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Agust Spies, PRESENTE - Mañana 10hs Acto en Plaza López
Por Plenario Obrero y Popular -
Tuesday, Apr. 30, 2013 at 10:55 PM
obreroypopular@gmail.com
Agust Spies
!PRESENTE!
Así como lo hicimos ayer , reproducimos hoy el
discurso de uno de los Mártires de Chicago quien pidió la palabra
antes de ser llevado a la horca.
Al dirigirme a este tribunal lo hago como representante de una
clase enfrente de los de otra clase enemiga, y empezaré con las
mismas palabras que un personaje veneciano pronunció hace cinco
siglos ante el Consejo de los Diez en ocasión semejante:
Mi defensa es vuestra acusación; mis pretendidos crímenes son
vuestra historia. Se me acusa de complicidad en un asesinato y se me
condena, a pesar de no presentar el Ministerio Público prueba alguna
de que yo conozca al que arrojó la bomba ni siquiera de que en tal
asunto haya tenido intervención alguna. Sólo el testimonio del
procurador del Estado y de Bonfield y las contradictorias
declaraciones de Thomson y de Gilmer, testigos pagados por la
policía, pueden hacerme pasar como criminal. Y si no existe un hecho
que pruebe mi participación o mi responsabilidad en el asunto de la
bomba, el veredicto y su ejecución no son más que un crimen
maquiavélicamente combinado y fríamente ejecutado, como tantos otros
que registra la historia de las persecuciones políticas y
religiosas. Se han cometido muchos crímenes jurídicos aún obrando de
buena fe los representantes del Estado, creyendo realmente
delincuentes a los sentenciados. En esta ocasión ni esa excusa
existe. Por sí mismos los representantes del Estado han fabricado la
mayor parte de los testimonios, y han elegido un jurado vicioso en
su origen. Ante este tribunal, ante el público, yo acuso al
Procurador del Estado y a Bonfield de conspiración infame para
asesinarnos.
Referiré un incidente que arrojará bastante luz sobre la cuestión.
La tarde del mitin de Haymarket, encontre a eso de las ocho a un tal
Legner. Este joven me acompañó, no dejándome hasta el momento que
bajé de la tribuna, unos cuantos segundos antes de estallar la
bomba. El sabe que no vi a Schwab aquella tarde. Sabe también que no
tuve la conversación que me atribuye Thomson. Sabe que no baje de la
tribuna para encender la mecha de la bomba. ¿Por qué los honorables
representantes del Estado, Grinnell y Bonfield, rechazan a este
testigo que nada tiene de socialista? Porque probaría el perjurio de
Thomson y la falsedad de Gilmer. El nombre de Legner estaba en la
lista de los testigos presentados por el Ministerio Público. No fue,
sin embargo, citado, y, la razón es obvia. Se le ofrecieron 500
duros porque abandonase la población, y rechazó indignado el
ofrecimiento. Cuando yo preguntaba por Legner nadie sabía de él; ¡el
honorable, el honorabilísimo Grinnell me contestaba que él mismo lo
había buscado sin conseguir encontrarle! Tres semanas después supe
que aquel joven había sido conducido por dos policías a Buffalo,
Nueva York. ¡Juzgad quiénes son los asesinos!
Si yo hubiera arrojado la bomba o hubiera sido causa de que se
arrojara, o hubiera siquiera sabido algo de ello, no vacilaría en
afirmarlo aquí. Cierto que murieron algunos hombres y fueron heridos
otros más. ¡Pero así se salvó la vida a centenares de pacíficos
ciudadanos! Por esa bomba, en lugar de centenares de viudas y de
huérfanos, no hay hoy más que unas cuantas vidas y algunos
huérfanos.
Más, decís, habéis publicado artículos sobre la fabricación de
dinamita. Y bien; todos los periódicos los han publicado, entre
ellos los titulados Tribune y Times, de donde yo los trasladé, en
algunas ocasiones, al Arbeiter Zeitung. ¿Por qué no traéis a la
barra a los editores de aquellos periódicos?
Me acusáis también de no ser ciudadano de este país. Resido aquí
hace tanto tiempo como Grinnell, y soy tan buen ciudadano como él,
cuando menos, aunque no quisiera ser comparado con tal personaje.
Grinnell ha apelado innecesariamente al patriotismo del jurado, y
yo voy a contestarle con las palabras de un literato inglés: ¡EI
patriotismo es el último refugio de los infames!
¿Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos?
Hemos explicado al pueblo sus condiciones y relaciones sociales; le
hemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes
bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación
científica hemos probado hasta la saciedad que el sistema del
salario es la causa de todas las iniquidades tan monstruosas que
claman al cielo. Nosotros hemos dicho además que el sistema del
salario, como forma específica del desenvolvimiento social, habría
de dejar paso, por necesidad lógica, a formas más elevadas de
civilización; que dicho sistema preparaba el camino y favorecía la
fundación de un sistema cooperativo universal, que tal es el
SOCIALISMO. Que tal o cual teoría, tal o cual diseño de mejoramiento
futuro, no eran materia de elección, sino de necesidad histórica, y
que para nosotros la tendencia del progreso era la del ANARQUISMO,
esto es, la de una sociedad libre sin clases ni gobernantes, una
sociedad de soberanos en la que la libertad y la igualdad económica
de todos produciría un equilibrio estable como base y condición del
orden natural.
Grinnell ha dicho repetidas veces que es la anarquía la que se
trata de sojuzgar. Pues bien; la teoría anarquista pertenece a la
filosofía especulativa. Nada se habló de la anarquía en el mitin de
Haymarket. En este mitin sólo se trató de la reducción de horas de
trabajo. Pero insistid: ¡Es la anarquía la que se juzga! Si así es,
por vuestro honor, que me agrada: yo me sentencio porque soy
anarquista. Yo creo, como Buckle, como Paine, como Jefferson, como
Emerson y Spencer y muchos otros grandes pensadores del siglo, que
el estado de castas y de clases, el estado donde unas clases viven a
expensas del trabajo de otra clase -a lo cual llamáis orden-, yo
creo, sí, que esta bárbara forma de la organización social, con sus
robos y sus asesinatos legales, está próxima a desaparecer y dejará
pronto paso a una sociedad libre, a la asociación voluntaria o
hermandad universal, si lo preferís. ¡Podéis, pues, sentenciarme,
honorable juez, pero que al menos se sepa que en Illinois ocho
hombres fueron sentenciados a muerte por creer en un bienestar
futuro, por no perder la fe en el último triunfo de la Libertad y de
la Justicia!
Nosotros hemos predicado el empleo de la dinamita. Sí; nosotros
hemos propagado lo que la historia enseña, que las clases
gobernantes actuales no han de prestar más atención que su
predecesoras a la poderosa voz de la razón, que aquéllas apelarán a
la fuerza bruta para detener la rápida carrera del progreso. ¿Es o
no verdad lo que hemos dicho?
Grinnell ha repetido varias veces que está en un país adelantado.
¡El veredicto corrobora tal aserto!
Este veredicto lanzado contra nosotros es el anatema de las clases
ricas sobre sus expoliadas víctimas, el inmenso ejército de los
asalariados. Pero si creéis que ahorcándonos podéis contener el
movimiento obrero, ese movimiento constante en que se agitan
millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del
salario; si esperáis salvación y lo creéis, ¡ahorcadnos ...! Aquí os
halláis sobre un volcán, y allá y acullá y debajo y al lado y en
todas partes fermenta la Revolución. Es un fuego subterráneo que
todo lo mina. Vosotros no podéis entender esto. No créis en las
artes diabólicas como nuestros antecesores, pero creéis en las
conspiraciones, creéis que todo esto es la obra de los
conspiradores. Os asemejáis al niño que busca su imagen detrás del
espejo. Lo que veis en nuestro movimiento, lo que os asusta, es el
reflejo de vuestra maligna conciencia. ¿Queréis destruir a los
agitadores? Pues aniquilad a los patronos que amasan sus fortunas
con el trabajo de los obreros, acabad con los terratenientes que
amontonan sus tesoros con las rentas que arrancan a los miserables y
escuálidos labradores, suprimid las máquinas que revolucionan la
industria y la agricultura, que multiplican la producción, arruinan
al productor y enriquecen a las naciones; mientras el creador de
todas esas cosas ande en medio, mientras el Estado prevalezca, el
hambre será el suplicio social. Suprimid el ferrocarril, el
telégrafo, el teléfono, la navegación y el vapor, suprimíos vosotros
mismos, porque excitáis el espíritu revolucionario ...
... ¡Vosotros y sólo vosotros sois los conspiradores y los
agitadores!
Ya he expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo.
No puedo prescindir de ellas, y aunque quisiera no podría. Y si
pensáis que habréis de aniquilar estas ideas, que ganan más y más
terreno cada día, mandándonos a la horca; si una vez más aplicáis la
pena de muerte por atreverse a decir la verdad -y os desafiamos a
que demostréis que hemos mentido alguna vez-, yo os digo: si la
muerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad, entonces
estoy dispuesto a pagar tan costoso precio. ¡Ahorcadnos! La verdad
crucificada en Sócrates, en Crísto, en Giordano Bruno, en Juan de
Huss, en Galileo, vive todavía; éstos y otros muchos nos han
precedido en el pasado. ¡Nosotros estamos prontos a seguirles!
El discurso de Spies, interrumpido sin cesar por el juez, duró
más de dos horas. Hablaba con fervoroso entusiasmo y las
interrupciones lo hacían más enérgico y elocuente.
Plenario Obrero y Popular
Por una nueva Organización de los Trabajadores Clasista,
Internacionalista,
Antiburocrática, Independiente de los patrones, el Estado y los
partidos de la Burguesía.
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