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A puertas abiertas. Centro de Integración Monteagudo
Por (reenvio) María Sol Wasylyk Fedyszak - Saturday, Oct. 06, 2012 at 4:31 PM

MONTEAGUDO 435. Ubicado en el barrio de Parque Patricios, el centro está a cargo de la organización Proyecto 7 desde abril de 2011.

La primera vez que llegué a Katmandú, capital de Nepal, fue en los 70. Katmandú quiere decir «ciudad de madera». Todas las casas eran con techo pagoda, de madera tallada, una cosa maravillosa, los techos eran verdes, y en los bordes colgaban campanitas que se movían con el viento. Las calles eran de piedra negra pulida, y en el fondo, el palacio real. Una visión increíble», cuenta el Tano, como le dicen sus compañeros. A los 18 años decidió que quería viajar por el mundo y lo hizo. Vivió 5 años en la India, 4 en EE.UU., 4 en España, otro tanto en Alaska. Unos años atrás llegó a la Argentina, se dedicó a dar clases de filosofía comparada en la UBA.

Con la crisis y el recorte presupuestario se quedó sin trabajo. Después vino la separación de su mujer. «En el 2000 me atrapó el corralito y ahí vino la debacle». Se quedó sin lugar donde vivir. Hace 10 meses llegó al Centro de Integración Monteagudo. «Por suerte acá estoy recuperándome del shock». El Tano no es el único, desde el Monteagudo estipulan que hay 15.000 personas en la misma situación, entre cartoneros, los alojados en paradores y hogares, hoteles y los afectados por desalojos, aunque las cifras oficiales ronden las 800 personas.

En el Monteagudo, un hogar para gente en situación de calle ubicado en el barrio porteño de Parque Patricios, viven 115 hombres. Aunque el centro data de mucho tiempo antes, fue en abril de 2011 cuando quedó a cargo de Proyecto 7, una organización de base cuyos integrantes eran gente que había estado en situación de calle. Eso le puso otra impronta al trabajo. Uno de ellos, Horacio Ávila, hoy es su director. «Este es el primer lugar del mundo organizado por la gente que lo habita», cuenta. «Con el tiempo, nuestra voz como organización fue teniendo peso, en un momento hubo un relevamiento del juez Gallardo en lugares de este tipo y uno de los más cuestionados era este, de 35 que hay en la ciudad, y nos preguntaron si nos queríamos hacer cargo. Aceptamos, y cuando llegamos había mucha expectativa. Había 40 personas en un lugar para 100, o sea, estaba muy desaprovechado y un muchacho me preguntó: ¿se viene la dictadura o la democracia?, y le dije que lo íbamos a decidir entre todos, y eso le llamó la atención. Así arrancamos».

El Monteagudo no es solamente una cama o un techo para quienes lo necesitan. En el centro se trabaja con algunas ideas que rigen el quehacer cotidiano: respeto, dignidad, derechos y, fundamentalmente, consenso. También hay mucha libertad y se trata de que cada uno respete las ideas de los otros. «Acá hay desde un chico de 18 años hasta un abuelo de 77. Hay que hacerle entender a un abuelo que un pibe que es paquero no es culpable, que hay que ayudarlo y decirle al pibe que se nutra de las experiencias del abuelo. Acá, si alguien viene alcoholizado, no lo echamos, lo acompañamos a la cama, hacemos que se duche y al otro día vemos cómo lo resolvemos. Nosotros entendemos, no justificamos, pero sin entendimiento terminamos siendo expulsados, y eso a nadie le gusta, y ninguno de nosotros puede tirar la primera piedra. A todos siempre nos gustaría que nos den otra oportunidad».

Todos los encargados del Monteagudo viven en el lugar. «Acá hay cursos y talleres de distinto tipo y tratamos de articular actividades con otras organizaciones. Ahora arrancamos con un plan de la Nación para terminar la secundaria. Yo aprovecharé para terminar la mía», cuenta Horacio. En el centro «hay compañeros con discapacidad psiquiátrica y tratamos de que estén lo mejor posible, entendiendo que esto no es un neuropsiquiátrico. Tampoco somos un hogar de tercera edad ni de adicciones pero cotidianamente trabajamos con eso».

La historia de Daniel

«Mi situación de calle comienza con una separación, en junio de 2011. Me fui del hogar, me fui a una plaza de Monserrat, estuve 20 días y ahí conocí a Horacio en una fiesta del Día del Niño. Me lo presentó un amigo que vivía acá. Ya hace un año que estoy», cuenta Daniel. La historia se repite. Estaba sin trabajo, hacía changas. «Siempre trabajé en hogares, comedores, viendo que otros pasaban por esta situación pero nunca me había pasado a mí. Vengo de estar bien económicamente, tuve un par de negocios que hice mal, estuve cinco años detenido por eso y perdí todo, perdí una casa, la familia, a mis 4 hijos, después los recuperé». Daniel ahora es uno de los encargados del hogar.

La organización es diferente a la de otros hogares que conoció: «Tenías que salir a las 7 de la mañana y volvías a las 5 de la tarde pero no podías conseguir trabajo fijo porque no te dejaban entrar después de las 7 u 8 y por eso no podías laburar de noche, como acá. En la mayoría de esos lugares podés estar 15 días, un mes, a lo sumo 3 meses», dice.

«Es muy difícil hablar de políticas de integración cuando ves solamente a la gente de noche, y a la mañana todos se tienen que ir, por eso la ley habla de lugares de 24 horas los 365 días», agrega Horacio. La ley a la que hace referencia es la 3.706, de Protección y Garantía Integral de los Derechos de las Personas en Situación de Calle, que emerge también del trabajo de Proyecto 7 como de otras organizaciones y personas comprometidas con la temática y que enumera una serie de deberes del Estado. Fue aprobada en diciembre de 2010, pero aún no está reglamentada.

En el Monteagudo trabajan 8 profesionales: trabajadores sociales, psicólogos, talleristas y dos médicas. El objetivo del centro es poder ver más allá de la urgencia o de la emergencia de la situación y hacer un proceso de fortalecimiento de las personas que llegan. «Somos conscientes de que estos lugares no son la solución, que la solución es romper con el entramado asistencialista, que estanca y aísla, y generar verdaderas políticas de vivienda» señala Horacio.

Voz y voto

Nunca es tarde es una publicación que lleva como título una especie de lema que rige la vida de muchos de estos hombres. En la revista se vuelca el trabajo que se hace en los talleres de periodismo, fotografía estenopeica, lectura, historia y dibujo. Allí pueden leerse muy buenos textos de quienes viven en el hogar, sus sentires, sus historias, hasta chistes. El Tano también escribe. «En la revista cada uno escribe lo que quiere, no está obligado a cumplir una línea establecida. Hay libertad de expresión», dice, y uno entiende que volver a tener voz no es poca cosa. Los tres números que lleva publicados la revista se financiaron gracias a dos peñas que organizó la gente del centro y están buscando más colaboración. «Uno acá es libre de hablar, de ver qué no está bien, de hablar en las asambleas. En otros lugares no hay manera de expresar una opinión». Las asambleas son los viernes y ayudaron a mejorar la convivencia. Además de los talleres, también se pueden aprender oficios, como zapatería y serigrafía.

Muchas de las personas que atraviesan la situación de calle cuentan con un subsidio habitacional. «Es el decreto 690, sancionado por Jorge Telerman, producto de una huelga de hambre que hicimos durante 9 días en Plaza de Mayo. Hasta ese momento no había nada, el Estado pagaba a los hoteleros, y allí iban familias, pero no había nada para personas solas. Hoy lo cobran 8.000 y pico de personas. El subsidio es por seis meses, que pueden extenderse 4 más después de una evaluación. Ahora las personas pueden elegir dónde vivir. Lo que no es acorde es la cifra. El máximo es de 1.200 pesos y hoy un hotel para una familia no baja de los 1.800 pesos. Habría que hacer una reevaluación» señala Horacio.

En tránsito

«¿Cómo llegué acá? Mal. Así te lo digo, estaba muy mal. Yo había pasado casi 14 años en la calle, durmiendo en la calle, comiendo de la basura. Acá me trajo un amigo, yo no quería venir, es que había pasado por tantos lugares en los que no te dejan vivir ni progresar, y llegué acá re-dado vuelta. Un día fui al comedor y veo entrar a una persona que empieza a hablar, yo no sabía quién era, y uno me dijo que el que hablaba era el director. Mucho de lo que dijo me cayó muy interesante, me fui a acostar y dije: me voy a dar una oportunidad. Lo que veía era que se preocupaba por la gente. Después me dijeron que él también había estado en la calle y me di cuenta de que me podía entender. Creo que los primeros meses lo volví loco a Horacio, porque dejar de consumir cocaína después de 30 años te cambia todo, todos los impulsos. Una vez me encontró al lado de un supermercado chino, dado vuelta, con un litro de whisky encima, y me rescató. Eso fue clave para empezar a cambiar, en otros lugares te ven así y te dicen que no podés estar más», cuenta Fabio.

De la mano de eso llegaron otras sorpresas. Retomó el contacto con su hija, más tarde nació su primer nieto. «Este lugar me sirvió para acomodarme. Yo estaba peleado con el sistema, no me importaba ni a mí mismo. ¿Sabés lo que fue pasar las abstinencias acá adentro?, los compañeros me acompañaban, me controlaban igual que los profesionales».

Fabio también llegó a la calle después de haber perdido su trabajo y de la crisis de fines de los 90. Hoy trabaja en el Monteagudo, se encarga de mantener los baños y antes de eso aprendió zapatería.
Horacio sostiene que la idea del Monteagudo es que sea un lugar de tránsito. «Acá hay que fortalecerse para recuperar cosas, trabajar y después hay que seguir, porque irse significa recuperar la propia vida». En eso andan. El Tano está armando un curso de filosofía y meditación oriental con lo que aprendió durante sus viajes y vivencias en otros países. Daniel y Fabio están viendo la posibilidad de alquilar su lugar propio y seguir trabajando en el Monteagudo, dando una mano. Horacio, con orgullo, recuerda que en el año y pico de funcionamiento del hogar hubo 39 personas que se fueron: «Llegaron con problemas complicados e hicieron un proceso y están mejor».

Para quienes quieren colaborar, Horacio recuerda que en el centro necesitan ropa, calzado, artículos de librería para los talleres, algunas computadoras, elementos de higiene personal y también financiamiento para la revista. Para él, es fundamental mencionar que cualquier persona puede estar en situación de calle. Hay que tomar conciencia de ello, como sociedad no nos podemos acostumbrar a ver personas en la calle, abuelos, pibes. No hay que tenerle miedo a quien está en la calle. Acercarse es sumamente importante, así sea para cruzar dos palabras y después ver si se puede hacer otra cosa».

fuente http://www.acciondigital.com.ar/01-10-12/pais.html#sociedad

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