Julio López
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La ciudad, lugar estratégico del enfrentamiento de las clases
Por (reenvio) Michael Löwy * - Thursday, Aug. 23, 2012 at 3:47 AM

Insurrecciones, barricadas y haussmannización de París en el Libro de los pasajes, de Walter Benjamin

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Introducción

El espacio urbano como lugar del combate entre las clases: he aquí un aspecto a menudo descuidado por los trabajos eruditos sobre el tema de la ciudad en el Libro de los pasajes. Sin embargo, aquel ocupa un lugar privilegiado en este proyecto inconcluso.

El tratamiento del tema por Walter Benjamin es inseparable de su método historiográfico, que podríamos intentar definir, provisoriamente, como una variante herética del materialismo histórico, fundada sobre dos ejes esenciales (entre otros): a) una atención sistemática y comprometida al enfrentamiento de las clases desde el punto de vista de los vencidos –en detrimento de otros topoi clásicos del marxismo, como la contradicción entre fuerzas y relaciones de producción, o la determinación de la superestructura por la infraestructura económica–; b) la crítica radical de la ideología del progreso bajo su forma burguesa, pero también en sus prolongaciones en la cultura política de la izquierda.

La ciudad mentada en el Libro de los pasajes es, como sabemos, “la capital del siglo XIX”. Es preciso agregar que se trata, además, de la capital revolucionaria del siglo XIX. Es, en otras palabras, aquello que había escrito Friedrich Engels en un artículo de 1889 citado por Benjamin, quien comparte sin dudas esta opinión: “Solo Francia tiene París, una ciudad donde […] convergen todas las fibras nerviosas de la historia europea y de la que parten a intervalos regulares los impulsos eléctricos que hacen temblar a todo un mundo […]” (860).[1]

Seguiré en este ensayo un orden cronológico: 1) insurrecciones y combates de barricadas (1830-1848); 2) la haussmannización de París como “embellecimiento estratégico” (1860-1870); y 3) La Comuna de París (1871). Se trata de material tomado de tres capítulos del Passagenwerk: “Movimiento social”, “Haussmannización, combate de barricadas” y “La Comuna”.

Como sabemos, el Libro de los pasajes tiene un estatuto que permanece aún enigmático: ¿se trata de un conjunto de materiales clasificados con vistas a la redacción de una obra? ¿O de un collage de citas como nuevo método de exposición? A menos que se trate de una mezcla de ambos… En todo caso, se lidia con documentos de naturaleza muy heterogénea. Es posible distinguir las siguientes categorías:
- comentarios de Walter Benjamin (sin duda, la fuente más importante para captar el movimiento de su pensamiento);
- citas precedidas o seguidas de un comentario que las ilumina;
- citas de autores marxistas o socialistas, cuyas opiniones puede suponerse que Benjamin comparte (aunque...);
- citas de trabajos de historiadores, que sirven para poner en evidencia un aspecto en particular de los acontecimientos;
- citas de autores reaccionarios, que ilustran la actitud de las capas dominantes; su uso por Benjamin está a menudo teñido de ironía.

No siempre es fácil comprender por qué el autor de esta enorme compilación eligió tal o cual cita. La ubicación de ciertos documentos en su argumentación resulta misteriosa, ciertos detalles parecen sin interés y uno está obligado a librarse a conjeturas, sin poder en todos los casos decidirse por alguna. Sin embargo, en el conjunto, las piezas del rompecabezas adquieren su lugar, y es posible reconstituir, en estos tres capítulos, el discurso de Benjamin y su objeto: la ciudad (París) como lugar estratégico del conflicto entre las clases; en el siglo XIX, pero con ecos, a menudo implícitos, en la coyuntura de la Europa de los años treinta.

Insurrección y combates de barricadas (1830-1848)

El material del que se tratará aquí proviene de dos capítulos del libro: “Movimiento social” y “Haussmannización y combates de barricadas”.

Lo primero que sorprende es el interés, incluso la fascinación de Benjamin por las barricadas. Ellas aparecen, en el curso de las citas y los comentarios, como la expresión material y visible, en el espacio urbano, de la revuelta de los oprimidos en el siglo XIX, de la lucha de clases desde la perspectiva de las capas subalternas. La barricada es sinónimo de levantamiento popular, a menudo derrotado, y de interrupción revolucionaria del curso ordinario de las cosas inscrita en la memoria popular, en la historia de la ciudad, de sus calles y callejuelas. La barricada ilustra la utilización, por los dominados, de la geografía urbana en su materialidad: angostura de las calles, altura de las casas, adoquinado de las vías. Es también, para los insurrectos, un momento encantado, una iluminación profana que presenta al opresor la cara de Medusa de la revuelta “en medio de rojos relámpagos” y que brilla, de acuerdo con un poema del blanquista Tridon, “en el relámpago y en la insurrección” (866, 879). Por último, es una suerte de lugar utópico que anticipa las relaciones sociales del futuro: así, de acuerdo con una formulación de Fourier citada aquí, la construcción de una barricada es un ejemplo de “trabajo apasionado” (202).

La curiosidad de Benjamin por los detalles de la construcción de las barricadas es ilimitada. Toma nota del número de adoquines –8.125.000 para erigir las 4.054 barricadas de las “Troix Glorieuses” de 1830 (199)–, de la utilización de ómnibus (carruajes tirados por caballos) volcados para fortalecerlas (184, 191), del nombre de los constructores –Napoleón Gaillard planificó la poderosa barricada rue Royale en 1871 (205)–, de su altura –en 1848 muchas alcanzaban la altura de un primer piso (166)–, de la aparición de la bandera roja en 1832 (870), etc. Registra asimismo los métodos poco ortodoxos del combate popular alrededor de las barricadas: por ejemplo, el lanzamiento por las ventanas, sobre la cabeza de los militares, de muebles o de adoquines (199). Se diría que intenta, a través de estos detalles, hacerse una imagen, lo más precisa posible, de la barricada como lugar material, espacio urbano construido y símbolo poderoso de París como capital revolucionaria del siglo XIX.

Y, sobre todo, se interesa por el papel de las mujeres en los combates de barricadas: se las ve derramar aceite hirviente o agua abrasadora sobre los soldados; las “sulfatosas” los rocían con aceite de vitriolo, mientras que otras fabrican pólvora (856-857). En julio de 1830 una joven se vistió con prendas masculinas para batirse al lado de los hombres: será transportada triunfalmente por los artilleros insurrectos (869). Se habla asimismo de los Batallones de Mujeres, de Eugénie Niboyet y de las “Vesuvianas”. A falta de comentarios, solo puede suponerse que Benjamin deja constancia de la transgresión, por parte de las mujeres insurrectas, del papel social que les es impuesto por el patriarcado.

Resta aún la cuestión de la eficacia insurreccional de la barricada. Benjamin cita la opinión de un historiador sobre la sublevación victoriosa de julio de 1830: “Las calles Saint-Denis y Saint Martin son… la bendición de los amotinados […] Un puñado de insurrectos detrás de una barricada mantenía a raya a un regimiento” (191-192).[2]

El juicio de Friedrich Engels –autor de una pieza en un acto que representaba un combate callejero con barricadas en un pequeño Estado alemán, coronado por el triunfo de los republicanos (202)– es, sin embargo, más sobrio: el efecto de las barricadas es más moral que material; ellas son, sobre todo, un medio para hacer tambalear la firmeza de los soldados (182).

Las dos opiniones no son contradictorias y, a falta de un comentario explícito de Benjamin, podría suponerse que él las considera complementarias. Hay que agregar que la barricada no era el único medio de lucha insurreccional. Blanqui –un personaje que aparece a menudo en las notas de Benjamin– y sus camaradas de la “Sociedad de las Estaciones”, preferían formas de combate callejero más ofensivas, más próximas al “golpe de mano” revolucionario. Así, el 12 de mayo de 1839, había concentrado mil hombres entre la rue Saint-Denis y la rue Saint-Martin, pensando “aprovecharse del deficiente conocimiento de trazados de las calles de París por parte de las nuevas tropas” (203).[3]

La atención de Benjamin no se fija únicamente en los insurrectos, sino también en el comportamiento del adversario en el despiadado enfrentamiento de las clases –los poderosos, los gobernantes–. Después de los levantamientos de 1830, 1831 y 1832, el poder –Luis Felipe, la Monarquía de Julio– planea construir fortificaciones en los barrios “sensibles”. El republicano Arago denuncia, en 1833, este “embastillamiento de París”: “todos los fuertes proyectados tendrían efecto sobre los barrios más populares de la capital… Dos de los fuertes, los de Italie y de Passy, bastarían para incendiar enteramente la orilla izquierda del Sena” (202). El mismo Blanqui denuncia también, en 1850, estas primeras tentativas de militarización urbana de París, expuestas por un cierto M. de Havrincourt: de acuerdo con esta teoría estratégica de la guerra civil, no habría que dejar que las tropas permanezcan en los focos de insurrección, sino construir fortificaciones y mantener a los soldados en guarnición, al resguardo del contagio popular (205).

Policía y ejército cooperan en la represión de levantamientos populares: como lo recuerda Hugo en Los Miserables, en junio de 1832, los agentes de la primera, bajo las órdenes del prefecto Gisquet, registraron las alcantarillas en busca de los últimos vencidos de la insurrección republicana, mientras que las tropas del general Bugeaud barrían la París pública (874). Benjamin también deja constancia de la utilización, por primera vez en la represión de la insurrección de junio de 1848, de la artillería en el combate callejero (202).

Los extractos y comentarios de Benjamin para este primer período ofrecen un cuadro de París como lugar de amotinamiento, de efervescencia popular, de sublevaciones frecuentes, a veces victoriosas (julio de 1830, febrero de 1848); pero cuyas victorias son confiscadas por la burguesía, con la consecuencia de que se suscitan nuevas insurrecciones (junio de 1832, junio de 1848), aplastadas con sangre. Cada clase intenta utilizar y modificar el espacio urbano en su provecho. Se ve bosquejarse, en filigrana, una tradición de los oprimidos, de la que la barricada es la expresión material visible.

III. Haussmannización: la respuesta de los poderosos (1860-1870)

La haussmannización de París –esto es, los trabajos de edificación de grandes bulevares “estratégicos” en el centro urbano y la destrucción de los “barrios habituales de amotinamiento”, llevados a cabo por el barón Haussmann, prefecto de París bajo Napoleón III– constituye la respuesta de las clases dominantes a la repetición insoportable de las insurrecciones populares y a su método de lucha preferido, la barricada.
Presentada como una operación de embellecimiento, renovación y modernización de la ciudad, ella es, a los ojos de Benjamin, un ejemplo paradigmático del carácter perfectamente mistificador de la ideología burguesa del progreso. Lo mismo se aplica a otro argumento utilizado para justificar los trabajos: la higiene, la demolición de los barrios “insalubres”, “la ventilación” del centro de París. En algunos de sus apologistas, citados por Georges Laronze, biógrafo del barón Haussmann (1932), el argumento higiénico y el estratégico están estrechamente asociados: las nuevas arterias participarían “en el combate emprendido contra la miseria y la revolución; serían vías estratégicas, que perforan los focos de epidemia y permiten, con la venida de un aire vivificador, la llegada de la fuerza armada, conectando […] los cuarteles con los suburbios” (188).

La obra modernizadora de Haussmann suscitaba admiradores todavía en el siglo XX, como este autor de un trabajo sobre París aparecido en Berlín en 1929, un tal Fritz Stahl, que Benjamin cita con algo de ironía: el prefecto de París, según este alegato entusiasta, fue “el único urbanista genial de la época moderna, que también creó indirectamente todas las grandes ciudades americanas […]. Solo a través de esto pueden sus calles cumplir esa función de convertir la ciudad en una unidad manifiesta. No, él no destruyó París, sino que la completó” (210).

Convencido de lo contrario, el autor del Libro de los pasajes colecciona las citas que denuncian, en todos los tonos, el carácter profundamente destructor de los trabajos emprendidos por Haussmann –quien, por otra parte, no dudaba en proclamarse, con gran autosatisfacción, un “artista-demoledor” (188)-­. Los comentarios de Benjamin son totalmente explícitos a este respecto: el barón Haussmann “acometió contra la ciudad de ensueño que París era todavía en 1860” (187); cita extensamente la obra Paris nouveau et Paris futur [París nuevo y París futuro], de un tal Victor Fournel, que da “una idea de la amplitud de las destrucciones provocadas por Haussmann”; al arrasar con los edificios antiguos, se diría que el “artista-demoledor” buscaba borrar la memoria histórica de la ciudad: de acuerdo con Fournel, “la París moderna es un advenedizo que no quiere remontarse más que a sí mismo, y que arrasa con los viejos palacios y las viejas iglesias para edificarse, en su lugar, hermosas casas blancas, con ornamentos en estuco y estatuas en cartón piedra” (207-208).

En lo que Benjamin designa como “su notable exposición de las fechorías de Haussmann”, Fournel describe la París antigua como un conjunto de pequeñas ciudades, cada una con su singularidad: “Esto es lo que se está en trance de eliminar… al trazar en todas partes la misma calle geométrica y rectilínea, que prolonga, en una perspectiva de una legua, sus hileras de casas, siempre las mismas” (207). El mismo parecer es compartido por otro autor a menudo citado en este contexto, Dubech D’Espezel: “París ha dejado para siempre de ser un conglomerado de pequeñas ciudades con su fisonomía, su vida, donde se nacía, se moría, donde se amaba vivir […]” (189).

Se diría que Benjamin retoma, a propósito de la haussmannización de París, una de sus críticas fundamentales a la Modernidad capitalista: su carácter homogenizador, su repetición infinita de lo mismo bajo la apariencia de la “novedad”, su aniquilación de la experiencia colectiva y de la memoria del pasado. Ese es el sentido de esta otra cita de Dubech D’Espezel: el primer rasgo que impresiona en la obra del prefecto de París es “el desprecio hacia la experiencia histórica… Haussmann traza una ciudad artificial, como en Canadá o en el Far West…”; las vías que construyó “son aberturas sorprendentes, que parten de no importa dónde para no desembocar en ninguna parte, derribando todo a su paso” (193). Desde el punto de vista humano, la principal consecuencia de esta modernización imperial es –de acuerdo con varios comentadores, entre ellos, el urbanista Le Corbusier (184)– la desertificación de París, convertida en una ciudad “desolada y monótona” donde “la soledad, la antigua diosa de los desiertos” vendrá a instalarse (190).[4]

No obstante, la obra del “artista-demoledor” no produjo solo desdichados: para un puñado de privilegiados fue, gracias a la especulación inmobiliaria, un negocio excelente. Es el aspecto financiero, mercantil y ciertamente capitalista de la haussmannización lo que Benjamin documenta mediante una multiplicidad de referencias. Entre los beneficiados, el entorno del prefecto: una leyenda, citada por D’Espezel, atribuye a Mme. Haussmann esta reflexión ingenua: “es curioso, cada vez que compramos un inmueble, pasa por ahí un bulevar” (192).

Admito no comprender, en todos los casos, la función de tal o cual cita. Por ejemplo, ¿qué interés presenta la desgraciada tentativa que hace un humilde carbonero de obtener una gran indemnización por su casucha, a través de un contrato falsificado, antedatado en varios años? (201). ¿Cuál es el sentido, para Benjamin, del siguiente comentario de Victor Fournerel: “Les Halles, de acuerdo con la opinión universal, constituyen el edificio más irreprochable construido en los últimos doce años… Hay allí una de esas armonías lógicas que satisfacen el espíritu por la evidencia de su significación” (208)? Al comentar el libro Urbanisme [Urbanismo] de Le Corbusier, Benjamin define como “muy importante” el capítulo que describe “los diferentes tipos de palas, picos, carretillas, etc.”, utilizados por el prefecto de París (184). ¿Por qué sería aquel tan importante?
Este tipo de preguntas son inevitables al estudiar un proyecto inacabado como el Libro de los pasajes; se prestan a un número infinito de hipótesis e interpretaciones. Pero la problemática fundamental de estas tres secciones no es menos claramente legible.

Uno de sus aspectos más importantes concierne a la naturaleza política de la obra del barón Haussmann, en tanto expresión –Ausdruck: uno de los términios favoritos de Benjamin– del carácter autoritario y arbitrario del poder; esto es, del Segundo Imperio de Luis Napoleón Bonaparte. En los trabajos del prefecto imperial “cada piedra lleva el signo del poder despótico” (Julius Meyer, 1869) (185): ellos son, según afirma J. J. Honegger en una obra de 1874, “la representación perfectamente adecuada de los principios de gobierno del imperio absolutista”, y de su “odio fundamental de todas las individualidades” (181). Es la misma opinión de quien encarna, a los ojos de Benjamin, la oposición más radical a Napoleón III, August Blanqui: la haussmannización de París –“uno de los grandes flagelos del Segundo Imperio”– es el producto de las “fantasías asesinas del absolutismo”; por su “grandeza homicida”, recuerda los trabajos de los faraones de Egipto (las “cien pirámides de Keops”) o de los emperadores romanos de la decadencia (205).[5]

Esta dimensión política de la urbanización imperial es tanto más importante para Benjamin cuanto que el Segundo Imperio, por su autoritarismo ilimitado, su personalización bonapartista del poder, su manipulación de las masas, la fastuosidad grandilocuente de sus rituales y de su arquitectura y sus lazos íntimos con “todo lo relacionado con la estafa y el engaño”[6] (196), no carece de afinidades con el “Tercer Imperio” hitleriano; ciertamente no con los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial, sino con los primeros años del régimen (1933-36), tal como son descritos –y denunciados– por Bertolt Brecht en sus piezas Terror y miseria del Tercer Reich y La resistible ascensión de Arturo Ui.

En uno de los comentarios más impactantes de este capítulo, Walter Benjamin parece resumir su opinión, no solamente sobre Haussmann y Napoleón III, sino sobre el poder de las clases dominantes en general: “Los poderosos quieren mantener su posición a través de la sangre (la policía), la astucia (la moda), la magia (la fastuosidad)” (194). Antes de abordar el capítulo concerniente a la “sangre”, algunas palabras sobre la fastuosidad, que se expresa no solamente en la teatralidad monumental de las perspectivas haussmannianas, sino también en las ceremonias espectaculares organizadas por el prefecto en homenaje a su Emperador.

Eso va desde la impresionante decoración de los Campos Elíseos –ciento veinte arcadas caladas que reposan sobre una doble fila de columnas– para el cumpleaños de Louis Bonaparte (189), a los dos mil arcos de triunfo, flanqueados por cincuenta colosos a su imagen, que reciben al Emperador cuando entra “al galope de los cincuenta caballos de su coche” en París –fachada monumental que ilustra, de acuerdo con Arsène Houssaye en 1856, “la idolatría de los súbditos por el soberano” (199)–. La fastuosidad imperial es también evocada en un pasaje sorprendente de Heinrich Mann (tomado de un ensayo de 1931) que logra, en pocas palabras, describir la quintaesencia del régimen imperial y su naturaleza de clase: “la especulación, la función vital más importante de este imperio, el enriquecimiento desenfrenado, el disfrute gigantesco, esas tres cosas teatralmente glorificadas en exposiciones y fiestas que poco a poco recordaron a Babilonia; y al lado de estas deslumbrantes masas de la apoteosis, detrás de ellas… masas oscuras, que se despertaban” (195-196).
¿Cómo neutralizar estas “masas oscuras, que se despertaban”?

Si el objetivo primordial de Napoleón III, su vocación política por excelencia era, de acuerdo con Gisèle Freund,[7] “asegurar el ‘orden burgués’” (191), esta pregunta era esencial: ¿cómo quebrar la tradición rebelde del pueblo parisino, cómo impedirle utilizar su arma favorita, la barricada? La elegante solución encontrada fue, en palabras del propio prefecto de París, “penetrar ese barrio habitual de las insurrecciones” (180). Un autor reaccionario, Paul-Ernest de Rattier –para quien “nada es más inútil y más inmoral que una insurrección” – ya evocaba, en 1857, la imagen ideal de una París modernizada, donde un sistema de vías de comunicación “enlaza geométricamente y paralelamente todas las arterias del falso París a un único corazón, el corazón de las Tullerías”, constituyendo así “un admirable método de defensa y de mantenimiento del orden” (198).

Aquí se toca el aspecto más importante de la haussmannización: su carácter de “embellecimiento estratégico” (la expresión data de los años 1860). El “hecho estratégico” orienta, constata D’Espezel, “el destripamiento de la antigua capital” (157). Pero es Friedrich Engels quien mejor resume la apuesta político-militar de los trabajos de Haussmann: se trata, escribe, de la “manera específicamente bonapartista del parisino Haussmann de abrir largas calles, rectas y anchas, a través de los barrios obreros de calles estrechas”, con el objetivo estratégico de volver “más difíciles… los combates de barricadas” (167-168). Los bulevares rectilíneos tenían, entre otras, la gran ventaja de permitir la utilización del cañón contra eventuales insurrectos; una situación proféticamente evocada en una frase de Pierre Dupont en 1849, colocada por Benjamin como epígrafe del capítulo sobre la haussmannización: “las capitales palpitantes se abren a cañonazos” (179).

En resumen, los “embellecimientos estratégicos” del barón Haussmann eran un método racionalmente planificado de sofocar, antes de que pudiera desarrollarse, todo intento de revuelta; y –si esta tenía lugar a pesar de todo– de aplastarla eficazmente haciendo uso del último recurso de los poderosos, según Benjamin: la sangre… Como lo escribió el mismo Benjamin en “París, capital del siglo XIX” (1935), que puede considerarse una suerte de introducción al Libro de los pasajes:
La eficacia de Haussmann se ensamblaba en el imperialismo napoleónico. Este favorece al capital financiero. […] La verdadera finalidad de los trabajos haussmannianos era asegurar la ciudad contra la guerra civil. Quería imposibilitar en cualquier futuro el levantamiento de barricadas en París. […] La anchura de las calles hará imposible su edificación y calles nuevas establecerán el camino más corto entre los cuarteles y los barrios obreros.[8]

Las referencias a la actualidad de los años 1930 son raras en el Libro de los pasajes. He aquí una de las más impactantes: “La obra de Haussmann está hoy realizada, como lo muestra la guerra en España, con medios totalmente diferentes” (208). Benjamin se refiere sin duda a la aniquilación, bajo las bombas de la Luftwaffe, de la ciudad vasca de Guernica, así como de otros barrios populares de Madrid. ¿Los bombardeos aéreos serían una forma moderna del “embellecimiento estratégico” inventado por el prefecto de París? Hay evidentemente una suerte de amarga ironía en la observación de Benjamin. La analogía que él bosqueja se refiere, probablemente, a dos aspectos esenciales de la haussmannización: la destrucción de barrios enteros y la aniquilación preventiva de los “focos de insurrección”.

Sin embargo, no pienso que el autor del Libro de los pasajes haya querido establecer una identidad entre estos dos acontecimientos, de naturaleza radicalmente diferente, y menos aún una genealogía histórica. Su pequeña observación bosqueja, sobre todo, una suerte de constelación única entre dos modalidades, plenamente distintas, de “demolición estratégica” por las clases dominantes, de destrucción urbana como medio de mantenimiento del orden y de neutralización de las clases populares. Su ironía también apunta, sin duda, contra la ideología conformista del progreso: desde Haussmann, los poderosos han “progresado” considerablemente en cuanto a sus medios de destrucción y sus instrumentos técnicos al servicio de la guerra civil. ¿Quién puede negar la superioridad de los bombarderos de la Luftwaffe hitleriana sobre los humildes picos y palas del prefecto de Napoleón III?

¿Cómo respondieron los revolucionarios parisinos de los años 1860 –antes de la Comuna de París– al desafío de la haussmannización? ¿Qué respuesta encontraron a la modernización imperial de la ciudad? De hecho, muy pocas tentativas de levantamiento tuvieron lugar durante el Segundo Imperio. Benjamin menciona una sola, la organizada por Auguste Blanqui en 1870: “Para el golpe de agosto de 1870, Blanqui había puesto 300 revólveres y 400 puñales a disposición de los trabajadores. Es característico de las formas de combate callejero en esta época que aquellos prefieran los puñales a los revólveres” (204). ¿Cómo interpretar este comentario sibilino? Puede suponerse que Benjamin se limita a constatar la preferencia de los insurrectos blanquistas por métodos de combate “cuerpo a cuerpo”, cercanos al uso cotidiano del cuchillo como instrumento de trabajo o medio de defensa. Pero es más probable que su observación tenga una connotación crítica, al poner en evidencia el “retraso técnico” de los revolucionarios, y la desproporción flagrante entre su instrumento de combate favorito, el puñal, y aquellos de los que disponían las fuerzas del orden: los fusiles y los cañones…

IV. La Comuna de París (1871)

Este capítulo del Libro de los pasajes es mucho más breve que los dos anteriores: 6 páginas solamente (contra 25 y 26). Está marcado con el sello de cierta ambivalencia del autor hacia la Comuna de 1871.
Tomemos la cuestión capital de la relación entre la Comuna y la Revolución Francesa. Benjamin observa que “la Comuna tenía absolutamente el sentimiento de ser la heredera de 1793” (950); eso incluso se traduce en la geografía urbana de los combates, impregnada de memoria histórica, puesto que “uno de los últimos centros de resistencia de la Comuna” fue “la plaza de la Bastilla” (952). El autor del Libro de los pasajes podría haber tratado esta relación intensa del pueblo insurrecto de París en su tradición revolucionaria como un ejemplo impresionante del “salto de tigre al pasado”, en el momento de peligro, que caracteriza las revoluciones, de acuerdo con las Tesis sobre el concepto de historia (1940).

La Comuna podría haber sido, desde este punto de vista, un caso de figura mucho más atractiva que la Revolución de 1789, que buscaba su inspiración –equivocadamente, de acuerdo con Marx– en la República romana (ejemplo citado por Benjamin, bajo una luz favorable, en las Tesis de 1940). Ahora bien, los diversos comentarios sobre la Comuna citados por Benjamin sugieren más bien una distancia crítica, confirmada por sus propios comentarios. Por ejemplo, cuando afirma que “Ibsen ve más lejos que los jefes de la Comuna en Francia”, al escribir a su amigo Brandes el 20 de diciembre de 1870: “Aquello de lo que vivimos hoy no son más que migajas de la mesa de la Revolución del siglo anterior […]” (954).

Más explícita y más severa aún es la opinión del marxista alemán –y biógrafo de Marx– Franz Mehring, en su artículo “A la memoria de la Comuna de París”, publicado en Die neue Zeit en 1896: “Las últimas tradiciones de la vieja leyenda revolucionaria se hundieron para siempre con la caída de la Comuna […]. En la historia de la Comuna los gérmenes de esta revolución [la proletaria] son todavía sofocados por las plantas trepadoras que, habiendo partido de la revolución burguesa del siglo XVIII, invadieron el movimiento obrero revolucionario del siglo XIX” (949). Como Benjamin no comenta este texto, no es posible saber si comparte efectivamente este juicio, pero su observación respecto de la clarividencia de Ibsen va en el mismo sentido.[9]

Lo menos que se puede decir es que la opinión de Mehring es totalmente contradictoria con lo que Marx escribió en su célebre texto de 1871, La guerra civil en Francia, sobre la Comuna, presentada más bien como la anunciadora de las revoluciones futuras. Ahora bien, Benjamin no solo no cita ni una sola vez este documento “clásico” del marxismo –sumamente valorado por Lenin–, sino que prefiere referirse a una observación tardía de Engels en una conversación con Bernstein en 1884, en la que, sin criticar explícitamente el documento de Marx, lo presenta como una exageración “legítima y necesaria”, “habida cuenta de las circunstancias”. Hacia el final, Engels insiste sobre el predominio de los blanquistas y proudhonianos entre los actores de la insurrección, no siendo estos últimos “ni partisanos de la revolución social”, ni “a fortiori, marxistas” (954) –un juicio que, dicho sea entre paréntesis, es, en su primera parte, injusto (¿el proudhoniano Varlin no era acaso un “partisano de la revolución social”?) y, en la segunda, anacrónico (¡no había marxistas en 1871!).

En todo caso, Benjamin parece compartir la negativa opinión de Engels sobre Proudhon y sus discípulos: “las ilusiones de las que la Comuna era todavía víctima encuentran una expresión impactante en la fórmula de Proudhon, su llamamiento a la burguesía: ‘Salven al pueblo, sálvense ustedes mismos, como lo hacían sus padres, a través de la Revolución’” (952). Y en otro comentario, observa: “Fue el proudhoniano Beslay quien, como delegado de la Comuna, se dejó convencer […] de no tocar los dos mil [de la Banca de Francia] […]. Él logró imponer su punto de vista gracias a la ayuda de los proudhonianos del Consejo” (955). La no expropiación de la Banca fue, como se sabe, una de las principales reservas expresadas por Marx en relación con la práctica de los comuneros. Sin embargo, las críticas de Benjamin son a menudo discutibles: el llamamiento de Proudhon a la burguesía (“Salven al pueblo”), ¿puede ser verdaderamente considerado como representativo de las ideas de la Comuna?

Esta cuestión es también evocada en el ensayo de 1935, París, capital del siglo XIX:
Igual que el Manifiesto Comunista termina con la época de los conspiradores profesionales, la Comuna acaba con la fantasmagoría que domina el período temprano del proletariado. Gracias a ella se disipa la apariencia de que la revolución proletaria tenga por cometido consumar mano a mano con la burguesía la obra de 1789. Esta ilusión domina el tiempo que va desde 1831 a 1871, desde el levantamiento de Lyon hasta la Comuna. La burguesía jamás participó de este error.[10]

La formulación es ambigua y podría, en rigor, ser leída como un elogio a la Comuna, comparable, por su papel desmitificador, con el Manifiesto de Marx y Engels. Pero el pasaje puede también ser interpretado como una condena, no siendo la Comuna sino el último episodio de esta “fantasmagoría”. Las citas del Libro de los pasajes reforzarían más bien esta segunda lectura.

¿Cómo explicar esta distancia, esta ambivalencia de Benjamin respecto de la Comuna y sus críticas insistentes hacia la herencia de 1793? Se podría intentar situar su actitud en un determinado contexto histórico: la coyuntura política en Francia de mediados de la década de 1930. Las dos citas más largas del capítulo sobre la Comuna datan de abril de 1935 y de mayo de 1936: podemos, pues, suponer que una parte –o incluso la mayor parte– de los materiales fueron reunidos en el curso de los años 1935-36, los años del Frente Popular. Ahora bien, la estrategia del Partido Comunista Francés consistía, desde 1935, en tratar de constituir una coalición con la burguesía democrática –supuestamente representada por el Partido Radical– en nombre de ciertos valores comunes: la Filosofía de las Luces, la República, los Principios de la Gran Revolución (1789-1793). Sabemos, por su correspondencia, que Benjamin alentaba serias reservas hacia esta orientación de la izquierda francesa.

Es posible, pues, que las críticas de Benjamin a las ilusiones de la Comuna –representadas, según él, por el llamamiento de Proudhon a la burguesía, en nombre de la Revolución Francesa– constituyan de hecho una puesta en cuestión, ciertamente implícita e indirecta, de la política del PCF en esta época.
No es más que una hipótesis, por supuesto, pero que se corresponde adecuadamente con la idea que se hace Benjamin de una historiografía crítica, formulada desde el punto de vista del presente; un recorrido fecundo, pero que no carece de problemas ni riesgos de deformación.

Ciertamente existen también aspectos de la Comuna que son presentados, en este breve capítulo, bajo una luz favorable. Es el caso, particularmente, de una pasaje de Aragón –tomado de un artículo aparecido en el periódico Commune en abril de 1935– que celebra, citando a Rimbaud, a las “Jeanne-Marie de los suburbios”, cuyas manos
Palidecieron, maravillosas,
al gran sol, de amor cargado,
sobre el bronce de las mujeres con ametralladoras
a través de París insurgente… (950)

La participación femenina en la Comuna es también evocada en otro parágrafo del mismo texto de Aragón, que constata la presencia, en las Asambleas de la Comuna, frecuentadas por poetas, escritores, pintores y científicos, de las “obreras de París” (951). Como se vio a propósito de los levantamientos populares de los años 1830-1848, el papel revolucionario de las mujeres es uno de los aspectos importantes, para Benjamin, de la “tradición de los oprimidos” en París. Para documentar este papel, no duda en recurrir a documentos reaccionarios, como un grabado que representa la Comuna como una mujer que cabalga sobre una hiena, dejando tras su paso las llamas negras de las casas que arden (951).

Curiosamente, la cuestión de las barricadas no se aborda ya más en estas notas sobre la Comuna. En todo caso, más allá de los silencios y las ambigüedades, no hay duda de que la guerra civil de 1871 representa también, a los ojos de Benjamin, un ejemplo notable de la ciudad –París– como lugar del despiadado enfrentamiento entre las clases.

“La ville, lieu strategique de l’affrontement des classes. Insurrections, barricades et Haussmannisation de Paris dans le Passagenwerk de Walter Benjamin”. Trad. de Guadalupe Marando. Traducido y publicado por gentil autorización del autor.

* Michael Löwy. Nació en Brasil en 1938, hijo de inmigrantes judíos vieneses. Se graduó en Ciencias Sociales en la Universidad de San Pablo en 1960, y se doctoró en la Sorbona, bajo la dirección de Lucien Goldmann, en 1964. Vive en París desde 1969. Es director de investigación emérito en el Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de Investigación Científica); fue profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales). Sus obras han sido publicadas en 24 idiomas. Entre sus libros más recientes se encuentran Redención y utopía. El judaísmo libertario en Europa central (1988); Rebelión y melancolía. El romanticismo como contracorriente de la modernidad (1992); Walter Benjamin: aviso de incendio (2001); Kafka, soñador insumiso (2004); Sociologías y religión. Aproximaciones insólitas (2009); Ediciones Herramienta y El Colectivo publicaron, en 2010, su libro La teoría de la revolución en el joven Marx. Es miembro del consejo editor de la Revista Herramienta, donde ha realizado numerosas contribuciones.

notas:
[1] Los números entre paréntesis corresponden a las páginas de Benjamin, Das Passagen-Werk. Gesammelte Schriften V. 2 vols., Frankfurt a/M, Suhrkamp, 1982.
[2] Cita de Dubech D’Espezel, Histoire de Paris, 1926.
[3] Se trata de un pasaje de la biografía de Blanqui por G. Geffroy, una fuente a menudo citada por Benjamin.
[4] Según una obra anónima, Paris désert. Lamentations d’un Jérémie haussmannisé, 1868.
[5] No me es posible discutir, en el marco de este artículo, las relaciones complejas del pensamiento de Benjamin con la figura de Blanqui: sugiero la lectura del notable ensayo de Miguel Abensour, “Walter Benjamin entre mélancolie et revolution. Passages Blanqui”. En: H. Wismann, Walter Benjamin et Paris, París, Ed. du Cerf, 1986.
[6] Según un artículo de Th. Schulte sobre Daumier, aparecido en la Neue Zeit, la revista de los socialistas alemanes.
[7] Fotógrafa e historiadora marxista de la fotografía, amiga cercana de Walter Benjamin.
[8] Benjamin, Walter, « Haussmann o las barricadas ». En: –, Iluminaciones II: Poesía y capitalismo. Trad. de Jesús Aguirre, Buenos Aires, Taurus, 1998, pp. 187-188.
[9] Benjamin cita también un comentario de los historiadores A. Malet y P. Grillet que refuerza esta lectura crítica: la mayoría de los elegidos de la Comuna eran “demócratas jacobinos de la tradición de 1793” (951).
[10] Benjamin, Walter, “Haussmann o las barricadas”, pp. 188-189.

Publicado en Revista Herramienta Nº 43, marzo de 2010.
http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-43/la-ciudad-lugar-estrategico-del-enfrentamiento-de-las-clases

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