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Hrant Dink; Irresponsabilidad y una oportunidad perdida
Por Diego Ardouin - Thursday, May. 09, 2013 at 7:20 PM
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La obra "El Alegato de la Paloma" de Daniel Ritto usa irresponsablemente el nombre de Hrant Dink para promover el odio y un mensaje en contra del que Dink predicaba. Sería fructífero usar la figura de Hrant Dink para llamar a la reflexión dentro de la diáspora armenia, y no fomentar el odio que a nadie bien le hace, y menos aún desde un discurso panfletario y llano.

Con grandes expectativas he asistido a una función de la obra teatral que se presenta actualmente en el Centro Cultural de la Cooperación, “El Alegato de la Paloma”. La obra, se supone, trata sobre Hrant Dink, un periodista turco-armenio asesinado en el 2007.
Involucrado en el tema de los armenios y de los armenios en Turquía, esperaba conocer más a Hrant Dink, al hombre que fue juzgado tres veces con el artículo 301 del código penal turco –que condena a aquellos que insulten la “turquicidad”-, y cuya vida terminó el 19 de enero de 2007, frente a su periódico bilingüe Agos, a manos de un joven turco nacionalista de 17 años.
Sin embargo, me he encontrado con una pieza que me siento obligado a criticar por faltar directamente al espíritu que Hrant Dink perseguía.
Hrant Dink, antes de su muerte, era mirado con recelo por parte de la diáspora armenia, de la cual él criticaba su discurso de odio frente a los turcos, y a través de su diario trataba de mejorar la relación entre los turcos y la (hoy en día) minoría armenia de Turquía, así como de los armenios en general.
“Habría que reemplazar la sangre envenenada asociada con los turcos, con la sangre fresca asociada con Armenia”. Aquella cita, en un artículo escrito el 13 de Febrero de 2004 llamado “Conociendo Armenia”, resultó en su segunda condena por insultar a la “turquicidad”. “Este juicio está basado en un malentendido total”, se defendió Hrant, diciendo que fue sacado de contexto, y que se refería a la sangre de los armenios de la diáspora, que tienen que ponerse en paz con la parte turca de su identidad”. Daniel Ritto, en el unipersonal en el que interpreta a Hrant Dink, también lo ha malentendido.
Hrant Dink llamaba a la integración de los armenios en el estado turco, criticaba tanto los actos discriminatorios de las autoridades como la intransigencia de la diáspora que dificulta el recomponimiento de las relaciones entre Armenia y Turquía, expresados más fuertemente en la frontera cerrada entre ambos estados, que tanto afecta a la actual República de Armenia.
Hrant Dink, nunca hubiera escupido en la foto de alguien, y menos, invitado a un miembro de la audiencia a escupirla.
Es una irresponsabilidad usar la figura de Hrant Dink para impulsar el odio desde un discurso panfletario. Es perder una oportunidad de llamar a la diáspora a reflexionar sobre sus actitudes y acciones, lo mismo que hacía Dink.
La obra posee otras cosas que hacen demasiado ruído. Por un lado, el actor se presentó con una camisa roja. Cualquier armenio, sabe que nunca se pondrían una camisa roja, un color directamente asociado a Turquía. Al ver la camisa roja en un principio, pensé que esta era una metáfora que invitaba a la reconciliación entre ambos pueblos. Pero el desarrollo de la obra no dio pie a eso.
En una de las escenas, el actor interpretando a Dink e interpelando al primer ministro Recep Erdogan, lo hace con una analogía de un partido de fútbol. Llega a la conclusión de que nunca jugará un partido con los turcos, que si algún día reconocen el genocidio, podrá llegar a pensar en jugar un partido con los turcos, “luego de todo lo que han hecho”. El actor parece ignorar el famoso partido que se jugó el 2008 en Ereván en las eliminatorias de la FIFA, cuando Turquía por primera vez jugaba contra Armenia en la capital de este país. Esta fue la primera vez que una alta autoridad turca, el presidente Abdullah Gül, visitaba Armenia, lo que fue un gran paso en la normalización de relaciones entre ambos países que empezó en ese año, sin mucha prosperidad de todas formas.
Es cierto que Hrant Dink reconocía los eventos de 1915-1923 como genocidio y llamaba al reconocimiento del mismo, pero no era en este tema en el que basaba su identidad como armenio; dudo que la primera palabra que Hrant Dink le haya enseñado a su hija haya sido “Genocidio” como se recrea en la obra.
La obra la vi con conocidas de la colectividad, todas jóvenes. También les hacía ruído muchas cosas, desde la camisa, hasta que el actor nunca pronunciase bien el nombre de Hrant Dink o Talat Pasha. Sin embargo, gran parte del resto de la audencia, en su mayoría adultos mayores, felicitaron luego a Ritto por la obra. Porque claro; la obra sigue la línea del odio a Turquía que predomina en la diáspora; todo lo contrario de la reconciliación que impulsaba y pedía Dink para ayudar a las relaciones entre ambas comunidades y estados. La obra no sale de un discuso panfletario que nombre a lo acontecido entre 1915 y 1923 como genocidio de parte del estado turco (que de todas formas, fue llevado a cabo por el entonces Imperio Otomano). Nunca llama a un análisis más profundo, y roza lo pornográfico al mostrar fotos de cadáveres y niños desnutridos que pasa frente a los ojos de cada persona de la audiencia. No es necesario probarle al pueblo argentino, y menos aún a la colectividad armenia (la mayoría de su audiencia) que hubo un genocidio. Lo interesante sería utilizar esta chance, usar la memoria de Hrant Dink para invitar a reflexionar a la diáspora sobre su posición frente a Turquía; pensar sobre lo que Dink predicaba en las página de su diario Agos.

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