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Triángulo de las Bermudas futbolístico
Por Luis E. Sabini Fernández - Sunday, Mar. 31, 2013 at 4:47 PM

Circuitos bloqueados entre ética, justicia, tecnología

El fútbol como todo deporte de origen amateur, es decir con amantes de esa actividad, tuvo su momento de fair play. Inicial y configurador de una cultura deportiva.

En las primeras décadas del siglo XX cuando ya se va profesionalizando y lenta y desparejamente universalizando, el fútbol, como tantas otras disciplinas estaba pletórico de gestos de “honestidad deportiva”, de “caballerosidad”, como se le llamaba entonces que un jugador le advirtiera al juez que la había tocado con la mano, o que la había recogido fuera de la cancha.

Eran tiempos donde no se conocía el teatro en el fútbol, que algunos han llevado a un consumado arte para dibujar infracciones ajenas con aparatosas caídas. Hay árbitros que “compran”, otros que impelen al “herido” a levantarse de inmediato y hay incluso jueces que le ponen amarilla al que trató de cargar con la tarjeta al presunto infractor adversario….

Tenemos que ser conscientes que sin embargo, el fútbol, como seguramente cualquier deporte, estaba plagado de pequeñas estafas, escamoteos, simulaciones desde su mismo origen.

Pero algo ha cambiado con los tiempos y por eso podríamos hablar de una época más “limpia”, que no es la actual, la vigente.
Poniendo un mojón cronológico, siempre arbitrario, me atrevería a afirmar que el gol con la mano de dios, es decir de Maradona, en 1986, marca un antes y un después.
Porque goles con la mano hubo antes, sin duda. Hands –como se los llamaba entonces- convirtiendo goles, a escondidas, no son entonces novedad.

Pero la novedad cultural es su glorificación generalizada. Que los argentinos, chovinismo mediante, glorifiquen ”el gol con la mano” y que erijan esa mano en mano de dios, se puede entender... Pero que los ingleses, perjudicados en aquel encuentro que les arrebataba la semifinal del Mundial 1986, convoquen a su deportivo verdugo y hasta le brinden un doctorado honoris causa revela la metamorfosis cultural (estrictamente, el honoris causa debería haberle sido otorgado a Diego en su doble condición de excelente futbolista y no menos eximio actor..). Un cambio, entonces, de cuando las infracciones se hacían pero sin vanagloria, “por detrás”, a este tiempo en que nos hallamos, que presupone que “no vale todo” siguiendo los discursos edificantes pero que en realidad, sí vale todo.

Sólo así se explica la introducción del teatro en el mundo de las infracciones, los viejos faos o fouls.
Pero no se trata sólo del polisémico teatro revivido en cancha en lugar de escenario. El fútbol ha tenido otras incorporaciones y por lo menos una desincorporación. La profesionalización, cada vez mayor desde que se iniciaron los campeonatos mundiales de la FIFA, ha erradicado bastante categóricamente al boxeo de las canchas. Cada vez está más claro que el boxeo, con bronca como se desempeña en un partido de fútbol, pertenece al reino de las emociones y eso no funciona con lo profesional.

En cambio, han hecho un ingreso cada vez más ostensible, el rugby y el voleibol. El rugby tiene su apogeo en los tiros de esquina. Allí los defensas se sienten cada vez con más derecho a rodear con los brazos a los atacantes y a pegarse a ellos, trabándolos sin siquiera pelota a la vista. Los árbitros en general hacen la vista gorda a semejante entrevero de deportes. O tal vez les gusten por igual y no ven mal que se los practique simultáneamente y en la misma cancha, vaya uno a saber. Me ha tocado ver a un delantero sacándose finalmente con brusquedad a un pegajoso defensa y que el árbitro le ponga la amarilla al que reacciona, airado, contra las trabazones, no le haya dicho ni cobrado nada a quien trababa todo movimiento como si fuera un policía trabando a un manifestante o un enfermero a un loco furioso.

El vóley suele también expresarse en situaciones de peligro, a menudo en tiros de esquina como la magnífica mano, o brazo, con que un defensa chileno desvió una pelota que la cabeza de Lugano buscaba embocar… en plena área penal… (Chile vs. Uruguay, 26 de marzo de 2013, por las eliminatorias del mundial 2014).

Recapitulemos: sin sostener que cada vez se juega más sucio, se puede, sin embargo, entrever que al menos cierto tipo de juego sucio está cada vez más tolerado. Con el transcurso del tiempo, los cultores y particularmente los niveles futbolísticos profesionales han ido incorporando mañas para mejor valerse de cualquier recurso para “ganar”.

Pero este devenir se desenvuelve junto con otros dos que le son más bien adversos:
1) se proclama permanentemente la necesidad de que los resultados, los arbitrajes, la calidad del juego, mejore y no se acepta abierta y públicamente que haya que ganar “de cualquier modo”. Por eso precisamente se ha agregado un cuarto juez a la terna ya tradicional, para ver si ocho ojos ven más que seis…
2) el desarrollo de recursos tecnológicos cada vez más precisos y afinados, algunos inimaginables hace pocas décadas, permitiría acercarnos a decisiones muchos más atenidas a los criterios de justicia compartidos y aceptados por todos los que cultivan en este caso el fútbol.

Por ejemplo, en el partido ya mencionado, la mano-brazo del chileno fue vista en pantalla pocos segundos después de cometido el hecho, tan poco después que el juez todavía no había autorizado a reiniciar el juego. Hubo jugadores “denunciando” gestualmente el brazo y hasta el impasible director técnico uruguayo, Tabares, se acercó al juez y le hizo similar aclaración. Ni el árbitro ni los de línea ni el juez de fuera de la cancha habrían visto lo que la filmación mostraba palmariamente y al instante.

Lo cual subraya, una vez más, que un cuarto juez debería tener una batería de monitores para ver cada jugada polémica registrada desde distintos ángulos, tres o cuatro, y que esa evaluación, presentada al árbitro no lleva más que segundos, con lo cual el cúmulo de jugadas problemáticas no debería insumir a lo largo de todo el partido más de cuatro o cinco minutos por encima de la duración actual, es decir algo insignificante para los cien minutos largos de cualquier partido (sin alargues ni penales).

Pero, claro, para mejorar la justicia en el juego, hay que tener ganas. Los recursos, electrónicos, por ejemplo, “juegan” si uno los necesita. Pero si los árbitros siguen gozando, por un lado, con el poder omnímodo, y por otro, con la mezcla de diversos deportes a la vez, habrá que esperar que en día de buena lluvia incorporen waterpolo…

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