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El verdadero secreto de Israel no es la bomba atómica
Por Bradley Burston / Haaretz - Tuesday, May. 21, 2013 at 7:59 PM

El mayor secreto del Estado se oculta a la vista de todos, porque está camuflado y escondido detrás de políticas no dichas.

¿Qué esconde Israel detrás del muro? Foto de Alex Levac

En un país donde todo el mundo sabe de todo hay solamente un secreto de Estado genuino. Y no tiene nada que ver con las armas nucleares.

Esta semana, los titulares se refirieron a él de forma indirecta, pero eliminando algunas cuestiones. Se publicaron grandes cantidades de artículos en papel prensa detallando finamente los apocalípticos desafíos de seguridad y peligrosa pobreza en Israel, así como las medidas de austeridad que pueden hacer tanto más difícil de soportar ambas situaciones. Pero, con seguridad, el único secreto de Estado que permanece firmemente guardado brilló por su ausencia.

Así que aquí está: nadie sabe cuánto dinero se vierte en los asentamientos. Nadie.

Nunca lo ha sabido nadie.

Nadie puede saberlo porque el dinero se oculta a simple vista, camuflado y disimulado en los presupuestos creíbles de cada Ministerio, así como es insondable e indiferenciado el presupuesto sin fondo de la oficina del primer ministro.

Un informe que hizo esta semana la Radio del Ejército mostró que los mismos ministros del gabinete no saben cuanto dinero de sus propios presupuestos se destinará a subvencionar, fomentar, ampliar, proteger y legalizar retroactivamente los asentamientos, así como a encontrar nuevos incentivos financieros para atraer a miles de nuevos residentes a hogares más allá de la frontera de la línea verde de 1967.

Y aun así, señala el informe, comités claves de la Knesset y agencias gubernamentales trabajarán entre bastidores para asegurar que la financiación adicional se canalice, fuera de la vista y de la supervisión, a los asentamientos y puestos de avanzada ilegales de Cisjordania y Jerusalén Oriental.

Que señala a otro elemento oculto de la empresa de asentamiento: la pobreza en Israel es buena para los asentamientos y genial para la ocupación.

Siempre ha sido así.

Cuando comenzó realmente la construcción de asentamientos en la década de 1980, los gobiernos del Likud ya habían empezado a desmantelar las redes de seguridad del bienestar social que había apuntalado la economía y la sociedad de Israel desde su fundación en 1948.

A medida que la privatización avanzaba, muchas personas en los pueblos y barrios urbanos marginales de Israel quedaron atrás ahogadas en una economía plagada por la inflación y el cierre de industrias locales de larga data, además de puestos de trabajo.

En lugar de trabajar para fortalecer las zonas afectadas donde disfrutaron del fuerte apoyo de los votantes, los gobiernos del Likud se aferraron a la perspectiva de pasar a los suburbios tipo Emerald City bien financiados, favorecidos por los impuestos, sobre la frontera de rápido desarrollo.

El precio muy accesible de las viviendas irresistiblemente atrajo a miles de compradores, se contaba también con fondos excedentes para escuelas y transporte, la ocupación se fue haciendo realidad en los territorios hilera tras hilera. Surgieron bases del ejército en todas las direcciones para proteger a los colonos, bases que a menudo, con el tiempo, se convierten en nuevos asentamientos, autorizados o no.

Con todo esto, y aunque los dirigentes de los asentamientos fueron despedidos por la ideología, lo que vendían era algo completamente diferente: la buena vida.

Y el precio era el adecuado.

Especialmente cuando nadie en Israel quería enterarse de cuál sería el costo real para la nación. Los asentamientos, creados específicamente para socavar los movimientos de paz, también tuvieron un costo económico indirecto en el comercio y la industria israelíes, obligados a luchar contra un creciente levantamiento de aislamiento internacional, un efecto de paria y la pérdida de la buena voluntad que había inspirado el progreso de la paz.

Pero incluso los costos directos, las montañas de fondos que Israel inyectó a los asentamientos, la sociedad israelí eludió examinarlos por completo.

Como indicó el año pasado el Ministro de Finanzas de entonces, Yuval Steinitz, siempre hay más financiamiento para los asentamientos del que los ojos del público alcanzan a ver.

"Hemos duplicado el presupuesto para Judea y Samaria, dijo Steinitz, refiriéndose a la Ribera Occidental, a una emisora de radio regional orientada al colono. Lo hicimos de una manera de bajo perfil, porque no queremos que las partes, ya sea en Israel o en el extranjero, puedan impedir la maniobra”.

Supongo que debemos estar agradecidos a la hora en la cual la gente pueda ver el engaño.

Hace años, cuando yo era un nuevo recluta del ejército israelí, mi pelotón fue enviado para proteger a uno de los primeros asentamientos, el recientemente establecido Beit El.

Construido en gran parte en tierras palestinas de propiedad privada, que el gobierno había tomado "temporalmente" para uso militar, se levantaron allí algunas casas precarias y una bella casa de estudios judíos de piedras de Jerusalén color crema.

Recuerdo a uno de los estudiantes haciendo la observación de que el gobierno había pagado por el edificio. Le pregunté qué ministerio había proporcionado la financiación “¿El ministerio de Asuntos Eeligiosos? ¿El de Educación?

Movió la cabeza. “Agricultura”.

“¿Qué cultivan exactamente aquí?, pregunté”.

Había un rastro de una sonrisa. “Piedras”.

Todavía siguen cultivando piedras. Cultivan las piedras que los jóvenes de las colinas, las tropas de choque del movimiento de los asentamientos, lanzan a los palestinos. Crían las piedras que los palestinos jóvenes les lanzan a los judíos.

Debería haberlo visto venir en todos esos años. Los colonos no pagan por las piedras. Pero hay un precio por lo que hacen con ellas. No estamos autorizados a saber cuál es, pero de una forma u otra somos nosotros quienes recibiremos la factura.

Fuente: http://www.haaretz.com/blogs/a-special-place-in-hell/israel-s-only-real-state-secret-no-it-s-not-an-atom-bomb.premium-1.524396

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

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