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Estados Unidos: Perder pie en Afganistán
Por Ashley Smith - Tuesday, Oct. 23, 2012 at 1:19 PM

22/10/12

Estados Unidos: Perd...
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Ya en su undécimo año, la ocupación de Afganistán por los Estados Unidos va de crisis en crisis. El gobierno de los EEUU ha gastado cerca de 600,000 millones de dólares en la guerra y aun así la insurgencia talibán permanece incólume. Las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas, que están siendo entrenadas por los EEUU, desprecian a sus caciques. En una oleada de “ataques verde-contra-azul”, los soldados afganos han matado 51 soldados estadounidenses en lo que llevamos de año.  Además los civiles afganos continúan padeciendo extrema pobreza, lo que desmiente el pretendido éxito de la reconstrucción del país.

Esta es ahora claramente la guerra de Obama. Fue una guerra que prometió, como candidato a la presidencia en 2008, con el fin de ganar votos: y ha sido fiel a tal promesa como presidente. El hombre a quien millones de personas votaron porque parecía ser la opción antiguerra en 2008 es ahora responsable de una ocupación que está fracasando sin paliativos.

La guerra de Afganistán comenzó durante la presidencia de George Bush. Los EEUU invadieron y ocuparon Afganistán tras los ataques de al-Qaeda el 11 de septiembre de 2001. La administración Bush esperaba cumplir distintos objetivos mediante la llamada “guerra contra el terrorismo”. Su objetivo era destruir a al-Qaeda, derrocar el régimen talibán que gobernaba Afganistán y construir un estado cliente.

Con ello, Bush y su administración neoconservadora esperaban asegurarse bases en toda Asia Central, de forma que los EEUU, y no Rusia o China, pudieran condicionar la explotación de las reservas de petróleo y gas natural del mar Caspio y las rutas de oleoductos y gaseoductos que los transportan. Finalmente, Bush quería utilizar la guerra de Afganistán como trampolín para provocar una serie de cambios de régimen desde Iraq hasta Irán y Siria, y así asegurar el completo dominio de los EEUU en todo el Oriente Medio.

La resistencia iraquí que siguió a la invasión de Iraq en 2003 hizo estallar estas fantasías imperiales. El veredicto del Gral. William Odom sobre Iraq era correcto; había sido el mayor desastre estratégico de la historia de los EEUU. Los pasos en falso de Bush en el país pusieron en peligro el poder estadounidense en el Medio Oriente y socavaron su capacidad para dominar el planeta.

Barack Obama prometió que pondría fin a lo que llamó una “guerra de elección” en Iraq y continuar con lo que calificó de una “guerra de necesidad” contra al-Qaeda y los talibanes en Afganistán. 

Tras un extenso informe de estrategia en 2009, Obama optó por imitar la invasión de Bush en Iraq con una propia en Afganistán. Adoptó la estrategia de contrainsurgencia defendida por el Gral. David Petraeus y diseñada para expulsar a los rebeldes, desplegar las tropas estadounidenses entre la población ocupada y ganarse sus corazones y sus mentes. Para ello, Obama sumó 33.000 soldados a los 68.000 estadounidenses y 40.000 de la OTAN que ya se encontraban en el país.

Sin embargo no implementó la estrategia contrainsurgente consistentemente. Antes bien, la combinó con otra “contraterrorista” basada en asaltos y bombardeos teledirigidos con el fin de acabar con los operativos talibanes y de al-Qaeda.

Para llevar a cabo este trabajo, Obama necesitaba la cooperación de Paquistán para endurecer la presión sobre los aliados de los talibanes en la frontera con Afganistán. Al darse cuenta de que Paquistán no estaba dispuesto a seguir la estrategia estadounidense, Obama lanzó una campaña masiva de bombardeos teledirigidos contra algunos objetivos en este país.

Al mismo tiempo, Obama prometió una campaña de reconstrucción nacional en Afganistán. Se comprometió a lanzar una “ofensiva civil” de expertos con el fin de ayudar a Afganistán a desarrollar su economía y mejorar las condiciones de la mayoría de campesinos desesperadamente pobre del país, especialmente de las mujeres.

Basándose en los ansiados éxitos militares y económicos, la administración planeó impulsar al estado cliente afgano bajo la presidencia de Hamid Karzai. Después, prometió Obama, retiraría de la zona a las tropas adicionales en 2012 y el resto de tropas de combate en 2014.

Con cada nueva medida Obama fracasó en su intento de asegurar los objetivos imperiales de Washington en Afganistán. Además ahora, pese a haber completado la retirada de 33.000 soldados de las tropas adicionales, los EEUU se enfrentan a un segundo desastre estratégico en su “guerra contra el terrorismo”. En una crítica a la ayuda de Obama para el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, el investigador Gilles Dorronsoro concluye: “al final, la retirada es el resultado de una estrategia fracasada y la coalición deja tras de sí una situación que, en algunos aspectos, es mucho peor de lo que era antes del 2001”.

¿Qué salió mal? 

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Pese a todo el despliegue, la estrategia de contrainsurgencia de Petraeus demostró ser un fracaso miserable en Afganistán. Al reconocer que el envio de tropas adicionales los arrollaría y sobrepasaría en potencia de fuego, los guerrilleros afganos renunciaron al control físico de muchos de sus pueblos y recurrieron a la clásica estrategia de guerrillas. Organizaron una serie de ataques relámpago contra las bases estadounidenses, emplearon dispositivos de explosión improvisados contra los convoyes de los EEUU y amenazaron o asesinaron a aquellos afganos que colaboraran con sus fuerzas armadas.

Como resultado, en vez de “pacificar” Afganistán en los últimos tres años, la contrainsurgencia ha conducido a un drástico incremento de la violencia y la muerte, recayendo el mayor número de víctimas en civiles afganos. Tal y como documentaron los analistas David Cortwright y Kristin Wall, por ejemplo, en un informe de la Universidad de Notre Dame:

[E]l número total de muertes civiles registradas en 2011 fue el más alto con 3.021, un incremento del 8 % desde 2010 y un incremento del 25 % desde 2009.

 

Las muertes causadas por los talibanes aumentaron en un 14 % llegando hasta 2.332. Ha sido el quinto año consecutivo de incremento de muertes civiles.

 

No resulta sorprendente que el número de víctimas estadounidenses también se haya elevado dramáticamente. Como informa el New York Times: “Pasaron casi nueve años hasta que las fuerzas estadounidenses sufrieron su primer millar de bajas mortales en la guerra. El segundo millar llegó justo 27 meses después, como resultado de la intensidad de la lucha provocada por la decisión del presidente Obama de enviar 33.000 soldados adicionales a Afganistán.

Los EEUU han sido incapaces de aplastar a los talibanes u obligarlos a doblegarse a los términos de Washington. Los talibanes han mantenido sus bastiones en las regiones fronterizas con Paquistán, han conservado su infraestructura clandestina en el sur de Afganistán y, de hecho, han ampliado su presencia en el norte y este, donde no tienen que enfrentarse a las tropas enemigas.

Al darse cuenta de que la contrainsurgencia no estaba funcionando, la administración Obama se ha consagrado cada vez más a la estrategia “contraterrorista”.

Los EEUU han lanzado una campaña masiva de asaltos nocturnos para acabar con   posibles militantes sospechosos y de bombardeos teledirigidos para matar a sus oponentes tanto en Afganistán como en Paquistán. Al amontonarse las víctimas civiles, las fuerzas estadounidenses han acabado matando, más que ganándose, los corazones y las mentes de los afganos.

Los asaltos nocturnos alienaron por completo a la población afgana. Fundándose en informaciones de una inteligencia poco fidedigna, las fuerzas estadounidenses con frecuencia invadieron hogares de civiles inocentes, matando a sus habitantes o manteniéndolos detenidos durante períodos más o menos largos en la prisión de la Base Aérea de Bagram, el Abu Ghraib de Afganistán.

La ofensiva contraterrorista condujo inevitablemente a abusos y atrocidades. Algunos –como la masacre por parte del Sg. Robert Bale de 17 mujeres y niños, o las revelaciones de soldados que habían quemado ejemplares del Corán en Bagram u orinado sobre guerrilleros talibanes muertos tras bombardeos– han figurado en muchos titulares. Sin embargo existen muchos más casos de abusos sufridos por civiles afganos en el día a día que no han sido registrados.

La campaña de bombardeos teledirigidos ha acabado también con la vida de un número de civiles no revelado. Por ejemplo, en septiembre, un bombardeo supuestamente dirigido contra insurgentes en la provincia Laghman de Afganistán mató a ocho mujeres que estaban llevando a cabo la tarea altamente subversiva de recoger leña.

Nadie conoce con certeza el número de víctimas civiles, pero ciertamente son muchas más de las que admite la administración Obama. El reportero de izquierdas Gareth Porter informa que la administración mantiene desde 2009 la política de “considerar automáticamente a cualquier hombre en edad militar muerto por un bombardeo teledirigido como ‘militante’, a no ser que la inteligencia demuestre lo contrario”. Basándose en dos estudios extensivos recientes que re-evalúan las víctimas por bombardeos, Porter estima que una cifra cercana al 74% de los muertos fueron civiles inocentes.

Como arguye Dorronsoro: 

Las operaciones de contraterrorismo son una fuente –probablemente la más importante– del sentimiento anti-estadounidense en la región. Cualquiera que sea el nivel real de pérdidas civiles provocadas durante la operación, la percepción general es claramente de que es son atentados indiscriminados contra la población. Esto resulta importante puesto que tal sentimiento facilita el reclutamiento de los movimientos yihadistas, y hasta cierto punto, paraliza al gobierno paquistaní.

El Centro de Investigaciones Pew encontró que tras tres años de incesantes bombardeos teledirigidos, el 74 por ciento de los paquistanís consideran ahora que los EEUU son un enemigo de la nación. El estado paquistaní ha empleado su oposición pública a los EEUU para evitar una campaña contra los talibanes, a quienes ve como un aliado en su lucha contra su rival en la región: la India. Por tanto, pese a la ofensiva, los talibanes aún conservan unos 50.000 guerrilleros leales preparados para combatir en Afganistán.

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La ofensiva debía supuestamente allanar el terreno para un programa de desarrollo masivo y la llamada “ofensiva civil” de expertos para ayudar a reconstruir el asolado país. En su cáustico último libro sobre la ofensiva, Little America: The War Within the War for Afghanistan (La Pequeña América: Una Guerra dentro de la Guerra por Afganistán), el periodista del Washington Post Rajiv Chandrasekaran muestra que el programa de reconstrucción de Obama ha sido un desastre, dejando tras si un Afganistán ligeramente mejor que cuando se encontraba bajo el dominio talibán.

En primer lugar, el personal civil y militar que supervisó gran parte del llamado desarrollo impuso desde arriba proyectos que no tenían mucho sentido en las condiciones de Afganistán. Su primer objetivo fue hacer que los campesinos afganos cambiaran sus cultivos de amapola, los cuales proporcionaban más del 90% del opio mundial, por otro tipo de cultivos. Este objetivo fracasó por completo –producto de la ignorancia de Washington y del prejuicio neoliberal en contra de que el estado se involucrara en la economía.

En un ejemplo absurdo, Chandrasekaran describe un intento desastroso de que los campesinos cambiaran las amapolas por sandías y otros cultivos perecederos:

 [T]odos esos melones y vegetales que los campesinos cultivaban… debían ser transportados a los mercados antes de echarse a perder. Sin embargo la mayoría de los campesinos no poseían camiones. Tenían que alquilar o pedir prestados tractores y carros –de cualquier lugar disponible– y entonces esperar a que en aquellas carreteras de tierra con surcos desde sus campos hasta los bazares las sandías no se convirtieran en zumo.

La Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) descartó el algodón, un cultivo mucho más coherente con la climatología de Afganistán, porque el principal centro de cultivo de algodón del país recibía subsidios por parte del estado afgano y supuestamente el algodón afgano competiría con el estadounidense.

Con el fracaso de los proyectos agrarios, la USAID y el ejército aún debían encontrar una solución al desempleo rural en los bastiones talibanes. Muy frecuentemente y a causa de la desesperación, los desempleados se alistaban como mercenarios talibanes, luchando contra la ocupación únicamente por dinero. Para evitarlo, los EEUU simplemente contrataban a los empleados para trabajos por jornada.

Sin embargo esa solución absorbió el trabajo para otros proyectos de desarrollo vitales. Llegados a cierto punto, informa Chandrakesaran, los profesores dejaron sus escuelas para dedicarse al trabajo por jornadas porque pagaban mejor. El resultado fue que escuelas recien construidas se quedaron vacías y sus profesores acabaron empleados en grupos de trabajo por jornada. Estos trabajos eran temporales y están llegando a su fin –y no han hecho finalmente nada para estimular el desarrollo auto-sostenido.

Los tan celebrados proyectos de infraestructuras, como construcción de carreteras, acabaron siendo concesiones para multinacionales estadounidenses y contratistas de seguridad. Tal y como informa Chandrakesaran, “la seguridad, la gestión y gastos generales aumentaron hasta un 70% del valor de la mayoría de los contratos firmados en 2010. Esto significa que sólo 30 céntimos de cada dólar estaba destinado a ayudar a los afganos”.

El resultado ha sido que las condiciones para los afganos han mejorado, en el mejor de los casos, de forma marginal. Tal y como documenta el cooperante Ian Pounds:

Diez años después de que una plétora de naciones poderosas y ricas tomaran posiciones aquí, Afganistán posee la quinta esperanza de vida más baja del mundo, estimada en 48,6 años, y es uno de los cinco únicos países del mundo en  los que la esperanza de vida de una mujer es menor que la de un hombre. Sólo un 23% de la población tiene acceso periódico al agua potable. Sólo un 24% de los afganos por encima de los 15 años están alfabetizados, siendo el porcentaje mucho menor de mujeres. Uno de cada tres refugiados en el mundo son afganos, sumando un total de más de 3 millones. Existen 1,3 millones de refugiados internos. La producción de opio en Afganistán ha crecido de forma estable, llegando al 92% del suministro mundial.

 

Hace dieciocho meses, Afganistán aún era la segunda nación más pobre del planeta. El índice de pobreza del PNUD sitúa a Afganistán en el puesto más bajo. 9 millones de afganos, o el 36% de su población, vive en absoluta pobreza, y el 37% siguiente ligeramente por encima del umbral.

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Pese a las declaraciones de Bush y de Obama –y, vergonzosamente, de la organización de derechos humanos Amnistía Internacional– la ocupación no ha liberado a las mujeres en modo alguno. Toda la propaganda del mundo no puede disfrazar la realidad de que las mujeres sufren una fuerte opresión, ahora agravada por la ocupación y por el gobierno marioneta establecido por los EEUU.

El único aspecto positivo ha sido la educación. La ocupación ha contribuido a establecer 9.000 escuelas nuevas desde el 2001. Sin embargo, tal y como informa Anna Bakhen en In These Times:

Aunque el número de niñas afganas matriculadas en la escuela aumentó de 5.000 a 2,4 millones, las escuelas sufren ataques con frecuencia, un quinto de las niñas matriculadas nunca acuden a clase y la mayor parte de las restantes dejan los estudios tras el cuarto curso de primaria, bien porque no hay ningún instituto en las cercanías o porque sus padres así se lo ordenan.

En casi cualquier otra categoría las condiciones de las mujeres no han mejorado en absoluto. La sanidad para la mayoría de las mujeres, como para el resto de la población, es pésima. “A pesar de las considerables mejoras”, informa Cortwright and Wall, “la tasa de mortalidad materna sigue estimándose como la segunda peor del mundo junto a Sierra Leona, con un riesgo mucho mayor en las áreas más remotas”.

La violencia sexual contra las mujeres ha empeorado desde la invasión estadounidense hace una década. Cortwright and Wall afirma que el 87,2% de las mujeres han sido víctimas de violencia “incluyendo el matrimonio forzado, crímenes de honor, violaciones y abusos sexuales y físicos. Se estima que el 81% de las mujeres que viven en Afganistán experimentará la violencia doméstica en algún momento de sus vidas”.

Lejos de proteger y mejorar las condiciones de las mujeres, el gobierno de Karzai y el parlamento están repletos de caudillos misóginos. El régimen ha llegado hasta el punto de aprobar una ley que legaliza la violación marital.

Los soldados de las fuerzas de ocupación han empeorado esta ya dramática situación. Como muestra Cortwright and Wall, las fuerzas estadounidenses y de la OTAN han “producido nuevas formas de opresión para muchas mujeres y niñas afganas, quienes han enviudado, han sido desplazadas, mercantilizadas y forzadas al matrimonio como resultado directo o indirecto del conflicto” entre los ocupantes y la insurgencia talibán.

Un grupo de mujeres en la ciudad de Kandahar contaron su experiencia a investigadores británicos: “ahora las condiciones son como en los tiempos de los talibanes para las mujeres. Estamos en la misma situación que entonces. No podemos salir de casa para ganarnos un dinero extra o recibir una educación. La única diferencia es que entonces nuestro honor estaba a salvo, no como ahora”.

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Con el fracaso en todos los frentes de la estrategia de ocupación, los EEUU han servido cada vez más de chivo expiatorio para su propio régimen cliente. Siendo que muchas de las quejas de la administración Obama sobre Karzai son fundadas, los EEUU deberían responder de las fallas del régimen. Washington lo ha erigido y continúa sustentándolo.

Los EEUU escogieron a Karzai como mascarón de proa pastún con el fin de liderar un régimen construido alrededor de muchos caciques a quienes habían apoyado en la guerra contra la ocupación de la URSS en los años ochenta. Estos caciques se desprestigiaron a sí mismos en la guerra civil de los noventa hasta el punto de que amplios sectores de la población afgana abrazaron el régimen talibán cuando éste llegó al poder.

El estado de Karzai es terriblemente corrupto. Sus aliados caciques gobiernan el pueblo mediante la fuerza bruta y manejan todo tipo de negocios ilegales, desde la industria de la heroína hasta la trata de personas. Para muchos, el vil carácter del régimen estuvo ya personificado en el propio hermano de Karzai, Ahmed Wali Karzai, quien, antes de ser asesinado, era ampliamente conocido como uno de los grandes pivotes del negocio de la droga en el país.  

No obstante, los EEUU apoyaron el régimen de Karzai durante las elecciones presidenciales del 2009, que para muchos observadores fueron amañadas. Como arguye Chandrasekaran, la ocupación de los EEUU se enfrentó a una tarea imposible al “intentar persuadir a los pastunes de apostar por el gobierno de Karzai en vez de por la insurgencia. El problema fue que la administración de Karzai era muchas veces más rapaz y corrupta que los talibanes”.

Los EEUU confían en su propio gobierno-marioneta tan poco que han pasado por encima de él y canalizado su ayuda al desarrollo mediante multinacionales estadounidenses, organizaciones no gubernamentales y las Naciones Unidas, todos los cuales han consumido sus fondos, cada uno a su modo, siempre de forma corrupta e inefectiva. Esto tan sólo ha servido para desprestigiar aún más el estado afgano.

El fracaso más claro de la operación de reconstrucción nacional por parte de los EEUU ha sido su inhabilidad para formar unas Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas de confianza. Los EEUU han gastado ya 50.000 millones en estructurarlas y paga 12.000 millones anuales para mantenerlas. Estas sumas resultan enormes para un país cuyo PIB anual es de sólo 20.000 millones.

Las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas no pueden sustentarse por sí mismas: su existencia depende completamente de los EEUU.

Además son absolutamente inefectivas. Como escribe el editor asociado de TomDispatch Nick Turse, “hoy las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas suman más de 343.000 efectivos, pero sólo el 7% de su ejército y el 9% de su policía se encuentran en nivel operativo”. Como escribe Dorronsoro, “el Ejército Nacional Afgano casi nunca abandona sus barracones debido al despliegue masivo de dispositivos explosivos improvisados y a la poca ayuda aérea, la cual será aún más limitada en el futuro”.

Los soldados y la policía no sienten ningún compromiso en su servicio al régimen, excepto el de ganar dinero e imponer la voluntad de los caciques locales. Según Cortwright and Wall, “los abusos policiales incluyen no sólo aceptar sobornos, sino también ejecuciones extrajudiciales, torturas y el arresto arbitrario de civiles desarmados en los pueblos donde se sospecha la presencia de guerrilleros talibanes”.

A pesar de que dependen completamente de los EEEUU, los miembros de las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas recelan de la ocupación estadounidense. Este sentimiento subyace a la ola de los llamados “ataques verde-contra-azul” contra los soldados estadounidenses. Los EEUU admiten que los talibanes fueron responsables de únicamente un 25% de los ataques a las fuerzas estadounidenses: soldados y policías afganos sin filiación llevaron a cabo la mayoría de ellos.

De hecho, los EEUU han llegado a estar tan hartos de las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas que suspendieron su entrenamiento a la policía local, restringieron las patrullas conjuntas a nivel de batallón, y asignaron soldados estadounidenses armados –los llamados Ángeles de la Guarda– a la policía, con autorización de disparar a matar en cualquier interacción entre fuerzas afganas y estadounidenses.

Finalmente, los talibanes han conseguido infiltrarse en gran parte de las fuerzas afganas con el objetivo de provocar ataques, reunir inteligencia y prepararse para su propia e inminente intervención. Como muestra de su creciente poder, los talibanes llevaron a cabo lo que los oficiales estadounidenses han dado en llamar “el mayor y más destructivo ataque en 11 años contra material occidental en la guerra”, cuando un grupo de guerrilleros irrumpió en un campamento estadounidense, mató a 2 marines y destruyó ocho aviones Harrier valorados en más de 200 millones de dólares. 

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La intervención ha resultado un desastre para el imperialismo estadounidense y una catástrofe para la mayor parte de la población afgana. Obama y su campaña de re-elección están pregonando a bombo y platillo el asesinato extrajudicial de Osama bin Laden con el fin de desviar la atención de este enorme revés para el imperialismo estadounidense en Afganistán, en el resto de Asia Central y de forma global.

Los EEUU se vieron forzados a retirar todas sus tropas de combate de Iraq. En Afganistán, está programado que se retire a los 68.000 soldados que quedan a finales del 2014. Los EEUU han perdido su base en Uzbekistán y parece que pueden perder también su base en Kirguizistán. Preocupado por perder el control de la región, Obama ha prometido mantener 20.000 consejeros militares en Afganistán para supervisar a las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afgana, mantener varias bases y equiparlas con un número sin especificar de Fuerzas Especiales que lleven a cabo operaciones de contraterrorismo.

Sin embargo los EEUU se encontrarán en una posición debilitada para contrarrestar el ataque talibán, especialmente en el tradicional bastión de la insurgencia, en el sur del país. Los EEUU dejaron pasar la oportunidad de negociar un acuerdo con los talibanes en plena batalla cuando habría sido mejor poder dictar sus condiciones. Sin embargo los talibanes nunca aceptaron las ofertas porque sabían que los EEUU con el tiempo se retirarían. Ahora con la retirada en marcha, están menos interesados incluso en el diálogo.

Los líderes talibanes se dan perfecta cuenta de su creciente ventaja en una potencial guerra civil en Afganistán. Como relata Dorronsoro:

 

Mientras los talibanes cobran ímpetu, en 2013 y 2014, el régimen afgano se enfrentará simultáneamente a tres crisis: una económica, detonada por la caída de la ayuda de Occidente, una institucional, al arribar el final de la presidencia de Karzai, y una de seguridad, ya que se espera que los talibanes lancen un ataque a principios del verano de 2013. 

Los EEUU no solo están perdiendo pie en Afganistán, sino también sobre los distintos poderes regionales, los cuales tienen sus propios intereses en una potencial nueva guerra civil. Como continúa relatando Doronsoro:

La influencia que los EEUU tienen sobre los distintos actores regionales está en declive; Washington perderá toda su influencia sobre Paquistán en los próximos dos años debido a las necesidades logísticas de la retirada y a la situación militar inestable en Afganistán. Esto redundará en que Afganistán verá allanado el campo de batalla entre los poderes regionales tal y como ocurrió en los años noventa. Hoy, Irán, India y Paquistán patrocinan las distintas fuerzas políticas y pujan en la cada vez mayor competencia por el petróleo afgano.

La “guerra buena” de Obama ha demostrado ser verdaderamente una guerra atroz, y el precio lo ha pagado el pueblo afgano. Éste ha sufrido ya décadas de ocupación soviética, una guerra civil y finalmente la invasión y ocupación estadounidense. Ahora se enfrenta a la perspectiva de otra posible guerra civil impulsada por los EEUU y los demás poderes regionales, y todo sobre las cenizas de su devastado país. 

Ashley Smith es una periodista colaboradora de la revista Socialist Worker, publicada en EE UU 

Traducción para www.sinpermiso.info: Vicente Abella Aranda 

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http://socialistworker.org/print/2012/10/15/losing-their-grip-in-afghanistan

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