Julio López
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Algunas reflexiones en torno a la autonomía y el anarquismo (1)
Por (reenvio) Rulo - Friday, Oct. 05, 2012 at 9:46 PM

"El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico." Marx "No vives de ensalada". Homero J. Simpson

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En el texto que sigue intento identificar algunos problemas que existen en el campo “de la autonomía y de la horizontalidad”, si bien varios de ellos atraviesan a la totalidad de la izquierda. Estos problemas no son nuevos, y su caracterización tampoco lo es. Pero en vista de que los problemas insisten, a pesar de que algunos grupos ya dan señales de empezar a superarlos, considero necesario tratar de hacer un aporte a su problematización y realizar algunas propuestas.

El primer problema que quiero plantear es justamente el hecho de que no se suelen plantear los problemas en las prácticas que se llevan adelante. A gran parte de los militantes directamente no les interesa la reflexión crítica sobre lo que hacen, o incluso les desagrada. Esto responde a varias cuestiones. Por un lado hay toda una idea de que la teoría política es reflexión vacua, por lo que no se lee ni se discute acerca de ella. Se prefiere actuar localmente sin considerar la totalidad, lo que lleva al extremo de militantes especializados en temáticas, y absolutamente desconectados del resto de la realidad social. Otros grupos prefieren evadir la autocrítica por lo que supone de problemático para el fervor militante, y si la realizan jamás la hacen de manera abierta, reproduciendo las tradiciones más sectarias de la izquierda. Otros prefieren el consignismo antiestatal, y la repetición de una estética “libertaria” cada vez más vacía de contenido, como supuesto modo de posicionamiento político. Finalmente, abunda la falta de compromiso y el inmediatismo, sin cualquier perspectiva de largo plazo.

Esta falta de teoría política facilita la captura por parte del capital, del estado o de los partidos de izquierda. Pero más grave aún, es que genera una incapacidad sistemática de las organizaciones de dar una visión de la totalidad, un análisis más o menos serio de la coyuntura, una contención política a los militantes, y fundamentalmente, dificulta el generar prácticas políticas que se demuestren eficaces para superar el actual estado de cosas. En este sentido, el refugio en los principios y en lo local, es tan perjudicial para el pensamiento crítico como el refugio en la coyuntura. Como decía una compañera, “estamos regalando a nuestras crías”. Es que la autonomía, la horizontalidad, y la construcción de base, son formas atractivas de militancia que, cuando van acompañadas de una caracterización adecuada de la realidad, realmente aportan a los movimientos. Pero dadas las insuficiencias estructurales para resolver los problemas, tras unos años de crecimiento cuantitativo, los grupos de estas características se incorporan a las lógicas de los de arriba, o se disuelven.

En un contexto de reflujo de las prácticas horizontales, algunos permanecen indiferentes y librados a los movimientos sísmicos de las coyunturas políticas, otros profundizan en su sectarismo, y unos pocos intentan aprender de los errores, para con la experiencia acumulada, dar el paso que permita a los movimientos entrar en otra etapa histórica.

En este sentido, lo que tuvo de innovador la problematización de la vida cotidiana y el abordaje de áreas no cuestionadas tradicionalmente (género, ecologismo, alimentación, autosustentación, etc.), que se hizo fuerte después del 2001, hoy se inscribe como eje y hasta como dogma en la segunda tendencia mencionada. Como decía Alfredo Errandonea hace ya unos años:

“(…) la profesión de fe revolucionaria parece totalmente a contrapelo. Lo que empuja defensivamente hacia el refugio de los valores profesados a la vida personal y grupal. (…) Ella implica la abdicación real de todo propósito de cambio social en su dirección y su sustitución por un inconformismo y protesta perennes; refugio conscientemente utópico a un imaginario grupal ghetizado.”2

Lo que piensan que creando un ghetto donde resolver de la manera más anticapitalista posible los problemas de la vida cotidiana están aportando algo, en realidad lo que hacen es condenar a las micropolíticas al encierro. Desconocer las palabras “coyuntura”, “estrategia”, “táctica”, “organización”, no resuelve los problemas planteados por la coyuntura, la estrategia, la táctica y la organización. Este camino es plenamente individual y defensivo, aunque se pretenda colectivo y transformador, y se limita a ser una reminiscencia del socialismo utópico y del anarcoindividualismo, tendencias superadas por el movimiento obrero hace más de cien años. Pero el camino del sectarismo es como una pendiente donde se pierde el contacto con la realidad social. Se importan tendencias de Europa sin analizar la realidad del país, se rescatan las corrientes más minoritarias y autodestructivas del anarquismo, se reproducen hasta el infinito actividades sobre la Revolución Española y otros lugares comunes, se pronuncian discursos vacíos pero altisonantes, y se hacen afirmaciones paranoicas sobre todas las cosas, sin ninguna evidencia científica. No se parte de la realidad, sino que se le huye3. Además, se esencializa la naturaleza, los rituales, los pueblos originarios, etc. Toda la crítica de nuestros adversarios desarrollada contra la autonomía alcanza en estas condiciones el mayor grado de acierto.4

Quienes aspiramos a transformar la sociedad hemos de incluir la problematización de la vida cotidiana y el cuidado del medio ambiente, en la problematización de la realidad social, que es donde pueden realmente aportar herramientas y encontrar soluciones. Pero un diagnóstico de la realidad, y la generación de prácticas transformadoras, no son cosas que caigan del cielo. Antes que un problema de voluntad, es un problema de organización, y antes que un problema teórico, es un problema de condiciones materiales de posibilidad de esa teoría. Que una organización pueda acumular experiencia requiere, al menos, de dos cosas. Por un lado que de a sus militantes espacios para la formación y la discusión, no sólo sobre la realidad concreta del medio en el que se actúa y la práctica llevada adelante, sino sobre todos los aspectos que hacen a la acción política. De manera que una organización debe propiciar que sus militantes se formen de acuerdo a sus intereses, pero también promoviendo la lectura y la discusión de autores o de temas indispensables. Dado el actual grado de dispersión del campo de la autonomía, sería enormemente positivo que esa formación fuese encarada de manera conjunta.

El otro requisito para que pueda haber acumulación de experiencia -y dicho sea de paso, para que los militantes aporten algo a una transformación- es que la organización no sea un refugio monástico, sino que busque incidir en la sociedad.5 Esto significa que, contrariamente a la tendencia que pregona el individualismo, hay que fortalecer la organización popular, y la manera de hacerlo es participando de espacios amplios, de base, con pocas definiciones ideológicas. Que la organización defina y milite en un espacio de estas características, implica que muchos de sus militantes participan de él, y permite entonces que puedan elaborar un análisis común, trazar una estrategia y llevarla a la práctica. Lejos del vanguardismo, los cuadros políticos y la “bajada de línea” de la izquierda partidaria6, pero también lejos de actuar simplemente como individuos aislados que buscan soluciones individuales en función de sus elucubraciones personales.7 Estar en las luchas, en los conflictos y en las contradicciones que surgen en la sociedad capitalista, actuando junto a otros grupos y personas, no sólo es aconsejable, sino que es el piso para que una discusión tenga sentido, y no sea pura abstracción teórica. Por otro lado, sólo quienes son oprimidos y explotados, pueden tener realmente un interés material y subjetivo en la superación del capitalismo. El interés, el deseo, y el compromiso con la militancia, no son preexistentes ni pertenecen al alma o al intelecto, sino que surgen de la vinculación de las propias condiciones de vida con la teoría revolucionaria, y se tornan consistentes en la medida en que se participa de la organización popular, que a su vez los alimenta. De esta manera, la problematización de la realidad como un todo no va a darse en cualquier lado, sino que tiene condiciones materiales.8 En este sentido, no queremos idealizar a la clase obrera, pero tampoco negar su carácter estratégico y autoexcluirnos de las luchas sociales. Un movimiento no puede existir en el plano de las ideas individuales y las charlas de café, sino que se desarrolla en función de las necesidades concretas y avanza en el seno de la organización popular.

La anarquía y la unidad son una sola y misma cosa, no la unidad de lo Uno, sino una más extraña unidad que sólo se reclama de lo múltiple. Deleuze

Uno de los logros de la autonomía y la horizontalidad, ha sido poder generar espacios públicos liberados de las jerarquías estatales. Revalorizar lo comunitario, ir armando el tiempo propio y no correr detrás de la coyuntura, ligar a la política con la vida cotidiana, conectar experiencias y trayectorias disímiles, y recuperar la confianza en los movimientos, han sido algunas de las huellas que estas prácticas van dejando en el camino. Sin embargo, incluso aquellas experiencias que no han seguido el camino del sectarismo, encuentran problemas a la hora de dar una respuesta coherente a los tiempos que corren. Porque si es cierto que el poder no es un lugar que se ocupa sino una serie de relaciones sociales que se transforman, también es cierto que no se pueden desandar las relaciones sociales de una en una. Así, no se puede pensar por separado la salud, la tierra, la educación, el trabajo, el género, etc. La realidad nos demanda una respuesta que la abarque toda, y una respuesta que sea colectiva. A su vez, una respuesta colectiva implica un antagonismo con el capital-estado, que no se puede hacer desde grupúsculos que actúan por sí solos, sino que requiere de una acción coordinada entre sindicatos, organizaciones barriales, movimientos de desocupados, de pueblos originarios, de estudiantes, etc. Por tanto, el rechazo a la estructura partidaria no puede significar renunciar al problema de la organización. Hace falta y más aún en los momentos en que se agudiza el conflicto social, construir una cierta unidad teórica y práctica, que deje de lado la dispersión, y que nos permita abordar las distintas coyunturas. Pero para eso, hace falta que las organizaciones empiecen a pensar a largo plazo y a sentirse parte de un proceso que las supera. Por otro lado, en la medida en que únicamente desde el antiestatismo y el anticapitalismo se cuestionan los problemas de fondo de la sociedad, es en el análisis estructural y en esa construcción a largo plazo, donde reside el mayor aporte que la autonomía puede hacer a la transformación social.

Quisiera hacer ahora una reflexión final sobre lo que acabo de escribir. Las necesidades que animan este breve texto son algo distintas de las que tenía hace unos años. Es imposible no ver que hay un riesgo en usar ciertos conceptos, que cuando la urgencia y las ganas de transformar la realidad priman por sobre las consideraciones éticas (transformar sí, pero qué, cómo), es muy fácil caer en análisis instrumentalistas. Primero se empieza a hablar con un lenguaje militar -estrategia, táctica9-, se introducen conceptos ambiguos y difusos, después se aceptan los cuadros políticos, los gobiernos de abajo, el mal menor, más tarde se habla de partidos, de estado socialista, de patria… y de repente, casi sin darse cuenta, se termina defendiendo a la burguesía y a sus gobiernos. Si bien es cierto que no hay que ser puristas con el uso de las palabras y hablar un lenguaje que sólo entendamos nosotros mismos, tampoco hay que ser ingenuos. Las mismas palabras usadas con significados distintos sólo llevan a la confusión, y más tarde o más temprano se terminan imponiendo los significados hegemónicos. Por esta razón, un problema puntual requiere siempre su concepto específico que de cuenta de él. En este sentido, la relegitimación del estado en lo discursivo, significa la invisibilización del problema de las jerarquías, y por tanto su resolución a favor de ellas.10

Los problemas de nuestra práctica que no pensamos, dejan un hueco abierto por donde penetra la ideología autoritaria-capitalista. Si los únicos que hacen análisis de procesos como el peronismo, o si los únicos que plantean el problema de la coyuntura -que no es sino el problema de cómo hacer para que el anticapitalismo salga de su isla-, son los intelectuales de la burguesía o de la izquierda autoritaria, entonces cada que haya un “que se vayan todos” las respuestas que vamos a encontrar al día siguiente van a ser las mismas. Quizás justamente para evitar ese eterno retorno a lo mismo, sea importante que seamos nosotrxs, quienes al mismo tiempo que nos damos las técnicas para vivir en los márgenes del capitalismo y crear otras relaciones entre las personas, nos ocupemos de ir armando un proyecto político factible -no que ofrezca una Verdad, pero sí que pueda interpelar a las mayorías-, e ir generando la perspectiva de que la utopía puede eventualmente pasar a ser una realidad.

1 Aclaración necesaria: A estas alturas, no hay dudas de que autonomía y anarquismo, lejos de ser palabras puras y no contaminadas, son términos que se resignifican en la lucha. De todas maneras, más que una identidad, nos interesan unas prácticas, y más que unas prácticas, la construcción colectiva de una estrategia.

2 Errandonea, A., Un anarquismo para el siglo XXI, Buenos Aires, Ed. Madreselva, 2011, p. 31.

3 Es cierto sin embargo que es necesaria cierta huída de la realidad capitalista, hacer lo posible por no reproducir las relaciones que nos alienan (alejarse del consumismo, rechazar la cultura del trabajo asalariado, consumir lo producido por organizaciones sociales y no por empresas, renunciar a las relaciones mercantilistas, etc.). Pero es ingenuo pretender que podamos ser realmente “autónomos” en la plenitud de la sociedad capitalista. La fuga de la realidad capitalista planteada en términos individuales es estéril e imposible, mientras que ni bien la autonomía aparece como una posibilidad colectiva, y por tanto como proyecto alternativo de sociedad, enseguida se transforma en enfrentamiento contra el capital.

4 ”La crítica hecha a los anarquistas que acabaron “en las torres de marfil” ocurrió exactamente por el distanciamiento que la teoría libertaria acabó teniendo de la práctica y por eso terminó creando un hiato monstruoso entre aquello que se pregonaba y aquello que se realizaba. Eso fue fundamental para una radicalización bastante mal sucedida con los miembros de la tradición libertaria cuando el anarquismo se distanció de su bien más importante, que es la realidad social, y pasó a propagar una teoría cada vez más “radical”, terminando por transformarse en sectarismo absoluto, con acciones individualistas entre otras prácticas contraproducentes. Son muy comunes los ejemplos de grupos que simplemente no consiguen tener trabajo social por creer que todos los ambientes en que esta actuación social sería posible: sindicatos, escuelas, movimientos sociales, etc. son completamente “contaminados” por partidos políticos y por las ideologías autoritarias. Hay una confusión entre lo que se trata en el plano político y lo que se trata en el plano social, se escapa de la realidad por ser ésta muy diferente del plano teórico e ideal. De esa forma, crece la “violencia verbal” presente en los discursos, que no existe mínimamente en la práctica. O sea, hay una idealización del plan futuro, que no tiene cualquier acción de corto plazo que puede apuntar para los objetivos deseados. Se construye una teoría que es vacía y no da cuenta de la realidad.” Corrêa, F., Construir el socialismo libertario: autogestión y federalismo hoy, disponible en http://www.fondation-besnard.org/article.php3?id_article=607

5 Los partidos enfrentan este problema con el concepto de “inserción social”. Pero este concepto es problemático y responde a su forma de ver las cosas. Presupone que somos exteriores a las relaciones sociales, que hemos conocido la Idea Revolucionaria, y que lo que resta es acercarla al pueblo. Esta forma de ver la militancia como apostolado, tan presente en la militancia universitaria, es una actualización del cristianismo, que lleva a pensar que la transformación pasa por otro lado que no es allí donde está uno, y genera como consecuencia toda clase de contradicciones entre la propia vida y los ideales que se defienden. La otra figura cristiana que busca responder a este problema, ahora sí con presencia en el campo de la autonomía, es la del militante como sacerdote sacrificado, que apoya acríticamente a los movimientos populares. Quizás esta posición se deba también a que resulta más fácil aportar algo a una organización de la que no se es parte, que asumir el compromiso, y los problemas, de la organización política propia para enfrentar las relaciones capitalistas en las que estamos inmersos. Ni apostolado, ni sacerdocio, ni monasterios para refugiarnos, ¿no será posible otro tipo de militancia y otra relación entre los movimientos?

6 Como conclusión de algunas discusiones tenidas en Producción Horizontal, ya hace unos cuantos meses afirmábamos: “Nos parece necesario hacer la distinción entre “tener una línea” y “bajar línea”. Lo segundo es parte de una concepción verticalista, donde lo que importa es que el resto acepte lo que la organización ya discutió y decidió. Lo primero, y a lo que apostamos, es a tener un conjunto de propuestas o de principios que guían nuestro accionar. El no pensarnos como lugar central de la transformación, implica que estas ideas que sostenemos están en constante diálogo con otras personas y con otros espacios. La voluntad de dirigir los movimientos, inherente a las tradiciones verticalistas de la política, termina muchas veces destruyéndolos o estratificándolos y reduciéndolos a la impotencia. De manera que nuestro aporte orgánico en los espacios en los que participamos no pasa por que se nos reconozca orgánicamente o por acceder a lugares de privilegio. En este sentido, nos parece más fructífero reforzar las tendencias a la horizontalidad y a la autonomía en los colectivos que esforzarnos por que los demás acepten lo que nosotros pensamos, lo que sería contradictorio con el tipo de construcción que creemos transformadora. Desde este punto de vista se vuelve más importante construir identidades colectivas que afirmar identidades parciales. Esto no implica que no podamos intervenir con propuestas programáticas en los espacios en los que lo consideremos necesario, sino que anteponemos siempre la construcción colectiva de las mismas. Este punto lo vemos como imprescindible para desburocratizar la política y avanzar en la politización de la facultad.”

7 La organización aporta a los individuos capacidades de planificación, de análisis y de discusión, que son tan básicas como fundamentales.

8 No en vano es el anarquismo social el que protagoniza el leve resurgir del anarquismo en Latinoamérica, a pesar de no estar por fuera (¿quién podría estarlo?) del panorama general de la izquierda. Al respecto, es útil citar un texto de la Fundación Pierre Besnard sobre la FARJ brasilera: “El anarquismo social, muy diferente de este anarquismo de comportamiento o de estilo de vida que solemos ver, preconiza un regreso organizado a las luchas populares, estimulando la presencia anarquista junto a los oprimidos, en busca de la emancipación económica y de la libertad. El anarquismo social, en este sentido, no debe ser entendido como algo nuevo, innovador. A pesar de que el anarquismo ha perdido, con el tiempo, ese lado social, este anarquismo busca el regreso de los anarquistas a una actuación social más profunda y comprometida con los trabajadores y, principalmente, con los marginados de la sociedad, como los sin-techo, los sin-tierra, los indígenas, etc. Las contradicciones del capitalismo son más explícitas en la actuación social. De esta forma, en la propia acción concreta y cotidiana del militante, éste podrá desarrollar el sentido crítico y asociar la acumulación teórica que aprendió en sus lecturas con las necesidades contemporáneas de transformación. Una vez que entendemos el anarquismo como algo vivo y vivido no es posible ser libertario sin, en posesión de los medios necesarios y trabajos concretos, definir posiciones e implementar políticas claras para el combate contra el capitalismo.” Ocupaciones urbanas, la práctica del anarquismo social en Río de Janeiro, disponible en http://www.fondation-besnard.org/article.php3?id_article=433

9 Aunque útiles para analizar la realidad y ver cómo actuar, hablar de táctica y estrategia, como todo concepto, presenta sus problemas. Es claro que pensar la sociedad como un partido de fútbol o como una guerra, es volver a la vieja noción del poder como un lugar, donde el capital es un sujeto que enfrentamos y no una relación que nos sostiene. Toda la variedad de conceptos instrumentales que existen pueden ser necesarios, pero seguro no son suficientes para dar cuenta de la transformación social a la que aspiramos.

10 Para que el problema de las jerarquías se pueda hacer visible hacen falta conceptos -como el de anarquía- antagónicos al de estado, que den cuenta de la contingencia de este tipo de relaciones sociales. Al respecto es interesante el debate ocurrido dentro del anarquismo: “En la Primera Internacional, los colectivistas, cuyo portavoz era Bakunin, llegaron a admitir, como sinónimos de la expresión “colectividad social”, las expresiones siguientes: Estado regenerado, nuevo Estado revolucionario y hasta Estado socialista. Pero bien pronto los anarquistas se percataron de que para ellos era arriesgado emplear la misma palabra que los “autoritarios”, aunque le dieran un sentido completamente distinto. Arribaron a la conclusión de que un nuevo concepto exigía una nueva denominación y que el uso del vocablo tradicional podría acarrear peligrosos equívocos; en consecuencia, dejaron de designar con el nombre de Estado a la colectividad social del porvenir.” Guérin, D., El anarquismo, p. 90.

fuente: http://saludyrs.noblogs.org/

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Respuesta
Por (reenvio) Ismael Yamel - Monday, Dec. 03, 2012 at 7:23 PM

Me gustó el escrito que propone el compañero Raúl Guinnard, y respetuosamente quiero sumar mi opinión.
La reflexión crítica no es un problema para quien carece de ella, sino para el observador.
Efectivamente, la teoría política es reflexión cotidiana solo para quienes ejercitan el pensar/hacer como práctica, pues cuentan con la constatación inmediata, y solo después de la praxis se acepta aquella como un hecho, aún cuando desde el campo teórico se vea este hecho como una aberración intelectual. La salvedad es que las teorías tienen mucho que decir antes de ser corroboradas.

Es un error pensar que no se discute sobre teoría política en el campo de la militancia porque no se posee curiosidad por la reflexión crítica. Justamente al revés, dicha militancia construye posteriormente su teoría histórica y ambos caminos son válidos, es decir, después del grato ejercicio que llamamos ensayo/error. Por supuesto, no debemos confundir la necesidad movilizante con la elaboración teórica. Una vez dicho esto, deberíamos abocarnos a discernir el término “militancia” y su relatividad con los hacedores de esta neo realidad no militante. Preguntémonos: ¿militantes de qué? No es casual la observación posterior del autor, en su alusión a los especializados en temáticas determinadas, pero desconectados de la realidad social (a propósito, tengo un amigo que dice sabiamente: -La realidad es la verdad del rey: el rey dice “ordeno que esta sea la verdad”.- luego sonríe).

Uno de los peligros de la auto-crítica grupal es la natural decrecencia del grupo -como efectivamente ocurre-, pues depende para sobrevivir del número de integrantes. Y esto se debe a que la auto-crítica genera acotamientos y restricciones. El otro peligro, el usual, es el de su conversión en secta, aún cuando no se perciba el momento exacto del evento.

En cuanto a la consigna, en casi toda ocasión es un requisito meramente aglutinante, no destinado a la integración sino a la polarización del grupo, esto visto en el repentino fluir de los movimientos básicamente coyunturales sin continuidad ideológica, que sólo responden a la agenda sistémica, contestatarios o reaccionarios.
Un militante critica a la sociedad, primero por no militar como él, porque lo considera antagónico, y luego porque desde su crítica se sitúa fuera, excluyéndose por ende.

Las organizaciones que no han desarrollado una teoría política para explicarse a sí mismas o para explicarse hacia afuera, no necesariamente son capturadas por el capital, el estado o la izquierda, sino que la coyuntura o el evento que las puso en las calles explica puntualmente su presencia ahí, son su razón de ser, son las que modifican el rumbo de aquellos a partir de su negatividad. Luego, por supuesto, se disuelven, hasta que recomienza el ciclo. Es decir, la sociedad en su conjunto, en tanto estado-referencial, delega a partir de cada evento social más funciones verticales, de modo que es antinatural pensar a esta sociedad o a una parte de ella como una expresión horizontal, habida cuenta de una cultura vertical multi-centenaria. La horizontalidad, por ahora, está reservada a pequeños y muy determinados grupos temporarios.
No es etiquetando de individualista o ghetario al crítico como se aporta a un pensamiento colectivo.

Ya el argumento dado está plenamente a la defensiva, máxime cuando se esgrime aquello que abandonamos por obsoleto y trágico: “táctica, estrategia”, cuando vemos la construcción socio/temporal de la actualidad que tiene una notable tendencia a la autonomía en desmedro de las connotaciones que acarrea una supuesta “organización”, que -por supuesto- es imprescindible, pero el colectivo exige que sea auto-gestiva. Alguien dijo “no hay peor fascista que un burgués asustado”, y la sociedad pos-moderna consumista reafirma a cada minuto el aserto. Entonces: ¿desde qué panorámica visión alguien puede adjetivar de individualista o utópico a quien repiense su función social bajo nuevas normas, normas propias? ¿Porqué tan poco esfuerzo en evaluar nuestra ignorancia a la hora de definir esta sociedad que está poniendo al mundo de cabeza en la última década, como no ocurrió nunca antes? Y además digo en defensa de la autonomía que cuando se socialice terminará su ciclo.

No hemos importado tendencias de Europa. Somos una emergencia hacia el mundo. América latina exporta tendencias a un mundo que considera a esta región como una levadura de innovación político/social. Pruebas: Que se vayan todos, Movimiento asambleario, fábricas recuperadas, casas y terrenos tomados, ferias, comercio justo, movimientos de desocupados, estudiantes en asamblea discutiendo las currículas, hasta militares deliberando en asamblea, vecinos de los barrios cortando calles por cualquier motivo, infinidad de “ingenuos”, que construyen el otro mundo posible sin esperar a las masas; y lo valioso es la ausencia del dirigente, y que ya no va a ocurrir a través de la lógica del poder un posible cambio. Y si bien son unos pocos, marcan una tendencia.

Repito: cuando la autonomía se organice, dejará de ser autonomía. Está muy buena la idea de leer y discutir autores, pero no bajo la premisa de recibir adoctrinamiento de ellos, sino desde la proyección de esa dispersión que se critica, valorando que ese es precisamente el valor del pensamiento autonomista: dispersando, colectivizando. Juntos en la multiplicidad, en la variedad, y no amontonados en la uniformidad. La sociedad lee, no libros, no autores, más lee. Lee su tiempo, interpreta sus propios dilemas, niega, convulsiona. Luego, hastiada, entra en períodos de crisis, lo que llamamos coyuntura. Entonces actúa, depone, re-acomoda. Y el poder se re-posiciona, extrae, roba, mata, y vuelta a empezar. Esto no implica cruzarse de brazos e irse a casa, sino que debemos incluir esa mirada en nuestro análisis.

No se genera conciencia como un vegetal: esta es producto de una cultura general que incluye a nuestros padres y abuelos, a nuestros maestros, a nuestros bienes de consumo. La conciencia parte de nuestras necesidades y nuestros saberes y haceres, de nuestra mutualidad, de nosotros y los otros. No es algo que se crea a partir de una consigna u objetivo, sino de cómo resolvemos la dificultad diaria. No es a través de prácticas militantes, masivas, combativas y verticales como se construye la horizontalidad, sino al revés, dejando fluir libremente la idea base, la palabra base, el individuo base. No se trata de incorporar tropa a un ejército disciplinado que siga a tal o cual autor, sino de escuchar el silencio de los que no hablan. Hay pocas organizaciones autonomistas en el mundo que no tengan al Estado como referencia. Precisamente, el único espacio posible donde se pueda construir anti-capitalismo es fuera de la sociedad capitalista, pues llegó ahí por propia determinación, y sino, probemos a quitarle una mínima parte de su capital (corralito).

Es algo contradictorio el texto, que por un lado critica, y por el otro propone lo mismo que critica. O acaso es un texto escrito en forma colectiva? Abunda en “hayquismo” cada pocos párrafos; cita a Deleuze definiendo Anarquía y Unidad, y a continuación rompe con ello, casi negando la importancia del individuo en el flujo del pensar/hacer colectivo.

Todos los sujetos sociales -obreros, mineros, campesinos-, fueron un emergente económico cultural, necesario para construir su tiempo, con características particulares justificándolas. Y las características sociales de cada uno de ellos también fueron parte de su tiempo. Pero ¿es que no se ve en el mundo en crisis de hoy la negación de la lucha clasista?, ¿es que no se ve el tremendo esfuerzo por suplantar al estado, al capital, al patrón, de toda esa humanidad en lucha?, ¿es que no se ve al mundo de las finanzas temeroso y aterrorizado por esa gente extraña en la Plaza del sol, en Libia, en Marruecos, en Grecia, en el mismo EUA?, ¿es que no se aprendió nada de la profunda herida que nos causó la militancia?
Pregunto irresponsablemente: ¿militantes de qué? ¿Queremos hacer un mundo distinto e insistimos haciendo siempre lo mismo? Todas las variantes del pensamiento colectivo, hoy están en las calles, la han ganado, mal que les pese a los pensadores, sean de izquierda o populistas. Y eso debe alegrarnos, porque la sociedad a la cual pertenecemos superó las expectativas de los más encumbrados genios teóricos del siglo pasado.

No termino de comprender a qué se llama un proyecto político factible, salvo que no se interprete a las Plazas en movimiento. Si no comprendemos que hacen ahí, somos nosotros y no la mayoría quienes deberíamos interpelarnos. Términos como “márgenes del capitalismo”, “isla del anticapitalismo”, “interpelar a las mayorías”, “trabajo social”, dentro de un escrito Autonomista, son incongruentes: quizás el plano social y el plano político sean semejantes: ¿cómo vamos a construir algo diferente dentro del Capitalismo?, ¿re-significando la lógica de una política de masas, asfixiando al individuo, evitando pensar distinto?

Malas noticias: el Capitalismo llegó para quedarse, y cuenta con nosotros para eso. Lo hacemos nosotros. La única forma posible de salir de él es abandonándolo, desnutriéndolo, des-militándolo.

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