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Por Martín Stoianovich - Thursday, Apr. 04, 2013 at 2:53 PM

Abril 4, 2013 | Comenzaba un nuevo día de clases en una humilde escuela de la provincia de Neuquén. El maestro titular de tercer grado se había ausentado porque debía hacer algunos trámites, y su suplente algo nervioso se preparaba para juntar a los alumnos a formar. Los chicos corrían por el patio, levantando cantidades de tierra y jugando un picadito con una latita que hacía las veces de pelota. Se oían gritos por todos lados, manifestando la felicidad de poder estar ahí, compartiendo y disfrutando. Las nenas, por su parte, preocupadas observaban al ya gastado elástico que no tenía lugar para otro nudo que alcanzara aunque sea para pasar el primer recreo. De repente un respetuoso grito detuvo las actividades de los pibes, que desganados se acercaron al maestro.

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-Buen día chicos, mi nombre es Diego y voy a remplazar por hoy y quizás mañana, a Rubén –comentó el tímido principiante, mientras algunos distraídos discutían del partido. Los alumnos marcharon en fila hacia el aula, escoltando al nuevo maestro y cruzando algunas palabras en referencia a la peculiar forma de ser del profesional, quien mediante cortos diálogos intentaba entrar en confianza con los primeros de la fila. Una vez dentro del salón, los niños colgaron en unos percheros improvisados sus abrigos. Para esta altura del año, el otoño típico de la región está decidido a quedarse y hacerse sentir, más en las aulas en donde alguna que otra estufa no funciona y más de una ventana con el paso del tiempo ha dejado de cerrar perfectamente.

Cuando los pupitres ya habían sido poblados, y los niños se mostraban más calmados, el clima del comienzo de la clase fue un hecho. El maestro, al frente de unos 30 alumnos que curiosos esperaban descubrir de qué manera y con qué perfil el suplente iba a reemplazar al viejo y ya conocido Rubén, se presentó nuevamente de manera formal y dio comienzo a la jornada. En primera instancia, se comentó como todos los días el calendario escolar de la fecha. Primero se mencionó aquel hecho ocurrido en 1812, cuando el Primer Triunvirato convocó a una Asamblea Legislativa de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que luego sería reconocida como la Asamblea del Año XIII

Pero luego de unos minutos de explicación, y advertido de que la dinámica de la clase no era la apropiada, el maestro decidió continuar con el siguiente hecho que merecía ser conmemorado para un 4 de abril. Metió su mano en una caja venida a menos y revolvió hasta encontrar una tiza blanca, con la cual comenzó a escribir en el pizarrón. “Las tizas n…”, llegó a escribir antes que fuera interrumpido por un alarido, seguido de un corto berrinche. Uno de los alumnos le había metido un sopapo de atrás a otro, discutiendo sobre el partido que había dejado de jugarse minutos atrás. Insistía este purrete en que la mano afuera del área es tiro libre indirecto, alimentando así la vieja duda que viene corriendo por los patios de todas las escuelas donde el fútbol es el pasatiempo. Sorprendido y casi sin saber qué hacer, el maestro intervino en la discusión intentando calmar la situación. Como el disentimiento continuaba y la calma no llegaba, el supuesto agresor fue enviado a la dirección. El nene, llamado Nahuel, pidió primero ir al baño a lavarse la cara, porque un repentino llanto lo había sorprendido. Así, llegó a la dirección de la mano del docente, quien explicó brevemente los hechos a la directora y volvió a su clase.

Quizás pasmado por el suceso que debió presenciar en su primer día al frente del grupo, el maestro olvidó continuar la oración que había comenzado a escribir en el pizarrón. Pasó directo a la interacción con los chicos y preguntó si había otro hecho importante para recordar esa fecha.

- ¡Hace seis años se murió el maestro Carlos! – resaltó una de las niñas, mientras era corregida por un compañero.

- ¡Que lo mataron! – acertó.

Con un leve movimiento de cabeza, el docente afirmó lo que los niños recordaban.

- Nació en 1966 en Junín de los Andes – comenzó a leer de un cuaderno escrito a mano el maestro, permaneciendo así unos minutos, detallando sobre la vida de la persona en cuestión.

Los chicos escuchaban atentos la descripción que el docente hacía sobre el colega que había dedicado su vida a la profesión, con entrega y cariño. Finalizó recordando que el cuatro de abril de 2007, en medio de una huelga docente, un policía disparó una granada de gas lacrimógeno hacia donde se encontraba el maestro Carlos. Los chicos hacían preguntas de todo tipo, siendo respondidas a modo de que las pudieran entender. Estaban atentos, familiarizados con los hechos. Por más chicos que hayan sido en aquella época, parecían recordar haberlo vivido en los diarios, en la tele, en las radios y en el boca a boca de cada vecino de los pueblos de Neuquén y el resto del país. Así terminó el módulo inicial y un destartalado timbre anunció el comienzo del recreo, lo que significaba que el partido de fútbol, aún latente, continuaría.

Fuera de este contexto, la pintoresca directora del establecimiento terminaba de conversar con Nahuel. El niño la miraba a los ojos, descubriendo en ella los fuertes colores que cubrían sus parpados, y asintiendo con la cabeza como dejando en claro haber aprendido algo de aquella tediosa charla. Cuando volvió al aula, Nahuel sacó de su mochila un alfajor y mientras se dirigía al patio observó en el pizarrón la frase que había quedado incompleta. Se detuvo allí unos segundos y luego corrió hacia el resto de sus compañeros para intentar meter algún golcito. Poco pudo hacer porque ni bien tocó con su pie la latita, el timbre sonó y el recreó finalizó.

En el módulo que continuaba, antes de reiniciar la clase, el maestro creyó oportuno concluir la frase incompleta. Pero sorprendido quedó cuando al mirar el pizarrón leyó con la desprolija, esforzada e inconfundible letra de niño a la oración ya terminada. “Las tizas no se manchan con sangre”.

- La terminé yo – dijo con rostro orgulloso Nahuel- sí todo el país recuerda a nuestro maestro Carlos Fuentealba.

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