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Nos han dado la fiesta
Por Revista Mascaró - Bárbara Corneli - Tuesday, Feb. 19, 2013 at 6:36 PM

Nos han dado la fies...
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El camino transitado por las murgas para recuperar el feriado y desempolvar el carnaval hace de estas agrupaciones espacios donde se reescriben los vínculos en los barrios y la cultura popular.

> Por Bárbara Corneli

Un salto. Dos, tres. Una patada al aire y una convulsión. La levita se retuerce sobre el cuerpo y brilla en colores estridentes. Dicen que esos tres saltos incorporados como paso de baile rememoran los sobresaltos de los esclavos africanos por los latigazos con que los azotaban sus amos. “Ese es un chamuyo” dice Diego Robacio, integrante de la murga Gambeteando el empedrado de Barracas, escéptico respecto a algunos de los relatos de la tradición oral que acompañaron la continuidad de la murga como tradición. “pero es piola porque habla de que el murguero quiere reconocerse con ese negro de antes. En algún momento la murga fue cosa de negros, de ´cabecitas negras´, entonces había algo en común con aquellos negros marginados”.

Si bien nunca dejaron de haber corsos y murgas, la eliminación de los feriados y la prohibición de reuniones durante la dictadura dificultaron la posibilidad de vivir el carnaval. Según Robacio, incluso tras 10 años de democracia, “los murgueros no se juntaban”. Fue la marcha organizada por los Quitapenas y ATE el 4 de febrero de 1997 y una serie de encuentros en la legislatura de la ciudad de Buenos Aires, gestionados por el músico y murguero Ariel Prat que allanaron el camino para conseguir la consigna de “un feriado en el almanaque y un espacio en la ciudad”, que se materializó en la ordenanza que finalmente recuperó el feriado de carnaval e instituyó normas para el circuito oficial de murgas de la C.A.B.A.

Pero tener el feriado y hacer la fiesta eran cosas distintas. Para recuperar el carnaval había que andar un camino, con instancias que hoy parecen conquistadas. Diego Robacio destaca la iniciativa de Pantera (Daniel Reyes) Director del Centro Murga Los Reyes del Movimiento de Saavedra “de hacer encuentros fuera de época en las plazas de los barrios, para que se vuelvan a realizar los festejos, los corsos”. Por otro lado, Diego Santonovich, integrante de Cachengue y sudor dice que “es clave la existencia del Encuentro Nacional de Murgas que se realiza todos los años en Suardi, provincia de Santa Fe, donde agrupaciones de todo el país se reúnen para debatir el transcurrir de la vida carnavalera e intercambiar experiencias, amén de aunar criterios para seguir fomentando el crecimiento de las murgas tanto artísticamente como a nivel legal, pujando por que sean reconocidas como patrimonio intangible de la humanidad”.

En otro momento la disputa estaba planteada entre las murgas nacidas del barrio y aquellas amasadas en un taller (pese a que estos fueran orientados por murgueros tradicionales como el “Coco” Romero). Las murgas de taller incorporaron una participación más activa de la mujer en las voces o en los desfiles rompiendo la estructura de secciones; distintos instrumentos: un zurdo, un bandoneón o más redoblantes que la murga tradicional, donde estaba más marcado el bombo con platillo e incluso metieron trucos de circo, malabares o zancos. También las distanciaba una cuestión de clase más popular en el barrio que en el taller.

Hoy en día las divisiones, y no por eso los enfrentamientos, están dadas por quienes participan del circuito oficial, pudiendo recibir parte del presupuesto asignado y quienes no. Diego Robacio explica que las pautas del circuito “tienden a que no ingresen muy fácilmente murgas nuevas que tienen que anotarse un año antes para participar de una selección para entrar al carnaval del siguiente. Y tienen que estar consolidados como para resistir ese tiempo y no es fácil eso”.

Cachengue y sudor, por ejemplo, dejó de participar del circuito oficial en 2004 lo que generó, como cuenta Diego Santonovich “la obligación de generar recursos para sostener a la murga como colectivo y a salir a la calle cada verano”.

Sin embargo, ambos entrevistados concuerdan en las implicancias. “La murga es un espacio de contención sobre todo para los jóvenes y adolescentes, con casos extremos como las murgas conformadas en villas de Buenos Aires y del conurbano. Allí donde ningún gobierno le tiende una mano a los pibes, una murga le ofrece el latido de un bombo para salir de la mala” relata Santonovich. Según Robacio la murga también es testimonio de que hoy, en tiempos donde se intenta contener y reglamentar la sociabilidad, hay grupos de gente que pueblan el espacio público, que se juntan a hacer algo sin un fin económico y más allá de sus diferencias ideológicas. Con cierta melancolía, bajo la remembranza de las parejas que se formaron en los bailes de los corsos de antaño, los murgueros sueñan con fortalecer esos lazos en el hacer juntos, viviendo en ese calendario aparte que tiene su eje en febrero, cuando asoma el carnaval.

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