Julio López
está desaparecido
hace 6427 días
versión para imprimir - envía este articulo por e-mail

Calarcà, su leyenda y muerte
Por Publica: Jhon Jairo Salinas - Monday, May. 20, 2013 at 10:18 PM
jjsalinas69@hotmail.com

No es posible referirnos ahora a los múltiples episodios de la guerra contra los pijaos, en la cual participaron decenas de capitanes españoles con varia fortuna.

Calarcà, su leyenda ...
cacique.jpg, image/jpeg, 252x160

No es posible referirnos ahora a los múltiples episodios de la guerra contra los pijaos, en la cual participaron decenas de capitanes españoles con varia fortuna. Baste recordar que la Real Audiencia de Santafé declaró esclavos a los pijaos por auto del 22 de noviembre de 1602; que fray Pedro Simón enumera 48 comisiones punitivas, que se sucedieron a lo largo de dos decenios; que de 120.000 indios que eran a mediados del siglo XVI según Ordóñez de Ceballos, a comienzos del siglo XVII ya no quedaban sino unos pocos millares; y que el General don Juan de Borja en 1606 organizó a todo el ejército español del Nuevo Reino e hizo marchar a encomenderos y gobernadores, y marchó él mismo sobre la Meseta del Chaparral, donde su principal lugarteniente, el Gobernador de los fieros indios muzos y colimas, don Domingo de Erazo, ya había construído una fortaleza que llamó de San Lorenzo. Uno de los destacamentos que fueron despachados, desde ese fuerte, en distintas direcciones, el que iba al mando delGobernador Diego de Ospina, fue a parar en los nacimientos del río Tetuán y allí cerca estableció su cuartel, cuando ya había tenido varios encuentros con los pijaos.

El capitán general de los pijaos en ese momento era el Cacique Calarcá. Él y sus tropas hicieron prodigios de valor, pero al final todos hubieron de sucumbir. En una acción temeraria y suicida que Calarcá dirigió en asocio de los Caciques Cocurga y Coyara y con la colaboración de una india llamada Anica, Calarcá y Coyara llegaron hasta el lecho donde el Gobernador Ospina yacía enfermo, y cuando ya contaban con el triunfo y con la captura del funcionario, a éste “lo socorrió el cielo con la entrada de su negro esclavo Juan Bioho”, pues mientras Calarcá y Coyara se distraían con el negro, el Gobernador cebó la pistola “y le dio a Calarcá en los pechos” con cuatro balas engrasadas con tocino como las acostumbraba por causar heridas de muerte, y Calarcá hubo de salir a gatas, ayudado por Coyara, y a los cinco días falleció.

La anterior parece ser la verdad histórica sobre la forma y las circunstancias en que murió aquel famoso líder pijao, pues son contadas por un testigo de excepción de los hechos: fray Pedro Simón, que estaba en esa ocasión con don Juan de Borja en el fuerte de San Lorenzo, y cuyo relato permite hasta determinar el día de la muerte deCalarcá: un miércoles, treinta días después del domingo de Resurrección del Señor, del año de 1607.

Pero como en esa campaña participaron también, como aliados de los españoles contra los pijaos, los indios coyaimas y natagaimas, y como a éstos los comandaba un valiente indio tuamo al que los españoles llamaban don Baltasar, y como en una ocasión anterior don Baltasar había peleado con Calarcá “valerosísimamente con una lanza que traía de treinta palmos”, y como los españoles triunfantes se deshicieron en alabanzas de sus aliados, y como a los historiadores nuevos, por criollos, interesaba relievar la colaboración terrígena en la conquista, fray Alonso de Zamora recogió una leyenda, que después la repitió don José Manuel Groot y que ha corrido como verdad histórica, según la cual Calarcá murió en un combate que tuvo con don Baltasar: éste –dice Zamora- “atravesó con la lanza a Calarcá, el cual se fue entrando por ella hasta llegar a brazos con don Baltasar, que apretándolo entre los suyos, ahogó a este valeroso general de los pijaos y dio la victoria a don Juan de Borja”. Y don Juan de Borja se fue poco después a Ibagué, y sobre el arco toral de la iglesia de esa ciudad hizo entronizar la lanza de don Baltasar con otros despojos. Y Groot añade que allí estuvo el arma hasta el terremoto de 1826, cuando se cayó, y transcribe algunos de los versos con los que chaparralunos de los años ochocientos hacían burla de los ibaguereños de entonces, conocidos como el Devocionario de Ibagué, y que terminan con un estribillo famoso, en el cual los ibaguereños dizque exclaman: “¡Lanza no caigas al suelo porque vuelven los pijaos!”
( 1)
“Esta es la lanza que fue
del señor don Baltasar,
que por ser tan singular,
la adora todo Ibagué.”

Y seguidamente vienen las “cantinelas”, la primera de las cuales dice:

“¡Oh Lanza a quien Baltasar
manejó con gran destreza,
y se puso por grandeza
en la iglesia del lugar,
para así recompensar
tus méritos señalados!
¡Lanza no caigas al suelo
porque vuelven los pijaos!”
(2)
Relato del campesino Camilo de los milagrosPeñas Blancas y el tesoro del Cacique Calarcá.

De niño mi abuelo me contó la historia de las Peñas Blancas y el tesoro del Cacique Calarcá.

El jefe indio, guerrero indomable e implacable, escondió todo su tesoro en las profundidades de la montaña, por cavernas impenetrables y malditas, para que los españoles nunca lo encontraran. El cuento corrió como corren todos los cuentos de tesoros escondidos y generación tras generación no han faltado valientes ni aventureros que se avengan a penetrar en las profundidades de las Peñas Blancas – unas empinadas formaciones rocosas de la cordillera central cerca de Calarcá, Quindío – tratando de encontrar el fabuloso tesoro entre el cual se dice había indios de oro en tamaño natural.

Nadie lo había encontrado que se sepa, pero si eran célebres las anécdotas de desafortunados que escalaban la roca y se despeñaban o de aventureros que penetraban por las cavernas y no regresaban jamás. Como con todos los cuentos de tesoros, se llenó de misterio y leyenda.

Lo sabido es que el cacique Calarcá fue un personaje real. Feroz y aguerrido, lideró la resistencia contra la invasión española en la zona. Luego los descendientes de los españoles bautizaron con su nombre, como homenaje, un próspero pueblecito a los bordes de la cordillera, que creció a la par de la exportación cafetera. También después el recuerdo del cacique rebelde sirvió para que algún grupo insurgente se autodenominara con su nombre en otra cordillera no muy lejana de esas tierras.

Sin embargo, como somos descendientes de una estirpe de jugadores y aventureros, lo que más nos apasiona es la historia de su tesoro prohibido. El padre de mi abuelo, un conservador católico, blanco y acomodado, vivió en una finca al frente de las Peñas Blancas. Mi abuelo (moreno, liberal y ateo) que creció en esa finca y luego la heredó con sus hermanos, contaba la historia del cacique mirando hacia las Peñas misteriosas y hablaba de no sé cual maldición que impediría por los siglos de los siglos que los blancos encontraran el tesoro. Decía que se habían internado en las profundidades de la roca incluso con tanques de oxígeno, decía que se encontraban con el fantasma del cacique, decía pues, como abuelo paisa que era, un montón de culebrerías para asustar a los niños.

Mi abuelo murió hace 12 años. La finca sigue allí, las Peñas también; pero el tesoro ya tiene dueño. ¡Increíble! Lo encontraron unos colonizadores que ya no usan carabelas ni armaduras: una multinacional de la minería, la AngloGold Ashanti, halló por fin el tesoro del Cacique Calarcá, a escasos 40 minutos del pueblo que lleva su nombre pero en jurisdicción de otro municipio llamado Cajamarca.

Sólo había un ligero error geográfico en la leyenda: no estaba enterrado en las Peñas Blancas sino algunos kilómetros más arriba, en pleno páramo, debajo de una loma empinada a los 3100 metros. Se dice que está requetellena de oro por dentro, repleta. Aunque en la fase exploratoria la compañía no ha encontrado aun indios de oro al natural, asegura que hay mineral suficiente para hacer tribus enteras.

Hablaron el año pasado de uno de los diez yacimientos de oro más grandes del mundo, y presos de esa enfermedad humana antiquísima, comenzaron por nominarlo: lo llamaron La Colosa. Tal vez porque en lugar de indios en oro habrá Colosos de los negocios y las finanzas, a cualquier otro lado del océano, que se forrarán y extasiarán con la peste del metal amarillo mientras convierten en piscinas de veneno y cianuro el páramo de romerales, de dónde sale parte del agua que se beben medio millón de habitantes de varias poblaciones a lado y lado de la cordillera.

Oigan bien: Cianuro, ese veneno tan romántico con el que se suicidan tantos enamorados.Un amigo estudiante que visitó el área hace unos días la describió como dos grandes fincas ganaderas de montaña, dominadas por un filo enorme debajo del cual está el yacimiento. “la compañía evita hablar del cianuro” dijo “no sabemos entonces como va a separar el mineral”. No sabemos, lo cierto es que no va a ser con bateas.

El oro no sale sólo. Menos cuando se trata de salir del país hacia las arcas del capital extranjero. Hay que sacarlo. Quiero decir sacarlo de la tierra con maquinarias, obreros, mercurios o cianuros; y sacarlo bien custodiado del país – robarlo – como hace la voraz máquina de ganancias hace siglos.

Esta vez para sacarlo necesitaron de la aprobación de un nuevo código minero, de la militarización total de la zona, del exterminio de los últimos guerrilleros que quedaban en ese nudo montañoso – descendientes de “chispas” y Efraín González – y de insolentes concesiones que nada tienen para envidiarle a esas encomiendas coloniales por medio de las cuales se entregaban tierras, aguas, bosques y gentes en propiedad absoluta a los conquistadores.

En otros lugares han necesitado el desalojo completo de comunidades indígenas o negras, de la aniquilación de mineros artesanales, o incluso de la remoción de pueblos enteros, como harán con Marmato en Caldas, un pueblo que está encima de otra montaña de oro.

Tampoco, generalmente, el oro se va sólo. Se lleva consigo la vida y felicidad de muchísima gente que tiene la desgracia de vivir en la zona y la época dónde se extrae. El oro condenó nuestro continente y nuestros pueblos al atraso, a la dominación. Condenó un color de piel a la esclavitud y la exclusión. Condenó los indios a desaparecer. El oro, el vil metal.

Así que vamos con cautela, amigos míos, lectores y detractores, porque mi abuelo era un hombre sabio y cuidaba bien sus palabras: ese tesoro está maldito, como lo está el vil metal que convierte al probo en asesino y embellece la vanidad y la codicia. La causa de la pobreza y la miseria en nuestros países no es la falta de recursos, sino precisamente su abundancia, así como el principio de la tragedia de Irak es su petróleo y la perdición de África comienza con sus riquezas, de las cuales la primera fue su gente.

Faltará entonces que vuelva un cacique rebelde a rugir desde las Peñas Blancas o desde cualquier otra cordillera, para echar de una vez a todos los conquistadores, pero sobre todo para desterrar un sistema social que se alimenta devorando la vida humana y la naturaleza.

Mi abuelo en su tumba se sentirá feliz de que alguien lea sus cuentos. Pero se asustará si se entera que encontraron por fin el tesoro del Cacique Calarcá. Esa población que ahora ostenta su nombre, llevará quién sabe cuánto tiempo más, el lastre de su maldición.

/Fuentes: (1)Enrique Ortega Ricaurte transcribió, en la recopilación de documentos sobre Ibagué que publicó bajo el título “San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas”, las 19 “cantinelas” que constituyen el “Devocionario”, bajo los siguientes versos a manera de epígrafe, que supuestamente estaban grabados en la catedral de Ibagué: (2) Camilo De Los Milagros/ Academias de Historia de Ibague- Tolima/ (Leovigildo Bernal Andrade-Bogotá, 1989.-EDUCAR CULTURAL en “Colombia, ¡qué linda eres!”, Bogotá, 1990).
, pues son contadas por un testigo de excepción de los hechos: fray Pedro Simón, que estaba en esa ocasión con don Juan de Borja en el fuerte de San Lorenzo, y cuyo relato permite hasta determinar el día de la muerte deCalarcá: un miércoles, treinta días después del domingo de Resurrección del Señor, del año de 1607.

Pero como en esa campaña participaron también, como aliados de los españoles contra los pijaos, los indios coyaimas y natagaimas, y como a éstos los comandaba un valiente indio tuamo al que los españoles llamaban don Baltasar, y como en una ocasión anterior don Baltasar había peleado con Calarcá “valerosísimamente con una lanza que traía de treinta palmos”, y como los españoles triunfantes se deshicieron en alabanzas de sus aliados, y como a los historiadores nuevos, por criollos, interesaba relievar la colaboración terrígena en la conquista, fray Alonso de Zamora recogió una leyenda, que después la repitió don José Manuel Groot y que ha corrido como verdad histórica, según la cual Calarcá murió en un combate que tuvo con don Baltasar: éste –dice Zamora- “atravesó con la lanza a Calarcá, el cual se fue entrando por ella hasta llegar a brazos con don Baltasar, que apretándolo entre los suyos, ahogó a este valeroso general de los pijaos y dio la victoria a don Juan de Borja”. Y don Juan de Borja se fue poco después a Ibagué, y sobre el arco toral de la iglesia de esa ciudad hizo entronizar la lanza de don Baltasar con otros despojos. Y Groot añade que allí estuvo el arma hasta el terremoto de 1826, cuando se cayó, y transcribe algunos de los versos con los que chaparralunos de los años ochocientos hacían burla de los ibaguereños de entonces, conocidos como el Devocionario de Ibagué, y que terminan con un estribillo famoso, en el cual los ibaguereños dizque exclaman: “¡Lanza no caigas al suelo porque vuelven los pijaos!”
( 1)
“Esta es la lanza que fue
del señor don Baltasar,
que por ser tan singular,
la adora todo Ibagué.”

Y seguidamente vienen las “cantinelas”, la primera de las cuales dice:

“¡Oh Lanza a quien Baltasar
manejó con gran destreza,
y se puso por grandeza
en la iglesia del lugar,
para así recompensar
tus méritos señalados!
¡Lanza no caigas al suelo
porque vuelven los pijaos!”
(2)
Relato del campesino Camilo de los milagrosPeñas Blancas y el tesoro del Cacique Calarcá.

De niño mi abuelo me contó la historia de las Peñas Blancas y el tesoro del Cacique Calarcá.

El jefe indio, guerrero indomable e implacable, escondió todo su tesoro en las profundidades de la montaña, por cavernas impenetrables y malditas, para que los españoles nunca lo encontraran. El cuento corrió como corren todos los cuentos de tesoros escondidos y generación tras generación no han faltado valientes ni aventureros que se avengan a penetrar en las profundidades de las Peñas Blancas – unas empinadas formaciones rocosas de la cordillera central cerca de Calarcá, Quindío – tratando de encontrar el fabuloso tesoro entre el cual se dice había indios de oro en tamaño natural.

Nadie lo había encontrado que se sepa, pero si eran célebres las anécdotas de desafortunados que escalaban la roca y se despeñaban o de aventureros que penetraban por las cavernas y no regresaban jamás. Como con todos los cuentos de tesoros, se llenó de misterio y leyenda.

Lo sabido es que el cacique Calarcá fue un personaje real. Feroz y aguerrido, lideró la resistencia contra la invasión española en la zona. Luego los descendientes de los españoles bautizaron con su nombre, como homenaje, un próspero pueblecito a los bordes de la cordillera, que creció a la par de la exportación cafetera. También después el recuerdo del cacique rebelde sirvió para que algún grupo insurgente se autodenominara con su nombre en otra cordillera no muy lejana de esas tierras.

Sin embargo, como somos descendientes de una estirpe de jugadores y aventureros, lo que más nos apasiona es la historia de su tesoro prohibido. El padre de mi abuelo, un conservador católico, blanco y acomodado, vivió en una finca al frente de las Peñas Blancas. Mi abuelo (moreno, liberal y ateo) que creció en esa finca y luego la heredó con sus hermanos, contaba la historia del cacique mirando hacia las Peñas misteriosas y hablaba de no sé cual maldición que impediría por los siglos de los siglos que los blancos encontraran el tesoro. Decía que se habían internado en las profundidades de la roca incluso con tanques de oxígeno, decía que se encontraban con el fantasma del cacique, decía pues, como abuelo paisa que era, un montón de culebrerías para asustar a los niños.

Mi abuelo murió hace 12 años. La finca sigue allí, las Peñas también; pero el tesoro ya tiene dueño. ¡Increíble! Lo encontraron unos colonizadores que ya no usan carabelas ni armaduras: una multinacional de la minería, la AngloGold Ashanti, halló por fin el tesoro del Cacique Calarcá, a escasos 40 minutos del pueblo que lleva su nombre pero en jurisdicción de otro municipio llamado Cajamarca.

Sólo había un ligero error geográfico en la leyenda: no estaba enterrado en las Peñas Blancas sino algunos kilómetros más arriba, en pleno páramo, debajo de una loma empinada a los 3100 metros. Se dice que está requetellena de oro por dentro, repleta. Aunque en la fase exploratoria la compañía no ha encontrado aun indios de oro al natural, asegura que hay mineral suficiente para hacer tribus enteras.

Hablaron el año pasado de uno de los diez yacimientos de oro más grandes del mundo, y presos de esa enfermedad humana antiquísima, comenzaron por nominarlo: lo llamaron La Colosa. Tal vez porque en lugar de indios en oro habrá Colosos de los negocios y las finanzas, a cualquier otro lado del océano, que se forrarán y extasiarán con la peste del metal amarillo mientras convierten en piscinas de veneno y cianuro el páramo de romerales, de dónde sale parte del agua que se beben medio millón de habitantes de varias poblaciones a lado y lado de la cordillera.

Oigan bien: Cianuro, ese veneno tan romántico con el que se suicidan tantos enamorados.Un amigo estudiante que visitó el área hace unos días la describió como dos grandes fincas ganaderas de montaña, dominadas por un filo enorme debajo del cual está el yacimiento. “la compañía evita hablar del cianuro” dijo “no sabemos entonces como va a separar el mineral”. No sabemos, lo cierto es que no va a ser con bateas.

El oro no sale sólo. Menos cuando se trata de salir del país hacia las arcas del capital extranjero. Hay que sacarlo. Quiero decir sacarlo de la tierra con maquinarias, obreros, mercurios o cianuros; y sacarlo bien custodiado del país – robarlo – como hace la voraz máquina de ganancias hace siglos.

Esta vez para sacarlo necesitaron de la aprobación de un nuevo código minero, de la militarización total de la zona, del exterminio de los últimos guerrilleros que quedaban en ese nudo montañoso – descendientes de “chispas” y Efraín González – y de insolentes concesiones que nada tienen para envidiarle a esas encomiendas coloniales por medio de las cuales se entregaban tierras, aguas, bosques y gentes en propiedad absoluta a los conquistadores.

En otros lugares han necesitado el desalojo completo de comunidades indígenas o negras, de la aniquilación de mineros artesanales, o incluso de la remoción de pueblos enteros, como harán con Marmato en Caldas, un pueblo que está encima de otra montaña de oro.

Tampoco, generalmente, el oro se va sólo. Se lleva consigo la vida y felicidad de muchísima gente que tiene la desgracia de vivir en la zona y la época dónde se extrae. El oro condenó nuestro continente y nuestros pueblos al atraso, a la dominación. Condenó un color de piel a la esclavitud y la exclusión. Condenó los indios a desaparecer. El oro, el vil metal.

Así que vamos con cautela, amigos míos, lectores y detractores, porque mi abuelo era un hombre sabio y cuidaba bien sus palabras: ese tesoro está maldito, como lo está el vil metal que convierte al probo en asesino y embellece la vanidad y la codicia. La causa de la pobreza y la miseria en nuestros países no es la falta de recursos, sino precisamente su abundancia, así como el principio de la tragedia de Irak es su petróleo y la perdición de África comienza con sus riquezas, de las cuales la primera fue su gente.

Faltará entonces que vuelva un cacique rebelde a rugir desde las Peñas Blancas o desde cualquier otra cordillera, para echar de una vez a todos los conquistadores, pero sobre todo para desterrar un sistema social que se alimenta devorando la vida humana y la naturaleza.

Mi abuelo en su tumba se sentirá feliz de que alguien lea sus cuentos. Pero se asustará si se entera que encontraron por fin el tesoro del Cacique Calarcá. Esa población que ahora ostenta su nombre, llevará quién sabe cuánto tiempo más, el lastre de su maldición.

/Fuentes: (1)Enrique Ortega Ricaurte transcribió, en la recopilación de documentos sobre Ibagué que publicó bajo el título “San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas”, las 19 “cantinelas” que constituyen el “Devocionario”, bajo los siguientes versos a manera de epígrafe, que supuestamente estaban grabados en la catedral de Ibagué: (2) Camilo De Los Milagros/ Academias de Historia de Ibague- Tolima/ (Leovigildo Bernal Andrade-Bogotá, 1989.-EDUCAR CULTURAL en “Colombia, ¡qué linda eres!”, Bogotá, 1990).

agrega un comentario