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Entrevista al escritor Mariano Dubín
Por Federico Sager -
Wednesday, Nov. 14, 2012 at 9:30 PM
Entrevista al escritor Mariano Dubín
"Los grandes cambios no los va a hacer gente muy pulcra"
Tres libros de poesía, una historia del barrio Ringuelet, cuentos, ensayos y un blog, conforman hasta el momento la singular obra de Mariano Dubín, de 29 años, originario de La Plata y berissense por adopción, docente, poeta y narrador. A principio de año publicó Bardo, buena excusa para entrar en su universo, plagado de negros, indios, crotos, obreros, paraguayos, judíos, putas y malevos. Una verdadera épica de los de abajo en la que el narrador, con el espíritu aventurero que caracteriza a todo buen cronista de época, se enmaraña en ese bardo, asumiendo su condición bardera.
Por Federico Sager
Foto: Federico Sager |
Nadie sale ileso después de chocarse con un Dubín. Sí, un Dubín, no la persona (o el personaje) sino la obra, obra “de autor”. Sí, chocarse o, mejor dicho, golpearse o, más precisamente, ser golpeado con un cross en la mandíbula por una maroma de situaciones, personajes, olores. Como Ismael (“Guantes/1”), como el Morza y el Ruso (“Guantes/2”). ¡Lo que se dice un verdadero bardo!
¿Su bunker? Una típica casa orillera en el medio de Berisso, amplia, patio, parra, parrilla, gata (Chavelita) y conejo (Beto). Vive con Flavia, que le banca su “vida de vago”, como a él le gusta decir. En las paredes del living conviven imágenes de Perón y Evita -“tuneados” con las caras de los dueños de casa-, un afiche de la China de Mao, un corcho con fotos de viajes y estampitas de santos populares y una inmensa biblioteca de aglomerado, hecha a pulmón por Mariano. En ese espacio, cargado de símbolos populares, tiene lugar esta entrevista, mientras Chavelita maúlla, sin sospechar que su maullido está siendo registrado por un grabador que, ya con los mates listos, se enciende y da por comenzada la entrevista.
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Con Bardo se cierra la trilogía Bardos. ¿Cuándo surgió la idea de que fuera una trilogía y cómo la caracterizarías? ¿Qué fue cambiando en cada uno de esos libros?
Creo que la trilogía está íntimamente relacionada al 2001… Yo tendría 18 o 19. Estaba en un momento en que andaba mucho por Tolosa, por la Plaza El Carmen, por El Churrasco, por La Favela, por otros barrios, por acá, por Berisso, el río, Ensenada... Buscando una estética, una palabra nueva, capaz de nombrar todas esas experiencias, estos lugares, que yo sentía que todavía no tenían nombre. Entonces empecé a recolectar materiales, por un lado del tango, la gauchesca, las letras de chamamé... Y, por otro, de la irrupción, que yo la conocí por el 2001 de la cumbia villera, Pibes Chorros, Damas Gratis, Meta Guacha, de un lenguaje que era una nueva lunfa, una nueva forma de nombrar lo que estaba pasando. Y digo el 2001 porque pensé la literatura como una cuestión de disrupción política. Creo que lo disruptivo tiene que ver con una poesía que llega a la gente. Lo popular de un libro o de una estética no lo hace solamente la forma sino cómo uno lo va moviendo y eso es un pensamiento que lo posibilita el 2001, la gente en la calle. Pero es una trilogía, también, porque cuando estoy escribiendo Bardo, al mismo tiempo, me doy cuenta de los límites de una voz. Había llegado al límite de un recurso literario que tampoco me parecía noble repetirlo. Creo que una búsqueda estética tiene que ver con ciertas huellas que uno va armando, entonces ya cuando uno pasó por ahí, hay que tocar. Tiene que haber algo ruidoso hacia el lector. Cuando el lector entiende lo que decís y no lo toma con cierta molestia lo que estás diciendo, con cierta incomodidad, creo que pierde la poesía como transformadora. Creo que ahí la poesía va por el lado de la cultura popular, tiene que ser disruptiva, porque cuando uno la entiende, cuando uno la engloba en un concepto, “eso es poesía social”, pierde eso.
¿Y qué sería lo que unifica a los tres libros?
Creo que la característica principal es la idea de viaje que tienen, de conocer nuestra patria. Tienen un recorrido que comienza, si se quiere, en Tolosa y termina en Berisso, pero en ese recorrido también están los Esteros del Iberá, está la Puna, está el sur... digo como Mayakovski que aprendí geografía con los codos. Y hay una escritura del lugar. Porque hay esa cosa muy metida en la intelectualidad argentina y más en la poesía, que inscribir territorialmente un libro es grasa.
¿Sos grasa? [silencio... risas]
En lo que uno llama grasa muchas veces está lo más profundo de una voz... Los conceptos claros, precisos, que vienen del clasicismo, de la ratio occidental, siempre acá van a chocar, en la cultura latinoamericana, la cultura criolla, la cultura indígena nuestra siempre va a ser grasa, porque es una mezcla. No existe la precisión. No existe la corrección de esos conceptos. Justamente, nuestra cultura inevitablemente está todo el tiempo al borde de... Lo que tiene de positivo lo grasa es que es lo que no pudo ser absorbido por la politesse burguesa, por el artista de la izquierda comprometida. Yo intento buscar esos espacios donde la cultura popular sigue siendo repulsiva y lo grasa es un espacio repulsivo. ¿Qué es lo grasa? Es lo que la clase media no puede absorber como popular. Y es lo que me interesa a mí, porque cuando puede ser absorbido dejó de ser molesto, disruptivo, políticamente interesante.
Foto: Federico Sager |
Leyendo los tres libros se percibe la continuidad de algunos temas pero también cambios en el lenguaje, de uno más “realista” o “descriptivo”, preocupado por la construcción de personajes y situaciones, a otro más “formalista”, atento a la eficacia y a la ironía de las frases. ¿Coincidís con esta caracterización?
Escribir es un viaje que uno se manda sabiendo que todo lo que va a hacer se inscribe en el cuerpo. Lo relaciono mucho a lo chamánico, a una exploración, a una búsqueda de nuestra palabra. Y cuando yo comienzo este viaje, esta búsqueda de lo nuestro, fue una experiencia que, justamente, al atravesar el cuerpo es difícil de procesar, porque es dar un nombre a nuestras culturas... En Argentina se hablan diez, catorce lenguas originarias... Te doy un ejemplo: en Chaco, nunca me voy a olvidar, cuando fui a un torneo de truco en el que había tobas, mocovíes, gringos y criollos, y el idioma neutral para que no hagan trampa era el guaraní. Eso es la frontera de nuestra cultura. Y, por otro lado, nosotros venimos de una educación de pensar que en Argentina bajamos de los barcos. Y es que en Argentina, después de Lugones, que sería uno de los últimos que quiere darle a la Argentina una progenie oligarca, aristocrática, las clases altas descubrieron que no hay mejor relato que el de la inmigración, el relato de la clase media... Es un relato convincente: “logramos todo esto por trabajo, bajamos de los barcos, poblamos la Argentina, somos los colonos”... Y eso es una mentira en todos los sentidos. Étnica, histórica, cultural, etcétera. Entonces, ir al descubrimiento de la otra Argentina es un mambo. Primero porque no es un descubrimiento solamente exterior, ir a los Esteros del Iberá y que el guaraní sea la lengua para conseguir un pedazo de pan. Es un viaje hacia uno, porque hay una parte, que uno tiene, que es “que no se te escape el indio”, que no se te escape tu cultura. Uno tiene contenedores culturales, fortines interiores para controlar toda esa negrada que lleva adentro.
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La razón de mi lima fue algo chamánico, de invocar a eso anterior. A esas voces, esas formas de hablar con los muertos, con lo que no se puede ver. Eso es lo que hace a una cultura, cómo uno dialoga con los que están antes y con los que vienen después, con todo lo que no existe materialmente, con esos dioses. Y Bardo, en cambio, es también buscar los límites. En Bardo lo que intento un poco es bardearme a mí. Yo tampoco soy un héroe de la clase obrera. En La razón de mi lima me presento mucho más pulcro, mucho más impoluto y en Bardo mucho más vil, mucho más humano. Porque, sinceramente, los grandes cambios no los va a hacer gente muy pulcra. Es un poco reírme de muchas cosas de las que levanto en La razón de mi lima, que tiene un tono épico que es difícilmente constatable en mi vida privada. Sí, más vale, la épica del pueblo… Yo no sé si políticamente se puede reivindicar destruir nuevamente Buenos Aires, pero metafóricamente, lo que significó en 1541 que los indios destruyan Buenos Aires, es un símbolo que nos sirve para entender lo que podemos lograr como pueblo. Esa historia: indios y criollos en las grandes ciudades; el Chacho Peñaloza, Felipe Varela; el 17 de octubre y eso fue, también, el 2001: la aparición de los negros, de los indios, de los criollos en el centro de nuestra cultura. Eso siempre va a molestar, porque el centro de la cultura oficial sigue siendo que bajamos de los barcos, que somos italianos o gallegos o polacos.
Hablando de cambios, ¿qué crees que fue cambiando en todos estos años en tu relación con las propias letras, con tu práctica de escritura y con tus modos de leer los libros y el mundo?
En algún momento tuve la estupidez de creer que había que leer todo. Una cosa clasicista, universitaria, un racionalismo extremo... El sueño del académico es tener un puerto USB. Que le bajen un Hegel, un Marx, un Foucault, y tener esa información disponible para poder repetirla y ponerla en un pizarrón. Cada vez me cago más en eso, cada vez me interesa menos tener información, sino leer en el sentido del que el criollo vive en relación a su trabajo: esto sirve, esto no. Leo en relación a una vida, a una experiencia. Me pasó mucho con Lorca, de releerlo ahora estas últimas semanas, y darme cuenta que encontré una huella que me explique, una tradición, que es la de esos poetas que van buscando... Lorca fue por los pueblos andaluces, por las comunidades gitanas, recolectando coplas, canciones, porque él era un cultivador del cante jondo, del verdadero canto ancestral, atávico, del pueblo andaluz (...) que viene desde el mundo árabe. Esa España que nos colonizó que era muy poco occidental. Pero también Atahualpa Yupanqui, que recorrió los pueblos andinos. Esos tipos que van curtiendo su voz, y eso es lo que los hace interesantes, que es una voz que se puede justificar en su cuerpo. No son poetas del soliloquio, poetas de la biblioteca, son poetas que van en busca del pueblo y le devuelven al pueblo una voz nueva.
En tus últimos libros, especialmente en Bardo, hay una presencia muy fuerte del narrador, del “yo” y, en menor medida, del “nosotros”... Pareciera que no hay un “afuera” de la poesía sino que de lo que se trata es de “vivir poéticamente”...
En una entrevista que me hiciste anteriormente conté la anécdota de Isaac Babel con Máximo Gorki, que le dice “viajá para escribir, conocé tu Rusia” (...) Entonces uno está en ese límite: qué es lo que está viviendo y qué es lo que está viviendo para ser escrito... Cuando uno llega a un pueblo perdido de la Puna, como he ido con mi primo jujeño, Ricardo Dubín, un tipo que yo admiro mucho, un discípulo de Rodolfo Kusch, que gracias a él conocí muy bien la Puna, y cuando llegás a esos últimos pueblos, esa búsqueda es la búsqueda de una escritura… Uno vive para contar, y se manda las re macanas. El escritor tiene un margen de macanas... [risas] Tengo una anécdota para explicar esto, que hay gente que me dice “es un asco”. Cuando fui a Iguazú estaba cansado, estaba lleno de gringos, me las quería tomar de ahí y justo me encuentro con un criollo que me lleva a comer con otros criollos y se arma toda una charla sobre zoofilia misionera: las formas de acostarse con una yegua, con una chancha, un día tendría que escribir esos relatos... La cuestión es que uno me dice: vos para conocer tenes que ir para el Río Uruguay, tomate ese camión y en tal kilómetro le decís que te baje, hay un rancho, y ahí caminas y te vas metiendo en el monte y me tira las señas de un par de paisanos. Y yo me fui metiendo en el monte, y me metí tanto en el monte que volví hecho mierda y una gamba se me agusanó. Tuve que sacarme esos gusanos uno por uno, calentando una aguja. Y yo lo encuentro como una metáfora de nuestra tierra.
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Del primero al tercero hubo cambios (saltos) en cuanto a lo estético, a la impresión y la encuadernación. ¿Crees que esos cambios se explican por una necesidad de adecuarse a las exigencias de los circuitos comerciales de distribución?
Sí, el primer libro fue 100% artesanal. Lo que me permite que Bardo tenga todas estas características es poder salir a rodar con el libro de otra manera, eso es lo que me gusta. No hay nada intimista en lo que escribo. Y lo que me permite que el libro sea así es poder ingresar a otros lugares. Un libro cosido como Con los pasos de la mala vida (2006) no lo aceptaban en ninguna librería y mucha gente no te lo agarraba (...). Hoy los libros independientes tienen otras posibilidades. Creo que lo más interesante de los últimos tiempos en la cuestión del mercado editorial es la explosión de pequeñas editoriales que cambiaron al lector. El lector antes no leía si no era de una editorial que tenga cierto nombre (...). Hoy el lector no tiene miedo de buscar, de leer libros de editoriales ignotas.
¿Estás cocinando algún nuevo proyecto literario del que quieras adelantar algo?
Estoy terminando un libro de relatos de la ribera, de esta vida que es muy interesante y muy única que es la de la vida montaraz que hay en Berisso, porque hay gente que vive en el monte, en una ciudad, y ese mundo me parece fascinante, un lugar donde bajan los camalotes con monos y uno, como me pasó el otro día en una escuela, que da al arroyo y al comienzo del monte, ve saltando por las copas de los árboles monos; que no son nativos, y ahora que es invierno se acovachan en las estufas de la escuela… Berisso es una mezcla genial entre Horacio Quiroga y Roberto Arlt, entre el monte y el mundo urbano, el peronismo y el puerto. Y por otro lado tengo terminada una novelita que es una parodia, sobre un country que se construye sobre un cementerio indígena y lo difícil que se le hace a una familia burguesa porque le surgen los fantasmas de los indios y las cloacas empiezan a rebalsar, todo comienza a destruirse... Es una manera de burlarme de este mundo. Uno escribe también para darse pequeñas venganzas.
¿Alguna semejanza con hechos reales?
En realidad toda nuestra cultura está bajo un cementerio indígena. Eso significa no que la cultura indígena está muerta sino en el sentido de que nuestra cultura, nuestras bases culturales son indígenas. Y uno puede decidir si deja salir al indio o no lo deja salir. Yo intento con Bardo que me salga el indio.
DATOS |
Para seguir leyendo a Mariano: Para conseguir Bardo en La Plata: Por Web En Capital Federal:
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