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Juan José López: “Los represores eran una jauría salvaje y primitiva”
Por Redacción 351 - Friday, Apr. 05, 2013 at 12:17 PM

El artista cordobés narró su paso por La Perla y recordó la saña de los torturadores hacia los secuestrados. Además, Menéndez pidió la palabra para desacreditar el testimonio de Solanille, testigo que lo vio fusilar.

El represor Luciano Benjamín Menéndez pidió la palabra para hacer su descargo sobre las declaraciones de José Solanille, testigo que afirmó haberlo visto ordenar un fusilamiento en La Perla. “Es mentira que él me haya visto participar de un fusilamiento como tampoco maltratar a mis soldados”, afirmó el imputado.

Posteriormente, el tribunal llamó a declarar a Juan José “Toto” López, sobreviviente de La Perla. López era estudiante de Filosofía y militante de Vanguardia Comunista. El 20 de abril de 1978, 3 autos llegaron a la verdulería que López tenía en barrio San Fernando. “Entraron entre 10 u 11 hombres de civil armados con armas largas y cortas. Estaba con mi actual esposa cuando me secuestran”, recordó el testigo.

“Yo vine a Córdoba a estudiar, trabajaba y militaba políticamente. Éramos inmensamente inquietos, felices y voraces de conocimiento. Veíamos al conocimiento como instrumento de poder”.

Al momento de su secuestro, López fue trasladado en auto a La Perla. Cuando llegó lo metieron en el “cuarto de terapia intensiva”, que no era otra cosa que la sala de torturas. “Una cosa espantosa que hasta el día de hoy me retumba es el grado de exaltación de esta jauría salvaje y primitiva, se refregaban las manos y decían: ‘se nos están acabando, los estamos matando a todos’, eso me quedó grabado”, afirmó.

Después de la primera sesión de tortura lo llevaron a “la cuadra” y lo acostaron en una colchoneta en el piso, apartado del resto de los detenidos. “Las torturas físicas y psicológicas fueron constantes hasta que un día se enteraron de mi paso por el neuropsiquiátrico. Alguien dijo: cuidado con éste que está loco”, manifestó López.

Luego de ese episodio lo dejaron de torturar y pasó a ser uno más de los tantos detenidos que los militares utilizaron como rehenes para garantizar la seguridad del Mundial de Fútbol.
La denigración de los secuestrados

Juan José narró que en el centro clandestino los detenidos pasaron mucho hambre. Los días domingo los cocineros del lugar solían preparar pollo para alimentar a Gendarmería. “Ellos se comían las mejores presas y a los restos los tiraban en los tachos de los baños que estaban llenos del papel higiénico usado. “Nosotros pedíamos permiso para ir al baño y revolvíamos esos tachos para comer las sobras del pollo”, relató.

“Sacábamos la comida de entre los papeles con material fecal y trapos con restos de menstruación de las compañeras. Eso retrata el estado de denigración al que estábamos sometidos”.

López estuvo detenido en La Perla hasta el 25 de junio de 1978, día en que terminó el Mundial de Fútbol. “Nosotros peleábamos por la libertad y la justicia, lo paradójico es que cuando terminó el mundial nuestro mayor deseo era que nos llevaran presos a la cárcel”, afirmó el testigo.

Luego del Mundial, López fue trasladado a un establecimiento conocido como “La Escuelita” o “La Perlita”, camino a Malagueño. Éste era un lugar previo a la cárcel donde los detenidos también quedaban al cuidando de la Gendarmería.

Durante el mes de septiembre de 1978, López fue trasladado al D2, a la Casa de Hidráulica y nuevamente a “La Escuelita”. En cada uno de esos lugares fue maltratado y golpeado por personal policial y militar.

A mediados de septiembre de 1978, la Cruz Roja Internacional visitó la Unidad Penitenciaria Nº1 y “La Escuelita”. En ese entonces, los detenidos fueron escondidos para que los integrantes de la Organización no los encontraran. “Por esos días los militares estaban muy nerviosos por la visita de la Cruz Roja. Se interesaron por conocer la situación de los presos políticos”, recordó.

Al día siguiente de la visita de Cruz Roja a “La Escuelita”, López recuperó la libertad vigilada y recordó que el imputado Orestes Padovan, encargado de su liberación, le dijo que a partir de ese momento él debía pensar que lo había secuestrado un plato volador y que nunca había visto nada.
La esposa del “Toto”

En segundo término declaró María Ester del Valle Gómez, esposa de Juan José López. Ella estuvo presente al momento de la detención de su marido. María comentó que en aquellos años estudiaba en la Universidad Nacional y que nunca militó en ninguna organización.

“Al conocerlo me entero de la terrible persecución de la que estaba siendo víctima por su militancia. Comenzamos a vivir juntos en ese clima de horror”

En 1978, la pareja decidió abrir una guardería en barrio Iponá. “Llegamos a tener más de 100 niños, eso nos dio la posibilidad de conocer a muchos vecinos de la zona. Luego nos hicimos cargo de una verdulería en el mismo barrio”, narró.

El 20 de abril la testigo estaba junto a López en la verdulería cuando llegó el grupo de tareas a secuestrarlo. “Entraron muchas personas armadas y nos sacaron afuera junto a otras mujeres que estaban en el local. Ahí lo detienen y se lo llevan”, comentó.

Luego de la detención de su compañero, María siguió viviendo en Córdoba y trabajando en la verdulería. Recuerda que los vecinos la ayudaron siempre, hicieron gestiones para encontrar a López y nunca la dejaron sola. “El día que mi marido es liberado, yo estaba atendiendo la verdulería y lo vi bajar de un auto dodge naranja”, narró.

María también recordó que, cuando López se encontraba bajo libertad vigilada, algunas de las personas que participaron del secuestro de su marido los visitaron numerosas veces en su domicilio.
De no tener derechos, a enseñar Derechos Humanos

Alberto Colaski era militante en el Centro de Estudiantes de Filosofía y estuvo detenido y secuestrado en La Ribera y La Perla durante 1977. Hoy es titular de la Cátedra de Derechos Humanos de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba.

El 29 de junio de 1977, Colaski estaba en la casa de un amigo cuando cerca de la medianoche ingresó en el domicilio un grupo de personas vestidas de civil y portando armas cortas. En ese momento, los jóvenes fueron golpeados y maltratados.

Alberto fue cargado en la parte trasera de un vehículo y trasladado a La Ribera. Ya secuestrado y maniatado se presentó ante él un señor que le dijo que “acá no hay jueces, acá depende de vos que salgas vivo”. Ahí comenzó el primer interrogatorio, en donde le preguntaban por su actividad y por distintas personas.

Luego lo trasladaron a un cuarto, le sacaron la ropa, continuaron golpeándolo y empezó la tortura. “Había un tacho lleno de agua, me sumergían la cabeza dentro y me golpeaban las orejas debajo del agua”, recordó.

Durante los primeros días las torturas fueron constantes. Después fue alojado en los calabozos del Campo de La Ribera, donde estuvo encerrado entre 25 y 30 días. “Nos daban la comida y teníamos que comer tirados en el suelo. Las celdas eran chiquitas, de 60 centímetros de ancho”, explicó.

Tras 30 días de encierro en los calabozos, Alberto fue trasladado a un espacio común de La Ribera llamado “la cuadra”. Ahí se encontró con muchos otros secuestrados.

El 5 de septiembre fue trasladado a La Perla. “Ahí las cosas se pusieron más duras, los interrogatorios eran constantes y terribles. Nos sacaban de la cuadra y nos llevaban a la sala de terapia intensiva, donde nos torturaban con submarino y picana”, narró Alberto.

Del horror de La Perla, a Alberto lo trasladaron a la Unidad Penitenciaria Nº1. En ese lugar pudieron hablar con un Capellán del Ejército llamado Gallardo, al que le contaron lo que les había pasado. Gallardo les respondió: “Tanto no te deben haber torturado, porque está comprobado científicamente después de Argelia que nadie aguanta más de 4 horas de tortura”, narró Alberto.

El caso del testigo quedó en manos del Poder Ejecutivo por la ley del Estado de Sitio. Así, Colaski estuvo detenido hasta 1982 en la cárcel, primero en la UP1 y luego en el Penal de La Plata. Durante 1982 estuvo bajo el régimen de libertad vigilada y en diciembre de ese año recuperó definitivamente la libertad.

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