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En torno de Lisandro de la Torre - De apellido Bustos
Por Lelio Merli - Sunday, Mar. 31, 2013 at 10:33 AM
leliomerlifiscal@hotmail.com 0341 4400788 J. M. Rosas 964 - Rosario

Cuabdo Lisandro de la Torre, abobiado por las deudas, decidió poner fin a su vida, sus amigos pudientes lo abandomarom, En cambio su capatáz le ofreció sus ahorros. Tuve la suerte de conocerlo.

EN TORNO DE LISANDRO DE LA TORRE

Lisandro de la Torre, al morir cerró la galería de los próceres de la República que nació en Mayo. Su suicidio fue el último acto de una vida llevada con honor. Su obra puede estudiarse en cualquier manual de historia. Pero solo entrelíneas pueden conocerse los detalles de las razones que lo impulsaron al suicidio.
Pinas fue el campo que le había vendido “a pagar” el Banco Español y que lo llevó a la ruina por la sequía de cinco años en esa zona. Obligado legalmente, el banco le pediría la quiebra.
Los conservadores habían preparado un show con esa quiebra. Sería su venganza después del famoso Debate de las Carnes en el cual el anciano los desenmascaró y que produjo el asesinato de Bordabehere en pleno recinto del Senado de la Nación.
Pero Don Lisandro, sabedor que la imagen de su vejez venerable sería el lumen de la juventud futura, prefirió morir antes que la mancillaran.
El relato De Apellido Bustos habla del capataz de ese campo y de sus recuerdos.
Lelio Merli.
DE APELLIDO BUSTOS
A mediado del siglo pasado, la mayoría del estudiantado argentino no comulgaba con las ideas del gobierno.
Éste había creado la C.G.U. (Conf. Gral. Univ.) buscando adeptos, pero no lo logró.
Tan es así que los reformistas habíamos hecho una crítica severa al Plan Quinquenal en su sección Educación.
Integré la comisión de estudio (Berdichevsky, Drincovich, Merli y Moglia) y como punto de partida rebatimos el criterio oficial que mencionaba la “Conformación de la Cultura Nacional”. Nosotros opinábamos que la Cultura se forma paulatinamente pero no se CONFORMA por decreto.
Ese estudio muy extenso fue aprobado por F.U.L. (Fed. Univ. del Litoral) y lo hizo suyo F.U.A. (Fed. Univ. Arg.). Fue muy elogiado en otros países a tal punto que sirvió de antecedente del sistema oficial de Alemania y Noruega.
El gobierno nacional perdió entonces la paciencia y detuvo a más de 300 estudiantes universitarios. No fueron más porque la mayoría no se encontraba en los lugares que frecuentaban y como en el juego de las escondidas: “el que no se escondió, se embromó.

Fue por ello que un primo me llevó una noche a un puesto de una estancia del norte de Córdoba, que padecía una gran sequía sin más equipaje que una escopeta calibre 12.
-- Venís a cazar – me aclaró.
Entramos en un rancho. En la oscuridad un fósforo iluminó y encendió un candil que por su parte solo se alumbró a si mismo.
-- Buenas noches don Bustos ¿Cómo está? – saludó mi primo – Aquí le dejo la carne, la galleta y la yerba. Ah y también a un medio primo que quiere cazar. La semana que viene volveré y conversaremos.
-- Ajá – contestó el hombre quien cuando el auto se alejó me dijo: -- Ahí tiene un catre.
Había un catre con un enorme acolchado enrollado. Lo quise extender, pero bajó de un salto.
-- Tiene patas – pensé – Ternero no debe ser porque ellos no se suben a las camas.
Me acosté vestido. Di las buenas noches. Un ronquido me contestó.
--- ¿Adonde me trajo este tercio de primo? – me pregunté.
Me dormí enseguida. Al otro día la luz del sol respondió algunas de mis dudas. Era un rancho demasiado chico para llamarse puesto y el cuidador demasiado grande para llamarse puestero.
-- ¿Tendrá cien años este hombre? – pensé – Quizá le falte un poco – calculé.
Pero cuando uno es muy joven hay cálculos que son imposibles. Chico de cuerpo, consumido por los años, con la piel reseca y llena de puntitos negros, hundidos, don Bustos apenas caminaba y sin flexionar las rodillas. Sus ojos, brillantes y vivaces. Su mente lúcida parecía no pertenecer a ese cuerpo envejecido.
Su trabajo era fijarse en quién pasaba por la gran tranquera y ocuparse que ésta estuviese siempre cerrada. Su ayudante era Leal, el gigante negro, peludo, de cuatro patas que me sorprendió la noche pasada y que confirmó su identidad de perro con dos roncos ladridos.
-- Tal para cual – me dije.
Leal era ese tipo de perro tan común antes en los campos, que no se alejaba de “las casas”
y que cuidaba chicos, viejos enfermos y mujeres jóvenes. Pesadísimo, su mandíbula grande como de vaca. Sus colmillos serían la envidia de un lobo. Su mordida partía en dos pedazos una vizcacha.
Peludo al máximo, un tiro de escopeta con munición común, no le entraba porque el plomo se envainaba es esa abundante lana. Su salto, a pesar de su gran peso, supongo que solo sería superado por un gran felino. Manso y feroz, tenía la inteligencia necesaria para comportarse de un modo u otro cuando correspondía. El cuero suelto, separado de la carne, hacía imposible llegar a la yugular en una pelea de perros. Me imagino el papel que harían los famosos Doberman, especialistas en correr judíos desfallecidos por el hambre, frente a un animal que de un mordisco les partiría las patas en dos pedazos.
Esa mañana unos que pasaban llamaron. Yo me acerqué a la escopeta, pero el viejo me dijo en voz baja mientras espiaba:
-- No salga.
Había dos muchachos a caballo frente a la tranquera. Mi compañero se paró a la puerta del rancho, su perro se echó afuera, cruzándola.
-- Solo falta que les muestre los dientes – pensé.
Eso hizo sin gruñir, bostezó simplemente.
-- Vamos pa´l boliche. ¿Precisa algo don Bustos?.
-- Nada por ahora … ¿Ustedes vieron a un muchacho cazando en la laguna?.
-- No – le respondieron los jóvenes.
-- Si lo ven, no pongan cuidado, es un pariente del patrón, un pueblero que vino a cazar.
-- El boliche difundirá la historia -- `pensé -- ¡Qué raro!. Este hombre conoce muy bien el paño.

Transcurrieron los días. Solo se comía carne asada con galleta y se tomaba mate.
-- ¿Adonde me trajo este cuarto primo? – mascullé.
Una tarde se me ocurrió preguntar a Bustos:
-- ¿Dónde trabajó antes?.
-- En Pinas – respondió.
-- ¿Conoció al doctor De La Torre? – le dije extrañado.
-- Por supuesto – asintió.
A partir de ese momento mi estada fue más entretenida y el cuarto primo volvió a ser medio primo.
Pasaba el tiempo, yo me ocupaba de traer leña y de no aparecer por la laguna, por si me acechaban; el anciano asaba la carne – ya era charque --. El gran perro dormía siempre, pero de noche debajo de mi catre. Supongo que esperaba que este pueblero se fuera para recobrar su lecho.
Una mañana, cansado ya de tomar mate, pregunté:
-- ¿Fue verdad que Don Lisandro le pegó un tiro en la cabeza a una víbora?.
-- Pero entonces – dijo Bustos – ¿usted conoció al doctor?.
-- No, cuando él murió yo no tenía aún nueve años. Lo habré leído.
-- No fue una hazaña. La víbora es tan ligera que quiere morder la bala; es común – me explicó.
-- ¿El doctor llevaba siempre ese revolvito de porquería?
-- ¿Y eso también lo leyó? – dijo Bustos desconfiando.
-- No, me lo contó Lanzarotta, un chofer que solía serlo de don Lisandro. Me dijo también que al arma la llevaba siempre pero no la portaba el día que mataron a Bordabehere. Tuvo miedo de “perderse”.
-- ¿Ajá?.
Una noche, después de una larga conversación acerca de las tradiciones orales de esa zona relacionadas con ”tapados” Quirogas muertos y arzobispados, lo interrogué directamente:
-- ¿Qué dice de Viale, el socio de De La Torre?
-- El doctor sabía que Viale lo “tragaba” pero no reaccionaba. Creo que buscaba su propia ruina. Solo sonreía. Me parece que pretendía justificar su suicidio.
-- ¿Su suicidio, Bustos?.
-- Sí. Una vez le pregunté: ¿Doctor cómo siendo tan hombre no mantuvo una mujer en su vida?. “Desengaños, amigo, desengaños”. Me contestó. En estos casos se termina mal. A veces en suicidio.
-- ¿Eso le dijo don Lisandro, Bustos?.
-- No, eso le digo yo a usted.
-- ¡Ajá!.
La sequía parecía terminar. El cielo estaba encapotado y comenzó una lluvia tan mansa que presagiaba un temporal. El techo de paja parecía un colador.
-- No se preocupe amigo – aseguró mi compañero – Esto es hasta que se hinche la paja … Como hace mucho que no llueve … ¡Qué seca! … Pero seca, lo que se dice seca fue la que sufrió Pinas.
La lluvia refrescó su memoria. Me siguió contando:
-- El doctor tuvo que sacar la hacienda y llevarla a pastaje. Todas las aguadas y pozos de la zona se estaban secando. Solo una, que era inmensa, no mermaba: debía ser semi -surgente. Pero estaba fuera de sus límites. Justo donde terminaba la propiedad. Pertenecía a los Moyano que solo tenían unos pingos viejos. La hacienda flaca del doctor que no aguantaba el viaje quedó en el campo. Los Moyano le pedían por el agua el valor de las vacas. Querían quedarse con la hacienda. El doctor opinaba que una fracción tan grande no podía haberse loteado en tiempos de la Colonia sin aguada. Hizo traer unos agrimensores del ferrocarril y con la policía y testigos se descubrió que donde figuraban los mojones en el mapa, estaban las bases de donde se los había arrancado y corrido. Recuerdo bien lo que me dijo el doctor – siguió Bustos – “El daño que me han hecho no tiene nombre. Los que no tendrán más agua serán ellos. No les daré una gota”.
Pero ya era tarde. El doctor estaba arruinado.

En realidad, nunca supe si el campo donde estuve “guardado” era parte de Pinas, la estancia de don Lisandro o cercano.
Mi primo no lo aclaró. Seguramente otras personas también facilitaron las cosas y por eso mantuvo el secreto. Yo nunca hice preguntas, porque en estos casos no se hacen.
En cuanto a Bustos, no sabía aún que fue el capataz de Pinas, porque de su existencia me enteré un tiempo después y confirmé que se trataba de la misma persona al leer la crónica de Juan Lazarte – desaparecido ya De La Torre – de su visita a Pinas con un grupo de amigos. Allí aparece la foto de José Bustos con su rostro inconfundible.
Cuando conocí a Don Bustos se había identificado de este modo:
-- Yo fui peón de patio de don Lisandro.
Pero no sé si lo dijo por modestia o por vergüenza de haber descendido tanto. Pero recuerdo que agregó con nostalgia, casi con melancolía, con los ojos húmedos y mirando a lo lejos:
-- SI, yo soy Bustos.
También me enteré que tenía familia, pero nunca me expliqué que hacía allí, solo, abandonado a su suerte, con su edad tan provecta.
Los relatos de Bustos fueron muchos y yo solo recuerdo algunos.
Dios había dado pan al que todavía no le habían salido los dientes. ¡Qué no habría dado un escritor maduro por conocerlos!
Es que el joven que está en la parte “brava” de la política no piensa en la historia, ni en la anterior ni en la que se escribirá luego. Siente que el está escribiendo la presente, equivocado o no, con la pérdida de sus años, de sus estudios, de su libertad. Lamentablemente, a veces con su sangre, con su vida.
Y en la vida llega todo: Lo bueno y lo malo.

Una noche mi primo, ascendido ya a primo hermano, me vino a buscar.
Saludé a Bustos al subir al auto.
-- Que la salud lo acompañe – le dije.
-- Cuídese – me ordenó. -- ¡Ah! Y cuando pueda, salude de mi parte a los que no conoceré.
Si bien no lo entendí en ese momento, eso hago ahora, en su nombre, al terminar este relato con sus recuerdos de hace setenta años largos.
Es verdad: “la humanidad mantiene un coloquio continuo a través de sus generaciones”.
¿Será verdad también que “la nada no existe”?, como decía De La Torre?.
Es de noche y en su silencio me parece oír a lo lejos, muy lejos, dos roncos ladridos.

“Pinas”: Campo que el Banco Español dio a De La Torre en venta “a Pagar” y que fue su ruina.
Charque: Carne seca al aire.
Perderse: Cometer un hecho de sangre.
Tragaba: Robaba.
Seca: Sequía.
Tapados, Quirogas muertos y Arzobispados: Se refiere a los relatos que en el norte de Córdoba acusaban al Arzobispado de haber participado de alguna manera en la muerte de Quiroga porque habría encontrado “los tapados” (tesoros enterrados por el virrey Sobremonte en su huída.
LELIO MERLI

LA GRANDEZA DE UN HOMBRE POBRE
JOSÉ BUSTOS (CAPATAZ DE PINAS)

Cuando la sequía de cinco años, en Pinas, arruinó a Lisandro De La Torre, sus amigos pudientes se “borraron”. Su quiebra ya se anunciaba y los esfuerzos por encontrar una solución financiera provenían de quienes nadie suponía, ricos o pobres, rosistas o comunistas.
Lo más notable fue el gesto de su capataz: José Bustos, que le ofreció los ahorros de toda su vida. Don Lisandro al agradecer su gesto, le envió la carta que transcribimos:

CARTA de DE LA TORRE a JOSÉ BUSTOS (14/4/1937) (FRAGMENTO)
Estimado José:
Mucho le agradezco el ofrecimiento del dinero que tiene ahorrado, en caso de necesitarlo yo, pero no lo voy a exponerlo a un fracaso, que me sería muy doloroso.
En tiempos normales se pueden hacer algunas cosas que no deben hacerse en tiempos calamitosos. De todos modos quedo profundamente agradecido, pues su espontáneo ofrecimiento muestra los sentimientos de adhesión y afecto que me tiene, lo que me satisface doblemente porque demuestra que yo lo he tratado a Ud. de acuerdo a sus merecimientos, en los largos años que me ha servido. LISANDRO DE LA TORRE.

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