Julio López
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Abolicionismo y trabajo sexual
Por Flora Tristán - Sunday, Mar. 17, 2013 at 12:54 PM

...glosas marginales críticas o un aporte al debate

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Domingo, 10 de marzo de 2013
Abolicionismo y Trabajo sexual

En este texto intentaré problematizar algunas de las consignas del discurso abolicionista, tomadas del blog de la campaña Abolicionista [1]. Para comenzar, cito fragmentos que se leen en la página web antes mencionada:
[…] Hay explotación sexual cuando existe gratificación sexual o beneficio económico abusando de la sexualidad de otra persona y anulando sus derechos humanos a la integridad psico-física, su autonomía y a una vida libre de violencia. El proxeneta no es el único explotador y abusador; también lo es el “cliente” (prostituyente). Hay explotación sexual, cuando se violan los derechos a la integridad sexual […] – [Este párrafo es en verdad una patética demostración del confucionismo que da forma a la ideología abolicionista. A decir verdad, “cuando existe gratificación sexual (…) abusando de la sexualidad de otra persona y anulando sus derechos humanos o a la integridad psico-física, su autonomía y a una vida libre de violencia”, lo que “hay”, de hecho, es una violación o, sencillamente, abuso sexual. Pero no así explotación.
Si alguien obtiene un “beneficio económico” de todo ello, efectivamente “hay explotación sexual”, pero bajo la forma específica de esclavitud o servidumbre laboral o sexual. Como sea.

Mas de ninguna manera se puede aceptar la asimilación entre “proxeneta” (o patrxn), y “prostituyente” (clientx). Aunque es cierto que esta distinción se torna problemática cuando se trata del acceder a servicios sexuales de personas tratadas. Por lo demás, la cosa, en todo caso, se torna al revés –al menos si se es consecuente con una cierta interpretación feminista del asunto- de tratarse de la prostitución “libre”; aquí es posible considerar al clientx como un(x) abusadxr, y al proxeneta –de haberlo-, como un(x) explotadxr, pero no (necesariamente) al revés. Por fin, la definición final explicita el punto de vista económico-político del que parten lxs abolicionistas, que no pueden asumir que exista explotación laboral no solo a pesar de que se respeten los derechos de; sino, más todavía, gracias a la cobertura de tales “derechos” (a más de ello, el fetichismo jurídico es tal, que para lxs abolicionistas no es tanto que se esté “abusando de la sexualidad” de una persona, sino que le sean violados “sus derechos a la integridad sexual”)].

Uno de los puntos más importantes que se desprenden de estas consideraciones en torno a la “explotación sexual” es la invisibilización de las trabajadoras sexuales en el campo político en el que se les niega la posibilidad de nombrarse, de empoderarse y de ser sujetas [2] políticas que hablen por sí mismas, enmarcándolas, en cambio, a todas como víctimas de la explotación sexual, como esclavas y tratadas. De este modo se desdibuja la diferencia entre las verdaderas víctimas de la trata y las mujeres adultas que elijen realizar este trabajo (como muchas deciden ser doctoras o empleadas domesticas [argumentación neoliberal si las hay, que “invisibiliza” –cuando menos- a las diferencias de clase y las segmentaciones étnicas]), invisibilizando todas las demás formas de esclavitud sexual –que van desde el secuestro de personas hasta el tráfico de personas indocumentadas, o la venta/alquiler de las mismas por parte de sus esposos, que legalmente parecen funcionar como sus dueños. Al desdibujar los límites, y tratarlas a todas igual, los discursos abolicionistas terminan siendo funcionales a las redes de trata y al tráfico de personas, siendo parte del montaje televisivo para la opinión pública de los allanamientos de los prostíbulos [Y uno de los puntos más importantes que se desprenden de estas consideraciones en torno a la “explotación sexual”, es que, al parecer, lxs reglamentaristas comparten con lxs abolicionistas la ilusión jurídica de que bajo la forma de “trabajo libre” y al amparo de “los derechos humanos” tal cosa como “la explotación” deja de existir. La invisibilización de la explotación capitalista –aun bajo la forma de una factible autoexplotación de “las trabajadoras sexuales”- es posible, precisamente, gracias a esta visibilización “de las trabajadoras sexuales en el campo político” reconociéndoles “la posibilidad de nombrarse, de empoderarse y de ser sujetas políticas que hablen por sí mismas”, enmarcándolas, de este modo “trabajadoras libres” ajenas a los procesos de (auto)explotación laboral propios del proceso de autovalorización del capital, invisibilizando la explotación capitalista de la que dependen y se derivan, hoy por hoy, “todas las demás formas” de explotación esclavista o de servidumbre.

Por lo demás, esa invisibilización lo único que demuestra es que “las trabajadoras sexuales” devienen más bien sujetas policiales que sujetas políticas, es decir, que son sujetadas más que sujetas. La red por el reconocimiento por el trabajo sexual y toda su ideología del empoderamiento pretende –al igual que el frente abolicionista- emancipar a lxs prostitutxas “de las cadenas al cuerpo”, cargándoles “de cadenas el corazón”].
Daré dos ejemplos al respecto.

El pasado 8 de abril del 2012 en Córdoba se realizaron tres allanamientos a prostíbulos, donde quedó al descubierto la ficción del “rescate de las victimas de trata” [si por ficción aquí se refiere a la farsa gubernamental respecto “al combate” de este flagelo, estamos de acuerdo] ya que las mujeres que fueron a salvar eran, en su mayoría, afiliadas de AMMAR, y las que no lo eran, no estaban ahí en contra de su voluntad. Las compañeras de AMMAR denunciaron el procedimiento, ya que las trabajadoras sexuales fueron abusadas por los policías [con este lenguaje es poco lo que se puede avanzar en el esclarecimiento del problema, pues desde una perspectiva abolicionista –y sin negar el abuso policial-, bien podría responderse que ya desde antes estaban siendo abusadas; solo que había quien compraba “el derecho” de abusar de ellas. Abuso que, en todo caso, lxs reglamentaristas tienden a soslayar, invisibilizar, legitimar y hasta celebrar al convertir la prostitución en trabajo sin más], quienes, dándoles tiempo a los proxenetas a que se fueran de la casa y pidiéndole a los clientes que se vistan y se retiren, las manosearon y las tuvieron desnudas en el frío durante una hora contra la pared [Y aquí vale lo mismo que se ha dicho recién, más arriba, al menos en lo que respecta al manoseo y la desnudez. Por lo demás, se podría enfatizar en que se trata de una cabal demostración de que la prostitución es una actividad vejatoria, propia del patriarcalismo y demostrada efectivamente por la solidaridad entre policías, proxenetas y clientes]. Y, sin embargo, a todas las anotaron como víctimas de trata [y lxs abolicionistxs le demostrarán que lo que usted acaba de señalar es, ni más ni menos, la peculiar violencia constitutiva del “sistema prostituyente” del que tales mujeres son “víctimas” y que usted pretende legitimar, atemperando, a lo sumo, sus manifestaciones más brutales]. Al ver que todas decían ser trabajadoras autónomas, las mismas fueron obligadas a pasar por varias pericias psicológicas donde mujeres psicólogas de Córdoba y Buenos Aires afirmaron que los testimonios que daban las mismas trabajadoras no eran validos porque “les lavaron la cabeza” de tal modo, para que se digan a sí mismas trabajadoras sexuales cuando “en realidad” son personas víctimas de trata [Y, una vez más, desde una perspectiva abolicionista se le podrá responder que todo lo que denuncia es, “en realidad” la violencia intrínseca del “sistema prostituyente” potenciada aquí por “la ficción del ‘rescate de las victimas de trata’”. Que de haberse tratado de una política efectivamente abolicionista, en todo caso, las “mujeres psicólogas” deberían haberles señalado a estas mujeres que tal violencia corresponde a su “situación de prostitución”, en vez de haberles “lavado la cabeza” para dar cobertura al accionar policial y legitimar “la ficción del ‘rescate de las victimas de trata’”, que sostiene el gobierno. Así su ejemplo solo demuestra que tal política es una “ficción” de abolicionismo, ni más ni menos que la “ficción” de que se trataba de “trabajadoras autónomas”, ficción que solo se sostiene porque usted, como la policía, está “dándoles tiempo a los proxenetas a que se fueran de la casa” donde han sucedido todos estos repudiables abusos].

En el segundo ejemplo quiero hablar de cómo son vapuleadas las trabajadoras sexuales [Otra vez, este lenguaje no ayuda a que avance la discusión, pues alguien que se pretenda abolicionista le replicaría que las “trabajadoras sexuales” son “vapuleadas” por el solo hecho de serlo, y más todavía, son “vapuleadas” por una red de academicxs y militantes progres que pretende fijarlas en tal situación sociolaboral] que son madres y de cómo es violado su derecho [otra vez sopa, no es que se les impida efectivamente el ser madres, se les viola su derecho a serlo. El maniqueísmo abolicionista-reglamentarista se toca en los extremos] a la maternidad de diferentes maneras y en reiteradas ocasiones. Antes de que las trabajadoras sexuales estuvieran organizadas, si la policía las agarraba, las metían presas y, si estas tenían hijos menores de edad, intercedía una asistente social que en la mayoría de los casos se los quitaba. Es de público conocimiento que en mujeres que pertenecen a una clase social baja esto es moneda corriente. Sin embargo, a las mujeres trabajadoras sexuales no les quitaban los hijos por no poder mantenerlos económicamente sino que, por ser trabajadoras sexuales, se las acusaba de inmorales y se suponía que no podían cuidar de sus hijos violando, de este modo, un centenar de derechos de estas mujeres [Bueno querida, no puede elegir ejemplos más infelices para impugnar a lxs abolicionistas. Precisamente, estxs podrían responderle que tal vapuleo responde a la hipocresía propia del “sistema porstituyente” que manifiesta una doble moral y establece una división del trabajo entre mujeres decentes, que se dedican a la familia y otras abyectas que se encargan de satisfacer la lujuriosa libido de los maridos, hijos y demás de las primeras. Hasta aquí, entonces, lejos de haber “problematizado” el discurso abolicionista, no ha hecho más que reafirmarlo. Pero no se preocupe, ambos discursos coinciden en sacrificar a las personas reales, de carne y hueso, a las ficciones, normas y figuras del derecho. Es decir, ambos discursos están presos de ese fetichismo jurídico cuyos efectos de sacrificio fáctico, bien acaba usted de describir].

Lo que quiero decir con estos ejemplos que se repiten muy a menudo, es que el cuerpo y la autonomía de las trabajadoras sexuales parecieran pertenecerles a la policía, al estado, a la opinión pública y al sistema abolicionista que muchas veces está sostenido por organizaciones feministas que luchan por los derechos de las mujeres [Por todo lo que ha mostrado con “estos ejemplos”, al parecer “el cuerpo y la autonomía de las trabajadores sexuales” parecieren pertenecerles al derecho y al mercado, personificados en policías y proxenetas (y alguien abolicionista agregaría, sin dudas; al sistema prostituyente y a la opinión pública patriarcal ahora avalada y legitimada por organizaciones feministas y LGTB reglamentaristas, etc. “que luchan por los derechos de las mujeres”). Por lo demás, reglamentando la cosa, la pertenencia de la “autonomía y el cuerpo de las trabajadores sexuales” al Estado (de derecho) seguirá siendo así]. Y esto es una de las contradicciones más grande que tiene el feminismo hoy. Mujeres que luchan por los derechos de las mujeres están criminalizando y persiguiendo a otras mujeres que también luchan por sus derechos [Una vez más, desde la ideología abolicionista se le dirá que es más bien el revés; que “Mujeres que luchan por los derechos de las mujeres” están condenando a otras mujeres a la explotación sexual y “persiguiendo a otras mujeres que también luchan por sus derechos”]. Entonces me pregunto ¿a quién le pertenece el cuerpo de las trabajadoras sexuales? [Depende. ¿En qué sentido?] Y pienso en la histórica consigna feminista por la campaña del aborto que afirma: MI CUERPO MI DECISIÓN, o ESTE CUERPO ES MIO. ¿Las trabajadoras sexuales pueden hacer uso de estas consignas políticas?. [¿Y no se ha cansado de demostrar que –más allá de todos los vejámenes- lo hacen efectivamente, y no solo como consignas políticas, sino como ejercicio económico-político?. Por lo demás, el confusionismo en estos párrafos es tal que se asimila sin más el uso del cuerpo como mujer, con el uso del cuerpo como trabajadoras. Nuestra reglamentarista no advierte los efectos mistificantes de la explotación laboral que tal confusión –propios de las ilusiones jurídicas de las que parte- conlleva consigo].

En el momento en que las trabajadoras sexuales se organizaron a partir de la conformación de la Asociación de Mujeres Meretrices, AMMAR, las mismas comenzaron a denunciar los abusos y a reclamar derechos, conformándose así como sujetas políticas [desde una perspectiva abolicionista, no han hecho más que acomodarse al abuso mayor que es la propia prostitución, reclamando su reglamentación. En lo que respecta a la cuestión política, querida, cualquier estudiante universitario ha aprendido ya que ser esclavo es, asimismo, ser un sujeto político. Sucede que nuestra compañera tiene en mente un modelo de “sujeto político” que refiere a la ciudadanía. Cosa que, por lo demás, las prostitutas ya lo eran antes de organizarse como “trabajadoras sexuales”]. Por lo tanto, ¿por qué insistir en colocar a estas mujeres organizadas en el lugar de victimas y esclavas? [Acaso porque una cosa no contradice necesariamente a la otra. Al menos tal y como usted lo ha expuesto aquí. Pero, sin dudas, una persona abolicionista no le diría eso, sino que le diría que no confunda, que una mujer “en situación de prostitución” no es lo mismo que una “esclava”, aunque ambas sean “víctimas” del “sistema prostituyente”. Incluso sin desconocerle progresos relativos en su condición] Una vez que las trabajadoras sexuales se convirtieron en un sujeto político, el feminismo abolicionista no puede seguir insistiendo en omitir estas voces y en obligarlas a instalarse en una identidad que no les pertenece. Esto es violencia [Esto es ya por demás aburrido. Violencia sería –para alguien abolicionista-, la propia prostitución. Por lo demás, el feminismo reglamentarista lejos está de no omitir las voces de aquellas otras “putas” que se han convertido en un “sujeto político” o en “sujetas políticas” –como usted quiera- que luchan contra la prostitución y que pretenden que llamarse trabajadoras sexuales es tan o más violento que considerarse como “putas”]. La lucha feminista contra el patriarcado se consolida en la premisa de rechazar todos los lugares de inferioridad en los que se nos coloca por ser mujeres en la sociedad. ¿Por qué, entonces, las feministas abolicionistas insisten en darles a las trabajadoras sexuales una identidad subordinada? [¿Y es que la identidad de trabajadoras no es la “identidad subordinada” de una sociedad capitalista?. Pero aceptemos que se trata no del capitalismo sino de la lucha contra el patriarcado –así, sin más, sin ninguna articulación interseccional. Lxs abolicionistas le responderán que, obviamente, es precisamente al revés. Que sois vosotras, las feministas reglamentaristas, quienes insisten en no reconocer la situación de subordinación de estas mujeres a una institución patriarcal como lo es la prostitución. No hemos avanzado en nada, no logramos salirnos del maniqueísmo].

Esto pareciera repetir la misma violencia que se ha ejercido históricamente sobre las mujeres, lo que me lleva a preguntar: para el feminismo abolicionista ¿quién es mujer?, ¿de qué mujeres estamos hablando? Las trabajadoras sexuales, según los estándares del sistema legal, de la opinión pública, de la moral conservadora, y del feminismo abolicionista, ¿son mujeres? ¿Quienes deciden qué nos hace mujeres y a qué derechos podemos apelar? [Es muy divertido ver como nuestra autora se embrolla en su propio discurso, ya no sabe si tiene que luchar porque las trabajadoras sexuales sean reconocidas como mujeres, o que tales mujeres sean reconocidas como trabajadoras sexuales. Ya hemos hecho notar las implicancias de tal confucionismo].

El discurso abolicionista, aparte de coartar las libertades de las sujetas trabajadoras sexuales, es aterradoramente heterosexista. El placer sexual, el trabajo sexual, y el intercambio de dinero por sexo parece ser, para este movimiento, solo un derecho heterosexual y exclusivo de los varones heterosexuales [Compañera, violencia es mentir, como quien dice. Usted podrá estar en desacuerdo con lxs abolicionistas, “problematizar sus consignas”, etc. pero esto ya es una chicana difamatoria y mentirosa. Si hasta aquí no había podido salirse del maniqueísmo, ni desmontar ninguno de los argumentos abolicionistas, ahora, sencillamente, miente. Si ya había que hacer un gran esfuerzo por no aburrirse, ahora es necesario redoblarlo para no dejar de leerla por desleal]. Y puedo dar fe de que no es así, hay muchos varones trabajadores sexuales que se acuestan con hombres como se acuestan con mujeres; hay trabajadoras sexuales lesbianas que ofrecen servicios a mujeres como también lo ofrecen a hombres. Hay mujeres que consumen trabajo sexual. Y hay muchos más posibilidades de las que yo he enunciado aquí [¡¿Y quién lo niega mi estimada!?. ¿O acaso la noción de “personas en situación de prostitución” no es lo suficientemente abarcadora?. Lo que sí le dirán lxs abolicionistas es que haga bien sus cuentas –más allá de su círculo de amistades- y advertirá que la gran mayoría son mujeres pobres. Que, además, podría averiguar algo sobre la historia de la prostitución y advertir su genealogía patriarcal; genealogía que se actualiza permanentemente sobre la prostitución femenina (y de personas feminizadas de cualquier filiación sexual)]. El discurso abolicionista habla desde el completo desconocimiento, desde una moral cristiana y conservadora que impera y que promueve una única sexualidad (monogámica y reproductiva) entre personas de distinto sexos y géneros. Dicho discurso se sostiene desde la premisa de que al trabajo sexual lo genera la “desigualdad”, suponiendo siempre que la relación entre cliente y trabajadora es de un hombre machista y patriarcal hacia una mujer víctima y pobre. No pueden pensar en otras opciones y no pueden ver el poder que tienen las mujeres que ejercen esta profesión. No hay negociación, hay un servicio que se ofrece y se paga, como en todo trabajo y el cliente que no esté de acuerdo con la tarifa y las condiciones pautadas que “siga ruta”, como dice una trabajadora sexual conocida [Bueno, estos párrafos son la patética demostración de cómo lxs reglamentaristas que siempre y en todo lugar pretenden que no hay que omitir las voces de sus “trabajadoras sexuales” o que no se le impongan identidades, etc. escupen contra el viento y el gallo les da directo en la cara. Sonia Sánchez y Lahana Berkins –solo por nombrar a las dos representantes más conspicuas del abolicionismo- hablan, según se nos informa, desde “el completo desconocimiento” y “desde una moral cristiana y conservadora que impera y que promueve una única sexualidad (monogámica y reproductiva) entre personas de distinto sexos y géneros”. Al menos podría haber tenido el pudor de decir que el común de lxs clientxs –y estamos seguros que la mayoría de lxs prostitutxs- son cristianxs pertenecientes a cualquiera de sus iglesias. Que la iglesia católica nunca ha combatido la prostitución ni mucho menos (que incluso hubo épocas en que regenteaba sus propios prostíbulos). Que la institución de la prostitución tiene un origen religioso, (como la obligación de ciertas doncellas de “entregarse” a los sacerdotes de los templos en función de ciertos cultos de la antigüedad), etc. Pero decir todo esto, le llevaría a reconocer la genealogía patriarcal de la prostitución, cosa que no puede aceptar luego de la cantidad de sandeces con que la ha defendido hasta aquí. Por lo demás, que la prostitución sea el secreto que recorre todas las relaciones de trabajo asalariado –lo que, efectivamente, se manifiesta en forma cruda cuando es mayor tal “desigualdad”, por decirlo con su lenguaje- le tiene sin cuidado a nuestra apologista de las relaciones mercantiles. Más todavía como buena sicofante de la burguesía pretende demostrarnos que las resistencias que cualquier trabajadxr ofrece a su explotación a partir de la negociación de la venta de su fuerza de trabajo es muestra inequívoca de que han conquistado el poder o más o menos. Más allá de todo esto, aclaramxs que desde una idiosincrasia libertarix la crítica de la prostitución o el trabajo sexual, parte de advertir su articulación interseccional de opresiones de clase-etnia-genero].

Otra consigna a debatir es “la mercantilización de los cuerpos”, una de las consignas claves de las que se sostienen las abolicionistas para estar en contra del trabajo sexual. El discurso abolicionista presupone que el cuerpo de la trabajadora sexual está en venta porque dicho trabajo está directamente relacionado con su sexo y el sexo tiene un lugar “sagrado” que no puede estar involucrado en ningún tipo de transacción económica, como si en otros trabajos el cuerpo no estuviera inevitablemente involucrado [Hasta donde teníamos entendido, lxs abolicionistas censuran la prostitución no tanto por la venta del sexo –lo que las llevaría a una crítica radical del trabajo asalariado-, sino, más bien, porque a través de la prostitución el sexo deviene en una práctica servil, sino vejatoria. Pero ya hemos advertido que (salvo que nuestra compañera no haya escuchado ni entendido una sola palabra del discurso abolicionista) su método de “problematización” se reduce a la mentira y/o la tergiversación (por lo demás, advirtamos que algunxs de lxs abolicionistas sí realizan la crítica a la explotación laboral, más solo desde la perspectiva de los derechos humanos, lo que, en la práctica, vuelve a mistificar la explotación salarial; lo mismo si se realiza como trabajo sexual que como trabajo fabril)]. Una doctora, por ejemplo, que atiende a pacientes, también usa su cuerpo, brindando un servicio por horas para atender a gente que encima está enferma, exponiendo su cuerpo a contagiarse de enfermedades. La única diferencia con la trabajadora sexual, es que el trabajo de doctora está reglamentado y tienen, por tanto, una serie de derechos y cuidados para trabajar que la trabajadora sexual hoy no tiene [No mi amiga, no es el uso del cuerpo lo que se cuestiona, sino cómo es que se hace un uso del mismo, donde, la única diferencia –advertirá alguien abolicionista-, es que a la doctora no se la humilla sexualmente, o que, en todo caso, la doctora no adopta una actitud servil frente a su clientx, todo lo contrario. Por lo demás, si usted dijera algo de economía, nos podría informar porqué es que –por lo general- “el cuerpo” de una doctora (aunque sería más adecuado hablar de fuerza de trabajo, pero que le vamos a hacer, hay que atenerse al tosco materialismo de nuestra autora), vale más que el de una trabajadora sexual (lo que no significa, claro está, que una gane más que la otra)]. Somos un cuerpo, creer que una trabajadora sexual está vendiendo su cuerpo es negar su posibilidad de igualdad con el cliente en una transacción económica donde se ofrece un servicio por una determinada cantidad de dinero que fija la trabajadora sexual [Esta señorita habla, o bien como apologista neoliberal de las bondades del mercado, o desde la más absoluta ignorancia de la economía política. Al menos podría haber recurrido a la famosísima mano invisible de Adam Smith para explicarnos como los precios (y también acaso porqué no las prácticas) son fijados siempre por la oferta y demanda. Y si a eso le suma la articulación de la economía mercantil con el régimen patriarcal aún imperante, la ecuación le arrojaría los resultados más tristes para su empoderada “trabajadora sexual”].

Cito otro párrafo que forma parte de una consigna de la campaña abolicionista:
“En la campaña decimos que el cliente prostituyente debe pasar de invisible a ser responsable, ya que sin prostituyentes no hay prostitución y sin prostitución no hay trata. Estas conductas no son privadas, son actos de poder colectivo y pertenecen al ámbito público.” [Lo único que demuestra esta cita es que la estrategia punitiva propia de las abolicionistas lejos esta de cuestionar las relaciones mercantiles tal y como usted esgrimía más arriba]

En esta frase podemos ver cómo las trabajadoras sexuales pasan de “víctimas de explotación sexual o de la trata” a ser las causantes de que la trata exista ya que si su oficio no existiera, no habría trata de personas. En el mismo sentido, el cliente deja de ser un cliente, para ser alguien que obliga a otro alguien a prostituirse. De este modo se niega el libre intercambio comercial sexual entre personas autónomas, con sus libertades sexuales y laborales. [Y después de semejante confesión de parte que alguien nos venga a negar que la gente de la red por el reconocimiento del trabajo sexual no se sostiene sobre un discurso neoliberal, tanto a nivel jurídico-político (con la restitución de la ficción jurídica del sujeto libre y soberano y todo), como en el plano económico-político (y su apología del “libre intercambio comercial”). Por lo demás, en lo personal, esta señorita continua con su método crítico de la tergiversación].

Los que pertenecemos a la comunidad lgtttb, sabemos bien lo que significa que nuestra sexualidad esté expuesta a la opinión pública y que otros se sientan con el derecho de intervenir sobre nuestros cuerpos, opinando sobre nuestras expresiones de deseos en la vía pública y en la vida privada y sobre nuestras familias. Aun habiendo conseguido derechos como el matrimonio o la ley de identidad de género todavía existe el código de faltas, todavía la policía en la calle me exige que no me bese con alguna chica. Toda expresión sexual que salga de la norma- de la heteronorma-, es sancionada, juzgada y quiere ser erradicada. De la misma manera se argumenta para prohibir la pornografía, el trabajo sexual, los cines pornos, los zaunas, el sexo en la vía pública, cualquier expresión sexual que no corresponda con la convencional -heterosexual y monógama. Tenemos derecho a una vida sexual plena. Tenemos derecho a tener relaciones sexuales mediadas por el dinero. Las trabajadoras sexuales tienen derecho a trabajar con su cuerpo, como lo hacemos todas las personas en nuestros trabajos. [El único mérito de todo lo aquí dicho, se reduce a recordarnos que la estrategia abolicionista es prohibitivo-punitiva. Cosa que, por lo demás, ya sabíamos. Aquí solo nos resta señalar que la reglamentación de la prostitución –más allá de la crítica de los feminismos abolicionistas o de otro tipo- responde a una estrategia neoliberal para el abaratamiento general del costo de la fuerza de trabajo social. Estrategia que aquí se traduce en la bienintencionada consigna de que las “trabajadoras sexuales tienen derecho a trabajar con su cuerpo, como lo hacemos todas las personas en nuestros trabajos”. Efectivamente, de un tiempo a esta parte lxs ideólogxs neoliberales reivindican el “derecho a trabajar con sus cuerpos” para todas aquellas personas cuyos cuerpos el capital ya no puede seguir combinado productivamente con sus medios de producción y que, por tanto, se vuelven unos cuerpos desocupados, pertenecientes ya no al ejército de reserva, sino a la población sobrante].

Como dice Gayle Rubin [3] la emancipación de las mujeres genera aun hoy, en la sociedad, lo que ella denomina “el pánico social”. Que las trabajadoras sexuales decidan hacer uso de su sexualidad para generar dinero, que se organicen rechazando el proxenetismo y conformando cooperativas de trabajo, empodera a estas mujeres. El hecho de que se reivindiquen como trabajadoras sexuales, que se visibilicen, que se reúnan entre ellas para organizarse políticamente, las coloca en un lugar de independencia con respecto a lo masculino o a los varones. Lugar que la sociedad machista rechaza y estigmatiza. Como ciudadanos, y más aun como feministas, nuestra responsabilidad ética es acompañar en la lucha por sus derechos a las trabajadoras sexuales. [“Como ciudadanos, y más aún como feministas nuestra responsabilidad ética es acompañar la lucha por sus derechos…”. Esta nueva confesión de parte nos da la clave para entender porqué es que la postura reglamentarista es impotente y/o incapaz de elaborar una crítica a la explotación capitalista. Si se hubieran identificado como trabajadorxs se encontrarían en mejores condiciones no solo para realizar tal crítica, sino también para impulsar una lucha sindical clasista y antipatriarcal contra la prostitución de sus compañerxs y de ahí en adelante. Pero nuestrxs progresistas neoliberales no se pueden imaginar más allá de la ciudadanía y el librecambio].

Quiero terminar con una frase de las compañeras de AMMAR: “no nacimos putas, nos vamos haciendo en el camino”. [Y uno podría responderle “Ninguna mujer nace para puta”, y la cosa no avanzará en nada. Maniqueísmo moral bajo la forma de slogans. Por fin, y remitiéndonos al párrafo anterior, resulta interesante advertir cómo la pornografía amateur (la que, a decir verdad, amerita el nombre de posporno) va poniendo en jaque a la industria pornográfica sin necesidad de prohibiciones ni comercializaciones de ningún tipo (algo así como los efectos de la piratería sobre la industria cinematográfica en general o sobre la industria de la música). De todas maneras, esto no se traduce mecánicamente al comercio de la prostitución, pues algo así como “una sexualidad plena”, suponemos, en la medida en que va dando lugar a sexualidades no opresivas, redundara en una mayor abyección y/o servilismo del trabajo sexual. No parece posible quitarle el estigma al trabajo sexual, pues eso es precisamente lo que se vende. El “plus de goce” que ofrece la prostitución es, ni más ni menos, que la potestad adquirida de envilecer sexualmente a otrx. Si algún trabajador sexual no “se deja”, perfecto, para ello está la competencia, una de las tantas bondades del “libre intercambio comercial sexual” (salvo que alguien se imagine que la agremiación de lxs trabajadorxs sexuales, sea al estilo de las corporaciones medievales). Y, en todo caso, nadie va a pagar por cosas que podría realizar gratuitamente en su casa, o en reuniones con sus conocidos-. Como dice Simone de Beauvoir: “La prostituta es una cabeza de turco; el hombre descarga su torpeza sobre ella y luego la vilipendia. Que un estatuto legal la someta a vigilancia policíaca o que trabaje en la clandestinidad, en cualquier caso es tratada como una paria”].

Noe Gall

Activista lesbofeminista prosexo [Mas allá de todas las objeciones ético-políticas que podríamos realizarle a esta identidad “prosexo”, la tomaremos por el lado amable y nos limitaremos a señalarle a nuestra “activista lesbofeminista” que la moralidad utilitarista que reivindica es “antisexo” por todo concepto, es decir, no reivindica “el sexo” como un fin en sí mismo, sino, solo, como medio para un fin. Lo que, irónicamente, vuelve a situar “al sexo” en la esfera de la reproducción, esta vez, como un modo de ganarse la vida (lo que para más ironía, lo volverá una práctica por completo reglamentada, quizás ya no por “morales opresoras” que imperan en “la opinión pública”, pero sin lugar a dudas sí por la policía sanitaria y los códigos laborales)]. Del espacio Asentamiento Fernseh. Integrante de la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual. UNC. [Y ya que estamos con esto de evitar los maniqueísmos podríamos terminar con una frase que tal vez pueda desprejuiciarle, y que es adjudicada al clásico santo de la cristiandad: “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino al reino de Dios”].

[1] La campaña abolicionista tiene ya 5 años de antigüedad, está convocada por colectivas y mujeres que actuamos desde una perspectiva feminista basada en los derechos de las humanas, que nos permite comprender porque la prostitución y la trata con fines de explotación sexual son dos caras de una misma violencia contra las mujeres y por qué alrededor del 90% de los casos de trata de personas es de mujeres y niñas con estos fines. Para más información fijarse en el blog. http://www.campaniaabolicionista.blogspot.com.ar/

[2] Decimos acá “sujetas”, y no “sujetos”, porque creemos que -junto con una larga tradición teórica feminista- la manera de entender un cuerpo colectivo organizado políticamente siempre es masculina (sujetos políticos). Lo que pone de manifiesto, una y otra vez, el falogocentrismo imperante en nuestra cultura occidental, hegemónica, patriarcal y heterosexista.

[3] Gayle, Rubin. “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”. En: Vance, Carole S. (Comp.) Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina. , Ed. Revolución, Madrid, 1989. pp. 113-190.

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confusión
Por noe gall - Sunday, Mar. 17, 2013 at 8:55 PM
laotranoe@hotmail.com

hola soy noe, la autora del texto y me ha costado mucho leer tus opiniones diferenciandolas de las mias en el mismo texto que aun conserva el titulo y mi firma. Como este es un nuevo texto escrito por ti, te pediria por favor que quites mi nombre del final o aclares que es tuyo para no confundir.
gracias
n

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nobleza obliga
Por Flora Tristán - Sunday, Mar. 17, 2013 at 11:13 PM

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...Es cierto. Lamentamos la confusión y nos hacemos cargo de haberla provocado, mas sin intención. Vaya entonces la aclaración: aquello que esta escrito entre corchetes corresponde a nuestra autoria, lo demás pertenece a la compañera Noe Gall. Hecha la salvedad, agradecemos la indulgencia de la compañera e invitamos al debate de ideas, más allá de las "identidades".

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