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Con el clima no se juega
Por (reenvio) Raúl A. Montenegro - Tuesday, Aug. 28, 2012 at 1:56 AM

Todos los seres humanos vivimos en un planeta increíblemente bello y de color azul que sobrevive en un sistema Solar inhóspito y feroz. Aunque la Nasa envíe artefactos al espacio y unas pocas personas hayan podido vivir en incómodas estaciones orbitales, el 99,99% de la población y sus descendientes solo tenemos la opción de seguir viviendo en la Tierra.

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Haber llamado Homo sapiens a nuestra especie ("el que sabe") muestra el involuntario sentido del humor que tuvo Linneo (2). Desde hace unos 60.000 años, que es nuestra edad aproximada como especie, nos empeñamos en vivir, y desde hace unos 10.000 en dejar huellas profundas.

El planeta ya sufrió 5 grandes espasmos de extinción masiva en que la vida, tenaz, volvió a recomponerse. Por primera vez un espasmo, el sexto, no es producto de los meteoritos sino de nosotros mismos. No sabemos vivir con la naturaleza porque nuestro sofisticado experimento cerebral, neocorteza incluida, tampoco sirve demasiado para que vivamos en grupos solidarios. Cada bombardeo que decide George Bush, cada auto-bomba que estalla en Bagdad, cada derrame de petróleo, cada desmonte y cada luz encendida inútilmente en un hogar son muestra de la misma incapacidad. Tenemos sin embargo la posibilidad de cambiar, y de ser coherentes con el nombre en latín de nuestra especie. Pero lo que se acorta, y drásticamente, es el tiempo y las posibilidades ecológicas de hacerlo.

Está claro que las advertencias de expertos y ecologistas mueven muy poco a los políticos, y que la sociedad está demasiado ocupada en sobrevivir, ya sea por tener casi nada (pobreza), o demasiado (riqueza). Los humedales del sur de Nueva Orleáns en Estados Unidos podían reducir la energía de las grandes tormentas que venían del océano. En los últimos años los negocios inmobiliarios y la falta de planificación destruyeron un promedio de 100 kilómetros cuadrados de humedal por año. Por otra parte los diques, que mantenían artificialmente a la ciudad bajo el nivel de aguas acumuladas, redujeron drásticamente los aportes de sedimentos al delta del río Mississippi.

En 1998 agencias federales y del estado, incluida la EPA, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, propusieron el Plan Coast 2050 "para recuperar los humedales de Louisiana" a un costo de 14 mil millones de dólares. Pero el plan nunca se implementó. Los funcionarios también sabían que los estudios realizados por Ivor van Heerden, un experto en huracanes de la Universidad Estatal de Louisiana, incluían un relevamiento social donde el 21,4% de la población de Nueva Orleáns declaró que ante la inminencia de un huracán no dejarían sus hogares aunque los obligasen a hacerlo. Al resto lo conoció el mundo entero. Katrina, los diques y la estupidez gubernamental se combinaron con matemática precisión. Irónicamente, mientras George Bush seguía descalificando el Protocolo de Kyoto un alto funcionario del Pentágono le encargaba a la consultora Global Business Network que definiera en un informe el peor escenario mundial ante un cambio climático abrupto.

Geográficamente Argentina está lejos de Nueva Orleáns y de Bangladesh, pero vive el mismo cambio climático, y tiene sus propios riesgos. Lo primero y más importante es es asumirlos. En los últimos 100 años la temperatura terrestre aumentó 0,6 °C, y el nivel de los océanos creció, entre 1993 y 2005, a razón de 3 milímetros por año. En los próximos 100 años la temperatura podría aumentar de 1,4 a 5,8 grados centígrados. Los mayores aumentos se registrarán a mayores latitudes y alturas, por lo cual Argentina se ubica en zona crítica. La temperatura media de la Tierra para el 2004 fue de 14,6 °C, mientras que entre 1880 y 1900 las medias anuales estuvieron entre 14,0 y 13,4 °C. La principal causa es el aumento de dióxido de carbono, cuya concentración en la atmósfera subió, desde 1750, en un 31%, y continúa haciéndolo a una tasa del 0,4% anual. El Protocolo de Kyoto y su maquinaria de incentivos comerciales se acordó precisamente para reducir la descarga de seis gases de invernadero, entre ellos dióxido de carbono y metano. Pero sus mecanismos son sensibles a la corrupción administrativa, y tienen demasiados intermediarios que harán sin dudas muy buenos negocios.

Aunque los huracanes no se forman en Córdoba, son una poderosa voz de alerta sobre los efectos del cambio climático, y de la mala preparación social y gubernamental para enfrentarlos. Internacionalmente se los clasifica siguiendo la escala de Suffir-Simpson, de 1 (el menor) a 5 (el mayor). En la gran cuenca del caribe su principal motor es la temperatura superficial del agua (TSS), que pasa a ser crítica desde los 26 °C. Kerry Emanuel, del MIT, estima que cada 2 grados de aumento de esa temperatura incrementan la velocidad del viento en un 10%.

La evolución de los huracanes en los últimos 35 años fue estudiada por P. Webster y sus colegas, del Instituto de Tecnología de Georgia y del Centro Nacional de Investigación Atmosférica (Estados Unidos). Comparando los períodos 1975-1989 con 1990-2004 observaron que su número creció de 38 huracanes a 49 en el Pacífico occidental, de 85 a 116 en el Pacífico oriental, de 16 a 25 en el Atlántico norte, de 10 a 22 en el Pacífico sudoeste, de 1 a 7 en el Índico norte y de 23 a 50 en el Índico sur. Aunque algunos autores son más cautos, la mayoría de los investigadores advierte que los huracanes se están haciendo más frecuentes y más intensos e incluso más prolongados. El Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos predijo para el 2005 unas 18 a 21 tormentas tropicales y 9 a 11 huracanes (de los cuales 5 a 7 con nivel 3 o mayor). Al 15 de septiembre, faltando más de dos meses y medio para la finalización del período de huracanes, ya se habían registrado 15 tormentas tropicales y 7 huracanes, tres de ellos con categoría 3 o mayor (Dennis, Emily y Katrina).

Los llamados de atención están, y los estudios también. Más de 100 millones de personas en todo el mundo serían afectadas por la suba del nivel del los mares, y la mayoría sufre a distinta escala los cambios climáticos actuales. Aparentemente estamos en un período interglaciar cálido que ya lleva unos 10.000 años de duración. Es muy posible que el próximo período sea frío, y que el cambio climático haga aumentar, según los lugares, las lluvias y las sequías, o haga subir y descender las temperaturas regionales. Lo más previsible, sin embargo, es la irregularidad. Lo que habitualmente no se analiza es que los efectos son más desastrosos cuando los ambientes naturales están destruidos y modificados, y cuando se asientan personas en lugares de alto riesgo.

Argentina es un muestrario de lo que lo que no debe hacerse, con tragedias ya ocurridas, como las inundaciones de Santa Fé y San Carlos Minas, y tragedias en suspenso. Resistencia en Chaco, por ejemplo, es una potencial Nueva Orleáns ante crecidas excepcionales de los ríos Paraná y Negro. Al cambio climático ya disparado no lo podemos detener mágicamente, pero sí podemos estar mejor preparados. La primera y más urgente medida es frenar todo tipo de desmonte y destrucción de ambientes nativo. Cada hectárea que se destruye reduce nuestra resistencia al cambio climático, y cuesta la vida de cientos de personas en el futuro. La soja, que salvó la economía post 2001, puede ser la peor inversión ambiental del siglo XXI.

Lo segundo es ordenar el territorio para que en caso de inundación o sequía los impactos sociales se minimicen. Lo tercero es asumirnos como responsables, no solamente como afectados. Nuestro estilo de vida con desigualdades sociales y despilfarro es el mejor prólogo para desastres de todo tipo. Cuarto, debe reducirse la descarga de gases de invernadero e implementarse con transparencia el Protocolo de Kyoto (se advertirá que lo pusimos en cuarto lugar). Si todos trabajamos para que estas cuatro acciones se vuelvan realidades posiblemente no bajemos espectacularmente la temperatura del planeta. Pero estaremos mejor preparados para resistir los cambios que seguramente vendrán. No olvidemos, eso sí, que palabras muy parecidas fueron dichas por muchos especialistas antes de que Katrina y los diques rotos destruyeran Nueva Orleáns. Definitivamente, con el clima no se juega.

notas:
(1) Biólogo, presidente de FUNAM y Premio Nóbel Alternativo 2004.
(2) El sueco Carolus Linnaeus (1707-1778) desarrolló el sistema de clasificación de los seres vivos que todavía utilizamos.

Artículo aparecido en forma parcial en el diario La Voz del Interior el 2 de octubre de 2005.

Este material puede ser reproducido, citando el autor y la fuente. Se ruega remitir una copia de lo publicado a funam@funam.org.ar

fuente http://www.funam.org.ar/huracanes.htm

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