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Los cuatreros
Por Lelio Merli - Sunday, Mar. 10, 2013 at 9:46 AM
leliomerlifiscal@hotmail.com

Este relato literario nos habla del Fraile Muerto (Bell Ville Cba.) del 900 y de sus cuatreros.

Quince años después de aquel tiempo feliz donde transcurrió mi infancia, descripta en mis anteriores: La última paloma, El reconocimiento y El asno prodigioso de Chilibroste, -- publicados por ARGENTINA INDYMEDIA --
decidí visitar ese lugar para recordar mi niñez.
Un anciano cochero me condujo por los caminos del recuerdo:
el Fraile Muerto de principios del 900.

LOS CUATREROS

Los caballos iban al paso tirando la vagoneta sin carga.
Sentado al frente, con los pies apoyados en el pescante viajaba con quien la conducía, llevando como invitada de honor a China, mi fiel compañera de aventuras de aquellos tiempos.
Habíamos partido desde la vieja estación del ferrocarril de Bell Ville (anteriormente denominado Fraile Muerto (Córdoba) rumbo al campo que fuera de mi abuelo materno, quince años después de aquel tiempo feliz de mi infancia en ese lugar, buscando un camino antiguo y olvidado, paralelo a la ruta, que nos conduciría a Monte Leña.
Ochenta y cinco años vivos, todos juntos en una sola persona, conducían el carruaje por los caminos de sus recuerdos.
Si bien él pudo seguir otra ruta más cómoda, me pidió hacerlo por esa tan abandonada en razón de ser yo el nieto del que fuera su amigo. Quería recordar aquellos tiempos.
Lo comprendí perfectamente, puesto que a mí me guiaba idéntica intención.
El vivía -- o sobrevivía -- haciendo viajes como cochero desde la estación hacia el campo o la ciudad, acarreando cosas que los taxímetristas no querían llevar. Por eso viajé con él,
Sin apuro, llegamos a una encrucijada. Hacia el Norte se encontraba una construcción que “miraba al naciente“, de ladrillos de horma vasca, enorme y sin revoque, la cual se mantenía en pie, pero estaba sin techo, salvo una pequeña pieza donde funcionaba un boliche. Descendimos para beber algo fresco y calmar así la sed, pero sólo se expendían bebidas blancas. Entonces reanudamos el viaje.
Le pregunté a mi compañero por esa parte que carente de techo.
Supuse que esas enormes paredes guardarían grandes historias. Su relato me lo confirmó.

EL CAUDILLO CUATRERO
El cochero contó que él había llegado a ese paraje antes de sus veinte años, con su hermosa mujer y vivió por allí, a la vera del camino, cerca de esa construcción -- en aquel entonces un gran almacén -- al cual se lo había agenciado un caudillo “lomo negro“, cuatrero de caballos y gran cuchillero, azote de la región, quien no permitía a nadie poseer mujer o animales mejores que los suyos.
El anciano (ahora viudo) fue en aquel entonces, antes del 900, por su compañera y sus caballos, precisamente, la envidia de todos. Le advirtieron que se fuera de ese lugar, porque tarde o temprano iba a tener dificultades. Desoyó las advertencias.
-- ¡Bah!, No será para tanto -- se dijo.
Pasó el tiempo. Hasta que un día ...
Un día el caudillo tomó más de la cuenta y salió decidido a cometer otra de sus “hazañas”. Enfiló hacia la casa del cochero y en un santiamén le degolló en el corral los siete mejores caballos de la tropilla. Luego, como un relámpago, desapareció.
Al volver a su casa, el amigo de mi abuelo encontró un mar de sangre. Temiendo por su mujer corrió hacia el rancho clamando por ella.
Se tranquilizó al verla viva.
Le preguntó y más preguntó. Quiso saber todo lo ocurrido de golpe, sin darle tiempo a hablar, hasta que llegó la más difícil de las preguntas:
-- ¿Te “agarró”?. Te puso las manos encima?.
-- No, te juro que no -- le contestó su mujer.
Desde que entró en el corral lo tenía apuntado con tu Winchester. Le hubiera disparado si enfilaba pa´l rancho.
-- ¿Porqué no le tiraste cuando degollaba?.
-- No quise hacerlo. Esa decisión es tuya. Yo sólo soy tu mujer ... ¿No sería mejor irnos de este Fraile Muerto?. Sarmiento le habrá cambiado el nombre, pero lo mismo trae mala suerte. Fierro Chifle le quedaría mejor.
-- ¿Irnos?. Eso ya lo veremos -- le respondió --. A propósito, ¿cuántas balas quedan?.
-- Sólo siete. Tenés que traer una caja cuando vayas al pueblo.
-- ¿Cuántos animales me mató?.
-- Siete, desde acá podés verlos.
-- Entonces alcanza justo. Trancá la puerta, mujer y cargá el rifle.
-- Está cargado con cuatro. ¿Querés comer algo?.
-- No. Se me ha ido el apetito. Vamos a dormir. Mañana tengo guardia.
-- ¿Guardia ?.¿Qué guardia ?. Si no sos “polecía”.
-- Ya lo verás.
Él no durmió en toda la noche. Llegó el día. Salió del rancho con el fusil y aguardó. Sabía que el caudillo querría terminar el trabajo, estando fresco.
En efecto, por el camino, a todo galope, venía el cuatrero en dirección a la casa. Cuando le distinguió los ojos le tiró dos veces a la cabeza, tratando de no herir al caballo. Erró. El jinete pasó frente a él “meta fusta“ y otros dos plomos silbaron en sus oídos. El tirador recargó con las tres balas restantes y parado en el medio del camino las disparó. No acertó ninguna. Su pulso temblaba. Quizás por la noche en vela. Quizás porque nunca le tiró a un hombre por la espalda.
Decidió no ir a trabajar hasta que llegara la respuesta a su mensaje. Esta no se hizo esperar.
Un día después recibió la visita de un parroquiano del gran boliche con el que algunas veces había compartido copas.
Respetuoso el hombre, se apeó lejos de la puerta del patio que daba a la calle. Golpeó las manos y dio el “Ave María” .Esperó bastante hasta que nuestro cochero salió del rancho.
-- Sin pecado concebida -- le respondió.
-- Parece venir en son de paz -- se dijo --. Mejor que así sea, porque balas no quedan ... aunque nadie lo sabe .
La mujer miraba desde la ventana con el rifle en las manos ... descargado.
-- ¿Qué dice amigo? -- preguntó el compañero de mi abuelo.
-- Vengo con un “encargue” del caudillo.
-- ¿Que dice “ese”….?.
-- “Tenga mano tallador”. No lo va a creer: quiere devolverle los caballos que le mató estando borracho. A eso vino los otros días. Pero “Usté” lo recibió con tiros al aire.
-- Al aire ... Si, fueron al aire. “Y de ay”?.
-- Bueno, el caudillo lo invita a su casa, quiere hablar con “Usté”.
-- ¿Se querrá vengar ?.
-- No... Me dio su palabra. ¿”Usté” Vendrá?.
-- Bueno ... Si Usté me acompaña ...
-- Como “quierra”.
Partieron de inmediato. El caudillo cuatrero los esperaba sentado frente a una mesa. Solo. No había nadie en el boliche.
-- Sientesé -- le dijo --. Le habrá informado su amigo que quiero devolverle los caballos degollados por mí, cuando estuve borracho. ”Usté“ elegirá siete a su gusto, entre los míos. Serán suyos ... “y aquí no ha pasado nada”.
-- Me los podría haber mandado. Supongo que me habrá llamado por alguna otra cosa.
-- Ancina es: le quiero comentar algo muy curioso.. ocurrió cuando “Usté” me disparó.
-- ¿Qué fue?.
-- Vi frente a mí la Muerte. Una mujer vestida con un manto negro. Lleva la cabeza tapada con él. Su cara es una calavera, pero con piel reseca. No tiene ojos pero igual mira. Sus brazos y manos huesudos son muy largos. Iba delante del caballo pero de frente, deslizándose hacia atrás, como volando. Cada vez estaba más cerca.
-- ¿Es verdad que tiene una guadaña?. -- preguntó el cochero --..
-- ¡No!. Son mentiras. Es un palo largo con un gancho en la punta. Cada tiro suyo errado era un golpe de gancho que yo esquivaba. Así fue tiro por tiro. Por suerte le maté siete caballos. Un tiro más y “ya no contaba el cuento”.

-- ¿No habrá tomado mucho? – inquirió el cochero.
-- No había bebido una gota. -- contestó el cuatrero.
-- ¿Habrá tenido miedo ?.
-- Sí, por primera vez en mi vida tuve miedo. “ Jamás ni nunca ” había temido a la muerte. Realmente no sé si tuve miedo porque vi la Muerte o vi la Muerte porque tuve miedo. Pero estoy seguro que “Usté” me cambió la suerte ... para mal. Me la veo venir.
Siguiendo con el relato llegamos al cina-cina, un árbol siempre lleno de “pirinchas”.
-- Falta poco para llegar -- le dije al anciano --. Apure el final porque no lo voy a conocer.
-- El final está relacionado con la señora hermana del Vice- Gobernador que apañaba al caudillo y se beneficiaba con sus robos.
-- ¡Cuente!,. ¡Cuente! -- le dije ávido.
-- Bueno, resulta que la hermana del Vicegobernador era cuatrera de alto rango que manejaba una mafia con los mataderos, saladeros y fábricas.
Utilizaba una estancia mostrenca como “aguantadero”, conocida popularmente con el nombre de la Marca Borrada, porque a cualquier animal que entraba en ella inmediatamente se lo remarcaba con una marca propia complicada, que borraba la anterior.
-- ¿Cómo llegó a conocer tanto? -- le pregunté.
-- Porque el caudillo después me dio trabajo de arreos para esa estancia. Hasta que un día…
Me fue contando:
LA SEÑORA CUATRERA, HERMANA
DEL SEÑOR VICEGOBERNADOR

Mi compañero de viaje me relató que en aquellos años, en uno de esos arreos, junto con otros arrieros habían traído unos baquianos desde Chilibroste y al llegar a la estancia encontraron a toda la Policía Montada de la Capital con el Jefe en persona, al frente.
Estaban acantonados alrededor del casco de la estancia y la peonada del lugar -- toda gente mala, evadidos y perseguidos -- parapetados adentro. El tiroteo era inminente.
Desde uno de los galpones que estaban junto a la casa grande, el Jefe gritaba:
-- Entréguese señora. No pasará nada. Es su hermano el que nos manda.
-- ¿Por qué no vino él en persona? -- respondió.
-- No puede, hay “revuelta” en Buenos Aires y pueden mandar la intervención a la provincia. Para evitarla quizás renuncie el Gobernador. El Vice lo reemplazaría, pero tiene que limpiar todo antes.
-- ¿Y la hacienda? -- preguntó la señora cuatrera.
-- A la que quedó en pié hay que devolverla. Hay mucha “bronca”.
-- ¿Me culparán de todo?.
-- Por supuesto que no. Ud. es una dama. Es la señora hermana del Vicegobernador.
-- ¿“Y de ay”?.
-- La culpa la tendrá el capataz - -dijo el Jefe.
-- No se va a entregar – contestó.
-- Ni falta que hace. “Que juya” a la noche, pero que no “agarre” para Santa Fe. Recién a la madrugada entraremos. Así Ud. tendrá toda la noche para arreglar los papeles.
-- Convenido -- dijo la señora hermana del señor Vicegobernador.
Al llegar a este punto del relato el anciano dirigiéndose a mí, añadió:
-- Esa noche nos fuimos los peones del arreo de Chilibroste y también los de la estancia. Seguramente lo hicieron llevándose alguna tropita por delante. En esos tiempos ya se cobraban los despidos. La hermana del Vicegobernador declaró que la tenían secuestrada.
-- ¿Y el caudillo cuatrero? . ¿Cómo terminó? -- pregunté.
-- Nunca lo supe. Se lo tragó la tierra.
La vagoneta se detuvo. Delante de nosotros se levantaba la casa de campo donde viví en mi infancia. Finalmente habíamos llegado.
-- Abajo China – ordené.
-- ¡Qué buena es la perdicera!. Durmió todo el viaje. ¿Tiene buen olfato? -- preguntó el cochero.
-- “No hay prenda que no se parezca al dueño” – contesté --. Y hablando de viajes ¿cuánto le debo?.
-- A “Ustë” no le cobro, en memoria del amigo.
-- Le agradezco que no me cobre. No le podría pagar con nada.
-- ¿Se refiere al viaje?. Un viaje como éste sólo vale cinco pesos.
-- A un viaje como éste – le dije -- “no hay plata con qué pagarlo”. Pero los cinco pesos, por favor, acéptemelos. Mi abuelo se habría enojado ...
-- Es verdad.

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