Por
una televisión alternativa y masiva
Natalia Vinelli
(2012), "Por una televisión alternativa
y masiva". Publicado en Vinelli, Natalia (Comp.), Comunicación
y televisión popular. Escenarios actuales, problemas y potencialidades.
Buenos Aires, Cooperativa Gráfica el Río Suena.
El
debate y posterior aprobación de la ley de medios en Argentina renovó el interés
en un área que venía siendo postergada desde la investigación académica e invisibilizada
como práctica social y política. Nos referimos a la comunicación alternativa,
popular y comunitaria, que tuvo sus momentos de mayor producción teórica en
los 60 y 70 (entendida como herramienta de las organizaciones de militancia),
pero también durante la transición democrática (más anclada en una conceptualización
con eje en el territorio y la cultura), para ser dejada de lado a partir de
los 90. Ahora, con la ley 26.522 y una promesa
de apertura hacia este tipo
de experiencias, se produce una interesante proliferación de artículos y foros
que intentan pensar los desafíos que estos medios, y sobre todo la televisión,
tendrán en el nuevo contexto legal y tecnológico.
En
este artículo nos ocuparemos de esos desafíos de manera polémica, a partir de
una reflexión –siempre tentativa, siempre contextual- basada en la práctica
de la televisión alternativa. Hoy son unos cuantos los canales alternativos
y populares que disputan un lugar en el éter y/o experimentan con las nuevas
tecnologías de la comunicación y la información, y son el insumo que nos hace
pensar las maneras de “pegar un salto” en la calidad y la llegada de lo que
venimos haciendo. Por eso organizamos este trabajo de manera de abordar, en
primer lugar, las determinaciones que hacen a la televisión alternativa, que
aunque no garanticen un funcionamiento alternativo en todos los casos, necesariamente
generan un punto de partida (un modelo de comunicación) que es radicalmente
diferente al de los medios hegemónicos y las corporaciones multimediáticas.
Junto con esto dejaremos asentadas, en segunda instancia, algunas anotaciones
que hacen a una conceptualización de la televisión alternativa, cruzada por
lógicas contradictorias de transformación y reproducción y que completan la
propuesta de una vía de abordaje de las condiciones de producción de la comunicación
alternativa.
En
tercer lugar nos detendremos en algunos de los desafíos actuales de la alternatividad.
Estos desafíos se problematizan en el sentido de evidenciar las tensiones que
generan. Para nosotros la masividad, es decir, la visibilización y por lo tanto
la disputa de sentido es el desafío más importante de estos días, pero se enfrenta
con unas prácticas artesanas por un lado, y por otro con las limitaciones propias
de una tecnología de desecho (la televisión de aire) que achica la llegada de
manera considerable. En este sentido impulsamos la lucha de los canales de televisión
alternativos, populares y comunitarios por concursos específicos para el otorgamiento
de frecuencias y un plan de fomento que haga de la migración a digital un camino
transitable y no un callejón sin salida. Sin duda uno de los condicionantes
más insidiosos para esto es el tema del financiamiento, del cual nos ocuparemos
en cuarto lugar y en relación con la ley 26.522 y la cuestión de la masividad.
Muchas
de las intervenciones recientes aseguran que con la nueva ley de medios se abre
la posibilidad de “jugar en cancha grande”, pero sin detenerse en explicar qué
significa este supuesto y dando por sentado que abandonar el potrero no es nada
más que una decisión de los colectivos que hacen TV popular. De este modo se
cristalizan las prácticas y se las lee como si carecieran de restricciones y
condicionantes externos, como si no estuvieran insertas en un tiempo y en una
sociedad dados ni cruzadas por profundas desigualdades. Para nosotros la comunicación
alternativa, y dentro de ésta la televisión, no puede pensarse por fuera del
cruce entre política y comunicación, por eso nos preguntamos –siguiendo con
la metáfora- cómo se financiaría el juego en una cancha grande, quién haría
el reglamento y quién sería el árbitro.
También
nos parece necesario plasmar algunas distancias entre la televisión alternativa,
popular y comunitaria y la televisión como pyme, porque ambas se amontonan en
el tercio del espectro destinado por ley a las organizaciones sin fines de lucro,
provocando conflictos que tienen que ver con las desiguales condiciones de producción
de cada una de estas experiencias. La caracterización de la comunicación alternativa,
popular y comunitaria como “organizaciones sin fines de lucro” fue, de hecho,
cuestionada por un conjunto importante de medios populares durante el debate
de la ley de medios, porque refiere a un modelo de comunicación y de periodismo
cuyos métodos de trabajo, gestión y funcionamiento poco tienen que ver con las
realidades de la comunicación popular.
Por
último y en quinto lugar, nos referiremos a la necesidad política de construir
una TV alternativa, ese impulso que nos anima a seguir levantando herramientas
que aporten a la construcción de otra subjetividad aun en condiciones de debilidad
y a sabiendas del largo camino por recorrer antes de festejar los resultados.
Eso que hace que la televisión sea parte de
un proyecto alternativo a secas, pero que también sea televisión y requiera
un modo de funcionamiento y, vamos a decirlo, un tipo de militancia que reconozca
esta especificidad. Las experiencias hasta ahora vienen demostrando que es posible
sostenerse y avanzar, incluso con todos los matices que hacen a la variedad
de las prácticas y sus orientaciones políticas e ideológicas.
Tras
décadas de persecución legal, allanamientos y decomisos, sin un financiamiento
que esté estratégicamente resuelto, con tecnologías de desecho y contra todos
los pronósticos que asocian la comunicación a las ganancias, la televisión alternativa
viene demostrando que es posible hacer y multiplicar una imagen televisiva de
calidad que diga otras cosas.
Que, como señala el maestro Fernando Birri entrevistado para otro artículo de
este libro,[1] si
la hay la hay, y si no se crea en estado de necesidad. Necesidad de construir
otra pantalla con lo que se tiene y hacerlo lo mejor posible, de discutir criterios
de noticiabilidad y formación de agenda en conjunto con o insertos entre los
sectores movilizados de la sociedad. Necesidad de experimentar con géneros y
formatos populares, de avanzar en la instalación de herramientas propias que
evidencian, cuando existen, las enormes distancias –los antagonismos- entre
el periodismo popular y el periodismo hegemónico. Y a partir de conocer estas
distancias y estas desigualdades, avanzar colectivamente en la superación de
las mismas.
La
colaboración como determinante
En su libro Sobre la televisión,
el sociólogo francés Pierre Bourdieu pone de manifiesto cómo el campo económico
somete al campo televisivo a través de la competencia por el ráting. La búsqueda
permanente de la primicia en desmedro del chequeo de la información; el sensacionalismo
y la espectacularización de la política que es considerada aburrida por periodistas
y productores (y por lo tanto no sintonizable, poniendo en riesgo los dichosos
puntos de ráting), son mecanismos estructurales que hacen al funcionamiento
televisivo. Traemos este planteo para destacar las determinaciones que hacen
a una y otra TV: mientras que la televisión hegemónica está determinada por
la competencia (la
lucha por cotizar los espacios publicitarios de acuerdo con la cantidad potencial
de consumidores que refleja la medición del ráting), la televisión alternativa
está determinada por la colaboración y
la solidaridad entre
pares.
Para
ser más claros: la colaboración y la solidaridad son tan necesarias para el
funcionamiento televisivo alternativo como la subordinación a las exigencias
del mercado lo son para la televisión comercial. De hecho Bourdieu subraya que
el grado de autonomía de un medio debe mensurarse teniendo en cuenta el porcentaje
del financiamiento proveniente de la publicidad, la asistencia estatal y el
grado de concentración de sus anunciantes, a lo que agregamos cómo esto moldea
la concepción dominante de la comunicación: vertical, unidireccional y por sobre
todas las cosas, rentable. Lo reconoce con su verborrea habitual el periodista
Jorge Lanata, en una entrevista con el diario La
Nación y en referencia a
la ley 26.522: “Esto de ‘vamos
a desmonopolizar los medios creando nuevos medios’, no significa que esos medios
vayan a tener público. Una cosa no trae a la otra. Esta boludez de ‘hagamos
la radio de los wichis’, ¿quién carajo va a escuchar la radio de los wichis?
Y lo que es peor, ¿quién va a poner avisos en la radio de los wichis? ¿Y cómo
le van a pagar el sueldo a los operadores? Esto es vida real. Es un negocio
como cualquier industria”.[2]
No
arriesgamos mucho si decimos que a los hermanos wichis seguramente les interesa
su radio, decir sus luchas, pensar el mundo desde sus lógicas contra la radio huinca que
es la única que hay o la única que tiene la potencia y el alcance como para
“pisar” los intentos desde abajo. Y que lo más seguro es que muchas otras radios,
pertenecientes a la comunidad wichi o no, se interesarán en repetir y compartir
sus discursos, sus reclamos, sus maneras de contarse. ¿Quién le pondrá avisos?
Más adelante nos detendremos en esto, por ahora basta recordar que en nuestro
país el Estado es uno de los grandes anunciantes de ese “negocio” al que se
refiere Lanata.
Pero volvamos a los antagonismos entre uno y otro modelo de comunicación y sus
condiciones de producción. Está claro que si el objetivo es el lucro, la búsqueda
central será posicionar la pantalla para ofrecer una cuota de mercado más atractiva
para los anunciantes, compitiendo con otras emisoras mediante el sensacionalismo
y el entretenimiento vulgar, de manera de cotizar más y mejor los espacios (en
las tandas, en la publicidad no tradicional, vendiendo publicidad como información,
promocionando productos y servicios, etc.). Por el contrario, lo que venimos
observando en la práctica de la
TV alternativa y popular es radicalmente diferente,
y no sólo por la ausencia de lucro como fin del medio: cuando decimos que la
colaboración y la solidaridad son determinantes, estamos haciéndonos cargo de
que para construir una pantalla alternativa con una programación que abarque
buena parte del día es necesario, fundamental,
abrir las puertas a otros espacios, colectivos y experiencias.
Con esto queremos subrayar que la cooperación es un punto de partida de la
TV alternativa. Obviamente ésta
se basa en acuerdos políticos y comunicacionales, pero responde también a
una necesidad estructural. Para poner en pie un canal alternativo, popular o
comunitario hay que abrir la programación a experiencias similares (de trabajadores,
estudiantes, comunidades, géneros, pueblos originarios…), potenciando las corresponsalías
y la llegada mucho más allá de lo que un transmisor análogo pueda atestiguar
(volveremos sobre este tema al trabajar la cuestión de la masividad). Estas
condiciones de producción, que son opuestas a las del sistema mediático hegemónico,
son la argamasa sobre la que crece otra comunicación, pero no configuran una
vacuna por sí mismas ni garantizan per
se la alternatividad. Lo
que sí favorecen, sin ninguna duda, es el desarrollo unas relaciones sociales
proclives al cambio que la competencia como punto de partida nunca puede generar.
Ni
dogma ni pureza: conflicto
Decíamos
recién que las determinaciones que hacen a la televisión alternativa, si bien
son un punto de partida, no garantizan por sí mismas la alternatividad de la
práctica. Lo social no es nunca mecánico ni lineal; en todo caso, lo que existe
en la base son condiciones que promueven o fomentan el desarrollo en un sentido,
aunque no lo certifican. En el análisis de las experiencias es fundamental estudiar
los actores que las impulsan y las lógicas que cruzan el método de trabajo,
la gestión, los roles, los objetivos y la pantalla: son lógicas sociales contradictorias
que coexisten en el seno de la práctica de la televisión, porque remiten a concepciones
del mundo diametralmente opuestas. La televisión alternativa no existe por fuera
de estas lógicas ni por fuera de las relaciones hegemónicas en una sociedad
dada; al desarrollarse en el marco de una formación social capitalista estas
experiencias estarán todo el tiempo tensionadas entre la transformación y la
reproducción de la cultura y la comunicación hegemónicas.
El
canadiense Michel Senecal (1986) sostiene que estas lógicas pueden conducir
hacia un proceso de integración o de distanciamiento respecto de los modelos
dominantes: la comunicación alternativa es portadora de estas lógicas y al mismo
tiempo es su resultado, justamente porque no se trata de experiencias fosilizadas
sino que se encuentran en permanente tensión; de ahí su riqueza. Las contradicciones
se expresan siempre, ante cada situación y de muchas formas: por ejemplo en
las búsquedas de financiamiento a través de la publicidad o la cooperación internacional
y sus efectos o no sobre el discurso; en las maneras de poner en el aire los
programas, en la toma de decisiones o en el “arte” del canal, pasando por las
vías de participación en relación con la capacitación en técnicas de cámara
y montaje y las relaciones sociales que se van generando entre sus miembros.
En todos estos aspectos conviven vestigios de lo dominante y gérmenes de lo
nuevo que se quiere construir: la ruptura o la reproducción pueden ejercerse
todo el tiempo hacia el interior de la misma práctica y con una intensidad de
diversos grados.
Todas
estas cuestiones pueden convivir y resolverse de diferentes maneras en la práctica
del mismo medio, acercándolo más o menos a una práctica transformadora. En este
sentido no hay “pureza” en lo alternativo sino formas en las que se resuelven
cotidianamente los conflictos que se presentan. Esto aporta a una lectura de
la televisión alternativa donde las contradicciones tienen un lugar importante
para el análisis, dejando de lado las lecturas esencialistas o románticas que
ven resistencia en todas las prácticas populares por el solo hecho de “venir
de abajo” o que, como la otra cara de la misma moneda, evalúan la práctica negativamente
porque no se ajusta al dogma.
Senecal,
para explicar la variedad de matices que genera el conflicto entre las distintas
lógicas, recurre muy oportunamente a los niveles de praxis que desarrolla Henri
Lefbvre en Sociologie du
Marx: “Hay tres niveles de la praxis: en los dos extremos, el repetidor
y el innovador, y entre ambos, el mimético. La praxis repetidora vuelve a iniciar
los mismos gestos y los mismos actos en ciclos determinados. La praxis mimética
sigue unos modelos; llega a crear mediante la imitación, y por tanto sin saber
cómo ni por qué; pero es más frecuente que imite sin crear. En cuanto a la praxis
inventiva y creadora, alcanza su más elevado nivel en la actividad revolucionaria.
Esta actividad puede ejercitarse tanto en el conocimiento y en la cultura (la
ideología) como en la acción política” (Lefbvre, 1966; citado en Senecal, 1986:
141 y 142).
Como
ilustración de lo dicho podemos observar las estrategias enunciativas y de estilo
elegidas para la conducción, que tienden por momentos a repetir esquemas aprehendidos
como televidentes desde nuestra infancia, o la organización de los programas
a veces con criterios no muy distintos a los que la
TV tradicional nos tiene a esta
altura acostumbrados para el segmento de público joven. Otra, en sentido contrario,
puede ser el lugar que ocupa la
TV popular entre los sectores
movilizados de la sociedad, y las maneras en que se tejen relaciones que generan
una confianza muy diferente a la propinada hacia los medios hegemónicos (lo
cual redunda en un tipo de cobertura periodística sensiblemente distinta). La
construcción de una agenda de temas que poco tiene que ver con la selección
de lo noticiable por parte de los medios hegemónicos es otro elemento para estudiar;
al igual que el lugar que ocupan la información y el entretenimiento en la pantalla
y si en éste último aspecto existe o no una propuesta.
Es
decir que para analizar la televisión alternativa es fundamental descubrir y
abordar de manera problemática cómo opera la relación de fuerzas en el desarrollo
preponderante de una u otra lógica social, y cómo éstas se presentan entre los
distintos aspectos que hacen a la práctica. Estas lógicas pueden ir del rechazo
abierto de los códigos dominantes a partir de la creación de códigos nuevos
(códigos comunicacionales, políticos y sociales) hasta la reproducción, incluyendo
una praxis ambigua que en determinadas circunstancias puede crear, aunque las
más de las veces imite aquello que inicialmente se planteaba cuestionar. Así
la práctica se moldea cotidianamente: “Aun queriendo desmarcarse social y políticamente
de prácticas comerciales e institucionales, estos medios comunitarios se sorprenden
a sí mismos escogiendo entre praxis que los llevan de la reproducción a la innovación,
pasando por el mimetismo” (Senecal, 1986: 148).
Un
buen ejemplo de lo que venimos señalando fue el fenómeno de los canales de televisión
de aire que se desarrollaron en los últimos 80 y primeros 90 en la
Argentina (que, según cifras
de la Asociación Argentina de
Televisión Comunitaria AATECO, llegó a sumar 200 experiencias entre emisoras
establecidas y proyectos experimentales). Estos canales se desarrollaron en
el marco de tendencias que respondían a estas lógicas sociales contrapuestas,
integradas o distanciadas de los modelos tradicionales: desde
las televisoras que priorizaron lógicas de organización y gestión microempresarias
centradas en intereses económicos y creativos individuales (lógica comercial),
hasta aquellas que se plantearon como alternativas y comunitarias –cuyo mejor
exponente fue el canal 4 Utopía de Caballito-, rompiendo con el modelo televisivo
hegemónico y convirtiendo al público destinatario en agente activo del proceso
(lógica de transformación). Pasando, también, por las prácticas televisivas
que buscaron hacer lo suyo en un marco que podría caracterizarse como de complicidad
semi-institucional; es decir, de vinculación con caudillos y funcionarios municipales
como estrategia de supervivencia, lo que finalmente tiñó las prácticas (lógica
de cooptación).[3]
La
experiencia de comunicación alternativa oscila entonces entre estas lógicas,
de acuerdo a las relaciones de fuerzas que operan en su seno y teniendo en cuenta
las tendencias predominantes hacia el interior de la sociedad nacional. De ahí
la importancia del contexto socio histórico en que la práctica se desarrolla:
como escribe Senecal, “tanto si es comunicacional como de otra clase, la alternativa
experimenta, en sentido favorable o desfavorable, los efectos de una coyuntura
concreta. Y sufre igualmente los obstáculos que le imponen las reglas y las
normas de la sociedad en cuyo seno emerge. Ignorarlas o transgredirlas no significa
de por sí que tales reglas y normas ya no existan” (1986: 150).
La
llegada como problema, el artesanado como limitación
Las
tensiones que venimos recuperando para el análisis se proyectan de manera polémica
sobre la relación alternativo / masivo. La llegada es para nosotros uno de los
obstáculos de la alternatividad; por eso el desafío de la masividad es una de
las preocupaciones más acuciantes de nuestra práctica y reflexión alrededor
de una televisión alternativa. En las décadas de los sesenta y setenta la masividad
estaba directamente asociada a las experiencias revolucionarias y sus estrategias
de poder; hoy en cambio es necesario desandar esa derrota (en el sentido de
superarla) para problematizar la noción de lo alternativo haciendo el esfuerzo
de escapar a la asepsia políticamente correcta que hace de lo pequeño, lo local,
lo cercano o lo micro una supuesta garantía de participación popular.
“Es
un pequeño mundo, cálido y cerrado, acogedor y marginal, confortante porque
uno lo conoce bien y se reconoce dentro de él –señala Mattelart (2011: 89).
(…) La ‘cultura alternativa’ aparecería de este modo como un fenómeno transparente,
un depósito del que bastaría con extraer productos y prácticas. Desde esta concepción
‘religiosa’ o populista de lo popular como un territorio independiente o un
‘paraíso perdido reencontrado’, surgen (...) numerosas ambigüedades en torno
a las nociones de participación, interacción, y comunicación participativa o
interactiva, que son despojadas de las contradicciones sociales que marcan todas
las prácticas de resistencia. A la última moda, la noción de ‘participación’
se define fuera de cualquier referencia a la dura evidencia de la desigual distribución
de los códigos necesarios para la apropiación de la tecnología por parte de
un grupo social”.
Hacerse cargo de lo específico del soporte televisivo para resolver el mandato
tecnológico que hace unilateral al medio y subvertirlo es un comienzo mejor
que su negación: si lo que se busca es construir medios en un sentido transformador,
contradicciones mediante, el populismo posmoderno acá tiene muy poco que aportar.
La televisión es un soporte pesado que hay que examinar atendiendo a sus particularidades,
y exige una producción de contenidos constante que requiere capacitación. Además
supone una inversión económica en equipos y recursos que, si bien está lejos
de ser inalcanzable, no deja de ser importante y es claramente mayor que la
que puede demandar cualquier medio basado en la utilización alternativa de Internet
(por ejemplo, agencias de noticias o revistas en línea), los periódicos barriales
o los boletines fabriles.
Por eso la primera pregunta que guía nuestra praxis es: ¿Para qué montar un
canal de televisión alternativo, popular o comunitario? Con esto estamos haciendo
eje en los objetivos del medio como punto de partida, para luego analizar la
relación de fuerzas y las alianzas con las que se cuenta para levantarlo. Montar
un canal de televisión es sumamente importante dentro de una estrategia emancipadora,
sobre todo teniendo en cuenta el papel hegemónico que la televisión viene cumpliendo
sobre la subjetividad social y la manera en las que ha reconfigurado el sistema
de medios en su conjunto.
Luego
está la relación entre el esfuerzo desplegado, su mantenimiento y el alcance:
¿Vale la pena montar una emisora para pedirle a la comunidad que saque “el cable
del televisor y ponga la antena de aire, y si no tiene no importa porque puede
pinchar dos tenedores en una papa”? Esta consigna es simpática y en el pasado
la levantamos, entendiendo que sintetiza la fuerza de la comunicación superando
toda imposibilidad, pero hoy no podemos dejar de señalar sus enormes limitaciones
y su contenido regresivo cuando se la transforma en ideología. No sólo porque
no puede escapar de la comodidad de la pequeña dimensión, sino también porque
condena tanto las condiciones de producción como las de recepción del medio
al artesanado. Además supone conformarse con lo que el avance tecnológico ha
convertido en desecho porque no queda otra o es lo que hay (posibilismo).
La
televisión por aire analógica perdió hace rato la batalla contra la televisión
de cable (incluso siendo paga), sobre todo en las ciudades. Hoy la gran mayoría
de la audiencia televisiva consume cable y, según la consultora IBOPE, el
índice de penetración de cable para el Gran Buenos Aires a partir de enero de
2007 es del 75,1 por ciento. Con este panorama se
entiende por qué los televidentes pueden perder la vieja antena del televisor
y por qué deberán improvisar otra antena con la papa y los tenedores. El interrogante
acá sería por el tipo de destinatario capaz de realizar esa operación, y nos
animamos a decir (sin sentir que arriesgamos demasiado) que ese destinatario
es también un hacedor, alguien cercano a la experiencia y por lo tanto tan convencido
de la necesidad de una TV hecha desde abajo como para desconectar, por un rato,
el cable de su televisor.
A esto se agrega el nacimiento de la televisión digital, que promete llegar
a todos los rincones con una propuesta enunciada como diversa y gratuita. Habrá
que ver en el futuro inmediato de qué manera se apropiarán los televidentes
de esta nueva tecnología, y los usos posibles de la convergencia entre televisión
e Internet. Como sea, seguir prendados de la
TV artesana como señal de pureza
y ejercicio de autoafirmación del derecho a comunicar puede parecerse mucho
a la ficción pos nuclear. Una cosa es que sea el piso desde el cual partir,
otra muy distinta es que se convierta en un techo. Ciertamente hemos aprendido
montando canales itinerantes, transmitiendo desde los lugares de conflicto más
preocupados por el registro que por la llegada. Levantar una televisora y ponerla
a transmitir aún con poca potencia pone en juego nuestras capacidades y enseña
a resolver problemas con creatividad, pero esto no debe obturar el debate por
lo masivo que hoy, a diferencia de los 80 y 90, implica superar la etapa análogo-artesana.
Por otra parte, pensamos que es tarea de la
TV alternativa proponerse estrategias
de superación de las limitaciones tecnológicas para alcanzar la masividad, y
no hacer de esas limitaciones una ideología o una bandera. Para nosotros en
la llegada real se abre la posibilidad de disputar sentido a lo dominante a
nivel masas, generando consenso en torno a la transformación y el socialismo:
entendemos a la TV como
una herramienta y a la instalación de medios propios como espacios arrebatados
a la hegemonía. Esto no significa desestimar la diversidad de experiencias televisivas
existentes (de hecho, formamos parte activa de las mismas y articulamos políticas
conjuntas). Al contrario, supone abrir el debate de cara a avanzar en el proceso
de construcción de poder popular, conceptualizado como la
capacidad de los trabajadores y el pueblo de darse sus propias herramientas
creándolas o quitándoselas (y resignificándolas) a las clases dominantes, hasta
llegar a construir un nuevo Estado y una nueva sociedad. Se trata –en la lectura
de Antonio Gramsci alrededor de la “guerra de posiciones” para los momentos
fríos y las sociedades complejas-, de desarrollar “la capacidad de pelear los
innumerables espacios de la sociedad moderna en períodos en los que el choque
frontal contra el Estado no es posible ni deseable” (Caviasca, 2011: 62).
Luego está la cuestión de cómo entender la masividad y la propuesta de algunos
sectores de la alternatividad comunicacional de alcanzarla a través de un trabajo
en red entre pequeños medios, muchos de ellos con tendencias hacia lo expresivo,
lo performativo y lo artístico “en detrimento de los gestos históricos y tradicionales
de la vanguardia política” (Mangone, 2005: 200), leída como vertical y burocrática,
cuando no, anacrónica. En esta mirada subyace la discusión sobre la multiplicidad
de los lenguajes (no hay “un” lenguaje “autorizado” sino “varios lenguajes”),
y el debate sobre la idea de “autodelegación” versus los “mecanismos de delegación
del poder” vistos en las estructuras tradicionales de organización de los trabajadores
y el pueblo, como el partido y el sindicato. Estas discusiones están inspiradas
en el “laboratorio italiano” de los 70 (Bonomi, 2006: 594-598), que hay que
leer en el marco del papel reformista y capitulador cumplido por los partidos
comunistas europeos.[4]
En
las versiones más radicales de estos planteos se visualizan los intentos de
construcción de medios centralizados o ligados a organizaciones populares como
verticales, institucionalizados y con poco espacio para la participación, como
meras “correas de transmisión” que traban la comunicación, entendida esta última
como diálogo y como relación vincular cuyos objetivos están dados por la proliferación
de emisores conectados en red. El
eje de estos planteos no está dado por la llegada sino por “tomar la palabra”,
hacer televisión antes que verla, con lo cual el tema de la masividad es abandonado
por completo. Según el filósofo y comunicador italiano Franco “Bifo” Berardi
en una entrevista con la revista Zigurat,
“lo importante no es la conquista de las audiencias, sino
la relación comunicativa con los sujetos sociales que participan del proceso
de la comunicación. (…) el problema no es la audiencia, sino la producción de
comunicación y la generación de comunicadores sociales como agitadores sociales
capaces, no sólo de ser escuchados, sino sobre todo de producir procesos de
proliferación de la actividad comunicativa” (Albornoz y Calvi, 2003: 57).
Frente
a estas posturas insistimos en que es necesario recuperar la tradición latinoamericana
del periodismo militante leído en el contexto actual, donde la comunicación
y el periodismo cumplen una tarea importante para la movilización y la organización
popular (una tradición, por otra parte, de lo más variada: desde la concientización
y el cine como arma en Cine Liberación a la herramienta de contrainformación
en Cine de la Base, pasando
por la problematización crítica y revolucionaria de Santiago Álvarez y su impronta
en el Noticiero ICAIC Latinoamericano, que rompió con los moldes de la solemnidad
para construir y defender la
Revolución Cubana). En esta línea hay que pensar la construcción de medios potentes
de llegada masiva que disputen sentido (es decir, poder), sobre todo cuando
trabajamos con soportes pesados como el televisivo: hay que aprovechar las posibilidades
que ofrece la TV y
no pedirle que opere de la misma forma que otros soportes o espacios de encuentro,
como por ejemplo los talleres de formación audiovisual que no requieren de un
gran aparato para ponerse en marcha.
Esto
no significa subestimar del trabajo de los medios que construyen desde los márgenes
del sistema (aunque señalando los riesgos de cercenar el sentido a lo pequeño
o de abandonar la cuestión de la llegada): todas las experiencias aportan en
un diseño integral que, con sus tensiones, debe ser capaz de contener micro,
meso y macro medios en relación con los objetivos y de acuerdo con los énfasis
puestos en el trabajo territorial o en una intervención política más abarcadora.
Pero no seríamos honestos si no subrayáramos que experiencias micro hay en cantidades,
que el trabajo en red aún no ha llegado a amplios sectores de la sociedad con
otra cosmovisión de mundo y que la ausencia de medios masivos en manos de los
trabajadores y el pueblo sigue siendo una deuda pendiente. Trabajar para la
articulación de todas estas experiencias como forma de contrarrestar el discurso
hegemónico en un paso fundamental.
El
financiamiento: un talón de Aquiles
Está claro que la cuestión de la masividad está asociada a otra incluso más
conflictiva, que es el financiamiento. Y nos referimos a un financiamiento capaz
de sostener la estructura de un canal de televisión alternativo que se plantee,
como venimos argumentando acá, la llegada como parte fundamental del proceso
comunicacional. Sobre el financiamiento es dónde se proyectan de manera más
insidiosa las contradicciones entre las lógicas sociales de reproducción y transformación;
y a la vez es el talón de Aquiles de las experiencias que, si no lo resuelven,
quedan indefensas frente al ahogo o la repetición. Impedidas de crecer, las
prácticas con el tiempo tienden a quedar a la deriva, sujetas a la voluntad
y compromiso de un colectivo de realización que padece, también, los efectos
de una coyuntura concreta.
Suelen darse en los encuentros de medios alternativos grandes debates en torno
a la publicidad, y otros tantos alrededor del fomento estatal, que encienden
las posturas más radicalizadas. Las grietas que se abren con la nueva ley de
medios sin duda reactualizan estas históricas polémicas. La posibilidad de concursar
por frecuencias en televisión digital pone el tema del alcance en otro orden
–el del aire real-, y obliga a prestar al financiamiento la debida atención:
este tema no se puede dejar librado a la improvisación o el azar. En este sentido
y si seguimos la línea de análisis propuesta, comprenderemos que la tensión
no se genera en la institución que financia al medio (que tendrá sus propias
dinámicas y será más o menos presionable por la movilización popular de acuerdo
con la correlación de fuerzas en un momento dado), sino en los efectos que este
financiamiento tenga finalmente sobre la práctica, cuestión que debe resolverse
en el seno de la misma. Sólo cuando existe voluntad de contraparte la experiencia
alternativa se institucionaliza y pierde sus objetivos de transformación (o
lo que es parecido, se aggiorna),
fagocitada por las lógicas de reproducción. Si resiste, no.
En otras palabras: Si la amenaza de retirar la publicidad o recortar los subsidios
estatales lleva a suavizar el discurso, seleccionar con criterios “políticamente
correctos” la agenda de temas o limitar las voces que se expresan a través de
nuestra pantalla, entonces tendremos que afirmar que la lucha por la supervivencia
nos ha llevado a reproducir una lógica de integración hacia el modelo comunicacional
dominante, siendo la práctica cooptada por éste. Pero también puede suceder
que ante la presión el medio responda con una intervención política organizada,
con la movilización de los sectores del campo popular que apuestan a su crecimiento
y con la denuncia del chantaje que este tipo de amenazas genera. Lo estratégico
en este plano, como en todos, está dado por la inserción de la televisión en
un proyecto mayor, capaz de intervenir en los conflictos que el desarrollo normal
de cualquier práctica social enfrenta. Éste es su mejor reaseguro.
Ejemplos de la relación entre organizaciones sociales y políticas y cuestiones
que de una manera u otra hacen al financiamiento hay muchos. La década neoliberal
dejó sus enseñanzas, y las organizaciones populares pudieron asumir el desafío
de trabajar en conjunto con un actor social perseguido por la falta de trabajo
y el hambre. Nos referimos al movimiento de trabajadores desocupados, que fueron
los primeros en resolver organizativamente y en un sentido transformador los
subsidios y planes sociales arrancados al Estado luego de innumerables cortes
de ruta. Vale la pena recordar, también, que en ese momento muchos partidos
de la izquierda tradicional cuestionaron este tipo de construcciones, en la
sospecha de que significaban aceptar migajas y que desmovilizarían la lucha
por trabajo genuino, llevando además a la baja los salarios de los trabajadores
ocupados. Sin embargo esto no fue así y, aún con casos de cooptación o deformación
notables en medio del proceso, estos mismos partidos terminaron avanzando en
construcciones propias en ese mismo frente de lucha.
También podemos traer a modo de ilustración el caso de las empresas recuperadas
y puestas a producir por sus trabajadores, con los debates que se abrieron inicialmente
alrededor de la expropiación bajo control obrero, la estatización o la formación
de cooperativas, y las dificultades generadas para colocar la producción de
mercancías realizadas a través de relaciones solidarias sin patrón en un mercado
capitalista. La lucha de las recuperadas por subsidios y apoyo estatal sirve
para ejemplificar en el mismo sentido: se avivan conflictos entre unas lógicas
de transformación que son acicateadas por lógicas integracionistas. Algunos
no logran superar la tensión positivamente y convierten el atajo en estrategia.
Otros utilizan lo logrado en la lucha para seguir organizando el movimiento
con más y mejor proyección.
Pensamos que el financiamiento de la televisión alternativa debe atender a estas
experiencias anteriores y extraer de ahí enseñanzas, tanto de los aciertos como
de los errores. Que ninguna de las posibilidades se da milagrosamente si no
se la milita y se la pelea. Que en todos los casos se hace necesario evaluar
en profundidad y a plena conciencia las dificultades que se abren y las maneras
de enfrentarlas. Y, claro está, que no
todo es lo mismo ni da igual, porque también las instituciones –y muy especialmente
la cooperación internacional- se maquillan con este tipo de emprendimientos
en la medida que los lean como contenedores de la conflictividad social. Ejemplos
sobran, basta con enunciar la habitual intervención de las fundaciones Ford
o Rockefeller en el país hermano de Colombia, generalizable al papel de muchas
ongs en los países sobre los que se pretenden crear corrientes sociales contrarias
a la emancipación, la autonomía nacional o el socialismo, o destinadas a promover
nuevos consensos “democráticos” pro-occidentales (República Bolivariana de Venezuela,
mundo árabe, etc.).
Asimismo existen en Nuestramérica procesos de televisión popular y comunitaria
en los cuales referenciarse. Nos referimos concretamente al caso de Venezuela,
donde existe un apoyo real del Estado, no exento de contradicciones, hacia los
medios alternativos. El riesgo puede ser una tendencia hacia la limitación de
la autonomía de los canales populares (apuntado por Oscar Lloreda en el artículo
sobre la TV alternativa
en ese país que se incluye en este libro),[5] pero
la convicción y la fuerza organizativa de los colectivos inmersos en el proceso
popular deberán ser los que resuelvan la tensión hacia las necesidades de las
comunidades que los albergan.
En definitiva, pensar el tema del financiamiento sin pruritos y atendiendo a
la correlación de fuerzas puede ser un camino que ayude a ir avanzando en la
cuestión hasta tanto cambie o se profundice el estado de la lucha de clases.
Porque si en los 60 y 70 la masividad estaba dada por la inserción de los medios
en las organizaciones revolucionarias (que con mayor o menor acierto desplegaron
políticas comunicacionales que es necesario seguir estudiando), también esa
situación de pertenencia resolvía estratégicamente el problema del financiamiento.
Hoy las organizaciones políticas populares son menos poderosas y se encuentran
fragmentadas en nuestro país, que todavía sufre los efectos de la derrota. Pero
sin duda las apuestas del pasado vuelven como experiencia acumulada, y los sindicatos,
organizaciones y partidos comienzan a ver en la televisión alternativa un espacio
que es necesario apoyar y fomentar, haciéndolo propio.
Ésta es la vía más rica de resolución, la estratégica y por lo tanto la que
merece ser desarrollada con todo el detenimiento; una vía que traza el tipo
de articulaciones que el medio, como parte de un proyecto más amplio de intervención
política y construcción de poder popular, se da a lo largo del tiempo con otros
sectores en un sentido amplio. La posibilidad de conformar este tipo de relaciones
es, para nosotros, el eje central desde el cual evaluar todos los demás, y el
centro del proyecto tanto en lo político como en lo comunicacional. Implica,
además, mensurar la fuerza con la que se cuenta a la hora de reclamar un plan
de fomento al Estado o exigir cuotas de publicidad oficial (mediante las cuales
se mantienen tanto los medios estatales como los privados pro-gubernamentales
e incluso las corporaciones multimediáticas), y la capacidad que se tiene para
reclamar que se haga efectivo el 33 por ciento del espectro destinado a las
organizaciones sin fines de lucro por ley 26.522.
Dos cuestiones más. La primera, la más obvia, tiene que ver con el compromiso
que cotidianamente demuestran los impulsores de la televisión alternativa, sin
cuyos aportes voluntarios y capacidad de trabajo sería imposible siquiera pensar
en construir medios propios. Sin este núcleo de militancia capaz de poner lo
colectivo por sobre lo individual y a la vez de estimular políticas de participación
que atiendan a diferentes niveles de compromiso, la televisión popular sería
un sueño eterno.
La segunda tiene que ver con la televisión alternativa en el marco de un movimiento
solidario mayor. De la misma manera que la colaboración es necesaria para poner
al aire una programación televisiva que cumpla con los requerimientos de horarios
y géneros, debería serlo la colaboración para ir resolviendo en el corto plazo
temas que hacen al financiamiento y a la transferencia tecnológica. Éste fue
uno de los acuerdos que surgieron del Encuentro Latinoamericano de Televisión
Popular realizado en Villa Francia, Santiago de Chile, en enero de 2011, en
la convicción de que estas dificultades deberían superarse de manera colectiva,
gestionando relaciones con los procesos populares del continente, compartiendo
tecnología y proyectos presentados, poniendo en común vías de financiamiento.
De la misma manera se defendió una gestión de y para el conjunto hacia los organismos
de la cooperación internacional, en la convicción de que estas formas colectivas
de abordaje de las relaciones pueden agilizar resultados y garantizar un desenvolvimiento
menos accidentado.
En esta línea de trabajar en frentes comunes también muestran un camino los
documentalistas militantes que convergieron en la creación de la asociación
DOCA, muy cercanos (por capacitación y/o por integrar los colectivos de TV)
a la televisión alternativa. Este espacio logró establecer, gracias a la movilización
en conjunto, líneas de subsidios a través de concursos para el documental de
bajo presupuesto, obteniendo incluso la reivindicación del reconocimiento como
institución del documental y por lo tanto promoviendo jurados propios para los
organismos de selección de los proyectos. El recorrido de la
TV es más breve, pero tiene
en esa apuesta una fuente de la cual beber: de hecho ya se dieron los primeros
pasos en las luchas de los canales alternativos, populares y comunitarios frente
a la Autoridad Federal de
Servicios de Comunicación Audiovisual, organizados en el reclamo de la apertura
de concursos para la adjudicación de frecuencias de carácter específico, entendiendo
que se trata de actores diferenciados dentro de la incómoda categoría “organizaciones
sin fines de lucro”.
Esto es importante porque en los hechos los medios populares compiten en desigualdad
de condiciones con medios pymes, y en este sentido vemos significativamente
cómo la concepción que surge de las palabras de Lanata respecto a la supuesta
inviabilidad económica y de audiencia de una radio en manos de la comunidad
wichi se cuela también
en los pliegos que llaman a concurso para la televisión digital.[6] Cuando
la ley de medios se traduce en los pliegos concretos aparecen exigencias para
los “sin fines de lucro” que demuestran una incomprensión respecto de la naturaleza
militante de este tipo de medios. Esto se agrava más cuanto que se “confunden”
alternativos con pymes, reclamando a los primeros condiciones de admisibilidad
que sólo los segundos pueden cumplir.
Pensamos
que los medios pyme tienen derecho a un lugar en el éter, a la promoción y el
fomento estatal, y a acceder a pliegos cuyo valor no los vuelva restrictivos.
También pensamos que aportan a la desmonopolización y a la democratización de
la comunicación, y que están en desigualdad de condiciones frente a las grandes
empresas, lo que requiere para ellos un tratamiento especial. Pero tienen fines
de lucro, y esto genera desigualdades importantes respecto de los que no lo
tienen.
Razones
para hacer otra pantalla
Si lo que se argumentó hasta ahora pone en evidencia las dificultades que la
televisión alternativa, popular y comunitaria enfrenta en el contexto actual,
este último apartado busca describir las razones que nos animan a seguir construyendo,
a seguir apostando por una TV masiva en manos de las mayorías. Quedan sin duda
muchos aspectos en el tintero, pero nuestra intención con este trabajo es abordar
algunos de ellos de manera polémica, en la confianza de que en un libro como
el presente otras voces se ocuparán de desarrollar con mayor detenimiento elementos
que merecen ser analizados (por ejemplo la tensión hacia la profesionalización
o las relaciones entre comunicación alternativa y nuevas tecnologías, pasando
por un análisis más exhaustivo de la relación entre emisoras comunitarias y
ley de medios).
Para nosotros es evidente la necesidad política de una TV popular. Lo vemos
cotidianamente, cuando las pantallas hegemónicas construyen el relato de una
sociedad donde los que menos tienen son los responsables del “caos vehicular”
y las razones de sus reclamos (y la historia de las luchas que los movilizaron
a las calles), están ausentes de la noticia. Lo vemos cuando las fuentes a las
que recurren los periodistas, con la televisión a la cabeza, se suceden interminablemente
entre los funcionarios estatales, los representantes de las cámaras empresarias
y la institución policial (o la gendarmería, según el caso). El ejemplo más
reciente al cerrar estas líneas es el lamentable asesinato de tres militantes
sociales en Rosario, que fue presentado como un ajuste de cuentas entre narcos
y barrabravas.[7] La
temprana movilización popular en repudio de lo ocurrido y en reclamo del esclarecimiento,
sumado al hecho de su militancia, logró instalar en los medios la voz de compañeros
y familiares, y puso en evidencia la pobreza de un ejercicio del periodismo
que se limita a seguir moldes e imitar gestos, sujeto a la repetición de fórmulas,
y no hacer preguntas que molesten.
Por otra parte, no se trata solamente de “dar vuelta la información oficial”,
sino de la necesidad de construir una agenda propia que se proponga disputar
al sentido común dominante o, al menos, que ayude a instalar nuevas preguntas
que colaboren con el nacimiento de otra subjetividad. Porque si cambian las
preguntas también cambian las respuestas, y esto también hace a las condiciones
de producción del medio. Las fuentes son antes que nada los propios sectores
movilizados, con los que comparten las luchas y cuyas exigencias se difunden
en primer lugar. El análisis arranca con las causas, de manera de poder denunciar
las consecuencias y las maneras de frenarlas atacando, justamente, las causas
que las originan. Los géneros y formatos populares se encuentran en experimentación
constante, por momentos pueden tender hacia la mímesis pero el debate colectivo
devuelve la preocupación y surgen ideas nuevas. No hay una receta para hacer
televisión popular que no sea el ensayo y el error.
La televisión y los medios alternativos suponen un espacio donde otro periodismo
se construye y se pone a prueba todo el tiempo. Un periodismo dependiente, que
toma partido por una clase social y vuelve esa posición evidente como forma
de contrainformar sobre la pretensión de objetividad de los medios hegemónicos,
que naturalizan la mirada de la burguesía como única y universal. Y acá abrimos
un extenso paréntesis para detenernos en la tensión prensa partidaria / prensa
alternativa, en ocasiones mostrada como excluyente. Contra esa mirada, pensamos
que la prensa partidaria no escapa a la lectura que se viene expresando en estas
páginas, pero tiene matices que es interesante revisar.
Si
por un lado entendemos que está contenida por una definición de lo alternativo
ligada a los proyectos de transformación, por el otro lado vemos que cumple
una función distinta a la que cumple la prensa alternativa. Esta última amerita
una amplitud mayor que la primera, más ocupada en la difusión de las claves
de lectura de la organización y en el encuadramiento de la militancia. Esto
es así en la medida que se trata (o deberíamos apuntar a esto) de diferentes
herramientas dentro del diseño de una política comunicacional emancipadora:
una difunde la línea de la organización, la otra está destinada a desarrollar
consensos entre sectores más amplios de la población.
No es objetivo de este trabajo (por eso el paréntesis) centrarse en la discusión
sobre la prensa partidaria, que amerita un desarrollo mucho mayor del que podemos
brindarle en este momento. Solamente nos interesa dejar asentada una lectura
de la alternatividad como contenedora de la prensa partidaria y, a su vez, la
caracterización de diferentes herramientas en el marco de una política de medios
y comunicación mayor, todas ellas de nuclear importancia dentro de un proyecto
de transformación radical de la sociedad que tenga en cuenta la cuestión del
poder y del Estado. Para eso dejamos planteados algunos ejemplos que enseñan,
desde nuestra perspectiva, el lugar de estos medios en un diseño comunicacional
más abarcador: nos referimos al diario El
Mundo, vinculado al PRT-ERP, y al diario Noticias,
vinculado a la organización Montoneros en los 70.
Ambos respondían estratégicamente a los lineamientos generales de las organizaciones
que los impulsaron, pero tanto los destinatarios como los sujetos productores
que efectivamente llevaban adelante la tarea periodística de dichos medios tenían
un nivel de amplitud mayor (en cuanto a voces y apertura) que los que podían
observarse en las prensas estrictamente partidarias como El
Montonero, Evita Montonera, El
Descamisado, El Combatiente y Estrella
Roja. A
esto agregamos la lectura
de Lenin sobre los distintos niveles de acción y la combinación entre una prensa
legal destinada a las más amplias masas populares y una prensa subterránea o
clandestina (su propuesta es de 1913, en el marco de la lucha contra el zarismo);
ésta última la única capaz de “informar plenamente” sobre la lucha revolucionaria,
cosa que “no está al alcance de la prensa legal” dadas las condiciones
represivas en las que ha de desarrollarse (Lenin, 1979). Fin del paréntesis.[8]
En esta tarea de apertura de la televisión alternativa, entonces, en la necesidad
de la llegada para cumplir objetivos y en la amplitud de las voces que transitan
su pantalla se evidencian los métodos de trabajo necesarios para ponerla en
marcha (partimos de la base de la colaboración, la solidaridad y la cooperación
entre las experiencias) y las relaciones establecidas entre la personas en el
proceso de comunicación. En cuanto a lo primero es importante destacar el esfuerzo
que se sobrepone a la división social del trabajo, que aprisiona a los que producen
de un lado y a los que diseñan y conciben del otro, entre los que mandan y los
que obedecen. Nuestros medios, al estar determinados por la colaboración, parten
de un piso desde el cual cada uno de los roles debe ser aprehendido colectivamente.
Se pasa de la dirección del programa musical a la conducción del noticiero,
para luego hacer cámara en el espacio de deportes. Claro que existen capacidades,
necesidades y gustos, además de diferentes niveles de responsabilidad, pero
el método de circulación entre los roles y las coberturas periodísticas colectivas
permiten abarcar todo el proceso como una totalidad, comprendiendo la importancia
de cada una de las partes para que la televisión funcione.
Este
método colabora de manera positiva sobre la tensión siempre presente hacia el
narcicismo y la experiencia individualista, y se enfrenta con la metodología
burguesa de la que hablaba Raymundo Gleyzer en su autocrítica a Los
Traidores: “Hemos visto que el obrero de la fábrica, que está vinculado
al proceso de la producción y se pasa ocho horas por día en un trabajo específico
(digamos en una fábrica de autos, colocando puertas) tiene conciencia plena
de que trabaja con un grupo, de que individualmente no puede realizar el producto,
no podría finalizar el auto. No entremos a discutir ahora si el trabajo es alienante,
lo que ocurre es que esa puerta no sirve para nada si otro no pone una rueda,
etc., es decir que el proletariado surge del producto de su trabajo, de su metodología
y de su práctica: sabe lo que es el trabajo de proletarización, lo que es el
trabajo de grupo, de equipo y lo vive todos los días. (…) Nosotros cineastas
podemos hacer el guión de un film, la foto, el montaje y hasta la proyección,
aunque fuera para nosotros mismos: desarrollamos así una característica autosuficiente
para el trabajo. No necesitamos de nadie, apenas de un camarógrafo. Podemos
hacer solos todo. Es así como se gestan en nosotros el autoritarismo e individualismo
más nocivos”.
Las palabras de Gleyzer nos muestran la presencia de los debates e iniciativas
anteriores en nuestra práctica, y su enorme actualidad. Además se proyectan
sobre las relaciones sociales establecidas entre las personas que llevan adelante
las experiencias. Estas relaciones, al igual que otros elementos, marcan antagonismos
importantes respecto de la televisión comercial y, también, de los pequeños
emprendimientos microempresarios. Las relaciones de propiedad del tipo patrón
/ empleado quedan así desencajadas en este tipo de procesos, porque la alternatividad
no se basa en la explotación del trabajo y la propiedad del medio es social
y por lo tanto las decisiones sobre su vida y funcionamiento son colectivas.
Más allá de los diferentes niveles de compromiso, la televisión alternativa
supone el ejercicio aquí y ahora de lo que pensamos tiene que ser la construcción
del poder popular, por eso es importante prestar atención a las enseñanzas del
pasado (no pensar que la historia empieza de cero) y no reproducir aquello que
buscamos combatir.
Las razones para seguir aportando a estos procesos están dadas en relación directa
con la necesidad de seguir avanzando en la construcción del poder popular. En
este camino hemos cimentado una comprensión de la comunicación y la cultura
como escenarios de la lucha de clases, retomando como tradición selectiva las
intervenciones anteriores y profundizando el desarrollo de frentes de militancia
en esas áreas. A 10 años de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de
2001, una nueva camada de canales populares –todavía germinales, todavía experimentales-
se propone aportar sus experiencias organizativas ganando espacio a la hegemonía,
apostando por la construcción de una televisión alternativa, masiva, dinámica
y conflictiva. De esta forma, sin duda, las próximas luchas nos encontrarán
mejor herramentados.
Bibliografía
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y radios comunitarias. Teoría y práctica de una experimentación social,
Barcelona, Editorial Mitre.
[3] Desarrollamos
este punto en “Una
historia de espectros. Apuntes sobre la televisión alternativa, comunitaria
o de baja potencia en Argentina”. En Vinelli, Arencibia y Fernández (2005), Notas
sobre la televisión alternativa. Experiencias de Argentina, Cuba e Italia. Bs.
As., Centro Cultural de la
Cooperación, Cuaderno de trabajo nro. 63.