las organizaciones populares. Nos guste o no, es un dato de la realidad.

¿Y entonces?

Tradicionalmente los gobiernos populares – no hay que olvidar que el nuestro se precia de serlo- apostaron a una dinámica de empoderamiento del pueblo y de sus organizaciones. Es decir, de crecimiento de la fuerza y la influencia de las organizaciones populares, entendidas como el sostén de una política transformadora que se enfrenta al poder económico patriarcal concentrado y a las presiones del capital imperialista. Con todas sus contradicciones es posible pensar en el gobierno de la Unidad Popular en el Chile de Salvador Allende o en la Venezuela bolivariana de la actualidad, donde las experiencias de poder popular se desarrollan alentadas por la dinámica política abierta por esos gobiernos. Pero también vale la pena pensar en el primer peronismo, que siendo una experiencia distinta a las dos anteriores porque nunca se propuso una transición al socialismo, sí instauró de manera irreverente a la clase trabajadora en el centro de la vida política y social de nuestro país. Fue una época donde por un lado las organizaciones gremiales lograron una enorme fortaleza, pero por otro lo hicieron regimentadas desde el Estado, siguiendo un modelo corporativo, lo que tuvo consecuencias determinantes en su derrota posterior. De alguna manera, en los tres casos los gobiernos impulsaron la organización de las clases populares para a su vez fortalecerse ellos mismos, si bien la forma en que lo hicieron fue diferente y estuvo asociada a las distintas finalidades que se propusieron. En este punto, claramente estamos ante una situación distinta.

El impulso real a la organización y la militancia que hace el kirchnerismo está enmarcado en las reglas de la democracia liberal, no de la democracia popular. De lo que se trata es de fortalecer a las instituciones de nuestro capitalismo patriarcal dependiente, no de cuestionarlas. Y los partidos políticos son una de sus instituciones fundamentales. Por eso la prédica es a organizarse sobre todo en ellos, defendiendo férreamente al gobierno, único actor considerado en condiciones de decidir qué es lo mejor para el país. Es la lógica de que el Estado es lo único que representa al bien común de toda la sociedad y los reclamos sectoriales son corporativos, por ende enfrentan y dividen al "proyecto nacional". En otras palabras, es muy bueno y necesario el apoyo, pero si dejan de aplaudir y empiezan a cuestionar o a intentar pasarse de protagonismo, sepan que se ponen por fuera. Ese es el programa que permite entender la coexistencia entre un Estado fuerte con organizaciones populares débiles. Ahora bien, ¿es viable esa perspectiva? Difícilmente en el 2008 el gobierno hubiera podido enfrentarse al embate de las patronales agrarias sin contar con su propia capacidad de movilización, que de todas maneras en esa ocasión fue superada por los cuadros del agrobusiness. Las actuales turbulencias económicas hacen pensar si no sentirá la ausencia de organizaciones fuertes ante los nuevos desafíos que se planteen. Para las organizaciones del campo popular, a su vez, sigue estando planteada la necesidad de enfrentar la fragmentación avanzando en la articulación y la unidad.

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