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Buenos Aires indígena
Por La Pulseada - Thursday, May. 02, 2013 at 4:40 AM

Durante décadas, un relato oficial nos convenció de que venimos de los barcos. Cuando ese mito europeísta se fue resquebrajando, ubicamos nuestras raíces originarias en el Norte o en la Patagonia. En el mes del indio americano, un periodista del Movimiento en Defensa de la Pacha escribe sobre cementerios milenarios destruidos por barrios privados, héroes olvidados, comunidades originarias que viven en la ciudad y la posible existencia de restos indígenas bajo la Casa de Gobierno bonaerense.

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Por Pablo Badano / Ilustraciones: Juan Bertola

Hay indios donde estás. Hubo indios donde estás. Estas páginas salen de territorio indígena y son leídas en territorio indígena, aunque no veas cerros ni montes al levantar los ojos de esta revista.

¿Quiénes habitaron el actual territorio bonaerense antes de la conquista europea? ¿Qué lugar ocupa hoy la identidad originaria en esta región del país? En 1905, Juan Bautista Ambrosetti, considerado el iniciador de la arqueología científica en Argentina, excavó y encontró restos materiales de los pueblos originarios en el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada. ¿Había existido en ese lugar un asentamiento originario? ¿Se trataba de restos de la mano de obra indígena utilizada durante la Colonia? Sea cual fuera la respuesta, ese descubrimiento habla de la fuerte presencia aborigen en un territorio donde la colonización logró lo que en otras regiones no pudo: una invisibilización casi total de aquella presencia ancestral.

En aquellos tiempos, cuando surgieron nuestras ciudades, hubo acontecimientos bélicos memorables, dignos de películas, que parecen silenciados. Una lluvia de flechas incendiarias destruyó la primera Buenos Aires, fundada por Pedro de Mendoza en 1536 y abandonada en 1541. Según el historiador Daniel Conlazo (autor de Los indios de Buenos Aires), 23.000 guerreros de distintos pueblos (querandí, chaná timbú, charrúa y guaraní) se unieron para resistir la invasión europea. Muchos nombres de esos caciques quedaron en las crónicas de la primera y de la segunda fundación, pero casi ninguno es conocido por la actual población porteña y bonaerense.

En Chile, el líder mapuche Lautaro, que resistió a los españoles en el 1550, es tomado como héroe nacional, y durante las guerras de la independencia latinoamericana existió la Logia Lautaro, integrada por José de San Martín, Simón Bolívar y Bernardo O’ Higgins. En la Argentina, en cambio, los nombres de los caciques Manuá y Telomián Condié no han tenido la misma “suerte”. La figura del segundo de ellos es más conocida en el sudoeste bonaerense, en los municipios aledaños al río Matanza, curso de agua que habría sido denominado así por una batalla contra la gente de Telomián. Las aguas se tiñeron de rojo y fue así que comenzó a llamarse Valle y Río de La Matanza. Por su parte, Manuá es un desconocido en Buenos Aires, a pesar de haber ajusticiado nada menos que al fundador definitivo de la ciudad, Juan de Garay, en 1583.

La memoria de las civilizaciones indígenas que cuatro siglos atrás resistieron y fueron masacradas en la actual área metropolitana pasa desapercibida. Garay tiene una estatua a un costado de la Casa Rosada, en un lugar privilegiado del paisaje porteño, y los indígenas ‘permanecen’ dóciles en el famoso cuadro de la fundación de Garay, una obra centenaria del artista español José Moreno Carbonero que es telón de fondo en la Sala de Conferencias de la Jefatura de Gobierno para cada discurso de Mauricio Macri.

Cementerios aborígenes en Buenos Aires


Por lo menos 116 cuerpos de ancestros fueron extraídos por arqueólogos en 11 enterratorios en el área conocida como “Bajíos ribereños continentales”, y 136 restos esqueletarios fueron retirados de otros 7 sitios en el “Delta inferior”. Un total de 252 cuerpos originarios en esa región (con antigüedades entre 600 y 3.500 años), que corresponde a los municipios de Tigre, San Fernando, Escobar y Campana, en la zona norte bonaerense.

Ese número es el que reconoce el informe “Las prácticas mortuorias en el humedal del Paraná inferior”, firmado por Bárbara Mazza y Daniel Loponte, del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL) de la Secretaría de Cultura de la Nación. Estos profesionales fueron los asignados por la Dirección de Patrimonio Cultural de la provincia de Buenos Aires para el resguardo de los sitios aborígenes, aunque están cada vez más cuestionados por diversos sectores, por no respetar los derechos indígenas (ver Funcionarios y profesionales cuestionados).

¿Dónde están los 252 cuerpos?, nos preguntamos desde el Movimiento en Defensa de la Pacha (MDP), una organización indígena y vecinal del Gran Buenos Aires que este periodista integra junto a otros comunicadores, pobladores originarios de distintas generaciones e identidades culturales, vecinos, ambientalistas y educadores, con el objetivo de proteger los lugares ancestrales ante el avance del “progreso” y los barrios privados.

A diferencia de lo que ocurre en el valle y el delta del Nilo, por ejemplo, que guarda las tumbas de los faraones egipcios y es un lugar sagrado y respetado en el mundo entero por sus majestuosas construcciones, en el delta del río Paraná y su valle de inundación los arqueólogos estiman que existen cientos de cementerios de las culturas originarias rioplatenses pero sólo una mínima porción está identificada. El informe del INAPL se refiere a 27 yacimientos.

En Tigre, por ejemplo, los recientes megaemprendimientos inmobiliarios de barrios privados Nordelta (1.600 hectáreas) y Villa Nueva (850 hectáreas) han destruido dos lugares que se encontraban identificados: los sitios Sarandí y Garín respectivamente, pero los especialistas descuentan que han arrasado con muchos otros, que no se encontraban detectados. Hace cinco años, el propio Daniel Loponte reveló a este periodista que en las 1.400 hectáreas donde se construye el Nordelta 2 “no debe de haber dos o tres sitios, sino decenas”.

El poder y la resistencia


Graciela Satalic es una vecina de origen europeo que encontró en Punta Querandí, hace casi una década, restos de vasijas milenarias al costado de un arroyo en paraje Punta Canal, en el límite de los partidos de Tigre y Escobar; el hecho derivó en un lento boca en boca y en enero de 2009 culminó en la formación del MDP. Hoy, esa zona, un lugar público con restos arqueológicos, alberga un conflicto, como cuatro siglos atrás.

Hay una “batalla en nombre de los ancestros”, como definió la agencia de noticias Télam al cubrir los festejos del 20 de febrero por el tercer aniversario del acampe sostenido por vecinos y militantes indígenas para defender ese lugar. Están los empresarios poderosos, que desplazan familias, cierran caminos y avanzan sobre lugares públicos, pero también están los que resisten: gran parte de los vecinos tienen raíces en las provincias, pasado indígena o mestizo.

De los negociados inmobiliarios de la zona participa sobre todo una de las principales corporaciones del país, Eidico, dirigida por familias “de apellido” y descendientes directos del ex dictador Agustín Lanusse (el ingeniero agrónomo Patricio Lanusse es su sobrino; Jorge O’Reilly, sobrino nieto) que son activos militantes de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica y están vinculados con la Asociación por la Justicia y la Concordia, fundada en 2009 para defender a militares y civiles detenidos por delitos de lesa humanidad.

Jorge O’Reilly, que estudió abogacía en la Universidad Católica Argentina, fue asesor de la Jefatura de Gabinete de la Nación cuando el cargo lo ocupaba el actual intendente de Tigre, Sergio Massa. Además de ser el principal directivo de Eidico, es propietario de muchas empresas de diversos rubros en el país, como Farmacity, Lo Jack, Centro Médico Pueyrredón y Nieves de Chapelco. Su poder ha sido detallado en una serie de notas de Horacio Verbitsky en Página/12 desde 2008.

En tanto, el acampe vecinal se transformó en todo un símbolo en la zona de Punta Canal, un paraje con menos de 30 familias, y sus pequeñas dos localidades vecinas: Dique Luján, del lado de Tigre, tiene 3.000 habitantes, e Ingeniero Maschwitz, del lado de Escobar, algo más de 10.000.

“En la escuela me contaron que vinieron un montón de indios y sacaron a las topadoras”, le dice a La Pulseada un chico del humilde barrio San Miguel de Maschwitz. “Yo me enteré que tengo sangre indígena a partir de la existencia del acampe”, cuenta Eduardo Duarte, otro adolescente, quien vive a solo 100 metros de Punta Querandí y en los últimos años dio el mismo testimonio a todos los medios que se acercaron a cubrir el conflicto.

La luna los hará arrepentir

La lucha en resguardo de los cementerios aborígenes la protagonizan integrantes de comunidades que se vieron obligadas (ellos, sus padres o sus abuelos) a emigrar a la gran ciudad. Santiago Chara y su familia son originarios del pueblo toba en la provincia del Chaco. Como muchos de los que llegan a Punta Querandí, lo hizo para pescar. Allí se encontró con una ceremonia indígena y pensó “esto es lo que estoy buscando desde hace muchos años”. Ahora cuenta que siempre se reconoció como “indio”, pero no encontraba el lugar donde participar, a pesar de que sus parientes en Rosario y Chaco tienen cooperativas de viviendas o están relacionados con agrupaciones indígenas.

Con el “acampe de los indios”, como se lo conoce en la zona, lo indígena dejó de ser visto únicamente como algo de otras provincias. Ya pasaron cuatro años desde la formación del MDP y unas veinte instituciones educativas visitaron el “sitio sagrado de los pueblos originarios”.

“¡Agassaganup o Zobá!”, gritan desde el acampe, y responden con fuerza los integrantes del grupo de sikuri Vientos de Manuá, que lleva el nombre del cacique que ajustició a Juan de Garay. Ese idioma supuestamente muerto resuena sobre el Canal Villanueva, que divide las tierras en conflicto con los terrenos conquistados (antiguos bañados hoy rellenados y edificados con lujosos countries). En su libro, Conlazo menciona a esa frase como uno de los pocos legados que sobreviven de la lengua querandí. Significaría “La luna los hará arrepentir” y fue registrado por el viajero francés André Thevet en el siglo XVI.

La lucha, como antaño, es por el territorio: las comunidades reclaman tierras aptas y suficientes para desarrollarse, llevan generaciones viviendo en Buenos Aires (la “París del Plata”, que esconde un pasado e invisibiliza un presente), donde como en toda América hay una historia de preexistencia indígena, reconocida por la Constitución Nacional desde 1994, y donde además se exige el reconocimiento a las costumbres, ceremonias y espiritualidades distintas de la occidental.

Muchas décadas antes de esta reforma, en 1940, el Primer Congreso Indigenista Interamericano propuso el 19 de abril como Día del Indio Americano para hacer visibles las realidades de los pueblos originarios. En Argentina la fecha es oficial desde 1945 (por el decreto Nº 7550). Muchas organizaciones indígenas, e incluso la Pastoral Aborigen de la Iglesia Católica, realizan “La Semana de los Pueblos Indígenas”, entre el 19 y el 25 de este mes.

Buenos Aires indígen...


Huellas

Con la consigna “Mi barrio también es territorio indígena”, el Movimiento en Defensa de la Pacha busca provocar una reflexión sobre el pasado de los espacios que habitamos, aún cuando antiguas barrancas y cauces de agua han sido ocultados bajo la construcción de la ciudad, como sucede tanto en La Plata como en Buenos Aires.

Distintos elementos del paisaje nativo han sido rellenados o entubados haciendo más invisible el territorio indígena en la gran ciudad. Pero la naturaleza deja sus marcas. La indómita Buenos Aires sigue ocasionando problemas con sus inundaciones.

“Nuestra propuesta es reconocer la geografía nativa en cada rincón de Buenos Aires y recuperar la memoria ancestral, no sólo en los lugares donde existen ‘sitios arqueológicos’ o un entorno ‘natural’, sino también en las zonas urbanizadas e incluso las más céntricas”, explican desde el MDP. Por eso, durante 2011 y 2012 señalizaron la existencia del arroyo Maldonado –que corre por debajo de la zigzagueante avenida Juan B. Justo- como parte del territorio de los pueblos originarios. Lo hicieron en una plazoleta ubicada entre los barrios de Flores, Villa Mitre, Santa Rita y Paternal.


Los rugidos del Río de la Plata

El libro Aguas de Puma (Estela María Martínez Luna, Ana María Zetina y Luisa de la María, 2006) es una excepción a la regla del poco material de divulgación que hay sobre Buenos Aires y su historia aborigen. El nombre del libro está inspirado en un relato guaraní que explica el color del Río de la Plata. Según la historia, un valiente puma llamado Yaguá se sumergió en sus aguas para morir luego de salvar a Luna, hija del jefe de la tribu Chichiguay.

Es una novela histórica sobre La Maldonada, una española que, según la leyenda, llegó en 1536 con el conquistador Pedro de Mendoza, decidió alejarse del asentamiento y terminó adentrándose en el “mundo indígena” de aquellos tiempos. Según una teoría, el nombre del arroyo Maldonado que atraviesa la Capital Federal rememora su figura. Uno de los objetivos de las autoras fue que estos contenidos se incorporaran a la enseñanza oficial, pero no es fácil que estos temas lleguen al “gran público”. Hoy este libro se encuentra fuera de las librerías. Se consigue a través del contacto directo con sus autoras o en lugares muy específicos, como Punta Querandí.


En la escuela

Algunos docentes y directivos escolares conscientes de esta realidad de “dos Buenos Aires” han llevado a cabo experiencias reivindicadoras. Desde Flores Sur, en la Escuela 23, dirigida por Enrique Samar, salió el borrador para un proyecto que se convirtió en la ley 1550, votada por la legislatura porteña, que permite faltar a clases a los miembros de pueblos indígenas el 21 de junio como “Año nuevo del Hemisferio Sur” (cuando se realizan ceremonias en varios puntos de la metrópolis). “Si no me equivoco, fue la primera ley en la República Argentina de este tipo, después al año siguiente en la provincia de Buenos Aires, mediante un decreto (el Nº 865, de abril de 2006), se aprobó una iniciativa parecida. La idea es que se extienda a todo el país”, expresó Samar a FM Fribuay, declaraciones reproducidas en Indymedia.

“La ley 1550 es muy poco conocida, hemos tratado de difundirla, de multiplicar esta iniciativa en todos los ámbitos que podemos, pero la verdad es que hay muchísimos docentes y familias en la ciudad que no saben de su existencia”, se lamenta el directivo.

Recientemente, desde la misma institución, a la que acude una mayoría de estudiantes de familias indígenas, se pidió al gobierno de Mauricio Macri que deje de ser “obligatorio” cantar el himno de Sarmiento.

Otro caso: el año pasado, la escuela 706 de Villa Fiorito (Lomas de Zamora) se autoimpuso el nombre “Cacique Telomián Condié”, y por primera vez, el 10 de junio de 2012, se realizó un repudio público a Juan de Garay, junto a su monumento, al lado de la Casa Rosada.


Indígenas en la Gobernación

Por Zulema Enriquez - ¿Existió un cementerio indígena bajo los cimientos de la casa de Gobierno de Buenos Aires? La construcción de ese edificio empezó en noviembre de 1882, durante la presidencia de Julio Argentino Roca y la gobernación provincial de Dardo Rocha, una semana después de la fundación de La Plata. Sin embargo, según cuenta Gualberto Reynal en su libro La historia oculta de la ciudad de La Plata (1993), cinco meses después las obras tuvieron que detenerse ante la aparición de restos humanos de los querandíes, pueblo originario de la tierra bonaerense. Los cuerpos habrían sido analizados por el coleccionista Francisco Moreno, fundador del Museo arqueológico y antropológico que se instalaría en La Plata.

La organización indígena Hijos del Cóndor y la Academia Mayor de Lengua Quechua (AMLQ) de La Plata dan crédito a ese relato al organizar –desde hace 14 años- el Warachikuy, una celebración inca que marca el paso de la adolescencia a la madurez del hombre a través de la superación de pruebas físicas de valor, destreza y riesgo. Uno de los puntos estratégicos para iniciar esa ceremonia es entrar en el patio de la Casa de Gobierno, en la calle 6, para saludar a los antepasados, dueños de estas tierras. La Pulseada dialogó con Mario Aucca Rayme, director de la AMLQ: “Nosotros hacemos la actividad en base a la información del periodista Gualberto Reynal —contó el dirigente indígena—, que hace referencia a un cementerio indígena en la Casa de Gobierno y a que los cimientos del edificio se levantaron sobre esqueletos de los antecesores indígenas. Incluso quedó una evidencia: las efigies que representan las caras de un aborigen y de un español, que están en la parte superior de la construcción”.

Aucca se dedica hace años a transmitir la cultura y la cosmovisión andina, con actividades diversas y desde el programa que conduce en radio Futura los jueves a las 5 de la tarde: Kaymi Yuyaininchis (La memoria de nuestros antepasados). “Los hermanos que nacieron en Buenos Aires, ¿qué identidad cultural defienden? La occidental —reflexiona—. No quieren reconocer al espacio físico donde muchos de nosotros vivimos. ¿Quiénes vivieron acá hace 300 o 400 años? Mi punto de vista es que si yo nací en La Plata, mi identidad cultural tendría que ser querandí y aprender a respetar los espíritus que nos ayudan a convivir y respirar este espacio físico”.


Censo y realidades interculturales

El último Censo Nacional, realizado en octubre de 2010, podría haber arrojado datos más precisos sobre la cantidad de integrantes de pueblos originarios en la zona metropolitana, pero por motivos nunca aclarados, en ciudades con más de 50.000 habitantes se utilizó un formulario achicado que no incluía la pregunta clave: “¿Alguna persona de este hogar es indígena o descendiente de pueblos indígenas (originarios o aborígenes)?”.

A pesar del racismo y de la negación histórica, distintos municipios del Gran Buenos Aries sí han llevado a la práctica el reconocimiento a la presencia indígena a través de la constitución de organismos locales dedicados a los derechos específicos que asisten a los pueblos. Quilmes, localidad que nació como una colonia para la “reducción” de los indios homónimos, traídos desde los valles calchaquíes, es uno de los distritos que hoy cuentan con una Secretaría de Asuntos Indígenas. También Almirante Brown.
En otros puntos del conurbano y en la Ciudad de Buenos Aires, las festividades de origen andino congregan a cientos de miles de personas, la mayoría quechua-aymaras.


Profesionales y funcionarios cuestionados

En el predio de Punta Querandí se realizaron estudios arqueológicos en diciembre de 2008, durante la “campaña” financiada por el abogado y empresario Jorge O’Reilly, cara visible de EIDICO, una de las desarrolladoras de mega proyectos inmobiliarios más grandes de Tigre. El trabajo a cargo del equipo de Daniel Loponte (INAPL-CONICET) duró apenas diez días. Sus responsables son criticados por sectores indígenas y académicos, que los acusan de haber “entregado” el sitio sin haber hecho ningún estudio serio.

Los cuestionamientos no los realiza sólo por el Movimiento en Defensa de la Pacha, sino también el Consejo Indígena de Buenos Aires (CIBA), formado por los delegados de pueblos originarios reconocidos por el Estado provincial, y el Observatorio de los Derechos Indígenas y Campesinos de la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires. En diciembre pasado, además, la antropóloga Morita Carrasco -codirectora del Grupo de Estudios en Aboriginalidad, Provincias y Nación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires- presentó un trabajo titulado “Al rescate de una ‘historia apagada’: Significado y valor de la recuperación del Sitio Punta Querandí”, donde cuestiona a los antropólogos que trabajaron en el lugar y pide a las autoridades que resguarden ese espacio, recordando un convenio de la OIT según el cual “el Estado argentino debe consultar a los pueblos indígenas su opinión en lo que se refiere a los proyectos de excavación e investigación arqueológica, dando a los mismos participación en la toma de decisiones.

Además del equipo que intervino en el lugar, también es cuestionado el Centro del Registro Arqueológico y Paleontológico de la Provincia de Buenos Aires –organismo provincial encargado de proteger ese tipo de espacios, dependiente del Instituto Cultural bonaerense-. Es que aquellos estudios realizados durante un brevísimo lapso, que determinaron la entrega de Punta Querandí y la liberación de otras 200 hectáreas para emprendimientos inmobiliarios, fueron aprobados con las firmas de Marián Farías Gómez, directora de Patrimonio Cultural, y de Fernando Oliva, curador del Centro de Registro, otorgando ‘concesiones’ (nombre técnico) a los investigadores para excavar en territorio provincial.

Las críticas tuvieron eco. El mes pasado hubo una reunión bastante tensa, de la que este periodista participó, en la que los funcionarios terminaron comprometiéndose a reevaluar los estudios de impacto aprobados por ellos a fines de 2011, en terrenos que contaban con una medida cautelar por tratarse de sitios que posiblemente tienen un altísimo valor arqueológico y espiritual. Concretamente, firmaron una carta dirigida a la magistrada Delma Cabrera, del Juzgado Civil y Comercial 9 de San Isidro, que había dado hasta el 15 de marzo para entregar pruebas sobre la existencia de sitios indígenas en la zona ubicada en los campos aledaños a Punta Querandí, en el norte de Tigre.

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