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Casos de contaminación y daños a la salud en Corralito
Por Ecos Córdoba - Sunday, Jan. 20, 2013 at 5:07 PM
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Corralito es un pueblo situado a escasos 100 km de la capital cordobesa, parecido a muchos otros pueblos del sur de la provincia, que han ido siendo cercados cada vez más cerca por los campos de soja y maíz transgénicos, y cuya supervivencia económica hoy depende de esa explotación. A esta realidad, ya preocupante, se suma que en este pueblo de alrededor de veinte manzanas, tres están ocupadas por la Aceitera Genera Deheza, con sus enormes silos para almacenar granos y todo el tratamiento. Esto sin contar la cantidad de silos que se distribuyen en distintas partes de la localidad. No hay ninguna prevención del contacto con agroquímicos en la planificación urbana: barrios recientemente levantados por la municipalidad surgen linderos a los campos, las escuelas, la policía, el dispensario, viviendas literalmente rodeadas por los cultivos.La gran mayoría de la población depende de la producción agropecuaria, directa o indirectamente, con trabajo registrado o absolutamente precario, y todxs lxs vecinxs entrevistadxs coinciden en que, en el pueblo, el poder económico y político de “los gringos” (como llaman a los propietarios de los campos) es enorme, por lo que resulta muy difícil denunciar cualquier consecuencia negativa de esta actividad y el temor a represalias es muy grande.

Nota relacionada: Un pueblo acorralado por los agroquímicos

Silos de AGD en el medio del pueblo de Corralito

Silos de AGD en el medio del pueblo de Corralito

Juan Aberto Goy no es un vecino cualquiera en Corralito. Dueño de un importante archivo documental que ha recopilado durante más de dos décadas, es autor de sendos libros que rescatan la historia de Taco Ralo y de Corralito.

Un día de enero de 2010, Goy llenaba una bañadera para bañar a su pequeña hija, cuando notó que el agua tenía espuma y un fuerte olor. Al meter el brazo, salía cubierto por un líquido aceitoso. Inmediatamente realizó la denuncia frente a la policía y a la Cooperativa de Obras y Servicios Públicos, responsable de la distribución.

Se tomaron muestras que, estudiadas por el Laboratorio Alimento Seguro de la ciudad de Río III, mostraron componentes fenólicos en una proporción diez veces mayor a lo aceptable. La presencia  fue de 0,1 mg por litro, cuando lo permitido es 0,01mg/l. Los fenoles son sustancias orgánicas utilizadas para la elaboración de agroquímicos, entre otros usos. Otra de las conclusiones de la investigación de la Cooperativa fue que la sustancia había ingresado a la red de agua desde alguna conexión domiciliaria.

Goy explica: “Esa agua se contaminó aparentemente porque de noche  venían con la cisterna que utilizan para fumigar, que necesita miles y miles de litros de agua, y para no comprarla ponían la manguera a la noche. Mientras se llenaba, en un par de ocasiones, se cortó el agua y entonces hizo lo inverso, y se volvió todo el agua del tanque a la red”.

El caso era grave, y varixs lxs vecinxs afectadxs por lo que la Cooperativa, aunque en el primer momento intentó negar lo ocurrido, no pudo evitar que trascendiera la información y alertara a la población. Sin embargo, lamenta Goy, “sanción no le aplicaron a nadie, siendo que podían porque sabían que eran cuatro o cinco” quienes realizaban esa práctica.

Goy se muestra preocupado. Durante su relato, va detallando distintas anécdotas y circunstancias en torno a la presencia de agrotóxicos en su localidad, remontándose a los años 60, durante la guerra de Vietnam, cuando en la química de Río III se procesaba el letal agente naranja. Veneno que fue luego reciclado y disuelto para utilizar como insecticida, detalla. “Hace quince años, se abrió en los alrededores de Corralito una cárcava donde encontraron tachos de 200 litros con ese producto, residuo del gas naranja que se había procesado durante tantos años enterrado. Vos pinchabas el tarro y salía una brea negra”.

22 reclamos, 22 silencios

Alberto Goy tiene presentadas ante el municipio 22 notas con diferentes reclamos, ninguna de las relacionadas con los agrotóxicos ha recibido respuesta. En ellas ha ido asentando las innumerables denuncias de irregularidades y peligros. “Al lado de mi casa había un galpón con más medio millón de litros de productos químicos separado por una tapia. Un día se cayó una pila, y el chico que estaba encargado vino corriendo a mi casa a pedir una pala para tapar porque salía el humo del amoníaco”.

En el centro del pueblo, imponente, surgen los silos y las instalaciones de la Aceitera General Deheza, a través de las cuales pasan las vías del ferrocarril “hace poco -comenta Goy-, la municipalidad dijo paren la mano, venían los fumigadores, y fumigaban todo el predio a plena siesta, para matar los yuyos de las vías que pasan por allí”. La gran mayoría de la producción agrícola de la zona es absorbida por la aceitera.

Continúa enumerando los riesgos ambientales que sufre la población de Corralito: “Tenemos el hangar de una empresa de fumigación acá a 500 metros, que es el de Pancello, emblemático de la fumigación. Los aviones, cuando salen del hangar y dan vuelta para ir a fumigar, pasan por arriba del pueblo, vienen, bajan, todo por acá. Él (Pancello) asegura que los fumigadores cortan, pero a mí siempre me queda la duda, una gota queda, y una gota a esa altura cuando se vaporiza, es terrible. Además hemos visto las plantas, las quintas, una serie de consecuencias que ha habido y que te dan la certeza de que efectivamente es tóxico y hace mal”. “Hubo un momento -continúa-, en que traían las arañas esas altas que usan para fumigar, y las lavaban en el lavadero en la YPF, al lado de mi casa. De Tancacha venían a lavar porque allá no los autorizaban. Eso era veneno puro. Durante años se tiraron muchos venenos acá. Ahora ya no lo hacen”.

Corralito es más que una bomba de tiempo lista para explotar. Los venenos acumulados a lo largo de los años, han hecho que, de manera imperceptible para las estadísticas (dependen del Hospital Zonal de Río III), la enfermedad y la muerte se hayan instalado en Corralito, en forma de afecciones respiratorias, cardíacas, oncológicas, que van marcando la vida de sus habitantes.

Lxs vecinxs hoy comparan su situación con la de Barrio Ituzaingó en la ciudad de Córdoba, y reclaman una cosa: que se realice un relevamiento ambiental serio en la zona, que se tomen y analicen muestras de tierra y agua, que se controle la sangre de lxs niñxs para verificar la presencia de sustancias tóxicas. “No queremos generar conflicto”, repiten con insistencia: sólo pretendemos que se respete nuestra vida y la de nuestros hijos. “No puedo esperar a que mi hijo muera para salir a buscar justicia –afirma una vecina-, porque para mí ya no la va a haber con mi hijo muerto”.

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